Por Anna Castillo, Resumen Latinoamericano 3 de marzo de 2020
Fotografías: Rafa López
Las mujeres llevamos algunos siglos luchando por una vida libre, por la libertad sexual y por la autonomía. La relación entre lo íntimo y lo ideológico nos lleva en numerosas ocasiones a debates intensísimos sobre cómo nos relacionamos con las demás personas desde una ética feminista. Por ello, cómo ponemos en relación nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, suele ser un tema transversal en esos análisis.
Hace ya tiempo las feministas denunciamos que la “potencia sexual masculina”, que justifica que los varones busquen satisfacerse afuera de la pareja mientras no toleran esa libertad en las mujeres, era otro invento del patriarcado para obligarnos a aceptar la situación de desigualdad. Las feministas nos pusimos de acuerdo en que si un hombre, de espaldas a su pareja mujer, mantenía una relación sexual con otra mujer él era absolutamente responsable de sus actos. En esas situaciones yo siempre excusaba de responsabilidad a la tercera en discordia. Argumentaba que si una pareja heterosexual tiene un pacto de monogamia, el único responsable es aquél que rompe el pacto. Algunas feministas autónomas de los años 70 me enseñaron a ver que la mujer ubicada en el rol de amante también tenía un grado de responsabilidad. Dado que el patriarcado inventó para nosotras el lugar de mujeres pasivas, a las que se les oculta cosas, las feministas no deberíamos coadyuvar a que ningún hombre sitúe a otra mujer en ese lugar. Las complicidad entre mujeres es un acto de sororidad.
La cuestión se complejiza cuando hablamos de parejas de lesbianas feministas. En el caso de parejas que no tienen roles de género tan delimitados, a veces, es más dificultoso detectar cómo se reproducen las prácticas patriarcales que sitúan a las mujeres o lesbianas en lugares de desventaja o desigualdad.
No voy a entrar aquí en cuestiones de poliamor, porque estamos partiendo de un supuesto de pacto de monogamia. En todo caso, se trate de monogamia o poliamor hay un denominador común a tener en cuenta que como feministas deberíamos siempre exigir y practicar: se trata de construir confianza y de respetar los pactos a través de la comunicación. Es decir, el poliamor no consiste en tener múltiples relaciones sino más bien en ser honestas y sinceras con les otres. Por lo que, cuando alguien se escuda en el poliamor para reproducir los tradicionales engaños, autoengaños o manipulaciones nos toca afinar olfato y perspicacia para reencauzar las discusiones, los discursos y ser tratadas con el respecto que nos merecemos. Poliamor y engaño no son sinónimos, poliamor y respeto a los pactos sí lo son.
Volviendo a las parejas heterosexuales monógamas, un ejemplo clásico de este tipo de conflictos se da en la etapa explosiva que procede a la aparición del primer hijo o hija. La maternidad vivida (entre otras cosas) como una etapa de la sexualidad de las mujeres, unida a la clásica división de roles, potencia los conflictos de convivencia de cualquier pareja. Máxime cuando la mujer cuenta con una trayectoria de búsqueda de mayor autonomía y uso de su tiempo o cuestionamiento de los roles de género, o cuando el hombre no tiene desarrollado un trabajo emotivo y se siente desbordado por la nueva situación. Los consultorios terapéuticos están llenos de parejas que explotan tras la aparición del primer hije; y suele ser entre el primer y el segundo año de edad del bebé que se rompe la pareja. Es también un clásico de nuestras sociedades patriarcales que, escapando de la intensidad del puerperio y la agitación emocional que provoca la aparición del primer hije, el hombre salga corriendo en busca de un espacio en donde él sea el protagonista y no el bebé o la diada conformada por la mamá-bebé. Una amante puede ser un buen lugar en donde volver a ser valorado sin tener responsabilidades compartidas. Por ello, como feministas que luchamos por la extinción de la división de roles de género y por la igualdad entre hombres y mujeres en la crianza y las responsabilidades del hogar, así como por la revolución en los ámbitos sexuales más íntimos, deberíamos ser cuidadosas con este tipo de situaciones en los momentos vitales y priorizar la sororidad sobre cualquier otra cuestión.
Todo se complejiza aún más en el caso de dos madres feministas lesbianas, porque si en una pareja heterosexual hay una feminista, en una de lesbianas ¡puede haber dos! Por lo tanto, es previsible pensar que una pareja de feministas frente a la maternidad sea una bomba de relojería, por lo que supone el puerperio, unido a los clásicos conflictos de pareja, más las negaciones sobre el uso del tiempo y la autonomía. Las feministas hemos luchado vidas enteras para lograr ser gestoras de nuestro tiempo y un tema todavía irresoluto es el de los cuidados. ¿Quién nos cuida a nosotras?
Evidentemente existen parejas de lesbianas que conviven y crecen armónicamente en donde todo esto no ocurre o se resuelve desde un lugar consciente y con mucho amor y sororidad, así como tampoco todas las parejas heterosexuales se rompen tras la aparición de les hijes. Conozco incluso el caso de dos madres que, siendo conscientes del huracán que iba a suponer la aparición del hije, decidieron tomarse la baja de maternidad en simultáneo, para que mientras una cuidaba del bebé pudiera a su vez ser cuidada por su pareja compañera. A nadie se le escapa que la situación socioeconómica de la familia o entorno influirá en las posibilidades de resolución que se encuentren a esta crisis. Pero sea cual sea, debemos poner el ojo en que las responsabilidades se compartan, las necesidades de ambas se contemplen en su dimensión, y en que hay una nueva persona, absolutamente dependiente las 24 horas del día, que sin pedir permiso va a tomar el tiempo de la adulta que la cuide.
Parejas de lesbianas hay tantas y tan diferentes como parejas heterosexuales. Es absurdo tratar de establecer aquí un modelo. Pero sí que me atrevo a afirmar que si las feministas heterosexuales han logrado cada vez contratos de pareja más equitativos, igualitarios o justos, producto de negociaciones permanentes que topan a veces con límites infranqueables, en las parejas de lesbianas feministas estas negociaciones cuentan con una ventaja. Ambas tienen el objetivo común de superar el patriarcado y son conscientes de que éste se combate suprimiendo los roles, rotando las responsabilidades, compartiendo el poder. Discursivamente no pueden hacerse las ingenuas con respecto al uso del tiempo y la distribución entre tiempo productivo y reproductivo. Otra cuestión, como todo en la vida, es la distancia que hay entre la teoría y la práctica, la palabra y la acción. Por lo que en muchas parejas sigue siendo motivo de discusión quién va a hacer la compra, quién hace días que no cocina, cómo se comparten las responsabilidades económicas o cuál de las dos tiene más derecho a tomarse el sábado libre de crianza para asistir a alguna movida nada kidsfriendly. La teoría siempre es mucho más fácil que la práctica, en la maternidad esa distancia se extrema con más facilidad.
Por tanto, si construimos movimiento, tratamos de crear entretejidos de relaciones de confianza y cuidados entre nosotras, habría que preguntarse dónde queda la sororidad. Si dos lesbianas llevan adelante una lucha cotidiana por relacionarse desde la igualdad, más allá de los géneros, y se embarcan en la desafiante aventura de criar juntas en una sociedad violentamente heteronormativa, considero un desconocimiento a esa valentía y esfuerzo, el que otra persona lleve adelante acciones que coloque a una de las madres en uno de esos lugares de capitulación que el patriarcado ha inventado para nosotras. Como movimiento feminista deberíamos plantearnos cómo gestionamos la ética feminista en situaciones de esta complejidad, que como decía una feminista comunitaria boliviana, “nos obligan a hilar más fino cada vez”. En situaciones así, si la amante aparece además con una actitud activa de seducción (aludiendo a su autonomía, libertad, falta de compromisos, poliamor) está desconociendo un momento crítico de la pareja, que si se analiza desde una perspectiva feminista, es cuanto menos previsible. Toda maternidad va a traer consigo algún movimiento de aguas.
Si una feminista en nombre de la autonomía no tiene en consideración el lugar en el que deja a otra mujer, sólo se me ocurre que se deba a dos motivos: o tiene cierta carencia afectiva que la lleva a satisfacerse de forma depredadora, sin considerar forma, contorno o contexto, o tiene una concepción del feminismo según la cual no se prioriza la sororidad. Y en ese caso cabe la pregunta, ¿qué hay del feminismo sin ética feminista?
Por otra parte, está claro que frente a quien decide resolver sus conflictos al más clásico estilo patriarcal (sea hombre o lesbiana), y ante la llegada de su hije sale corriendo en búsqueda de un oasis en donde volver a ser el centro protagonista y receptor de cuidados, las feministas debemos llevar adelante una ética feminista que cuide de nuestras sexualidades, tan dañadas por la historia patriarcal. Y amalaya establezcamos relaciones basadas en la responsabilidad, la comunicación y los cuidados.
Fuente: Pikara