Dan La Botz /Resumen Latinoamericano /9 de marzo de 2020
Joe Biden resultó ser el gran vencedor del supermartes. Cuando todavía no se han contado todos los votos, parece probable que Biden acabe llevándose la mayoría de los votos. Ahora está bien situado para lo que queda de las primarias y es probable que llegue al Congreso del Partido Demócrata con una mayoría de delegados y delegadas. Los grandes medios, como era de esperar, lo ensalzan como el salvador del Partido Demócrata.
Es posible que Bernie Sanders recobre fuerzas. Quizá, como se ha señalado en algunos medios, Elizabeth Warren, cuya campaña propia no ofrece ya ninguna perspectiva, abandone y le dé su apoyo. Dicen que ayudantes de Sanders y Warren están debatiendo esta posibilidad. Esto proporcionaría a Sanders un impulso real, pero parece improbable. Recordemos que Warren declaró: “Soy capitalista hasta los huesos”. Una declaración de apoyo de Warren a Biden le podría reportar un cargo en el futuro gobierno.
Pero centrémonos en la cuestión que importa: ¿por qué está ganando Biden?
En primer lugar, por supuesto, tras la victoria de Joe Biden en las primarias de Carolina del Sur, las demás candidaturas moderadas –la de Pete Buttigieg y la de Amy Klobuchar– desistieron. Después dieron su apoyo a Biden, tal como había hecho previamente otro candidato, Beto O’Rourke. Los tres intervinieron junto a Biden en un gran mitin en Houston, Texas, que tuvo mucho eco en los medios y sin duda influyó en los y las votantes de este Estado y de otros. Al día siguiente, Michael Bloomberg, quien se había gastado millones y no ganó más que muy pocos delegados, también se retiró de la carrera y dio su apoyo a Biden.
No es extraño que los sectores del Partido Demócrata que defienden el sistema se alíen para apoyar a un candidato moderado, especialmente cuando, como en el caso de Buttigieg, ha habido presiones de Barack Obama. No cabe duda de que Klobuchar, Buttigieg y O’Rourke han obtenido a cambio la promesa de recibir, o por lo menos esperan conseguir, alguna especie de retribución política, tal vez un alto cargo en el gobierno o en algún otro organismo público. Sabíamos que el establishment era poderoso –no en vano representa a bancos, grandes empresas, conglomerados mediáticos y a la clase política – , pero ahora lo hemos visto actuar.
Tampoco cabe duda de que el apoyo a Sanders también se ha exagerado un poco, seguramente a raíz de la gran afluencia de público a sus animados actos electorales y la enorme cantidad de dinero que ha recaudado, aunque la mayor parte de ese dinero proviene de tal vez cinco millones de donantes de un total de unos 140 millones de posibles votantes en 2020. Estos datos son un buen indicio del carácter ferviente del apoyo popular de Bernie, pero también de la profundidad y del alcance reales de su campaña.
Sanders ha resultado ser más débil que lo que pensaban muchos de sus seguidores. Su principal eje estratégico ha fallado: la juventud y quienes vayan a votar por primera vez no participaron en número suficiente para cambiar la relación de fuerzas y asegurarle la victoria. De hecho, mucha gente joven, como ha admitido él mismo, no acudió a las urnas. Y en los casos en que aumentó la participación, como por ejemplo en Virginia (espectacularmente) y Texas, la mayoría eran votantes moderados que eligieron la papeleta de Biden.
Luego, por supuesto, está el voto negro. La mayoría de la población negra no se considera de izquierdas, de modo que no es extraño que mientras Sanders obtuvo un apoyo significativo por parte de la juventud afroamericana que fue a votar, la mayoría de votantes negros –del 60 al 70 %– se decantaron por Biden en Virginia, Carolina del Norte, Alabama, y Tennessee. Sanders logró un buen resultado entre la población latina en el oeste, que había contribuido a su anterior victoria en Nevada y este supermartes en Colorado y California, pero esto no llegó a compensar la pérdida del voto negro.
La gente negra votó por Biden porque este había sido vicepresidente del primer presidente negro, Barack Obama. Y sobre todo porque la dirección del Partido Demócrata se ha esforzado durante décadas por convencer a los votantes negros de que su suerte está vinculada a la del partido. Bernie Sanders no consiguió superar los poderosos vínculos políticos forjados durante décadas entre el establishment y los políticos y predicadores negros, una relación que ha perpetuado la subordinación y dependencia de la comunidad negra.
Después de siglos de abuso y desprecio, de explotación y opresión, la comunidad negra sacó pecho con la elección de Barack Obama. Pero ningún político del Partido Demócrata, ni siquiera Sanders, se ha atrevido a decir la verdad –como sí han hecho algunos intelectuales negros como William A. Darity Jr., Adolph Reed y Cornel West – , a saber, que Obama había fallado a la comunidad negra. Tampoco nadie puede decir en voz alta que Biden, el vice de Obama, no fue nada más que su insignificante y sonriente segundón, pese a que muchas personas negras, por supuesto, ya lo saben.
Sin embargo, frente a Donald Trump, la población afroamericana, que no tiene a nadie más a quien encomendarse, acuden a Biden y a la dirección del Partido Demócrata para que la defienda, a pesar de que no lo ha hecho durante decenios. Por consiguiente, y lamentablemente, la gente negra (por lo menos la mayoría que apoya a Biden), que tantas veces ha estado en la vanguardia de nuestras luchas sociales, ha adoptado una posición pragmática que la convierte en una fuerza más bien conservadora en las elecciones primarias.
Motivos más profundos de que gane Biden
El principal motivo por el que está ganando Biden, como ya señalé en un artículo anterior, estriba en que, pese a que la campaña de Sanders tiene algunos de los rasgos de un movimiento social, no tenemos en este país un nivel de lucha de clases suficiente para llevar a Sanders a la presidencia y a otras personas de su entorno al congreso. Un verdadero movimiento político de izquierda requiere un profundo sentido de crisis en el interior de la sociedad y un potente deseo de cambio social que se exprese en el conflicto social. Los votos a favor de Biden, Buttigieg y Klobuchar indican que muchas personas estadounidenses, tal vez la mayoría, no sienten que nos hallemos en esta clase de crisis, o solo ven la crisis en la presidencia de Trump, y no aspiran a un verdadero cambio estructural.
Jacobin y la agrupación Bread and Roses en el seno de la corriente Democratic Socialists of America (DSA) han solido exagerar mucho el repunte del movimiento obrero en huelgas recientes, que aun siendo importantes, difícilmente alcanzan para formar una ola de movilización significativa. Otros movimientos sociales de los últimos años –Occupy Wall Street, Black Lives Matter y Me Too– han tenido un carácter episódico (hola y adiós), y una parte de la energía que emitieron ha dado impulso a la campaña de Sanders, aunque en su mayor parte de ha disipado. Los 40 años de reorganización neoliberal de la economía y de recomposición de la clase obrera todavía han de generar un nuevo movimiento obrero que tenga la fuerza que en la década de 1930 y de nuevo en la de 1970 dio pie a huelgas masivas y a ensayos de partidos de izquierda independientes.
En la convención
Es muy posible que Biden llegue a la convención del Partido Demócrata con una mayoría de delegados, pero si ni él ni Sanders logran hacerse con la victoria en la primera vuelta, entonces en la segunda vuelta podrán votar los superdelegados (que este año se denominarán “delegados automáticos”). Estos son “líderes políticos distinguidos (expresidentes, etc.)”, gobernadores, senadores, diputados y miembros del Comité Nacional Demócrata, es decir, del establishment del Partido Demócrata. Hay 775 superdelegados (un 16 % del total de 4.750 delegados), y es de prever que la gran mayoría de ellos apoyarán a Biden. Su voto hará que este último pase a ser el candidato oficial a la presidencia.
Sanders ha prometido que apoyará al candidato oficial del Partido Demócrata, y no cabe duda de que lo hará, como ya lo hizo en 2016. Si pierde, muchos seguidores de Sanders se desmoralizarán profundamente y otros sentirán rabia. Tal vez algunos salgan de esta experiencia con el deseo de crear un nuevo partido político, un partido de la gente trabajadora, un partido socialista de masas. Les deseo mucha fuerza (y me complacerá unirme a ellos y ellas en el esfuerzo), pese a que nos enfrentaremos al mismo problema fundamental que la campaña de Sanders: el bajo nivel de lucha de clases, el carácter episódico de los movimientos de masas, la raigambre organizativa e ideológica del Partido Demócrata.
Sin embargo, me gustaría equivocarme, tal como escribí hace unos meses:
Ahora bien, sabemos que la clase capitalista estadounidense y los grandes medios de comunicación odian a Sanders y lo que representa, como lo hace la totalidad de la clase política, incluida la dirección del Partido Demócrata, que lo detesta. Desde el comienzo, la victoria de Sanders es una perspectiva a largo plazo… No tenemos un nivel de lucha de clases que permita llevar a Sanders a la presidencia y a un gran número de demócratas a la Cámara de Representantes y al Senado, que sería la única manera de que pudiera influir en la orientación política de EE UU.
Nos hallamos en la posición incómoda –no tan insólita para los socialistas en diferentes periodos a lo largo de los últimos 170 años desde la publicación del Manifiesto Comunista– de tener que reconocer que la clase obrera todavía no está dispuesta a actuar por su propia cuenta. Seguiremos organizándonos y luchando por nuestras políticas en el movimiento obrero y los movimientos sociales, a la espera de acontecimientos que espoleen la erupción del movimiento de masas sin el cual nuestras políticas carecen de vehículo.
Dan La Botz es maestro de Brooklyn, escritor y activista. Es coeditor de New Politics.
Viento Sur*