por Thierry Meyssan */Resumen Latinoamericano/25 de marzo 2020 . — — — –
Foto: El 27 de enero de 2020, el primer ministro chino, Li Keqiang, llega a Wuhan para dirigir la lucha contra la epidemia y restaurar el “mandato celestial”.
Volviendo al tema de la epidemia de coronavirus, Thierry Meyssan subraya que las decisiones autoritarias adoptadas en Italia y Francia carecen de justificación de naturaleza sanitaria. Más bien contradicen las observaciones de los mejores virólogos y hasta las instrucciones de la Organización Mundial de la Salud.
La aparición de la epidemia en China
El primer caso de una persona infectada con el Covid-19 se diagnosticó el 17 de noviembre de 2019, en la provincia china de Hubei. Inicialmente, los médicos trataron de alertar sobre la gravedad de esta enfermedad pero encontraron la oposición de las autoridades regionales. Fueron la multiplicación de la cantidad de casos y la percepción de la gravedad del problema por parte de la población, los factores que finalmente dieron lugar a la intervención del gobierno central chino.
A pesar de todo lo que han dicho los medios de prensa, la envergadura estadística de la epidemia de Covid-19 no es significativa. Aunque las personas que mueren son víctimas de graves problemas respiratorios, el hecho es que el coronavirus mata muy poco.
Desde los tiempos de la Antigüedad, la cultura china siempre ha estado marcada por una vieja concepción según la cual el Emperador goza de un mandato celestial que le permite gobernar a sus súbditos [1]. Cuando el país sufre una catástrofe –terremoto, huracán o epidemia– es porque el gobernante ha perdido ese mandato celestial. Ante esa percepción cultural de las cosas, y a pesar de que vivimos en la era moderna, el presidente Xi Jinping se sintió amenazado por la irresponsabilidad del gobierno regional de la provincia de Hubei. El Consejo de Estado decidió entonces asumir el control de la situación y decretó el confinamiento de la población de la capital provincial, la ciudad de Wuhan, en sólo días construyó varios hospitales, envió equipos de trabajadores de la salud a visitar cada familia de Wuhan –casa por casa– para tomar la temperatura a cada habitante y aplicar diversos controles de salud, ordenó que toda persona que presentara síntomas sospechosos fuese llevada de inmediato a una instalación sanitaria para someterla a exámenes de salud más detallados y aplicó a las personas que parecían infectadas un tratamiento a base de cloroquina. Los casos más graves eran internados en salas de cuidados intensivos y recibían un tratamiento a base del medicamento cubano denominado Interferón Alfa 2B recombinante (IFNrec). Esta gran operación de salud pública apunta también a demostrar que el Partido Comunista conserva su “mandato celestial”.
En medio de una conferencia de prensa sobre la epidemia de coronavirus, el viceministro iraní de la Salud, Iraj Harirchi, ya se ve afectado por la enfermedad.
Propagación del Covid-19 en Irán
Después de China, la epidemia se propaga en Irán a mediados de febrero de 2020. Desde los tiempos de la Antigüedad, China e Irán han estado muy vinculados entre sí. Pero, tratándose de las afecciones pulmonares, la población iraní es la más frágil del mundo. Casi todos los iraníes del sexo masculino mayores de 60 años arrastran secuelas de los gases venenosos estadounidenses utilizados por el ejército iraquí contra Irán durante la primera guerra del Golfo (de 1980 a 1988). Es un fenómeno similar al que se produjo en Alemania y en Francia después de la Primera Guerra Mundial. Cualquier viajero que haya estado en Irán habrá podido notar, con sorpresa, la gran cantidad de casos graves de enfermedades pulmonares existentes en ese país. En Teherán, cuando la contaminación del aire sobrepasa lo que la gente puede soportar, se decreta el cierre de las escuelas y de los servicios públicos y la mitad de las familias se van al campo con sus abuelos. Eso sucede varias veces al año, desde hace 35 años, y la población lo percibe como algo normal. El gobierno y el parlamento iraníes se componen casi exclusivamente de veteranos de la guerra entre Irak e Irán, o sea de personas extremadamente frágiles frente al Covid-19, lo cual explica que tantas personalidades iraníes se hayan visto afectadas en poco tiempo.
Debido a las sanciones de Estados Unidos contra Irán, ningún banco occidental se atreve a cubrir los transportes de medicamentos hacia ese país, así que para Irán fue imposible garantizar tratamiento médico a las personas afectadas por el coronavirus hasta que Emiratos Árabes Unidos rompió el embargo y envió a Irán 2 aviones cargados con material médico. En resumen, personas que en otros países no sufrirían graves consecuencias, en Irán mueren rápidamente en cuanto la tos afecta sus pulmones gravemente debilitados desde hace años. Como de costumbre, el gobierno iraní cerró las escuelas. También anuló diferentes manifestaciones culturales y deportivas… pero no prohibió los peregrinajes. Algunas regiones cerraron los hoteles para evitar el desplazamiento de enfermos que ya no encontraban espacio en los hospitales cercanos a los lugares donde vivían habitualmente.
CNN incrementó sus índices de audiencia gracias a la situación del crucero “Diamond Princess”, varado en Japón.
La cuarentena en Japón
El 4 de febrero de 2020, un pasajero que viajaba en el crucero estadounidense Diamond Princess fue diagnosticado como enfermo a causa del Covid-19 y otros 10 pasajeros fueron diagnosticados como portadores del virus. Para evitar el contagio en su país, el ministro de Salud de Japón, Katsunobu Kato, impuso al barco una cuarentena de 2 semanas en Yokohama. En definitiva, entre los 3 711 pasajeros del Diamond Princess, en su mayoría personas de más de 70 años, se registraron 7 fallecidos.
El Diamond Princess es un crucero israelo-estadounidense, propiedad de Micky Arison, hermano de Shari Arison, la mujer más adinerada de Israel. Los Arison convirtieron este incidente en una gran operación de relaciones públicas. La administración Trump y varios países evacuaron por vía aérea a los pasajeros de sus nacionalidades respectivas para que pasaran la cuarentena en sus propios países. La prensa internacional dedicó sus principales titulares al asunto y, citando como precedente la epidemia de gripe española de los años 1918 – 1919, se afirmó entonces que el coronavirus podía extenderse por el mundo e incluso amenazar la existencia misma de la especie humana [2]. Esta hipótesis apocalíptica, no sustentada por hecho alguno, se convierte así en una supuesta “verdad”.
Es importante recordar aquí que, en 1898, William Randolph Hearts y Joseph Pulitzer, deseosos de incrementar las ventas de sus diarios, inventaron informaciones falsas para provocar deliberadamente la intervención militar de Estados Unidos en la guerra que se desarrollaba en Cuba entre las tropas coloniales españolas y los independentistas cubanos. Aquello acabó siendo el inicio del «yellow journalism», o «periodismo amarillo», que consiste en publicar cualquier cosa con tal de aumentar las ventas de los diarios. Hoy llamaríamos eso «fake news».
No se sabe, al menos por ahora, si los magnates de la prensa quisieron sembrar el pánico premeditadamente presentando una vulgar epidemia como «el fin del mundo». En todo caso, como una deformación de la verdad siempre acaba provocando otra, los gobiernos acabaron involucrándose en el asunto. Por supuesto, el objetivo de los gobiernos no es vender publicidad asustando a la gente sino explotar el miedo para garantizar su control sobre las poblaciones.
Para el director general de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, China y Corea del Sur han dado el ejemplo al generalizar el uso de pruebas de diagnóstico, lo cual es una manera de decir que, como práctica médica, los métodos de Italia y Francia son absurdos.
La intervención de la OMS
La Organización Mundial de la Salud (OMS), después de seguir toda la operación, comprobó la expansión de la enfermedad fuera de China. El 11 y el 12 de febrero, la OMS organizó en Ginebra un foro mundial sobre la investigación y la innovación, dedicándolo a esta epidemia. En ese encuentro, el director general de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, lanzó un llamado a la colaboración mundial, utilizando para ello términos extremadamente mesurados [3].
En todos sus mensajes, la OMS ha resaltado:
el poco impacto demográfico de la epidemia;
la inutilidad de los cierres de fronteras;
la ineficacia del uso de guantes y máscaras (exceptuando su uso por parte del personal sanitario) así como la inutilidad de ciertas «medidas barreras» (por ejemplo, mantener un metro de distancia entre las personas tiene sentido sólo cuando nos hallamos ante personas infectadas);
la necesidad imperiosa de elevar el nivel de higiene, principalmente lavándonos las manos, desinfectando el agua, mejorando la ventilación en los espacios cerrados, recurriendo al uso de servilletas desechables y bloqueando las vías respiratorias con el codo al toser o estornudar.
Sin embargo, la OMS no es una organización médica sino una agencia de la ONU especializada en cuestiones de salud. Sus funcionarios, aun siendo médicos, son ante todo políticos. Eso impide a la OMS denunciar los abusos de algunos Estados.
Además, desde la polémica sobre la epidemia de H1N1, la OMS se ha visto obligada a justificar públicamente todos sus consejos. En 2009, ante la epidemia de H1N1, la OMS fue acusada de haberse dejado arrastrar por los intereses de las grandes firmas farmacéuticas y de haberse apresurado a sembrar la alarma de forma desproporcionada [4]. Esta vez, ante el Covid-19, la OMS no utilizó la palabra «pandemia» hasta el 12 de marzo, o sea, al cabo de 4 meses.
El 27 de febrero, en la cumbre franco-italiana realizada en Nápoles, el presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro italiano Giuseppe Conte, anunciaron que actuarían juntos ante la pandemia.
Instrumentalización en Italia y en Francia
En la propaganda moderna, no basta con limitarse a la publicación de noticias falsas –como hizo el Reino Unido para convencer a su pueblo de que tenía que entrar en la Primera Guerra Mundial – , hay que hacer proselitismo –como hizo la Alemania nazi para convencer a los alemanes de que había que librar la Segunda Guerra Mundial. La receta es siempre la misma: recurrir a la presión psicológica para lograr que la gente haga voluntariamente cosas sobre las cuales se sabe que son inútiles, pero que dirigen hacia la vía de la mentira [5].
Por ejemplo, en 2001, todo el mundo sabía que las personas acusadas de haber secuestrado los aviones implicados en los acontecimientos del 11 de septiembre no aparecían en las listas de pasajeros de esos aviones. Sin embargo, bajo el shock de los acontecimientos, la gran mayoría aceptó sin chistar las acusaciones absurdas que emitía el entonces director del FBI –un tal Robert Muller– contra los «19 secuestradores aéreos». Otro ejemplo: todos saben que el Irak gobernado por el presidente Saddam Hussein disponía únicamente de viejos cohetes Scud soviéticos de sólo 700 kilómetros de alcance, pero numerosos estadounidenses hermetizaron las puertas y ventanas de sus casas para protegerse de los gases que el “diabólico dictador” planeaba lanzar utilizar contra Estados Unidos. Hoy en día, tratándose del Covid-19, el confinamiento voluntario a domicilio es lo que convence a cada cual de que la amenaza realmente existe.
Hay que recordar que en toda la historia de la medecina nunca antes se recurrió al confinamiento de la población sana para luchar contra una enfermedad.
Y sobre todo, hay que recordar que el índice de mortalidad de esta epidemia no es significativo.
En Italia, se trató primero de aislar las regiones contaminadas siguiendo el principio de la cuarentena, pero después se ha tratado de aislar a los ciudadanos unos de otros, lo cual implica el uso de una lógica diferente.
Según el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, y el presidente francés, Emmanuel Macron, el confinamiento de toda la población a domicilio no apunta a vencer la epidemia sino a ganar tiempo ante el contagio para que los hospitales no colapsen ante una afluencia excesiva de enfermos. En otras palabras, no es una medida de carácter médico sino de naturaleza puramente administrativa y no hará disminuir la cantidad de personas infectadas sino que sólo distribuirá los casos en un periodo de tiempo más largo.
Para convencer a los italianos y a los franceses de que esa decisión se justifica, el primer ministro italiano Conte y el presidente francés Macron dijeron contar con el apoyo de comités de expertos científicos. Por supuesto, esos comités no tienen objeción en que la gente se mantenga se quede en casa… pero tampoco se oponían a que continuaran sus ocupaciones habituales. Después, Conte y Macron hicieron obligatoria la presentación de un formulario oficial por parte de las personas que salen a la calle. Se trata de una declaración personal bajo palabra de honor que las personas presentan llenando un documento que lleva el membrete del ministerio del Interior, declaración que no es objeto de ninguna verificación.
En definitiva, los gobiernos de Italia y Francia asustan a la población emitiendo imposiciones inútiles, que los médicos especializados no aprueban: como la obligación de portar constantemente guantes y máscaras y de guardar un metro distancia entre las persona.
En este video del 25 de febrero de 2020, censurado por el ministerio francés de la Salud, el renombrado virólogo francés Didier Raoult anuncia que los científicos chinos acaban de demostrar la eficacia de la cloroquina en los casos positivos de Covid-19. Incluso recalca que probablemente es “la infección respiratoria más fácil de tratar”.
En Francia, el diario Le Monde, presentado como «el cotidiano francés de referencia», Facebook France y el ministerio francés de la Salud se dieron a la tarea de censurar un video del profesor Didier Raoult, uno de los virólogos de mayor reputación mundial, quien ponía en evidencia la ausencia de justificación médica de las medidas impuestas por el presidente Macron [6].
Ponencia del profesor Didier Raoult ante la Asamblea General de los Hospitales Universitarios de Marsella, 16 de marzo de 2020.
Es demasiado pronto para poder decir cuál es el verdadero objetivo de los gobiernos del primer ministro italiano Giuseppe Conte y del presidente francés Emmanuel Macron. Lo que sí es seguro es que no se trata de luchar contra el Covid-19.
*Fuente: Red Voltaire