Por Carlos Aznárez, Resumen Latinoamericano, 16 marzo 2020
Cuba es única por miles de razones, pero sobre todo porque ese pueblo y esa Revolución que ya tiene 61 años de digna existencia, ha hecho de la solidaridad una forma de vida. Y eso es precisamente lo que está demostrando por estos días en que el famoso coronavirus ha puesto al mundo patas para arriba y en algunas circunstancias salga a relucir lo peor de los seres humanos acunados por el capitalismo. Para aquellos que ponderan el individualismo y el «sálvese quien pueda», Cuba emerge como un bastión de la construcción solidaria colectiva que no solo cuida a su pueblo sino que tiene resto para acudir en apoyo de quienes se lo reclamen.
Cuba, la de Fidel y Vilma, la del Che y Haydée, la de Raúl y Díaz Canel, vuelve a demostrarnos hasta que punto un Estado revolucionario se cimenta con un pueblo que está dispuesto siempre a dar lo que no le sobra para ayudar al que no tiene o se encuentra en circunstancias difíciles.
Ya se había visto con lujo de detalles cuando los terremotos y catástrofes climatológicas (también producto de la destrucción capitalista del ecosistema) generaban desastres en distintos países. Sin dudarlo, Fidel decidía enviar médicos y equipos de rescatistas para paliar el sufrimiento de los afectados. México, Perú, Pakistán, Haití son algunos de los ejemplos de esa actitud.
Qué se puede decir de la actitud cubana frente a la catástrofe de Chernobil, no solo enviando ayuda sino, en el pico más alto de una actitud solidaria, recibiendo a numerosas víctimas de ese siniestro, afín de curarlas y recuperarlas para una nueva vida. Muchos y muchas de esas personas aún permanecen en la Isla cumpliendo tratamientos sanitarios y psicológicos.
Luego vino la fiebre del Ébola y los miles de africanos y africanas afectados que derivaron en un alto grado de mortalidad. Ningún médico occidental quería sumarse a la misión de socorrer a esos pueblos tan castigados, pero allí estuvieron, otra vez sin dudarlo, las y los facultativos cubanos. Arriesgando sus vidas pero generando lazos de amor con cada paciente, hasta vencer a la enfermedad.
Ahora son tiempos de coronavirus. Desesperados por no poder contener a la nueva peste, pero además exponiendo a la vista de todos una sanidad pública sumamente deficiente y abandonada de la mano estatal, la gran mayoría de los países que se dicen desarrollados o del primer mundo, deben acudir a Cuba buscando dósis de Interferón (medicamento que ayuda a replicar la potencia del virus) y obtener la ayuda necesaria para frenar el avance del contagio masivo.
Si faltaba algo para demostrar de qué valores está munido el pueblo y el gobierno revolucionario cubano, allí están los médicos y medicas de la Isla que ayudaron a sus colegas chinos en paliar la crisis. O el reciente ejemplo de recibir en la costa cubana a un crucero inglés con pasajeros enfermos, al que la mayoría de los países rechazaron enfáticamente, demostrando el calibre de lo que significa la insolidaridad en cualquier parte del mundo menos en Cuba.
En tiempos de coronavirus la realidad muestra dos perfiles. Por un lado, el de los países capitalistas, imperialistas y culpables del nacimiento de este y otros virus, muchos de los cuales fueron arrojados en su momento, en una acción claramente terrorista sobre Cuba y China, generando una inmensa mortalidad en la población porcina. Por el otro, la actitud humanitaria e incondicional de una pequeña isla del Caribe que no duda en demostrar que por los menos allí, hay otro mundo posible. Generoso, fraterno, despojado de individualismo, internacionalista con mayúscula, hermano de quienes más sufren, pero que no mira a un costado cuando otros, incluidos sus enemigos más feroces, le piden ayuda.
Mientras que Trump, asustado porque el mal que creara se vuelve contra él mismo, trata de presionar a laboratorios alemanes para apoderarse de una presunta vacuna contra el virus y tenerla en «exclusividad», el pueblo de Cuba no duda en extender la mano a quien se la pida.
La pregunta obligada frente a este panorama es si cada uno de los países occidentales que hoy están recurriendo a Cuba buscando un salvataje para el drama que viven sus poblaciones, no piensan que ha llegado el momento de desobedecer las órdenes de Estados Unidos y terminar de una buena vez con el bloqueo criminal que Trump y ellos mismos, como sumisos cómplices, generan año a año contra el pueblo cubano.
Ojalá que no pase mucho tiempo para que esto suceda y el mundo entero agradezca a Cuba tanto desprendimiento y amor desinteresado, nacido de una ética que solo una Revolución socialista genera.