Resumen Latinoamericano, 26 marzo 2020.-
La historieta fue lo primero. Por ahí empezó a desandar el camino hacia la gloria Juan Padrón. Su niño mimado, Elpidio Valdés, apareció casi por casualidad, en una historia llamada Cachivache, protagonizada por un samurái.
«Al principio me parecía que estudiar, superarme culturalmente no era necesario, que con lo que leía, las películas que veía, ya tenía bastante, y era un ignorante grandísimo. Por suerte no tuvo que pasar demasiado tiempo para entender que hay que enriquecer el intelecto si en verdad se quiere proyectar en grande lo que se sueña. A veces me preguntaba: ¿Para qué necesito la universidad con Elpidio Valdés? Para nada, porque yo lo dibujé sin ella, me respondía. Sin embargo, cuando me gradué de Historia del Arte, estudié diseño, Elpidio Valdés adquirió otra visión, creció un mundo, se hizo mayor. ¿Quieres saber qué consejo les daría a los jóvenes, a aquellos que comienzan? El mismo que me di hace 40 años: estudiar, estudiar, estudiar».
Me parece estarlo escuchando, haciéndome reír con esos chistes que quedaron inmortalizados en sus cortos y películas que hace tiempo se convirtieron en clásicos: desde la serie de Elpidio Valdés hasta ¡Viva papi!, Vampiros en La Habana, Filminuto, Quinoscopios… Pero ahora, después de tanta alegría, Juan Padrón nos ha dejado tristes, muy tristes, con su inesperada partida este martes. Ha muerto el cineasta tal vez más amado de Cuba justo el día en que se fundara el Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficos (Icaic), su casa de siempre.
La historieta fue lo primero. Por ahí empezó a desandar el camino hacia la gloria Juan Padrón. «Al triunfo de la Revolución se creó el Departamento de Animación del Icaic, y yo añoraba trabajar allí, porque me parecía que un animado era una historieta que se movía y tenía sonido».
Su niño mimado, Elpidio Valdés, apareció casi por «casualidad», en una historieta llamada Cachivache, protagonizada por un samurái, que en los años 60 del pasado siglo el también escritor, guionista, animador y director realizaba para la revista Muñequitos. «De repente, en una de las ediciones de Cachivache creé un cubano a quien nombré Elpidio Valdés para que sonara a Cecilia Valdés. Lo dibujé a la primera. No era un personaje estudiado. Lo puse para que hiciera unos chistes. Pero me gustó tanto que no continué con esa historieta e inicié otra donde él salía como protagonista y Cachivache como secundario. La trama ocurría en Japón donde Elpidio iba a destruir un arma secreta española».
Así lo confesó el cardenense Juan Padrón. Luego vendría otra historieta donde Padrón envió al valiente mambí a comprar armas a Estados Unidos. «Pero fíjate que en las primeras historias nunca estaba en su país, yo contaba pero no sabía dibujar cómo lucía el Ejército de Operaciones español: sus armas, grados, uniformes, etc., ni tampoco cómo era el Ejército Libertador. Me vi obligado a llevar adelante un trabajo de documentación histórico-militar para poder ubicar la historia en la Isla. Fue entonces que Elpidio comenzó a tener sus aventuras en Cuba».
—¿Cuándo descubrió que se trataba de un personaje con pegada?
—Bueno, esta historieta se empezó a publicar en el semanario Pionero, y a partir de la segunda, tercera, llovieron las cartas de niños entusiasmados con el personaje. Que no le gustaba porque lo regañaba el General tal. Hablaban de él como alguien cercano, como si fuera real, incluso una niña lo invitaba a tomar café a su casa. Era impresionante la cantidad de cartas que se recibían, como mismo sucedió después que pasó a Zunzún. Creo que en los 70 ya Elpidio era muy querido, pero lo que lo proyectó definitivamente fue el cine, las películas.
«Luego desarrollamos una experiencia con la entonces Unión de Pioneros de Cuba: una encuesta para comprobar si a los niños les gustaban los libros, las historietas, las películas de animación… Recuerdo que exhibíamos películas soviéticas, búlgaras, polacas, norteamericanas, cubanas. Cuando proyectábamos el Pato Donald los chiquillos armaban un alboroto tremendo, porque les encantaba. También el “uhhhhh” nos informaba que el corto búlgaro de un camello se podía reportar entre los más pesados en la historia de la animación.
«Sin embargo, cuando les presentábamos Elpidio Valdés, los muchachos rompían a gritar, aplaudían, chiflaban. Era más que evidente que le habíamos ganado la pelea al Pato Donald y al que viniera por delante… Elpidio se convirtió en el personaje de varias generaciones, de gente a cuyos hijos también les gusta. Como su creador, es mi mayor orgullo».
—¿Cómo concebía las historias, el diseño de los personajes, las voces?
—Se lo debo a Santiago Álvarez, ese gran cineasta y artista, a quien la animación de hoy día también le debe mucho. Pues bien, Santiago Álvarez me criticaba al punto de que yo quería matarlo (sonríe). No me percataba de que me estaba ayudando cuando me preguntaba: «¿Y por qué en esta escena…?». «Santiago, por favor», pero él arriba de mí con que el sombrero que le había puesto a Elpidio no era el correcto, que debía tener el ala levantada. Y él: «No, ahí debe llevar el escudo de Cuba». Era una persona que veía más allá de lo que yo lo hacía.
«También me ayudó mucho hablar con los pioneros. Recuerdo a niñas que protestaron por la ausencia de hembras en las películas y que ellas querían que hubiera también mambisas. Entonces los varones protestaban: “No, no, no, que las mujeres se caen y hay que volver para rescatarlas”, a lo cual las muchachitas aseguraban que las mujeres eran mambisas de verdad. Así surgieron María Silvia, Eutelia, Niña Mercedes…
«Mira, sucede que con la historieta, cuando la lees, le vas poniendo tu propia banda sonora: los disparos, los sonidos. ¿Qué pasaba? Que cuando llegamos a la animación todo el mundo protestaba porque afirmaban que esa no era la voz de Elpidio. Era muy difícil. Probamos a muchos, pero no funcionó. Hasta yo lo intenté, pero quedaba terrible. Entonces me vino a la mente Frank González, a quien había conocido en el Ejército, en la Marina, donde imitábamos voces en diferentes idiomas.
«Lo llamé, se audicionó y quedó como la voz de Elpidio Valdés. Luego probamos con Tony González, un sonidista muy bueno que había en el Icaic, Manuel Marín… La que más nos costó fue María Silvia, que nos obligó a escuchar a varias actrices hasta que apareció Irela Bravo, quien también le entrega su voz a Eutelia.
«Pero Frank es un genio. No olvido que cuando fuimos a grabar con Tele Madrid la serie Más se perdió en Cuba, donde había seis personajes españoles, pedí dos actores para “matar” el trabajo, pero me dijeron: “No, no, aquí cada actor hace una voz”. “¿Te imaginas? Yo tengo uno en Cuba que hace ocho”, les aseguré. “Pues será millonario, tío”. ¡Millonarios éramos nosotros que contábamos con Frank González, con Manuel Marín…! Ya sabes que en Elpidio Valdés Frank interpreta a Elpidio, al Coronel Andaluz, el Bobo, Media Cara, al Coronel Cetáceo… Es maravilloso trabajar con actores como esos».
—Por las películas parece que eres una persona que está todo el tiempo haciendo chistes…
—No, no, yo soy muy serio (sonríe).
—Sí, se nota. ¿Cómo escribías los guiones?
—Por las mismas investigaciones que realizaba. De repente leía sobre un heliógrafo que mandaba destellos y hacía un cuento; descubría que los cubanos utilizaban un cañón de cuero, ¡Ño, tremenda historia! Pero después fueron apareciendo personajes con vida propia, como Pepito, el corneta, que se enamora de Eutelia y tiene un rival en Oliverio Medina, el científico, o sea, que uno se va apoyando en esas cosas para concebir los guiones. ¿Cómo trabajo? Comienzo por el final. Hasta que no lo encuentro no tengo historia. ¡Ese es un sistema único! (sonríe). Y los chistes son un misterio, no sé cómo aparecen.
«Le preguntaba yo lo mismo a Quino, el creador de Mafalda, con quien hicimos Quinoscopios, y me contestaba lo mismo: “No sé, se me ocurren”. Pero él y yo tenemos un sistema —bueno, imaginarás que Quino me copia muchas cosas (sonríe) — , y es que hacemos noticas donde, por ejemplo, escribimos: “pajarito con pico jorobado”, una idea que a lo mejor permanece cinco años sin ser utilizada, hasta que sale un chiste con ella. Es un misterio, es como la sal y la pimienta que le echas al plato para que esté listo».
—¿Nunca pensó realizar un largometraje de ficción?
—Si supieras que sí, con mi hijo Ian estábamos dándole taller no a una película cómic, sino de aventuras con Elpidio Valdés, una comedia, con actores. Lo estamos cocinando, a veces le damos una vuelta y lo probamos. Es una idea que me encantaría materializar: Elpidio Valdés montado a caballo… Antes resultaba muy difícil porque había que conseguir las armas, los uniformes para vestir a un pelotón…, pero ahora con el cine digital, con pantalla verde, todo se puede. Y aquí hay buenos actores, gente que sabe preparar las escenas de acción, o sea, que es más que posible. ¿Alguien quiere aportar los presupuestos?