Si de verdad los músicos quisieran aliviar las penurias del pueblo venezolano, tendrían que cantar el próximo viernes 22 a favor de que el gobierno de Estados Unidos levante las sanciones impuestas contra Caracas y de que los venezolanos diriman sus problemas en casa sin intromisiones externas.
La alianza del multimillonario británico Richard Branson y los empresarios colombianos Ricardo Leyva y Bruno Ocampo, en torno al concierto Ayuda y Libertad (Venezuela Aid Live), señalado para el viernes 22 de febrero en Cúcuta, tendría las trazas de una gigantesca operación de mercadotecnia si no fuera porque representa el prólogo de una probable provocación de marca mayor que pudiera desembocar en un grave conflicto internacional, al intentar introducir poco después en Venezuela, por la fuerza y sin la venia del país receptor, un cargamento de mercancías y bienes bajo el pretexto de ayuda humanitaria.
Branson es un hombre de negocios, creador de la marca Virgin, que abarca desde el transporte aéreo a la producción de discos. Su patrimonio se calcula en 5 000 millones de dólares. El mejor producto suyo es él mismo, al blasonar de ser el ejecutivo más amigable, el usuario más fiel a Twitter en Gran Bretaña y la persona más seguida en Linkedin. Cada acción suya de interés social, va acompañada de una aureola propagandística exacerbada, como cuando decidió que los 170 empleados de la casa matriz tomaran vacaciones a gusto siempre que cumplan con sus tareas –beneficio jamás extendido a los 50.000 trabajadores de sus 400 empresas – , o cuando auspició un centro de orientación sobre aborto y sexualidad para jóvenes, o lanzó la iniciativa Virgin Earth Challenge a fin de hallar soluciones para reducir la emisión de gases tóxicos.
Nadie se llame a engaño: Branson es un tiburón empresarial de nuevo cuño. A un corresponsal español en Londres, dijo en 2011: «Tenemos que “reinventar” el capitalismo, al que sigo considerando como el mejor de los sistemas. Creo realmente que el capitalismo ha ayudado a mucha gente a mejorar sus vidas, lo que ocurre es que en los últimos tiempos ha perdido el camino». Fue el año en que inauguró un aeropuerto espacial en un árido paraje de Nuevo México y comenzó a vender boletos para futuros viajes al cosmos a razón de 200.000 dólares por cabeza.
Leyva y Ocampo, uno en el ámbito de la publicidad y el otro en el del transporte, tienen en Branson una referencia para multiplicar los dividendos de sus carteras de negocios y encuentran bajo su sombrilla una posibilidad de ocupar un primer plano en la vida social doméstica colombiana.
Branson y sus émulos sudamericanos estarán en Cúcuta animando a los artistas convocados para el concierto. Por ahí tropezarán con el mandatario chileno Sebastián Piñera, derechista hasta los tuétanos, quien en un tuit comprometió a su anfitrión el presidente colombiano Iván Duque:
«Venezuela y su pueblo necesitan apoyo internacional para recuperar su libertad y democracia. Con el presidente Iván Duque estaremos este viernes en Cúcuta entregando ayuda humanitaria a quienes llevan años sufriendo crisis causada por la dictadura», escribió en su cuenta.
Marco Rubio protagoniza los compases previos al evento. Ya estuvo en el teatro de los acontecimientos. Su odio contra Venezuela se manifiesta como una enfermedad. Vocifera y amenaza: «Sé que la democracia va a regresar a Venezuela, lo único es que ahora hay que ver si será con la cooperación de algunos de los que están en el gobierno o si ellos también van a pasar el resto de sus vidas como presos o fugitivos», dijo el último domingo quien ha sido mandatado por Trump para forzar el pulso en la frontera colombo-venezolana.
Trump alabó a su exrival: «Yo escucho mucho al senador Rubio en lo relativo a Venezuela, es un tema muy cercano para él», confesó a inicios de febrero el inquilino de la Casa Blanca. Rubio fue recíproco: «Si Estados Unidos actúa militarmente en cualquier parte del mundo, se enterarán de ello», apostilló con la mirada puesta en Venezuela.
En septiembre pasado, Rubio se pasó de rosca, al incitar actos de hostigamiento contra el empresario gastronómico turco Nusret Gokce por haber invitado al presidente Nicolás Maduro a cenar en uno de sus establecimientos en Estambul. Rubio tuiteó con rabia a sus conciudadanos para que boicotearan el restaurante Nust-Et Steakhouse, que Gokce abrió en Miami.
Al senador no le interesa la música, solo derrocar a como sea al gobierno de Caracas. No sé si los músicos convocados están conscientes de esto. Todos son estrellas mediáticas; buenos, regulares y malos. Mediocres que pasan por buenos y buenos que se han dejado arrastrar por la ilusión de ayudar a una causa viciada en su origen, pues para nadie es un secreto que la injerencia de la administración norteamericana se halla en las antípodas de la gestión humanitaria. El diario Washington Examiner reportó el 15 de febrero el despliegue al este de la Florida del portaviones Abraham Lincoln, un crucero misilístico y cuatro destructores, «una fuerza –afirma la nota– que pudiera dirigirse a Colombia antes del 23 de febrero».
Si de verdad los músicos quisieran aliviar las penurias del pueblo venezolano, tendrían que cantar a favor de que el gobierno de Estados Unidos levante las sanciones impuestas contra Caracas y de que los venezolanos diriman sus problemas en casa sin intromisiones externas. ¿Cien millones de dólares dice Branson que recaudarán? De mucho más dispondría el pueblo venezolano de revertirse el efecto de las sanciones de Estados Unidos cuyo costo se calcula en 38.000 millones de dólares, según el crédito de una información divulgada por la cadena televisual privada Globovisión.
Frente al concierto de Branson y compañía, habrá otro en el Puente Internacional Simón Bolívar, emplazado en la frontera colombo-venezolana el viernes 22 y sábado 23 de febrero, el cual contará con la participación de numerosos artistas nacionales e internacionales en respaldo a la democracia venezolana, anunció el ministro de Comunicación e Información del Gobierno bolivariano, Jorge Rodríguez.
Alguien podría recordar a Branson sus declaraciones a la revista mexicana Quién el 21 de noviembre de 2014: «Mis padres me enseñaron, desde niño, a no juzgar. Si yo comentaba algo negativo de alguien, me llevaban al espejo para que me viera y empezara por mí. Esto me inculcó respeto hacia los demás desde muy temprana edad y es algo que les agradezco mucho». En el caso de Venezuela, debía aplicarse a sí mismo tal lección.
Pedro de la Hoz
19 de febrero de 2019