Por Jesús Valencia, colaborador de Resumen Latinoamericano, 22 marzo 2020
Quién es el padre de este monstruo que nos está devorando?
Quizá algún día lo sepamos; hoy tenemos que movernos entre conjeturas
aunque son muchos los indicios que apuntan en la misma dirección. La
diplomacia china, habitualmente parca, tardó en abrir la boca mientras
luchaba a brazo partido contra la pandemia. En la Conferencia de
Seguridad celebrada en Múnich hace unas semanas señaló abiertamente a
EEUU como una amenaza mundial; el propio presidente chino ratificó lo
que había dicho su Canciller. Desde que aparecieron los primeros casos
de coronavirus, el Gobierno chino tenía el convencimiento de que se
trataba de un ataque bacteriológico provocado. ¿En qué se basaba?
En agosto del año pasado, Estados Unidos cerró el laboratorio militar
de armas biológicas que funcionaba en Fort Detrick por considerarlo
«inseguro». Dos meses más tarde tuvo lugar en Nueva York un enigmático
muestreo conocido como Evento 201; sorprendente ensayo simulado para
conocer la respuesta de la población ante una «hipotética pandemia»
causada por un virus mortal. Tan extraño sondeo estuvo patrocinado,
entre otros, por la CIA. Los resultados de la prueba fueron analizados
en el marco de la Conferencia de Davos. Entre los participantes de
aquella reunión se encontraban importantes investigadores médicos de
EEUU, la multinacional Johnson & Johnson, grandes fabricante de
materiales médicos, el sionista Adelson. Según sus conclusiones, si el
resultado del muestreo se proyectase a nivel mundial se saldaría con 65
millones de muertos.
El mismo día de la reunión comenzaron en China los Juegos Militares
Mundiales. La delegación estadounidense estuvo conformada por
trescientos participantes; fue ubicada en Wuhan y alojada muy cerca del
mercado donde se detectó el primer caso del coronavirus. ¿Casualidades?
Robert Redfield, director de los Centros para el Control y Prevención de
Enfermedades de EEUU confesó hace escasos días que algunos
estadounidenses habían muerto de coronavirus antes de que se declarase
en Wuhan. El Canciller chino le preguntó cuando habían fallecido,
cuántas personas estaban infectadas, en qué hospitales estaban siendo
tratadas. La callada por respuesta.
Wilbur Ross, Secretario de Comercio, declaró el 31 de enero en un
derroche de optimismo: «El brote de coronavirus que ha contagiado a
miles de personas podría impulsar la economía estadounidense y acelerar
el regreso de empleos a Norteamérica». Mike Pompeo, actual secretario de
Estado, redondeó la faena señalando a China como amenaza a los
principios democráticos. Trump, que no es precisamente un dechado de
democracia, ha prohibido que los responsables de Sanidad hagan
declaraciones y que se practiquen exámenes médicos a las personas
recientemente fallecidas con síntomas del Covid-19. Simultáneamente,
ofrece una millonada al primero que le presente la inexistente vacuna.
¿Se le habrá escapado de la jaula el monstruo que creo?
Los datos aquí expuestos admiten múltiples interpretaciones pero hay
un dato inapelable. Estados Unidos, líder mundial exclusivo durante casi
un siglo, se ve obligado a compartir su hegemonía con otras potencias
emergentes. Lleva años intentando cercar a Rusia y ahogar a China sin
haberlo conseguido. Se ha empantano en el Oriente Medio y no ha sido
capaz de conquistar Cuba, Venezuela o Siria. La reactivación de la
histórica Ruta de la Seda reforzaría a sus enemigos. Ha desatado mil
guerras convencionales y le queda la otra, la biológica. Sus bases
militares albergan este tipo de armas y protegen los laboratorios que
las producen. Ellos guardan los secretos de pandemias como la que ahora
estamos sufriendo. Son los zarpazos de un monstruo que se siente
desbordado y que no acepta un mundo multipolar.