Por Angel Ferrero, Resumen Latinoamericano, 20 marzo 2020
foto portada: Poco tráfico en el Paseo de las Delicias de Madrid. foto David F. Sabadell
Tras unas semanas en las que abundaron las críticas a China por su gestión de la crisis, varios países del mundo occidental han entrado en pánico por la gestión de la crisis provocada por el coronavirus.
En un momento en el que los
esfuerzos de los estados están concentrados en la contención de la
pandemia mundial de coronavirus (covid19), puede parecer una frivolidad
preguntarse por sus repercusiones políticas. Sin embargo, a nadie se
le escapa que antes o después llegarán. Por lo pronto, el impacto
económico ya se está dejando notar: los principales índices bursátiles
han registrado caídas —el jueves Wall Street cerró después de que el
Dow Jones se dejase 1.700 puntos en la apertura— y sectores enteros de
la economía y las cadenas de suministro se han visto golpeados.
El director de Foreign Policy In Focus, John Feffer, recogía en un artículo reciente algunos datos que no está de más reproducir aquí: se ha calculado que el tráfico mundial de contenedores de transporte se reducirá un 9,5% este mes de marzo, y del sector
industrial al turístico —reservas
hoteleras, restauración, aerolíneas y cruceros— e incluso el
entretenimiento —cancelación de conciertos, exposiciones en museos,
funciones de teatro y estrenos cinematográficos— las consecuencias ya
se dejan notar.
China ha ajustado su previsión de crecimiento, que ha rebajado a un 5% del PIB del 6% previsto, y se espera una caída similar para Italia,
cuyo gobierno ha anunciado ya una inversión adicional de 25.000
millones de euros. Según fuentes del Fondo Monetario Internacional
(FMI), Italia podría necesitar un rescate de 500 a 700 mil millones de dólares.
El pasado martes la Unión Europea adelantó que activará un fondo de
25.000 millones de euros para hacer frente a la crisis, un día antes de
que el Banco Central Europeo (BCE) alertase de la posibilidad de una
crisis como la de 2008 si no se toman medidas cuanto antes.
Bloomberg presentaba hasta cuatro escenarios,
en el peor de los cuales la economía global perdería 2,7 billones de
dólares y algunas de las principales economías industriales verían caer
su PIB hasta un 3%. Según sus autores, “las históricos bajos niveles
de las tasas de interés y los elevados niveles de deuda” limitan el
margen de maniobra de los estados europeos, haciendo que la “caja de
herramientas sea poco adecuada para la tarea” de enfrentarse al daño
económico que causará la pandemia.
“Si algo con una tasa de mortandad relativamente baja como el coronavirus, de entre un 1 y un 4%, en comparación con el 50% del ébola, puede ocasionar semejante daño a la economía global, quizá es que el paciente estaba sufriendo ya de algún tipo de dolencia previa”, observa Feffer. “Puede parecer ridículo esperar que un patógeno, incluso uno que se propaga al ritmo de una pandemia, pueda revertir una
trayectoria que lleva desarrollándose un siglo, pero el estallido de
coronavirus coincide con los ataques a la globalización económica
desde diferentes sectores”, añade el director de Foireng Policy in
Focus, quien cita el ejemplo de los ecologistas que cuestionan desde
hace décadas la política de crecimiento y la mundialización.
En
este sentido, el covid19, “como la pandemia de gripe de 1918, puede
contribuir a una mayor fragmentación” o puede “servir como recordatorio
de cómo la salud de la humanidad ha dependido de allende de las
fronteras durante milenios” —las pandemias, recuerda el autor, siempre
han estado relacionadas con los desplazamientos comerciales y
militares— conduciendo a replantarse “cómo funciona el mundo”.
Quizá no se equivocaba del todo el editor del Global Times, Hu Xijin, al afirmar que “nos encontramos ante la primera fase de un enorme cambio”, ni tampoco exageraba el sociólogo Jósczef Böröcz
al decir que “la humanidad se encuentra a prueba […] ¿Cómo reaccionan
las culturas, clases e individuos a un desafío colectivo de esta
importancia? ¿Qué culturas, clases e individuos son capaces de
ajustarse a las respuestas colectivas adecuadas? ¿Qué produce
reacciones sociales absolutamente antisociales? ¿Quién se dedica a
pseudoactividades irrelevantes? Y la mayor pregunta de todas: ¿Qué
culturas, clases e individuos serán capaces de sobrevivir o cuáles se
irán por el desagüe?”
Primero Schadenfreude, luego pánico
Como se ha señalado ya en varios lugares, y el propio Feffer recoge, la primera reacción de muchos comentaristas occidentales al brote de covid-19 en
Wuhan
fue de Schadenfreude, un término alemán de uso frecuente en los medios
con el que se describe el sentimiento de alegría por la desgracia
ajena. ¿Cuántos medios no hablaron de un ‘Chernóbil chino’? Se lo preguntó The Guardian, lo afirmó la revista Newsweek y, como por desgracia acostumbra a suceder, en España se repitió acríticamente en diarios como el ABC y en todos los telediarios de importancia. Foreign Policy llegó a acusar a China de haber “puesto en riesgo al mundo” con su “incompetencia”.
Muy
diferente era el juicio de las autoridades sanitarias competentes:
después de visitar el país, el director ejecutivo de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) para brotes epidémicos y emergencias
sanitarias, Bruce Aylward, elogió en una rueda de prensa a finales de
febrero la respuesta china y señaló que el resto de países no están
preparados, “pero pueden estar listos rápidamente si hay un cambio de
mentalidad sobre cómo vamos a manejar la enfermedad”.
En una entrevista con el medio estadounidense Vox
publicada a comienzos de este mes, Aylward desarrollaba sus
conclusiones. “La cuestión es la velocidad, todo se reduce a la
velocidad: cuanto más rápido se puedan encontrar los casos, aislarlos y
rastrear sus contactos, más éxito se tendrá”, exponía. Lo que
demuestra la respuesta de China en 30 provincias, continuaba, “es que
si uno se lo propone, se arremanga y comienza el trabajo sistemático de
encontrar los casos y rastrear los contactos, se puede modificar la
forma del estallido, reducir la presión y prevenir que mucha gente
enferme y que los más vulnerables mueran”.
En Nueva
York el cierre de escuelas se ha considerado como “la última opción”, ya
que significaría dejar a 114.000 estudiantes sin hogar sin la
posibilidad de recibir atención médica o comida
No se trata solamente de medidas comunes como el
aislamiento de casos y la suspensión de reuniones públicas, sino de
construir instalaciones hospitalarias especializadas, acelerar las
pruebas —los resultados se conocen en un espacio de cuatro a siete
horas— y garantizar su gratuidad, agilizar las recetas de medicamentos y
crear una red para su distribución a las poblaciones afectadas, así
como adquirir aparatos de respiración asistida, oxígeno, material de
laboratorio. E incluso a pesar de ese esfuerzo hercúleo “hubo problemas
con los suministros en algún punto”. ¿Y qué hay del aislamiento de
ciudades enteras o del seguimiento de ciudadanos a través de sus teléfonos móviles?
“Los aislamientos a los que se refiere, las preocupaciones por los
derechos humanos, reflejan la situación en lugares como Wuhan, [los
aislamientos] se concentraron en Wuhan y otras dos o tres ciudades que
explotaron [con casos de COVID-19], estos lugares se descontrolaron al
comienzo [de la epidemia] y China tomó la decisión de proteger a China y
al resto del mundo.”
Ahora que el covid19 se extiende por Europa
y Estados Unidos, la comparación en la gestión de la pandemia ha
dejado en evidencia la “dolencia previa” de la que hablaba Feffer. En
EEUU, hogar de 28 millones de personas sin seguro médico, las
enfermeras se han quejado por la falta de equipos y también lo ha hecho el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) por la escasez de material de laboratorio para las pruebas de detección después de haber sufrido retrasos y errores.
En Nueva York el cierre de escuelas se ha considerado como “la última opción”,
ya que significaría dejar a 114.000 estudiantes sin hogar sin la
posibilidad de recibir atención médica o comida. En Counterpunch resumía bien la situación
JP Sottile al escribir que estos últimos cuatro años la Casa Blanca
“ha estado privando de oxígeno a las agencias federales, reduciendo sus
recursos y su personal”, avanzando en el programa neoliberal de tres
décadas que convierte así a Donald Trump en “el omega al alfa de Ronald
Reagan”. “Cualquier ‘incompetencia’ relacionada con el coronavirus que
veáis en las noticias es una característica intrínseca de todo ello,
no un error”, denunciaba Sottile.
Cabe recordar que todo esto sucede mientras China clausuraba recientemente 16 hospitales de emergencia en Wuhan, enviaba 250.000 mascarillas y cuatro expertos en el control de la epidemia
a Irán —donde las sanciones estadounidenses agravan la crisis— y un
millar de ventiladores pulmonares, dos millones de mascarillas
ordinarias y 100.000 mascarillas de alta tecnología a Italia.
En un artículo en Politico,
el representante permanente de Italia ante la UE, Maurizio Massari,
volvía a reclamar a Bruselas que relajase el acceso al crédito y
difícilmente podía ocultar su indignación ante la respuesta de sus
socios europeos: “Italia ya ha pedido que se active el Mecanismo de
Protección de la Unión Europea para el suministro de equipos médicos
para protección individual, pero por desgracia ni un solo país europeo
ha respondido a la llamada de la Comisión, únicamente China ha
respondido bilateralmente”. “Ciertamente, esto no es un buen signo de
solidaridad europea”, apostillaba Massari.
El jueves la embajada china en Madrid informaba de la llegada de un cargamento de 1,8 millones de mascarillas y 100.000 reactivos. Alemania ya ha prohibido la exportación de material médico, provocando la indignación de Suiza y Austria.
Berna ha llamado al embajador alemán a consultas en protesta por el
bloqueo de un cargamento de 240.000 mascarillas médicas en la frontera,
mientras que la ministra de Economía austríaca, Margarete Schramböck,
ha exigido a Berlín que deje de retener los suministros.
“No
puede ser que Alemania esté reteniendo productos destinados a Austria
por el simple hecho de encontrarse almacenados en un Alemania”, declaró
Schramböck, “estos productos son para el mercado austríaco, y los
movimientos unilaterales de Alemania lo único que hacen es causar
problemas a otros países”. Tan poco para tantos valores europeos.
China ha donado
más de un millón de máscaras y otro material médico a Corea del Sur,
5.000 trajes protectores y 100.000 máscaras a Japón y 12.000 kits de
detección a Pakistán, pero a pesar de todo ello algunos medios
occidentales parecen concentrarse en atacar al país que más ayuda.
En España es digna de mención la rápida progresión del economista Juan
Ramón Rallo quien, desde su columna en El Confidencial
—programáticamente titulada Laissez faire— ha pasado de calificar de “extralimitación liberticida” la decisión de Francia de requisar los stocks de mascarillas para evitar el acaparamiento y la especulación a explicar a sus lectores por qué las medidas adoptadas por China para contener el Covid-19 son un ejemplo a seguir.
Aunque este cambio ha dado pie a numerosas bromas,
pocos lectores parecen haber reparado en el último parágrafo de su
artículo: “Pero, a la vez, los casos de Hong Kong y Singapur también
nos recuerdan que, con restricciones muchísimo menores a las de China
pero con un seguimiento exhaustivo de los contagiados y de sus
contactos y una extrema responsabilidad individual hacia los demás
(tomarse en serio la higiene y minimizar las salidas innecesarias de
casa), también es posible frenar el ritmo de contagio. No hace falta
hacer como China para obtener resultados chinos: pero sí es
imprescindible actuar con profesionalidad y diligencia. Si no lo
hacemos, confundiremos la inoperancia, pasividad y negligencia de un
partido político específico con la inoperancia de un régimen amplio de
libertades. Y la epidemia vírica será seguida por una epidemia
autoritaria.”
Beijing vs. Singapur
Después
del crack del 29 millones de personas en el mundo quedaron fascinadas
por la capacidad de resistencia a la crisis —supuesta o relativa,
dependiendo del observador— de dos países de políticas diametralmente
opuestas: Italia, donde se aceleró el corporativismo con la
nacionalización de bancos y la creación de empresas mixtas y estatales,
y la URSS, donde el sistema de economía planificada protegía
relativamente al país de los shocks de la Gran Depresión.
Con
la crisis del Covid-19 podría ocurrir algo parecido, salvando por
descontado todas las distancias. La derecha ya parece haber tomado como
ejemplo Singapur, como atestiguan algunos artículos publicados hasta la fecha.
Pocas sorpresas: la combinación de una economía de libre mercado, por
una parte, y de un longevo gobierno autoritario del Partido de Acción
Popular (PAP) que se encarga de vigilar su cumplimiento, por la otra,
convierte a la ciudad-estado en un modelo atractivo para la derecha.
Singapur, con todo, no llega a los seis millones de habitantes. China,
en cambio, tiene más de 1.400 millones, lo que la convierte en el país
con más población del mundo. A diferencia de Singapur, su sistema
político es una evolución del que existía en los estados del
“socialismo realmente existente” antes de su desintegración, y
mantiene, a pesar de la liberalización de buena parte de su economía,
elementos socialistas. Los muchos comentarios que ha provocado la
respuesta china a la crisis del coronavirus estos días traen a la
memoria ¿Comunismo sin crecimiento? (1975) de Wolfgang Harich.
Este libro —una larga conversación entre el filósofo alemán y Freimut
Duve, un socialdemócrata germano-occidental— abordaba el
replanteamiento del marxismo a la luz de la crisis ecológica desde una
óptica pesimista, partiendo de la tesis que aquélla establecía límites a
la abundancia material con la que el marxismo tradicionalmente había
vinculado la libertad comunista y la consiguiente extinción (o
abolición) del Estado. En palabras de Harich, “mi creencia en la
superioridad de modelo soviético de socialismo se ha hecho
inquebrantable desde que he aprendido a no considerarlo ya desde el
punto de vista de la —por otra parte absoluta— competencia económica
entre el Este y el Oeste, sino a juzgarlo, ante todo, según las
posibilidades que ofrece su estructura para sobreponerse a la crisis
ecológica, para el mantenimiento de la vida en nuestro planeta, para la
salvación de la humanidad”. Según Harich, únicamente un sistema
comunista, con su centralización administrativa y economía planificada,
permitiría combinar medidas de emergencia como la limitación del
consumo y de la población o el racionamiento de productos de acuerdo a
un principio de igualdad.
El libro de Harich fue ampliamente
debatido en su momento en España, donde Manuel Sacristán le achacó tres
defectos: “En primer lugar, es inverosímil si se tiene en cuenta la
experiencia histórica, incluida la más reciente, que es la ofrecida por
la aristocracia de los países del llamado ‘socialismo real’; en
segundo lugar, el despotismo pertenece a la misma cultura del exceso
que se trata de superar; en tercer lugar, es poco probable que un
movimiento comunista luche por semejante objetivo. La conciencia
comunista pensará más que bien que para ese viaje no se necesitaban las
alforjas de la lucha revolucionaria. A la objeción (repetidamente
insinuada por Harich) de que el instinto de conservación se tiene que
imponer a la repugnancia al autoritarismo, se puede oponer al menos la
duda acerca de lo que puede hacer una humanidad ya sin entusiasmos,
defraudada en su aspiración milenaria de justicia, libertad y
comunidad.”
A la luz de la crisis del Covid-19, los argumentos
de Wolfgang Harich merecen reflexión. En una entrevista concedida en
1979 al semanario Der Spiegel, Harich defendía “que hay
parámetros de alcance global que sólo pueden resolverse con un poder
centralizado”, y añadía que “éste, en mi opinión, debe contar con
plenos poderes dictatoriales” (aquí conviene matizar que Harich hablaba
de una dictadura fideicomisaria y no de un despotismo soberano).
“No soy un sádico, no me gustan las dictaduras duras, no me
despiertan ninguna simpatía”, aseguraba, “sólo anticipo que si todo
sigue como hasta ahora, entonces revertir las consecuencias sólo será
posible con una tiranía terrible, temible”.
La pandemia de coronavirus ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión de la eficacia de un sistema centralizado como el chino para frente hacer los graves problemas a los que se enfrenta el mundo en el siglo XXI. Las llamadas que han hecho algunos desde las redes sociales y desde la nueva izquierda a la política de curas durante la pandemia son loables, pero quedan empequeñecidas ante la magnitud del problema. La autoorganización o los movimientos sociales, por encomiables que sean, pueden servir para crear una red barrial de distribución de alimentos o tareas —que no es poco, en los tiempos que corren — , pero no para la organización y traslado de personal médico, y menos aún para fabricar aparatos de respiración, material de laboratorio o mascarillas en una crisis como ésta: de eso se encarga el Estado. El tiempo corre, y a medida que avanza la única alternativa, advertía Harich en la entrevista, “será entonces la autodestrucción en libertad, democracia y economía de mercado o un golpe de timón con medidas muy duras”. Entonces “quizá vendría, como teme el socialdemócrata Richard Löwenthal, un nuevo cesarismo con una nueva guardia pretoriana, que destruye todo lo que se cruza a su paso”. “El riesgo”, terminaba un sombrío Harich, “está ahí”. Si el dilema económico en los veinte se planteó, por tomar una conocida expresión de Thomas Mann, como una elección entre “Roma o Moscú”, el de este siglo XXI podría acabar siendo —si no se encuentra una solución socialista democrática a tiempo— entre Beijing o Singapur. El tiempo corre.
fuente: El Salto