Las lecciones que nos deja Bolivia

Las lec­cio­nes que nos deja Bolivia

Pablo Ste­fa­no­ni /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano /​15 de mar­zo de 2020

La caí­da del gobierno del Movi­mien­to al Socia­lis­mo (MAS) abrió nume­ro­sos deba­tes en las izquier­das y, al mis­mo tiem­po, per­mi­te refle­xio­nar sobre las vías del cam­bio social, la cues­tión de la demo­cra­cia y, no menos impor­tan­te, cómo evi­tar bac­klash reaccionarios.

Las lecciones que nos deja Bolivia

La renun­cia y sali­da al exi­lio de Evo Mora­les, en noviem­bre pasa­do, no solo aca­bó de mane­ra repen­ti­na con el lla­ma­do «pro­ce­so de cam­bio» ini­cia­do en 2005 sobre la este­la del ciclo de movi­li­za­cio­nes abier­to en 2000 y que tuvo su momen­to de mayor inten­si­dad en la «gue­rra del gas» de 2003. Sig­ni­fi­có tam­bién la caí­da de uno de los gobier­nos del «giro a la izquier­da» que atra­jo más sim­pa­tías a esca­la glo­bal. De ahí que, des­de enton­ces, las dis­cu­sio­nes sobre lo que real­men­te pasó en Boli­via sigan atra­ve­san­do a la izquier­da inter­na­cio­nal. Una par­te sos­tie­ne la tesis del gol­pe como varia­ble expli­ca­ti­va «total» y otra, mino­ri­ta­ria pero con figu­ras rele­van­tes, que no hubo gol­pe sino que Evo Mora­les habría caí­do por su pro­pio peso.

El pro­ble­ma de estas visio­nes es que invi­si­bi­li­zan una serie de cues­tio­nes rele­van­tes y des­pre­cian una socio­lo­gía polí­ti­ca de la cri­sis boli­via­na: ni la tesis del gol­pe de Esta­do tout court ni la del no gol­pe son capa­ces de dar cuen­ta de la deri­va reac­cio­na­ria con­cre­ta en la que ingre­só Boli­via, que com­bi­na un pro­ce­so de dere­chi­za­ción des­de arri­ba y, tam­bién, des­de aba­jo, es decir, des­de la pro­pia socie­dad civil. Tam­po­co infor­ma sobre la for­ma en que se movie­ron los acto­res de ambos blo­ques en esas jor­na­das y des­pués. Ni sobre la com­ple­ja secuen­cia de acontecimientos.

Hay dos cues­tio­nes que deben enfren­tar­se para hacer cual­quier «ana­to­mía del derro­ca­mien­to» del gobierno del Movi­mien­to al Socia­lis­mo (MAS), sin dejar de lado los «ins­tan­tes hui­di­zos» que en con­tex­tos de cri­sis defi­nen el deve­nir de los acontecimientos.

La pri­me­ra es que las orga­ni­za­cio­nes socia­les, pese a las pro­me­sas de sus diri­gen­tes en reunio­nes con Evo Mora­les, no salie­ron de mane­ra sig­ni­fi­ca­ti­va a defen­der al «gobierno de los movi­mien­tos socia­les» en los momen­tos deci­si­vos. La segun­da: que los mili­ta­res juga­ron sus car­tas «en últi­ma ins­tan­cia», es decir des­pués de que el gobierno fue­ra supe­ra­do por la reac­ción en las calles, lo que inclu­yó un amo­ti­na­mien­to poli­cial en coor­di­na­ción con los sec­to­res más dere­chis­tas de la opo­si­ción, espe­cial­men­te con el pre­si­den­te del Comi­té Cívi­co de San­ta Cruz, Luis Fer­nan­do Cama­cho, y una radi­ca­li­za­ción de las movi­li­za­cio­nes. Es esto últi­mo lo que habría hecho fra­ca­sar las nego­cia­cio­nes que, según refe­ren­tes del MAS, habían avan­za­do con Car­los Mesa en favor de una sali­da que incluía la renun­cia de Evo Mora­les y la asun­ción de la pre­si­den­ta del Sena­do, Adria­na Sal­va­tie­rra, en una espe­cie de gobierno tran­si­to­rio de con­sen­so para lla­mar a nue­vas elecciones.

Todo esto no anu­la la tesis del gol­pe. En efec­to, que los mili­ta­res «sugie­ran» la renun­cia del pre­si­den­te y le colo­quen la ban­da pre­si­den­cial a su suce­so­ra se pare­ce bas­tan­te a un gol­pe. Al igual que la evi­den­cia de que los man­dos, espe­cial­men­te la fuer­za aérea, habrían comen­za­do a actuar por su cuen­ta antes de la renun­cia de Evo Mora­les, es decir cuan­do aún era Coman­dan­te en Jefe. (Hay que decir, tam­bién, que los mili­ta­res fue­ron «poli­ti­za­dos» en estos 14 años, inclu­yen­do cur­sos en la Escue­la Anti­im­pe­ria­lis­ta, etc., legi­ti­man­do cier­ta inje­ren­cia polí­ti­ca, aun­que en el caso de Boli­via nun­ca fue­ron par­te orgá­ni­ca del poder como en Vene­zue­la). No obs­tan­te, es nece­sa­rio colo­car la cues­tión del gol­pe en un mar­co más amplio: la cri­sis de una for­ma de ejer­cer el poder cuyo ori­gen hay que bus­car­lo en el refe­rén­dum del 21 de febre­ro de 2016, cuan­do el gobierno con­sul­tó a la pobla­ción sobre un cam­bio cons­ti­tu­cio­nal y el «No» a la reelec­ción inde­fi­ni­da se impu­so por 51,3% a 48,7% y, más amplia­men­te, en la impo­si­bi­li­dad de pen­sar la posi­bi­li­dad de una derro­ta electoral.

El MAS –al igual que par­te de la izquier­da glo­bal– sub­es­ti­mó enton­ces lo que sig­ni­fi­ca pasar por enci­ma del resul­ta­do de una con­sul­ta al pue­blo y se ape­ló a una miría­da de argu­men­tos para rela­ti­vi­zar los resul­ta­dos. A par­tir de ese momen­to, y por pri­me­ra vez des­de 2006, la ban­de­ra demo­crá­ti­ca que­dó en manos de la opo­si­ción, con impor­tan­tes con­se­cuen­cias hacia el futuro.

Tras el 21‑F, el gobierno dedi­có todas sus ener­gías a per­ge­ñar vías para la reelec­ción. Casi no hubo otro tema en la agen­da. En ese mar­co es que, a fina­les de 2017, el Tri­bu­nal Cons­ti­tu­cio­nal habi­li­tó a Evo Mora­les. Eso fue lo que ter­mi­nó de crear el cal­do de cul­ti­vo para la (re)emergencia y legi­ti­ma­ción de figu­ras radi­ca­les, como el pro­pio Cama­cho, quien lle­gó a la cabe­za Comi­té Cívi­co con la ban­de­ra del 21‑F y denun­cian­do un «pac­to» de las eli­tes cru­ce­ñas con el gobierno del MAS.

La cam­pa­ña elec­to­ral, como refle­ja el docu­men­tal de Die­go Gon­zá­lez, «Antes del gol­pe», care­ció de épi­ca, se basó en la movi­li­za­ción de recur­sos esta­ta­les más que en la movi­li­za­ción social y ten­sio­nó enor­me­men­te el cli­ma polí­ti­co. Sobre esa ten­sión es que se mon­ta­ron las denun­cias de «frau­de» el 20 de octu­bre, que tuvie­ron res­pues­tas des­coor­di­na­das, y por momen­tos poco creí­bles, de par­te del gobierno, lo que que ter­mi­nó de minar la legi­ti­mi­dad pre­si­den­cial. Todo ello ayu­da­do por el timing pre­ci­so de la Orga­ni­za­ción de Esta­dos Ame­ri­ca­nos (OEA) para ade­lan­tar su infor­me. Con la para­do­ja de que, en el ini­cio de la cam­pa­ña elec­to­ral, Luis Alma­gro había sido denun­cia­do de secuaz de Evo por la opo­si­ción y el ex pre­si­den­te Jor­ge Tuto Qui­to­ga lo acu­só inclu­so de «ven­der su alma» al gobierno del MAS.

Es cla­ro que Evo Mora­les no cayó por su pro­pio peso como sos­tu­vo Rita Sega­to. El MAS cayó por la movi­li­za­ción se sec­to­res urba­nos, ayu­da­dos por un motín poli­cial en los 9 depar­ta­men­tos del país y, final­men­te, por las FFAA, en un con­tex­to de extre­ma­da vio­len­cia con­tra cual­quier per­so­na iden­ti­fi­ca­da con el ofi­cia­lis­mo que raya­ba con un cli­ma de fas­cis­ti­za­ción social. Esas movi­li­za­cio­nes denun­cia­ron sobre défi­cits demo­crá­ti­cos reales, pero como ya ocu­rrie­ra con otros levan­ta­mien­tos «anti­po­pu­lis­tas», como el de 1946 que ter­mi­nó con el bru­tal ase­si­na­to y col­ga­mien­to del pre­si­den­te Gual­ber­to Villa­rroel, el resul­ta­do no fue más demo­cra­cia sino a un tipo de revan­chis­mo reac­cio­na­rio y antipopular.

Esa dimen­sión fue un pun­to cie­go para la izquier­da crí­ti­ca, que, pese a las tem­pra­nas evi­den­cias, dilu­yó la face­ta res­tau­ra­do­ra del nue­vo blo­que de poder y solo se enfo­có en la «diso­lu­ción de la domi­na­ción masis­ta». Pese a que las movi­li­za­cio­nes inclu­ye­ron a diver­sos acto­res y sen­si­bi­li­da­des ideo­ló­gi­cas (eco­lo­gis­tas, pro­gre­sis­tas, femi­nis­tas, etc.), la dere­cha con­ser­va­do­ra se impu­so sin difi­cul­ta­des. Un caso excep­cio­nal es el de la femi­nis­ta liber­ta­ria María Galin­do, quien, pese a sus fuer­tes crí­ti­cas al MAS, se posi­cio­nó enér­gi­ca­men­te con­tra el giro con­ser­va­dor y reac­cio­na­rio. Un giro, hay que decir­lo, que inclu­yó diver­sos tipos de gru­pos civi­les que aco­sa­ron emba­ja­das, sobre todo la mexi­ca­na don­de hay asi­la­dos, y vivien­das par­ti­cu­la­res, y adop­ta­ron esté­ti­cas y for­mas de movi­li­za­ción de extre­ma derecha.

En el caso del exte­rior, una gran par­te de las izquier­das, sobre todo las nacio­nal-popu­la­res, asu­mie­ron un tipo de soli­da­ri­dad inter­na­cio­na­lis­ta que tuvo esca­sos efec­tos en Boli­via, don­de no exis­tió una resis­ten­cia anti­gol­pis­ta en sen­ti­do estric­to. Mien­tras que el núcleo en el exi­lio denun­cia­ba el gol­pe des­de Bue­nos Aires con una radi­ca­li­dad que no daba cuen­ta de las posi­bi­li­da­des de acción en la coyun­tu­ra boli­via­na, el pro­pio blo­que par­la­men­ta­rio del MAS, que con­tro­la dos ter­cios del Con­gre­so, entró en una diná­mi­ca de «paci­fi­ca­ción» y nego­cia­ción con la pre­si­den­ta inte­ri­na Jea­ni­ne Áñez y se ale­jó de las ins­truc­cio­nes del ex pre­si­den­te. Hay varios ele­men­tos para expli­car esta situa­ción. Uno es la fal­ta de orga­ni­ci­dad del MAS y el deci­sio­nis­mo pre­si­den­cial: tras la renun­cia de Evo Mora­les y la sali­da del poder de otras figu­ras «fuer­tes» del ante­rior gobierno, par­la­men­ta­rios que con­si­de­ra­ban que no habían teni­do el lugar que mere­cían se vie­ron en una iné­di­ta situa­ción de poder (como la alte­ña Eva Copa) y comen­za­ron a jugar en la nue­va can­cha con la legi­ti­mi­dad de «haber pues­to el cuer­po». Por otro lado, al per­ma­ne­cer en Boli­via, estos par­la­men­ta­rios tenían una mayor con­cien­cia de las nue­vas rela­cio­nes de fuer­za y de la ampli­tud del recha­zo al MAS, sobre todo en los días pos­te­rio­res a la sali­da del país de Mora­les. (Y posi­ble­men­te, tam­bién, algu­nos solo cui­da­ran sus sala­rios y sus cargos).

A su turno, las orga­ni­za­cio­nes socia­les com­ba­tie­ron por algu­nas cues­tio­nes sen­si­bles, como la defen­sa de la Wipha­la, pero no pidie­ron el retorno de Evo Mora­les al poder. Esto mos­tró la dis­tan­cia entre el exi­lio y Boli­via, pero tam­bién refle­ja la situa­ción de unos movi­mien­tos socia­les debi­li­ta­dos ¿para­dó­ji­ca­men­te? por años de «gobierno de los movi­mien­tos socia­les»: fal­ta de plu­ra­lis­mo e impo­si­ción de las deci­sio­nes guber­na­men­ta­les, pér­di­da de inten­si­dad de la vida inter­na, capas diri­gen­cia­les dema­sia­do intere­sa­das en ocu­par car­gos en el Esta­do, etc. En muchos sen­ti­dos, y con el alto prag­ma­tis­mo que sue­le carac­te­ri­zar­las, las orga­ni­za­cio­nes se pre­pa­ra­ron para el esce­na­rio post-Evo (lo que no sig­ni­fi­ca que el ex-pre­si­den­te no siga sien­do una figu­ra popu­lar ni que su carre­ra polí­ti­ca haya con­clui­do). Una mues­tra de ello fue el apo­yo a David Cho­quehuan­ca como can­di­da­to pre­si­den­cial –una figu­ra hoy resis­ti­da por Mora­les que final­men­te que­dó como com­pa­ñe­ro de bino­mio del ex minis­tro de Eco­no­mía Luis Arce Cata­co­ra, apo­ya­do des­de Bue­nos Aires– y el entu­sias­mo que gene­ra el joven coca­le­ro Andró­ni­co Rodrí­guez hoy a la cabe­za de hecho de las Seis Fede­ra­cio­nes del Tró­pi­co de Cocha­bam­ba, que siguen sien­do pre­si­di­das por Morales.

En efec­to, el núcleo en Bue­nos Aires, la ban­ca­da par­la­men­ta­ria y las orga­ni­za­cio­nes socia­les (espe­cial­men­te las de matriz cam­pe­si­na) son las tres gala­xias que hoy dan cuen­ta de lo que es el MAS, una orga­ni­za­ción que siem­pre care­ció de una ver­da­de­ra orga­ni­ci­dad y cuyo «pega­men­to» fue la expec­ta­ti­va de acce­so al Esta­do para sec­to­res popu­la­res lar­ga­men­te exclui­dos del poder. Si bien Evo Mora­les fue cen­tral para man­te­ner uni­do al MAS, nun­ca fue estric­ta­men­te un líder caris­má­ti­co. De mane­ra pro­gre­si­va, debi­do a las nece­si­da­des reelec­cio­nis­tas, fue asu­mien­do el papel de un «líder irreem­pla­za­ble», pero su legi­ti­mi­dad siem­pre se basó en la idea de auto­rre­pre­sen­ta­ción cam­pe­si­na que es un mito de ori­gen del MAS y en la ima­gen de que «Evo es uno de nosotros».

Las vías segui­das por el pro­ce­so de cam­bio boli­viano pone sobre la mesa varias cues­tio­nes. Una de ellas es la posi­bi­li­dad de pen­sar de mane­ra no catas­tró­fi­ca la sali­da del poder y las con­se­cuen­cias de for­zar una y otra vez, con­tra vien­to y marea, la reelec­ción pre­si­den­cial; y jun­to con esto visio­nes exce­si­va­men­te ins­tru­men­ta­les de la demo­cra­cia. La otra es cómo com­bi­nar el impul­so hacia cam­bios pro­fun­dos con un ejer­ci­cio plu­ra­lis­ta del gobierno y una mejo­ra de la vida cívi­ca. (Sal­vo que se pien­se, como en efec­to lo hacen algu­nos «boli­va­ria­nos», que la caí­da del MAS fue por­que el gobierno no habría apre­ta­do sufi­cien­te­men­te las tuer­cas –como sí lo hacen Nico­lás Madu­ro y los mili­ta­res vene­zo­la­nos– y que el pro­ble­ma habría sido, enton­ces, el «exce­so de demo­cra­cia»). Y, jun­to con ello, un aspec­to cla­ve es cómo evi­tar que se legi­ti­men los bac­klash reac­cio­na­rios.

Como se pue­de ver revi­san­do la his­to­ria recien­te, Evo Mora­les ganó en 2014 con más del 60% de los votos, y en esa oca­sión triun­fó inclu­so en la reti­cen­te San­ta Cruz gra­cias a la bue­na situa­ción eco­nó­mi­ca. El perio­dis­ta Fer­nan­do Moli­na habló inclu­so, con evi­den­cias, del «fin de la pola­ri­za­ción». Por enton­ces, nadie habla­ba de «tira­nía», como aho­ra lo hacen a dia­rio los colum­nis­tas de cla­se media en unos medios que no cejan en su empe­ño de inyec­tar mís­ti­ca a la «revo­lu­ción de las piti­tas» (por los cor­de­les usa­dos en los blo­queos de calles), leí­da como una «revo­lu­ción liber­ta­do­ra». Has­ta se habló de «14 años de penum­bra»: el sol pare­ce que no salía bajo el evis­mo. Pero, con­tra la creen­cia de algu­nos sec­to­res nacio­nal-popu­la­res, lo que repo­la­ri­zó a Boli­via no fue­ron medi­das radi­ca­les del gobierno (no hubo nin­gu­na des­de 2014) sino la insis­ten­cia en la reelec­ción inde­fi­ni­da, en un país que a lo lar­go de su his­to­ria fue anti-reelec­cio­nis­ta y estu­vo pla­ga­do de amo­ti­na­mien­tos con­tra quie­nes inten­ta­ron seguir en el poder. En este caso, sobre ese movi­mien­to se aupó una reac­ción más amplia con­tra la emer­gen­cia ple­be­ya que en estos años ero­sio­nó como nun­ca antes el poder «seño­rial» en al país.

En este con­tex­to, el MAS entra en una nue­va eta­pa de recom­po­si­ción, tras el gol­pe que sig­ni­fi­có la sali­da del poder, y qui­zás de auto­crí­ti­ca. En cual­quier esce­na­rio, el MAS será cla­ve en la futu­ra gober­na­bi­li­dad. Inclu­so si pier­de la pre­si­den­cia podría tener la mayo­ría par­la­men­ta­ria. Las encues­tas mues­tran que man­tie­ne una base dura de apo­yo popu­lar que ron­da el 30% y hoy es la úni­ca fuer­za de izquier­da con pro­yec­ción polí­ti­ca en el país, y la más impor­tan­te en el mun­do rural boliviano.

Nue­va Sociedad

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