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¡Viva la revolución!

Para la reci­cla­da men­ta­li­dad colo­nial crio­lla toda tras­cen­den­cia es, no solo irre­le­van­te, sino dañi­na. Al fin y al cabo para ellos, el pla­ne­ta, en toda su diver­si­dad y rique­za, se redu­ce a la hege­mo­nía cul­tu­ral nor­te­ame­ri­ca­na. Es la men­ta­li­dad de que outsi­de is Ame­ri­ca. Cómo espe­rar enton­ces que pue­dan reco­no­cer tras­cen­den­cia en la cul­tu­ra propia.

Mucho menos reco­no­cer­le uti­li­dad a la vir­tud y nece­si­dad al ideal eman­ci­pa­to­rio. Como bien seña­la Luis Brit­to en El impe­rio con­tra­cul­tu­ral: del rock a la pos­mo­der­ni­dad, las bom­bas empie­zan a caer cuan­do han falla­do los sím­bo­los (Luis Brit­to, Edi­to­rial arte y lite­ra­tu­ra, 2005) . En el caso de Cuba, que cier­tos sec­to­res del poder impe­rial en Esta­dos Uni­dos hayan deci­di­do dejar de insis­tir en las bom­bas, aun­que reco­no­ci­mien­to al fra­ca­so de la vio­len­cia físi­ca para derro­car la Revo­lu­ción, es tam­bién resul­ta­do de la cer­te­za de que hoy pue­den lograr el mis­mo pro­pó­si­to con la vio­len­cia cultural.

La mejor arma de domi­na­ción y con­quis­ta en la his­to­ria siem­pre ha sido la cul­tu­ra. Ori­gi­nal­men­te lle­ga­da des­pués, o jun­to, a la con­quis­ta de las armas, acom­pa­ñó al con­quis­ta­dor espa­ñol, con la cruz en la mano, a la lar­ga mucho más efec­ti­va para ase­gu­rar la hege­mo­nía que el arcabuz.

Una repú­bli­ca frus­tra­da, resul­ta­do del encon­tro­na­zo entre una nacio­na­li­dad cris­ta­li­za­da en la mani­gua cuba­na por déca­das de lucha y la inter­ven­ción reco­lo­ni­zan­te de la poten­cia impe­rial emer­gen­te de los Esta­dos Uni­dos, no podía ser cir­cuns­tan­cia social favo­re­ce­do­ra del desa­rro­llo armó­ni­co de una cul­tu­ra nacio­nal. Todo el siglo XVIII y XIX fue tes­ti­mo­nio de un cre­cien­te sen­ti­do de cul­tu­ra pro­pia, pime­ro crio­lla y lue­go cuba­na, que fue gra­dual­men­te abar­can­do todas sus dimen­sio­nes: artís­ti­ca, lite­ra­ria, cien­tí­fi­ca. Más aún, ese sen­ti­do cre­cien­te de empe­ño inte­lec­tual pro­pio se for­jó sobre la cer­te­za de que una Cuba inde­pen­dien­te sería no sólo con­di­ción nece­sa­ria, sino sufi­cien­te, para el flo­re­ci­mien­to de la cul­tu­ra que sería base de una socie­dad edu­ca­da en la vir­tud. Todo ello se frus­tró con la inter­ven­ción reco­lo­ni­za­do­ra. Las con­se­cuen­cias fue­ron terri­bles. Un com­ple­jo de infe­rio­ri­dad social, civil e inte­lec­tual, sobre todo a par­tir de la segun­da inter­ven­ción nor­te­ame­ri­ca­na, fue pene­tran­do en todos los esta­men­tos de la socie­dad cubana.

La idea de que éra­mos inca­pa­ces de valer­nos por noso­tros mis­mos fue la pre­mi­sa ideo­ló­gi­ca esgri­mi­da por los inter­ven­to­res y sus ama­nuen­ses loca­les, para jus­ti­fi­car la colo­ni­za­ción des­de el nor­te. Ese com­ple­jo en lo polí­ti­co fue tras­la­da­do a los demás ámbi­tos socia­les, inclu­yen­do la cul­tu­ra. La edu­ca­ción públi­ca, cuan­do fue pro­mo­vi­da por los inva­so­res, en par­ti­cu­lar por Magoon en la segun­da inter­ven­ción, se hizo en bue­na medi­da como ins­tru­men­to de pene­tra­ción cul­tu­ral nor­te­ame­ri­ca­ni­zan­te. No sólo se intro­du­jo en las escue­las el man­tra de que la inde­pen­den­cia de Cuba era resul­ta­do del altruis­mo de los Esta­dos Uni­dos de Amé­ri­ca, sino ade­más, que el futu­ro de Cuba esta­ba indi­so­lu­ble­men­te liga­do a su supe­di­ta­ción al vecino norteño.

Lo peor no es la visión que de noso­tros tenía el inter­ven­tor, sino que esa pers­pec­ti­va pene­tró en no poca medi­da en la socie­dad insu­lar, aupa­da por la medio bur­gue­sía nacio­nal clien­te­lar de las miga­jas que deja­ba el capi­ta­lis­ta trans­na­cio­nal. Apa­re­ció la idea de que la pros­pe­ri­dad entra­ba por el puer­to o los avio­nes, des­de los Esta­dos Uni­dos, como la tie­rra míti­ca del cuerno de la abun­dan­cia. Jun­to a ello, la con­vic­ción de Amé­ri­ca como con­ti­nen­te vacío, lo cual en la cul­tu­ra afir­ma­ba que siem­pre sería­mos pro­vin­cia­nos, imi­ta­ti­vos, atra­sa­dos y has­ta patéticos.

Todo ello vino acom­pa­ña­do del secues­tro de los sím­bo­los de la nacio­na­li­dad cuba­na, incu­ba­dos dolo­ro­sa­men­te duran­te más de un siglo, pri­me­ro de desa­rro­llo crio­llo y lue­go cubano e insur­gen­te. La ban­de­ra era admi­ra­da como sím­bo­lo supre­mo y demos­tra­ción de que éra­mos una nación inde­pen­dien­te. Pero la pom­po­sa for­ma­li­dad ofi­cial en su uso, era sólo un jue­go de más­ca­ras. En un com­ple­jo, pero no menos cla­ro, pro­pó­si­to de enga­ño, los suce­si­vos gobier­nos genu­fle­xos pre­ten­die­ron hacer de la apro­pia­ción super­fi­cial de la sim­bo­lo­gía de lo nacio­nal, una mane­ra de cana­li­zar el irre­duc­ti­ble ímpe­tu patrió­ti­co hacia cau­ces de este­ri­li­dad no trans­for­ma­do­ra. La idea de que ya no había nada que hacer en tér­mi­nos eman­ci­pa­to­rios, que todo esta­ba hecho, era par­te del men­sa­je que se inten­ta­ba trans­mi­tir detrás del uso fatuo de la ban­de­ra. Lue­go, y de mane­ra cre­cien­te, sobre todo en la corrup­ción y deca­den­cia moral de los gobier­nos autén­ti­cos has­ta Batis­ta, los sím­bo­los patrios fue­ron tor­nán­do­se cada vez más en mer­can­cía o pro­mo­to­res de mercancía.

La mer­can­ti­li­za­ción de la vida en Cuba, espe­cial­men­te en La Haba­na alcan­zó nue­vos nive­les. Con la pro­mo­ción del nego­cio del turis­mo diri­gi­do al ocio más banal y degra­dan­te, los sím­bo­los nacio­na­les no esca­pa­ron de la ola de rela­jo. La tele­vi­sión que comen­za­ba y el anun­cio publi­ci­ta­rio agre­ga­ron el uso de los sím­bo­los cul­tu­ra­les de lo cubano como puro feti­chis­mo pro­mo­tor del con­su­mo. Todo valía en fun­ción de la ganan­cia, en espe­cial de esquil­mar al turis­ta nor­te­ame­ri­cano, ávi­do de engu­llir lo prohi­bi­do en su casa pero per­mi­ti­do en nues­tra tie­rra, cer­ca­na y a la vez exó­ti­ca, vis­ta como paraí­so de peca­do y excesos.

Solo la Revo­lu­ción, cul­mi­na­ción de un lar­go y aza­ro­so pro­ce­so de rege­ne­ra­ción nacio­nal des­de el pue­blo, puso fin a todo eso y recu­pe­ró como arma reden­to­ra de la nación los sím­bo­los de la patria. Rede­fi­nió su fun­ción de sín­te­sis de todo lo que nos hace dis­tin­tos del otro, a la vez que nos une en fun­ción de un des­tino y pro­pó­si­to común basa­do en lo social­men­te eman­ci­pa­dor. En ese últi­mo sen­ti­do, se da, solo posi­ble des­de una revo­lu­ción como la nues­tra, que los sím­bo­los de la nacio­na­li­dad pro­pia se tor­nan para noso­tros mis­mos en recor­da­to­rio de lo uni­ver­sa­li­za­dor de nues­tra ges­ta. La ban­de­ra no es plas­ma­ción sim­bó­li­ca de cho­vi­nis­mo o arro­gan­cia impe­rial, supe­rio­ri­dad cul­tu­ral, feti­chis­mo con­su­mis­ta, sino recor­da­ción de un deber de jus­ti­cia social y humil­dad, que va más allá de la geo­gra­fía nacio­nal para estar en todo rin­cón del pla­ne­ta don­de haya un revo­lu­cio­na­rio cubano o no que lle­ve por den­tro la ense­ña de la isla redentora.

La ban­de­ra aho­ra acom­pa­ña la fir­ma de la refor­ma agra­ria, al alfa­be­ti­za­dor lo mis­mo en el cam­po cubano que en el nica­ra­güen­se, en el ango­lano, en el vene­zo­lano; al pue­blo sol­da­do lo mis­mo en Girón que en Boli­via, Arge­lia, el Con­go, Ango­la, Etio­pía; al médi­co lo mis­mo en cual­quier rin­cón del país que en Gua­te­ma­la, Boli­via, Ecua­dor, Mozam­bi­que, Sudá­fri­ca, Sie­rra Leo­na; al depor­tis­ta lo mis­mo en el Pedro Marre­ro o el Lati­no­ame­ri­cano que en San Juan, Mon­treal, Mos­cú, Madrid, Ate­nas, Londres.

Toda esa his­to­ria vie­ne a la men­te al ver la tris­te mane­ra en que se usó la ban­de­ra sobre el cuer­po de bai­la­ri­nas para reci­bir al pri­mer cru­ce­ro nor­te­ame­ri­cano lle­ga­do a Cuba des­de hace mucho tiempo.

Pero más allá de lo anec­dó­ti­co del hecho en sí, lo que debe lle­var­nos a refle­xio­nar es, en que medi­da este suce­so es refle­jo de un mal más pro­fun­do, que silen­cio­sa­men­te hemos ido incu­ban­do des­de aden­tro y hoy se sien­te con sufi­cien­te fuer­za para mos­trar la cara. Per­fu­mes con nom­bres de Celia, Ale­jan­dro, Chá­vez o el Che; una pro­li­fe­ra­ción en esta­ble­ci­mien­tos de ven­ta en divi­sas o del sec­tor turís­ti­co, de mode­los de publi­ci­dad que recuer­dan esos empe­ños de aso­ciar los sím­bo­los de lo cubano con la mer­can­ti­li­za­ción y la mer­ca­chi­fle­ría. Nin­guno de esos ejem­plos nacie­ron huér­fa­nos, fue­ron dise­ña­dos, apro­ba­dos o acep­ta­dos por per­so­nas con poder de deci­sión empre­sa­rial, admi­nis­tra­ti­va o polí­ti­ca. Son refle­jo de la emer­gen­cia de acto­res socia­les con impor­tan­tes lagu­nas cul­tu­ra­les e his­tó­ri­cas, que los con­du­cen a no reba­sar en la apro­pia­ción de la sim­bo­lo­gía nacio­nal, su dimen­sión uti­li­ta­ria mas pue­ril. La reali­dad demues­tra que las caren­cias cul­tu­ra­les en el plano de los valo­res que defien­de la Revo­lu­ción, no se que­dan vacías, son lle­na­das cons­cien­te o incons­cien­te­men­te por una sim­bo­lo­gía aje­na y con­tra­pues­ta a esos mis­mos valo­res. Y en el con­tex­to cubano, las lagu­nas no con­quis­ta­das por la cul­tu­ra revo­lu­cio­na­ria, son lle­na­das con aguas reci­cla­das del neo­au­to­no­mis­mo o el neo­ane­xio­nis­mo.

Con­cep­tua­li­za­do por el Che en El hom­bre y el socia­lis­mo en Cuba y desa­rro­lla­do por otros como Alfre­do Gue­va­ra, la Revo­lu­ción nece­si­ta del revo­lu­cio­na­rio difí­cil, con­tes­ta­ta­rio y a la vez, fiel en la médu­la y cul­to en la expre­sión más cabal del tér­mino, para que su rebel­día resul­te cós­mi­ca y no la del aldeano igno­ran­te del gigan­te de sie­te leguas. El peor enemi­go de la Revo­lu­ción es la entro­ni­za­ción de la medio­cri­dad en los espa­cios de deci­sión polí­ti­ca, admi­nis­tra­ti­va, eco­nó­mi­ca. Per­so­nas sin sen­ti­do del tita­na­je uni­ver­sa­li­za­dor que Fidel de mane­ra per­ma­nen­te le con­fi­rió a la Revo­lu­ción. Debe­mos negar­nos a acep­tar que el des­tino de la Revo­lu­ción más gran­de del ter­cer mun­do sea el nau­fra­gio en las cos­tas de lo cul­tu­ral­men­te estéril.

En dema­sia­das oca­sio­nes se pro­mue­ve a per­so­nas a espa­cios de deci­sión que des­con­fían de la mira­da cul­ta, de la nece­si­dad de la refle­xión pau­sa­da, del espa­cio para el pen­sa­mien­to. A ello no esca­pa la selec­ción de los que diri­gen enti­da­des eco­nó­mi­cas, polí­ti­cas, edu­ca­ti­vas o cul­tu­ra­les con casi nula cul­tu­ra y poco sen­ti­do del diá­lo­go, resul­ta­do de la incom­pren­sión de la com­ple­ji­dad social actual. La bús­que­da del buen admi­nis­tra­dor capaz de ate­ner­se a una dis­ci­pli­na, no nie­ga la nece­si­dad del diri­gen­te capaz y cul­to que logra con­du­cir pro­ce­sos com­ple­jos y dise­ñar e imple­men­tar res­pues­tas ade­cua­das, fru­tos de su pen­sa­mien­to. Si pro­mo­ve­mos la incul­tu­ra, no pode­mos lue­go escan­da­li­za­mos cuan­do se le ocu­rre dise­ñar o apro­bar mani­fes­ta­cio­nes vul­ga­res y sie­te­me­si­nas de iden­ti­dad nacio­nal o de lo revolucionario.

Debe­mos enten­der ade­más que la lucha con­tra la corrup­ción eco­nó­mi­ca comien­za en pri­mer lugar por una bata­lla con­tra la corrup­ción cul­tu­ral. Por la incul­tu­ra entra la vani­dad de creer que el sacri­fi­cio de diri­gir te hace mere­ce­dor de pri­vi­le­gios. Por la incul­tu­ra entra el afán des­me­di­do de lucro, de poseer bie­nes mate­ria­les como fin pri­me­ro de la acti­vi­dad humana.

Tene­mos un pro­ble­ma serio en la degra­da­ción de lo polí­ti­co, lo his­tó­ri­co y lo ideo­ló­gi­co como sím­bo­lo cul­tu­ral en todos los gru­pos etá­reos de nues­tra socie­dad. El neo­au­to­no­mis­mo y neo­ane­xio­nis­mo que nun­ca murió, sino bus­có refu­gio duran­te déca­das fue­ra del país, hoy sien­te que comien­za a lle­gar su hora. La hora de su ofen­si­va cul­tu­ral, con la rees­cri­tu­ra de la his­to­ria, la invo­ca­ción de la nos­tal­gia, con el des­en­te­rrar de la men­ta­li­dad de inuti­li­dad nacio­nal, del fata­lis­mo fren­te a la hege­mo­nía nor­te­ame­ri­ca­na. Y sien­te que las con­di­cio­nes están dadas para que esa ofen­si­va se haga des­de aden­tro de mane­ra tal, que toda resis­ten­cia sea inú­til. Hoy, los revo­lu­cio­na­rios no esta­mos lle­van­do la ini­cia­ti­va, esta­mos cedien­do terreno en el ima­gi­na­rio social, solo hay que salir a la calle para dar­nos cuen­ta. En esta gue­rra cul­tu­ral, cada espa­cio que es toma­do por la incul­tu­ra colo­ni­zan­te, es una trin­che­ra que aban­do­na­mos para ser ocu­pa­da por el enemi­go. A ello con­tri­bu­ye, cada vez que la entro­ni­za­ción del silen­cio es la res­pues­ta públi­ca a los cues­tio­na­mien­tos argumentados.

El silen­cio tie­ne extra­ñas mane­ras de aullar las ausencias

Algu­nos deci­so­res nues­tros creen revo­lu­cio­na­ria la prác­ti­ca de imi­tar a Dorian Gray y creen nece­sa­rio mos­trar al públi­co una fal­sa belle­za, a sabien­das de que detrás de la puer­ta, un cua­dro más real refle­ja las cica­tri­ces nece­sa­rias o no, de la prác­ti­ca de la auto­ri­dad. Fren­te a la pre­ten­sión enemi­ga de mos­trar una ima­gen fal­si­fi­ca­da del ejer­ci­cio del poder revo­lu­cio­na­rio por más de cin­co déca­das, no hay mejor res­pues­ta que no sen­tir angus­tia de ense­ñar el cur­ti­do ros­tro del vete­rano com­ba­tien­te y estar dis­pues­to a deba­tir cada una de sus mar­cas, erra­das o no, todas tes­ti­gos de su entre­ga heroi­ca. Al fin y al cabo, no serán esas las últi­mas hue­llas en su tesi­tu­ra: la Revo­lu­ción esta­rá viva mien­tras su ros­tro siga refle­jan­do el paso del tiempo.

En la eta­pa actual de la Revo­lu­ción, la bata­lla por el triun­fo se plan­tea con­tra tirios y tro­ya­nos: tan­to hacia afue­ra con­tra las fuer­zas impe­ria­lis­tas, como hacia den­tro con­tra los repre­sen­tan­tes de la incul­tu­ra esté­ril y colo­ni­za­da. La pri­me­ra se segui­rá opo­nien­do a la tras­cen­den­cia de la Revo­lu­ción cuba­na con todas sus fuer­zas, la segun­da no entien­de qué es tras­cen­der. Ambas bata­llas no pue­den ni deben ser elu­di­das. No olvi­de­mos las ense­ñan­zas de la his­to­ria, fue esa cos­tra incul­ta la que trai­cio­nó a la Unión Sovié­ti­ca cuan­do esta se cons­ti­tu­yó en freno a su des­me­di­da ambi­ción aldeana.

Hemos ido incu­ban­do duran­te años una peque­ña pro­to­bur­gue­sía pro­pia, here­de­ra de aque­lla clien­te­lar con alma enana. Hoy ella sien­te menos ver­güen­za en mos­trar­se públi­ca­men­te posan­do para fotos en pasa­re­las de modas impor­ta­das y exclu­yen­tes, fre­cuen­tan­do espa­cios socia­les hechos exclu­si­vos a razón de su carác­ter eco­nó­mi­ca­men­te inal­can­za­ble para el res­to. Res­ca­tan­do para sí y sus fami­lias modos de vida con­su­mis­tas y vacíos. Pro­mo­vien­do su incul­tu­ra eli­tis­ta, su ima­gen de éxi­to, crean­do sus pro­pias tri­bus sociales.

Vien­do los pro­ce­sos de des­me­ren­ga­mien­to del socia­lis­mo euro­peo, la pre­gun­ta sobre cuán­do la pro­to­bur­gue­sía emer­gen­te toma con­cien­cia de sí mis­ma como cla­se y bus­ca aliar­se con la buro­cra­cia no ha sido con­tes­ta­da. Pre­gun­tas como esa no sólo son impor­tan­tes como curio­si­dad aca­dé­mi­ca, son esen­cia­les para abor­tar ame­na­zas y con­ju­rar peli­gros a tiem­po. Hay que tras­cen­der lo des­crip­ti­vo en los estu­dios sobre el fra­ca­so del socia­lis­mo euro­peo, en par­ti­cu­lar el sovié­ti­co, y ahon­dar para lograr perio­di­zar, des­cu­brir diná­mi­cas, enten­der cómo se com­por­ta el tiem­po como varia­ble social. Otras muchas pre­gun­tas de la mis­ma índo­le y miran­do hacia noso­tros mis­mos espe­ran respuestas.

Esta­mos vien­do en el país el paso de una for­ma par­ti­ci­pa­ti­va pero cen­tra­li­za­da y ver­ti­cal­men­te estruc­tu­ra­da de demo­cra­cia, a otras for­mas par­ti­ci­pa­ti­vas des­de lo indi­vi­dual y don­de la cen­tra­li­za­ción ver­ti­cal se debi­li­ta nece­sa­ria­men­te y en cier­tas áreas pasa a ser irre­le­van­te. El fenó­meno, con todas sus aris­tas es sen­ci­lla­men­te el resul­ta­do obje­ti­vo de un decur­sar social deter­mi­na­do.

Hay que enten­der que las con­se­cuen­cias de ese pro­ce­so de paso a for­mas demo­crá­ti­cas, igual­men­te par­ti­ci­pa­ti­vas pero no ver­ti­ca­les, de toma de deci­sio­nes, ha abier­to la puer­ta a cam­bios impor­tan­tes en las diná­mi­cas polí­ti­cas y socia­les. La pre­ten­sión de impo­ner el silen­cio social a opi­nio­nes con­tra­rias es hoy irrealista.

No ya la opi­nión mino­ri­ta­ria, sino inclu­so la opi­nión éti­ca­men­te recha­za­ble (léa­se en ello, por ejem­plo, pun­tos de vis­tas misó­gi­nos, machis­tas, racis­tas y has­ta neo­fa­cis­tas) pue­de lograr y logran trans­mi­tir­se por el carác­ter des­cen­tra­li­za­do de los meca­nis­mos digi­ta­les de divul­ga­ción. Estos fenó­me­nos con­du­cen igual­men­te a la des­je­rar­qui­za­ción de la infor­ma­ción y los medios. Si en la opi­nión públi­ca, la vera­ci­dad y cali­dad de una infor­ma­ción se daba no sólo por su pre­sen­cia en los cana­les apro­ba­dos como la radio y la tele­vi­sión, sino ade­más por la ausen­cia social de la otra infor­ma­ción, hoy, en bue­na medi­da, una infor­ma­ción no se cali­fi­ca de cali­dad solo por su pre­sen­cia en los medios ofi­cia­les (por el con­tra­rio, para cier­tos sec­to­res socia­les, la pre­sen­cia de una infor­ma­ción en medios ofi­cia­les la hace de por sí sos­pe­cho­sa). Los medios de comu­ni­ca­ción has­ta ayer con­si­de­ra­dos mar­gi­na­les, cada vez se vuel­ven más cen­tra­les. Las con­se­cuen­cias de todo esto aún no las apre­cia­mos en todo su alcance.

El enemi­go, en su gue­rra de sím­bo­los, apues­ta a nues­tra len­ti­tud en reac­cio­nar fren­te a las nue­vas diná­mi­cas. Ellas, sien­do irre­ver­si­bles, le plan­tean a las cien­cias socia­les, como sus­ten­to de las deci­sio­nes polí­ti­cas, retos en sus inves­ti­ga­cio­nes bási­cas o fun­da­men­ta­les. Es evi­den­te que la super­vi­ven­cia de nues­tro pro­yec­to social pasa por encon­trar for­mas de estruc­tu­rar, den­tro de las rela­cio­nes de pro­duc­ción socia­lis­ta, una super­es­truc­tu­ra que asi­mi­le estas for­mas par­ti­ci­pa­ti­vas no ver­ti­ca­les, como for­mas tam­bién fun­da­men­ta­les de una demo­cra­cia real­men­te des­te­rra­do­ra de la ena­je­na­ción huma­na. Alie­na­ción que aún se da en bue­na medi­da en nues­tra socie­dad por ser here­da­da en pri­mer lugar de las prác­ti­cas del ejer­ci­cio del poder en el capi­ta­lis­mo, pero tam­bién fer­ti­li­za­das des­de nues­tras pro­pias caren­cias actuales.

Caren­cias cul­tu­ra­les tene­mos en muchos ámbi­tos esen­cia­les de la socie­dad. Estas caren­cias con­du­cen, en oca­sio­nes, por ejem­plo, al mime­tis­mo en nues­tra tele­vi­sión, radio y medios digi­ta­les de lo que vemos rea­li­za­do por los cen­tros de poder impe­rial capi­ta­lis­ta y su indus­tria de pro­duc­ción de sím­bo­los. Si la tele­vi­sión bom­bar­dea des­de los pro­duc­tos tele­vi­si­vos nor­te­ame­ri­ca­nos, la ima­gen de la ban­de­ra impe­rial, por qué nos asom­bra que pro­li­fe­re su uso en la pobla­ción. No hay espa­cio tele­vi­si­vo nor­te­ame­ri­cano, sea seria­do o fíl­mi­co, que no mues­tre en reite­ra­das oca­sio­nes la ban­de­ra de las barras y las estre­llas como sím­bo­lo pode­ro­so de supe­rio­ri­dad cul­tu­ral. Ello, ade­más, pro­vo­ca la reac­ción erra­da de creer que la res­pues­ta a esa inva­sión es usar las mis­mas armas cul­tu­ra­les para pro­mo­ver la nues­tra. No se dan bata­llas en el terreno esco­gi­do por el enemi­go, es estra­té­gi­co crear nues­tros pro­pios esce­na­rios de gue­rra y obli­gar­los a pelear en ese espa­cio, así hemos lle­ga­do has­ta aquí.

Todo mime­tis­mo cul­tu­ral por defi­ni­ción es colonial

No hay revo­lu­cio­nes por revo­lu­cio­nes, como espe­jo del arte por el arte. La belle­za en este caso no es fin en si mis­ma, sino resul­ta­do de un pro­pó­si­to social eman­ci­pa­dor. Las revo­lu­cio­nes, como el ver­da­de­ro arte, no tie­nen que ser boni­tas, tie­nen que ser libe­ra­do­ras, en eso estri­ba su belle­za. Si un Degas eli­tis­ta podía pre­gun­tar­se retó­ri­ca­men­te que el col­mo sería que el arte se hicie­ra para ser mos­tra­do, las revo­lu­cio­nes no pue­den dar­se ese lujo. Las revo­lu­cio­nes se hacen con todos y para el bien de todos, son por tan­to, bien públi­co.

La Revo­lu­ción vale más que todas nues­tras vani­da­des y egos, que pue­den lle­gar a ser muy grandes.

Más allá del aná­li­sis de nues­tros erro­res pasa­dos y recien­tes, o su fal­sa con­tra­par­te, en el hala­go empa­la­go­so y el abu­so de lo hagio­grá­fi­co, ejer­ci­cios ambos que pue­den tor­nar­se en un rego­deo enfer­mi­zo para unos y una agen­da deli­be­ra­da para otros, los cuba­nos debe­mos enten­der que esta es la Revo­lu­ción que tene­mos, no hay otra y no habrá otra. Si esta pere­ce, nues­tras gene­ra­cio­nes y las que están por venir en un buen tiem­po, no ten­drán una segun­da opor­tu­ni­dad de cons­truir una uto­pía rea­li­za­ble. Es por ello que esta es la Revo­lu­ción que debe­mos defen­der y que tene­mos el deber de defen­der. Defen­der­la des­de la cul­tu­ra en todos los ámbi­tos. Pero debe­mos enten­der que defen­der­la, no es defen­der nues­tras man­que­da­des en nom­bre de ella, sino por el con­tra­rio, des­te­rrar las man­que­da­des que, secues­tran­do su nom­bre, se escon­den a la vis­ta de todos. Enten­der que es des­de ese accio­nar per­ma­nen­te de eman­ci­pa­ción, jus­ti­cia social y carác­ter uni­ver­sa­li­za­dor que tie­ne sen­ti­do un socia­lis­mo prós­pe­ro y sos­te­ni­ble por el que siga valien­do la pena gri­tar: ¡Viva la Revolución!

Ernes­to Esté­vez Rams

1 de julio de 2016

Fuen­te: Cuba­De­ba­te

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