Quienes firmamos este artículo hemos sido torturados por la Ertzaintza. Como tales, como víctimas de la Ertzaintza, seguimos siendo las últimas del escalafón. No hemos contado.
Los métodos que nos aplicaron fueron refinados, de tal manera que no dejaron marcas como otros cuerpos que han tomado la brutalidad por bandera. Esto no quiere decir que no hayan dejado en nosotras un indeleble rastro, un trauma permanente, una herida abierta.
Los agentes que han aprendido esos métodos de tétricos servicios secretos no son sociópatas con electrodos en una mano y tenazas al rojo vivo en la otra. Pero esto no quiere decir que no hayan desarrollado técnicas demoledoras de interrogatorio, siempre eficaces para arrancar una inculpación, a cualquiera, contra quien sea.
Las declaraciones que nos obligaron a firmar, indefensos, sin abogado, bajo amenaza de volver a las sesiones nada tenían que ver con la realidad. Podía ser materialmente imposible la autoría de los hechos, por no coincidir lugares y horas, en algunos casos escandalosamente. Suscribíamos las declaraciones por mil veces que hubieses negado su veracidad. Porque a la fuerza ahorcan. Y a la fuerza nos enviaron a prisión a nosotras o a decenas de compañeras aún encarceladas con condenas interminables.
Nuestros gritos se oían en toda la comisaría. Pero los sistemas de prevención, las grabaciones que decían instaladas, no funcionaron. Ningún compañero del torturador alzó su voz, detuvo lo que sabían estaba sucediendo.
Presentamos denuncia ante los tribunales. Recibimos el mismo trato que todos los demás, igual que los ocho que han acabado ante el tribunal europeo de derechos Humanos. Al fin y al cabo, el papel que cumple la justicia Española es dotar de impunidad a todos los cuerpos que hayan aunado esfuerzos en la lucha antiterrorista.
Las versiones oficiales que se dieron ante nuestros testimonios no fueron las teorías conspiranoicas de un Goebbels del Ministerio del Interior. Simplemente se ignoraron, ocultadas tras la presunta superioridad moral de quien las aplicaba y de su control de medios públicos de comunicación. No hay tortura, palabra de vasco.
Quienes nos torturaron eran ertzainas. Iguales que los que vemos en los arcenes de las carreteras o en cualquier evento público.
Cuando ya pensábamos que no había nada que hacer nos dieron la oportunidad de pasar por un proceso de verificación de que nuestro testimonio era cierto. Una especie de máquina de la verdad, un detector de traumas, el polígrafo de Berri Txarrak. Porque como ellos cantan, era cuestión de tiempo. Nos hablaron del protocolo de Istambul. Y las víctimas de la Ertzaintza empezamos a contar. Contamos lo que habíamos sufrido. Lo que nos habían hecho. Y sacamos fuera el trauma que la tortura nos ha dejado. En toda su crudeza y dimensión.
Pero el trauma sigue doliendo. La herida sigue supurando. Porque seguimos acumulando agravio. No bien había sido publicado el informe de Paco Etxeberria cuando Jorge Aldekoa, nada menos que director de la Ertzaintza también contó su relato. Un relato insoportable por el grado de soberbia de un mando policial que ve mecanismos de prevención donde hay 311 víctimas de tortura. Relato intolerable donde él ve una carrera inmaculada, pero el resto del mundo ve el caso de Iñigo Cabacas. Un agravio que la dirección de la Ertzaintza quiera hacernos ver un modelo policial virtuoso cuando los demás vemos que discurre por la pendiente resbaladiza de la total impunidad. Como los monos que no ven, no oyen, no dicen, no sabe nada de 311 personas que pasaron por sus manos. Demasiado para que no se vea, que no se sepa, que no se oiga. Jorge Aldekoa es un experto en mecanismos de prevención… de la justicia. Mecanismos para prevenir que se investigue, para prevenir que se persiga a los ertzainas torturadores, mecanismos para prevenir asumir las responsabilidades de quienes les dieron la formación para ello y les dieron las órdenes para que actuasen así, mecanismos para prevenir autocríticas, que siempre las debe hacer otro.
Pero se ha acabado. Los torturados por la Ertzaintza contamos. Somos 311. Tal vez más, a partir de ahora, nunca menos. Y lo contaremos.
x Andoni Berroiz, Urtza Alkorta, Gaizka Gañan y Adrian Donnay
Texto completo en: http://www.lahaine.org/las-victimas-de-la-ertzaintza