Argentina. En defensa del hospital público y la salud pública

Argen­ti­na. En defen­sa del hos­pi­tal públi­co y la salud pública

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Por Nés­tor Kohan* /​Resu­men Latinoamericano/​22 de mar­zo 2020 .-

[En la foto, el médi­co comu­nis­ta Abraham Isaías Kohan en La Haba­na]

Toda­vía nues­tro pue­blo tie­ne un reser­vo­rio de valo­res inmu­ne a prue­bas de pan­de­mias, bom­bar­deos, eco­no­mis­tas delin­cuen­tes y ata­ques sistemáticos

El Hos­pi­tal de Clí­ni­cas «José de San Mar­tín», situa­do en Bue­nos Aires, tie­ne sus orí­ge­nes a fines del siglo XIX, aun­que fue remo­de­la­do en 1949 y se tras­la­dó a su sede actual en 1962. En Argen­ti­na este hos­pi­tal-escue­la es “el sím­bo­lo” de la salud públi­ca. Al depen­der direc­ta­men­te de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Aires (UBA, públi­ca y gra­tui­ta), reci­bió abso­lu­ta­men­te todos los pro­yec­ti­les que dis­tin­tas dic­ta­du­ras cívi­co-mili­ta­res y diver­sos equi­pos eco­nó­mi­cos neo­li­be­ra­les dis­pa­ra­ron con­tra la salud públi­ca y la edu­ca­ción públi­ca en Argen­ti­na. En el caso espe­cí­fi­co de este hos­pi­tal, ambas ins­tan­cias han ido siem­pre de la mano.

La vie­jí­si­ma y apo­li­lla­da can­ti­ne­la que con­ci­be a la salud públi­ca y la edu­ca­ción públi­ca como “gas­tos” y, por lo tan­to, como “défi­cits” en las frías colum­nas del “debe” y el “haber”, sir­vió de pre­tex­to para que “el Clí­ni­cas” se cons­ti­tu­ye­ra en tiro al blan­co de vul­ga­res con­ta­dor­zue­los y admi­nis­tra­do­res de empre­sas (sin cono­ci­mien­tos médi­cos) que han des­fi­la­do por su direc­ción, así como por las secre­ta­rías y minis­te­rios de salud.

Si el prin­ci­pal dog­ma de la eco­no­mía “neo­clá­si­ca” (que acu­mu­la fra­ca­sos tras fra­ca­sos como el peor alumno de la his­to­ria) pos­tu­la que para bajar la infla­ción y esta­bi­li­zar los balan­ces hay que dis­mi­nuir sala­rios, ava­sa­llar dere­chos esen­cia­les y redu­cir el “défi­cit fis­cal”, enton­ces eso expli­ca que el ata­que feroz e indi­si­mu­la­do con­tra el hos­pi­tal públi­co (y en el caso espe­cí­fi­co del Clí­ni­cas = hos­pi­tal de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Aires) haya sido des­de hace como míni­mo medio siglo el ‘leit­mo­tiv’ de todos los gol­pes de Esta­do y de cual­quier ven­trí­lo­cuo crio­llo de Mil­ton Fried­man, Frie­drich von Hayek, Lud­wig von Mises y otros cri­mi­na­les (neo­li­be­ra­les) de guerra.

No obs­tan­te, catás­tro­fes y emer­gen­cias sani­ta­rias varias, el ata­que terro­ris­ta a la AMIA (Aso­cia­ción Mutual Israe­li­ta Argen­ti­na, a pocas cua­dras del Hos­pi­tal de Clí­ni­cas) y aho­ra la pan­de­mia del coro­na­vi­rus (COVID-19) hacen que, para­do­jas de la his­to­ria median­te, siem­pre se ter­mi­ne recu­rrien­do a la ayu­da del Hos­pi­tal de Clí­ni­cas como ins­ti­tu­ción “mila­gro­sa y sal­va­do­ra”. Nun­ca falla.

En lo per­so­nal me tocó tran­si­tar­lo des­de los 13 años, cuan­do comen­cé la escue­la secun­da­ria. Allí visi­ta­ba a mi padre, ya que no vivía­mos jun­tos. Fue mi “segun­da casa” duran­te déca­das. Mi vie­jo tra­ba­jó en esta ins­ti­tu­ción hos­pi­ta­la­ria dece­nas de años, en el ter­cer piso don­de está el Ser­vi­cio de Hemo­te­ra­pia. Ya de niño, deam­bu­la­ba entre sus ami­gos médi­cos, des­de el míti­co jefe de mi padre, el doc­tor Juan Mar­let­ta (quien ayu­dó a sal­var­le la vida cuan­do los mili­ta­res lo ame­na­za­ron de muer­te y tuvo que huir en 1976) inclu­yen­do bio­quí­mi­cos, médi­cos, su secre­ta­ria Hay­dée (una espe­cie de abue­la para mí) y varias gene­ra­cio­nes de téc­ni­cos. Has­ta cuan­do me lle­va­ron pre­so por diri­gir el cen­tro de estu­dian­tes de la secun­da­ria, ¿qué núme­ro mar­qué al hacer la úni­ca lla­ma­da que per­mi­tían en la comi­sa­ría? ¡El del Hos­pi­tal de Clí­ni­cas! Mi padre vivía allí. Era su segun­do hogar. Le dio su vida entera.

Cuan­do falle­ció, lue­go de cre­mar­lo, ¿qué hacer con sus res­tos? Lo más lógi­co era dejar­lo en el lugar que él más ama­ba. Obvia­men­te fue­ron los jar­din­ci­tos y esca­sos pas­ti­tos, siem­pre reci­cla­dos, del Hos­pi­tal de Clí­ni­cas. Allí que­dó mi padre jun­to con los mejo­res años de su vida. Hice un docu­men­tal arte­sa­nal sobre sus pro­yec­tos y tareas hos­pi­ta­la­rias, inclu­yen­do car­tas de las fami­lias de los bebés recién naci­dos a los que le sal­vó la vida con sus trans­fu­sio­nes: «San­gre roja» (https://​lahai​ne​.org/​c​A7A), subi­do a VIMEO y YOUTUBE. Allí mi padre habla­ba a la cáma­ra des­de su des­pa­cho, los pasi­llos del hos­pi­tal y las míti­cas esca­le­ras. La his­to­ria de las pri­me­ras trans­fu­sio­nes, el papel de la medi­ci­na sani­ta­ria y la salud públi­ca. Recor­da­ba sus vie­jas amis­ta­des, des­de el vie­jo doc­tor Juan Mar­let­ta has­ta el coci­ne­ro del hos­pi­tal, que defen­día, cuchi­llo en mano, la car­ne de la coci­na para que nadie se la roba­ra y lle­ga­ra como ali­men­to a los pacien­tes. Mil anéc­do­tas. Mil historias.

Pen­sé que jamás vol­ve­ría a pisar ese edi­fi­cio hos­pi­ta­la­rio. Supu­se que que­da­ría sólo en el recuer­do, jun­to con las anéc­do­tas de mi madre enfer­me­ra e ins­tru­men­ta­do­ra qui­rúr­gi­ca, que de joven siem­pre tra­ba­jó en hos­pi­ta­les públi­cos has­ta que se dedi­có a la biblio­te­co­lo­gía en escue­las mar­gi­na­les y rurales.

Sin embar­go, “la vida te da sor­pre­sas, sor­pre­sas te la vida”, dice la can­ción. Un cán­cer que, según me dijo una ciru­ja­na, hizo metás­ta­sis, me obli­gó, casi de casua­li­dad, a vol­ver al Hos­pi­tal de Clí­ni­cas. Otra vez a tran­si­tar las infi­ni­tas esca­le­ras y los labe­rin­tos, otra vez los pasi­llos en penum­bras, nue­va­men­te los vie­jos y des­ven­ci­ja­dos asien­tos de made­ra. Pero aho­ra “del otro lado”, como pacien­te. Pasé meses hacien­do aná­li­sis y trá­mi­tes, en Endo­cri­no­lo­gía y Diag­nós­ti­co con imá­ge­nes, en Hemo­te­ra­pia, en Labo­ra­to­rio, en Ana­to­mía pato­ló­gi­ca has­ta que lle­gué… al quirófano.

En esos meses vi des­fi­lar con resig­na­ción y tris­te­za toda la gen­te humil­de de la que me habla­ba siem­pre mi papá, indig­na­do. ¡Pero peor que antes! La pobre­za cre­cien­te de nues­tro país y de nues­tra socie­dad. Inclu­so una seño­ra anal­fa­be­ta a la que le tuve que leer el pape­li­to que le indi­ca­ron por­que no enten­día. La des­truc­ción (pla­ni­fi­ca­da) de un pro­yec­to inde­pen­dien­te de nación y el cas­ti­go sin pie­dad de su pue­blo. En esos vie­jos ban­cos de made­ra de medio siglo, des­tar­ta­la­dos, me leí libros ente­ros. Ante cada visi­ta me iba con una biblio­te­ca en la espal­da, car­ga­da en la mochi­la. Esos libros y cua­der­nos me ayu­da­ban a no pen­sar dema­sia­do y a no tener mie­do. Cuan­do en las lar­gas filas la gen­te se des­con­tro­la­ba por el tiem­po de espe­ra, se eno­ja­ba y se pelea­ba, yo repe­tía lo que me ense­ñó mi padre: “Por favor ten­ga pacien­cia, no con­fun­da el lujo de una bue­na hote­le­ría con un buen hos­pi­tal y una bue­na medicina”.

Y lle­gó la ope­ra­ción. ¡Al fin! Me pasó un tren por enci­ma. ¡Jus­to en medio de la pan­de­mia del coro­na­vi­rus, los bar­bi­jos y el alcohol, el temor gene­ra­li­za­do de la gen­te, el cui­da­do de no tocar nada y que abso­lu­ta­men­te nada se caye­ra al sue­lo para no contagiarse!

Si el pre­si­den­te defi­nió al coro­na­vi­rus como “un enemi­go invi­si­ble”, a mí me aten­die­ron y cui­da­ron varios ejér­ci­tos visi­bles, con guar­da­pol­vos blan­cos, azu­les, etc. Des­de el equi­po de ciru­ja­nos y ciru­ja­nas, enfer­me­ras y enfer­me­ros, labo­ra­to­ris­tas, el equi­po de endo­cri­no­lo­gía has­ta el com­pa­ñe­ro que cada maña­na, 6 AM en pun­to (con su espo­sa emba­ra­za­da y dos niños de 2 y 4 años), lle­na­ba el piso de la habi­ta­ción con lavan­di­na para com­ba­tir ese virus pro­pio de una pesa­di­lla futu­ris­ta que cada día se pare­ce más a una gue­rra biológica.

A lo lar­go de los años, en cada cla­se en la UBA, siem­pre fui tor­pe para rete­ner nom­bres y ape­lli­dos. Pero al menos no me quie­ro olvi­dar de nom­brar en este agra­de­ci­mien­to colec­ti­vo al dr. Gabriel Damiano (el ciru­jano que me ope­ró), a las dras. ciru­ja­nas Sole­dad Cue­to y Lau­ra Pico­lle­ti (que lo ayu­da­ron como par­te de su equi­po). A la dra. Andrea Qui­ro­ga. A la anes­te­sió­lo­ga (nun­ca supe su nom­bre) y la can­ti­dad enor­me de gen­te que cola­bo­ró en la ope­ra­ción. Al equi­po de Endo­cri­no­lo­gía: el dr. Fabián Pitoia, a las dras. Móni­ca Sala y Sole­dad Barrio Löwer Danie­la. Al inmen­so equi­po de Enfer­me­ría, gen­te abne­ga­da y pro­fe­sio­nal más que amo­ro­sa, a los cami­lle­ros, a la espe­cia­lis­ta en nutri­ción, a los espe­cia­lis­tas (que no lle­gué a cono­cer per­so­nal­men­te pero que me hicie­ron múl­ti­ples aná­li­sis de Labo­ra­to­rio y Ana­to­mía pato­ló­gi­ca), a las médi­cas de piso Sofía y su cole­ga de Oli­vos (nun­ca supe sus nom­bres com­ple­tos) y por supues­to, a las doc­to­ras Ale­jan­dra Velic­ce, Car­la Cice­ro y a mi ami­ga-her­ma­na Sil­va­na Rodrí­guez, a quien mi padre que­ría como otra hija.

Sin­ce­ra­men­te, impo­si­ble rete­ner todos los nom­bres cuan­do casi no podía hablar, no tenía fuer­zas ni para levan­tar una cucha­ri­ta con gela­ti­na y tenía que ape­lar a la rodi­lla para apre­tar el botón del inodo­ro, por­que con la mano me cos­ta­ba más que una pesa de 50 kilos de un gimnasio.

Me gene­ró muchí­si­ma emo­ción saber que el pue­blo argen­tino aplau­dió a este “ejér­ci­to” de guar­da­pol­vos blan­cos que sal­van coti­dia­na­men­te vidas (¡ponien­do en ries­go la suya!), a pesar del his­tó­ri­co aho­go pre­su­pues­ta­rio, de la fal­ta de insu­mos, de medio siglo de ata­ques sis­te­má­ti­cos con­tra la inves­ti­ga­ción, la medi­ci­na públi­ca y los hos­pi­ta­les-escue­las, de ins­ta­la­cio­nes muchas veces des­trui­das y aban­do­na­das por una men­ta­li­dad comer­cial-empre­sa­rial que pri­vi­le­gia la medi­ci­na pri­va­da en nom­bre de dog­mas mer­can­ti­les, mez­qui­nos, egoís­tas, intere­sa­dos y fun­da­men­tal­men­te fal­sos. Y deci­mos adre­de “fal­sos” por­que los úni­cos pre­mios Nobel que obtu­vo la Argen­ti­na se for­ma­ron en ins­ti­tu­cio­nes públi­cas, nun­ca, jamás pri­va­das. ¿Por qué será?

“Con el des­tino nun­ca se está tran­qui­lo”, dice una cono­ci­da can­ción de Ampa­ra­noia. Con el cán­cer, menos aún… Pero, siga como siga la his­to­ria, y en medio de esta pelí­cu­la dis­tó­pi­ca tan pare­ci­da a una gue­rra bio­ló­gi­ca con­tra los pue­blos, quie­ro expre­sar públi­ca­men­te MI AGRADECIMIENTO TOTAL a esta gen­te entra­ña­ble que en las con­di­cio­nes más difí­ci­les pone en ries­go su pro­pia salud y su pro­pia como­di­dad para sal­var vidas de los demás. ¿Quién dijo que todo está per­di­do? Toda­vía nues­tro pue­blo tie­ne un reser­vo­rio de valo­res inmu­ne a prue­bas de pan­de­mias, bom­bar­deos, eco­no­mis­tas delin­cuen­tes y ata­ques sistemáticos.

¡INFINITAS GRACIAS!

(Creo que des­pués de todo mi padre no esta­ba equivocado).

—-

* Nés­tor Kohan. Pro­fe­sor de la Uni­ver­si­dad de Bue­nos Aires (UBA). Inves­ti­ga­dor Inde­pen­dien­te del Con­se­jo Nacio­nal de Inves­ti­ga­cio­nes Cien­tí­fi­cas y Téc­ni­cas (CONICET).
Bue­nos Aires, Argen­ti­na, 22 de mar­zo de 2020

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