La interseccionalidad aborda cuestiones de gran importancia para cualquiera ‑académico o profano- que esté interesado en cuestiones de justicia social y comprometido con comprender los tipos de causalidad que generan las atroces desigualdades que penetran la sociedad actual. Mis alumnos de la Rutgers University-Netwark ‑especialmente aquellos más finos, que tratan de teorizar vías para comprender, resistir y combatir estas desigualdades- se refieren constantemente, de manera bastante vaga, a cosas (ya sean movimientos, identidades o simplemente ideas) que «interseccionan». Con el fin de evaluar la utilidad de la interseccionalidad como modelo analítico y programa práctico, sin embargo ‑y efectivamente, decidir si puede de hecho denominarse «teoría», como ciertos de sus partidarios insisten- debemos preguntarnos no sólo qué tipo de cuestiones incentiva y remedia, sino también de qué tipo de cuestiones disuade y qué tipo de soluciones hipoteca.
I
Es un procedimiento estándar en las discusiones sobre interseccionalidad citar a importantes precedentes ‑de Sojourner Truth a Anna Julia Cooper, de Alexandra Kollontai a Claudia Jones al Combahee River Collective- pero se tiende a cero a la hora de citar el trabajo de su legítima teorizadora, Kimberlé Crenshaw, quien primero acuñó y explicó el término a finales de la década de 1980. Preocupada por la superación de la situación discriminatoria a la que hacían frente las mujeres trabajadoras negras en General Motors, Crenshaw demostró lo inadecuado de las categorías existentes que señalaban el género y la raza como fundamentos legítimos para la acción, dado que éstos no podían ser movilizados simultáneamente en el caso de un individuo dado: debías ser mujer o no blanca, pero no ambas al mismo tiempo. Crenshaw desarrolló la famosa metáfora del cruce entre dos avenidas, refiriéndose una a la raza y otra al género, para señalar que los accidentes que ocurren en la intersección no pueden ser atribuidos a una sola causa; teniendo que intervenir los dos ejes para que un accidente ocurra (Crenshaw, 1989).
Mientras que el modelo de Crenshaw describe hábilmente la hipótesis de lo que Patricia Hill Collins ha denominado como «matriz de opresiones» (N. del T.: matrix), su bidimensionalidad muestra la limitación para explicar por qué esta matriz existe en un primer lugar (Collins, 1990). ¿Quién creó esas avenidas? ¿Por qué habría cierta gente recorriéndolas? ¿Sobre qué terreno fueron construidas y cuándo? La aplanada y engordada metáfora descarta tales preguntas, y ni mucho menos las responde; que las mujeres negras son trabajadores vendiendo su fuerza de trabajo en el mercado capitalista, donde brota la plusvalía ‑que es el suelo sobre el que se han construido las carreteras- se da por hecho. Mientras que Crenshaw triunfó demostrando que las trabajadoras de General Motors estaban sujetas a una doble discriminación ‑sin duda una consecuencia lógica de considerable valor para las mujeres a las que representaba- su modelo de análisis y enmienda está limitado al plano de la jurisprudencia burguesa. De hecho, como anotó irónicamente Delia Aguilar, la clase ni siquiera era una categoría «procesable» (N. del. T.: en un sentido jurídico – legal) para las trabajadoras en cuestión (Aguilar, 2015, 209).
Las limitaciones explicativas del modelo de Crenshaw –limitaciones, por cierto, de las que ella misma posteriormente ha reconocido ser totalmente consciente– no han prevenido a otras teóricas sociales antirracistas y feministas de añadir la clase social al mix (sic) y proponer la interseccionalidad como un paradigma explicativo inclusivo, capaz de no sólo describir el funcionamiento de las variadas formas de opresión sino también de localizar la raíz de sus causas. Aquí es donde, según mi punto de vista, su utilidad termina, y se convierte de hecho en una barrera cuando nos hacemos preguntas en torno a las razones de la desigualdad –esto es, cuando se pasa al discurso de los «derechos» y de la política institucional, que presuponen la existencia de las relaciones sociales capitalistas1.
II
Género, raza y clase –la «santísima trinidad contemporánea», como las llamó una vez Terry Eagleton (Eagleton, 1986, 82), o la «trilogía», en palabras de Martha Gimenez ¿Cómo correlacionan estas categorías, y qué tipo de paradigma causal se propone cuando se estipula su interacción? (Gimenez, 2001). Estoy dispuesta a conceder la objeción planteada por algunos defensores de la interseccionalidad de que esas categorías no deberían reducirse a «identidades»; que son, como afirma Ange-Marie Hancock, «categorías analíticas» (Hancock, 2011, 51)2. Pero si género, raza y clase son categorías analíticas, ¿de qué tipo lo son? ¿Son medibles o aparentes? ¿Pueden situarse sus roles causales en algún tipo de jerarquía, o son por virtud de sus operaciones «entrelazadas» y simultaneas necesariamente ontológicamente equivalente? ¿Puede abstraerse unas de otras por propósitos de investigación? ¿O como Hester Eisenstein responde en su contribución a este simposio, hay que hablar de todos al mismo tiempo o de ninguno en absoluto?
Cuando respondo estas preguntas, no estoy afirmando que una mujer negra trabajadora de la automoción es negra los lunes y los miércoles, mujer los martes y los jueves, proletaria el viernes y, por si acaso, musulmana el sábado (dejaremos el domingo para otra identidad [N. del T.: selfhood] a su elección]3. Sino que propongo que unos tipos de causas tienen prioridad sobre otros –y además, que mientras que género, raza y clase pueden verse como posiciones subjetivas comprables, requieren de hecho aproximaciones analíticas muy distintas, como apunta Lise Vogel en su contribución a este simposio. Aquí es donde la reivindicación marxista de la superioridad explicativa del análisis de clase entra en el mix, y la distinción entre opresión y explotación se torna crucialmente importante. Opresión, como apunta Greg Meyerson, que es por descontado múltiple y entrecruzada, produciendo experiencias de diverso tipo; pero sus causas no son múltiples sino singulares (Meyerson, 2000). Esto es, que la «raza» no causa el racismo; el género no causa el sexismo. Sino que las formas en que la «raza» y el género han sido históricamente moldeadas por la división del trabajo pueden y deben ser entendidas en el marco explicativo proporcionado por el análisis de clase. De lo contrario, como apunta Eve Mitchell, las categorías para definir tipos de identidad que son por sí mismos producto del trabajo alienado acaban siendo reificadas y, en el proceso, legitimadas (Mitchell, 2013). Además, incluso si la interseccionalidad insiste en que varias categorías analíticas conviven en una persona dada, o en un grupo demográfico, el hecho de que esas categorías fueran originalmente estipuladas sobre la base de la diferencia significa que, como ha observado Himani Bannerji, continúan siendo presas unas de las otras cuando se busca una causalidad en la «disociación» interactiva (Bannerji, 2015, 116). Y una por tanto se pregunta si de hecho han logrado trascender las limitaciones de las identity politics.
III
Una crítica efectiva de las limitaciones de la interseccionalidad gira sobre la formulación de un conocimiento más robusto y materialista de la clase social de lo que habitualmente se hace: la clase no como una posición subjetiva o una identidad, sino el análisis de clase como modo de comprensión estructural. En los escritos de Marx, la «clase» aparece de diversas maneras. En ciertos momenos, como en el capítulo sobre «La jornada de trabajo» del volumen I de El Capital, es una categoría empírica, compuesta por los niños que inhalan el polvo de las fábricas, los hombres que pierden sus dedos en los telares, las mujeres que arrastran barcazas y los esclavos que recolectan algodón bajo un sol abrasador (Marx, 1990, 340 – 416). Toda esta gente está tanto oprimida como explotada. Pero la mayoría de las veces, para Marx, la clase es una relación, una relación social de producción; por eso puede hablar de la mercancía y de su particular identidad como conjunción de valor de uso y valor de cambio, como encarnación del antagonismo irreconciliable de clase. Afirmar la prioridad del análisis de clase no es reivindicar al trabajador como más importante que el ama de casa, o menos que una trabajadora se piense prioritariamente a sí misma como trabajadora; en efecto, basándose en su experiencia personal de maltrato de pareja o de brutalidad policial, bien podría pensarse as sí misma más como mujer o como negra. Se trata más bien de proponer que por las formas en que la actividad humana productiva es organizada –y, en una sociedad de clases, la masa de población es forzosamente dividida en varias categorías con el fin de asegurar que la mayoría trabajarán en beneficio de unos pocos– esta organización de clase constituye la principal cuestión a ser investigada si queremos entender las raíces de la desigualdad social. Decir esto no es «reducir» el género o la «raza» a la clase como formas de opresión, o tratar a la «raza» o el género como epifenómenos. Es más bien insistir que la distinción entre explotación y opresión hace posible una comprensión de las raíces materiales de distintos tipos de opresión. Es también plantear que el «clasismo» es un concepto profundamente errado, desde que –en un extraño giro de «reduccionismo de clase»– este término reduce la clase a un conjunto de actitudes de prejuicio basadas en falsas oposiciones binarias, equivalente a las ideologías como el racismo y el sexismo. Como marxista, digo que necesitamos una mayor antipatía de clase y no una menor, en el momento en que las oposiciones binarias que constituyen el antagonismo de clase enraízan no en la ideología sino en la realidad.
Para concluir, secundaré la sugerencia de Victor Wallis de que la interseccionalidad, más que proporcionar de un marco analítico para comprender la realidad social actual, puede ser vista más útilmente como un síntoma de los tiempos en los que ésta ha tomado protagonismo (Wallis, 2015). Estos tiempos –retrotrayéndonos a varias décadas atrás– han estado marcados por varios desarrollos interrelacionados. Uno es la derrota histórica planetaria (aunque en un largo periodo) de los movimientos para alcanzar y consolidar sociedades igualitarias dirigidas por los trabajadores, principalmente en China y la URSS. Otro –apenas independiente del primero– es el asalto neoliberal sobre las condiciones de vida de los trabajadores a lo largo del mundo, así como sobre los sindicatos que históricamente han proporcionado una base para la resistencia de clase al capital. La expansión de un régimen de acumulación flexible (Harvey, 1990, 141 – 72), que fragmenta la fuerza trabajo en la economía informal (gig economy) de diversos tipos, que ha acompañado y consolidado este asalto neoliberal. De algunas décadas a aquí, unas manifestación política de estas circunstancias económicas alteraldas ha sido la aparición de los «Nuevos Movimientos Sociales» planteando la necesidad de coaliciones plurales alrededor de una serie de movimientos de reforma no en términos de clase, en vez de la resistencia al capitalismo. Ha sido central en todos estos desarrollos la «retirada de clase» (retreat from class), formulada por Ellen Meiksins Wood (Wood, 1986); en círculos académicos, esto se ha reflejado en los ataques al marxismo como narrativa reduccionista de clase que debe ser complementada por una amplia gama de metodologías alternativas.
Desde hace tiempo estos y otros fenómenos constituyen el aire ideológico que respiramos; y la interseccionalidad es de diversas maneras la mediación conceptual de esta matriz económica y política. Aquellos de mis estudiantes que miran a la interseccionalidad para una comprensión de las causas de las desigualdades sociales que se amplian más intensamente cada día aquí y a lo largo del mundo, harían bastante mejor en buscar el remedio y el análisis en un marxismo revolucionario antirracista, antisexista e internacionalista. Un marxismo que conciba la transformación comunista de la sociedad en un futuro no muy distante.
Barbara Foley
[Publicado originalmente en el simposio sobre intereseccionalidad incluido en Science & Society: A Journal of Marxist Thought and Analysis, vol. 82, nº 2, April 2018. Traducido por Agintea Hausten]
Referencias bibliográficas
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Eagleton, Terry. 1986. Against the Grain: Selected Essays 1975 – 1985. London: Verso.
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Mitchell, Eve. 2013. «I Am a Woman and a Human: A Marxist Feminist Critique of Intersectionality Theory.» http://gatheringforces.org/2013/09/12/i‑am-awoman-and-a-human-a-marxist-feminist-critique-of-intersectionality-theory
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Wood, Ellen Meiksins. 1986. The Retreat from Class: A New «True» Socialism. London: Verso.
- En lo sucesivo, omitiré la discusión sobre otros vectores de opresión en ocasiones invocados en las discusiones sobre interseccionalidad: sexualidad, edad, discapacidad, etc. No porque no las vea como integrantes de la «matriz de opresiones» sino porque es la propia relación entre una matriz de opresiones y la explotación de clase lo que deseo examinar críticamente.
- Como marxista soy hipersensible a la falsa afirmación de que el marxismo es un determinismo económico. Me inclino por conceder a los partidarios de la interseccionalidad la cortesía de no acusar inmediatamente a todos ellos de reduccionismo culturalista, y en su lugar tomaré seriamente algunas de sus críticas al multiculturalismo y las identity politics como estáticos y hegemónicos.
- Para una versión de esta inteligente formulación estoy en deuda con Kathryn Russell (Russell, 2007).