Por Claudia Korol, Marcha /Resumen Latinoamericano, 22 marzo 2020
En estos días en que cada cual muestra las cicatrices en su piel y
en su conciencia, fruto de batallas ganadas y perdidas, pienso que los
gestos del Che están dibujados en esta Cuba que rompe las fronteras para
acompañar a las personas infectadas por el Coronavirus.
No era todavía el Che, cuando trazó una ruta de viaje por los
leprosarios del continente. No era el héroe romántico ni el guerrillero.
Era un médico sensible dispuesto a “tocar” el dolor humano, producto de
la pobreza, de la estigmatización, del aislamiento, del miedo.
En su viaje por el continente junto con Alberto Granado, conocieron y
desafiaron las lógicas sanitaristas, visitando los leprosarios desde
Córdoba, hasta Perú y Brasil. Buscando respuestas en sus diálogos con el
médico peruano Hugo Pesce, quien le compartió desde los escritos de
José Carlos Mariátegui ‑el comunista rebelde que cuestionó los dogmas e
hizo de la pasión un lugar fundante de la revolución‑, hasta sus saberes
sobre la pelea cotidiana contra la lepra.
Escribió en esos años Ernesto a su padre:
“[…] despedida como la que nos hicieron los enfermos
de la Leprosería de Lima es de las que invitan a seguir adelante […]
Todo el cariño depende de que fuéramos sin guardapolvo ni guantes, les
diéramos la mano como cualquier hijo de vecino y nos sentáramos entre
ellos a charlar de cualquier cosa o jugáramos al Fútbol con ellos. Tal
vez te parecerá una compadrada sin objeto, pero el beneficio psíquico
que es para uno de estos enfermos tratados como animal salvaje, el hecho
de que la gente los trate como seres normales es incalculable y el
riesgo que se corre es extraordinariamente remoto […]’’.
Hay muchos otros textos del joven Guevara, en el que expresa su
convicción de que no hay medicina verdadera que no “toque” las raíces
del dolor, y que no rompa aquellas condiciones impuestas de aislamiento,
cuando no tienden puentes en los que circulen de ida y de vuelta
soluciones colectivas a las necesidades urgentes. No hay medicina social
que no cuestione al capitalismo que se enriquece sembrando enfermedades
y multiplicando la miseria.
¿Era acaso un muchacho irresponsable el joven Fuser (Furibundo Serna,
como lo llamaban los amigos), cuando visitaba los leprosarios y trataba
sin miedo ni prejuicios a las personas que ahí sobrevivían?
¿Era irresponsable el Che, cuando decidió unir su suerte, como dijera
José Martí, a los pobres de la tierra, haciendo camino en la lucha
guerrillera?
Muchos y muchas lo trataron de irresponsable, antes y después de que
su figura inmensa se multiplicara en los corazones de los pueblos del
mundo. A quienes lo hicieron, les respondió en su estilo irónico, en la
carta de despedida a sus padres escrita en 1965: “Muchos me dirán
aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen
el pellejo para demostrar sus verdades”.
Che puso el pellejo, el cuerpo y el alma, para combatir el virus del
capitalismo, porque sabía que su expansión y multiplicación sólo
acarrearía nuevas y cada vez más peligrosas guerras, invasiones,
dictaduras, epidemias, y enfermedades sociales. Su semilla generosa,
quedó tatuada en la conciencia social de los pueblos
En estos días en que cada cual muestra las cicatrices en su piel y en
su conciencia, fruto de batallas ganadas y perdidas, pienso que los
gestos del Che están dibujados en esta Cuba que abre sus fronteras para
recibir a las personas infectadas por el corona virus que llegan en el
buque inglés. Pienso que están en los médicos y médicas cubanas que
viajan a Brasil, luego de que el gobierno de Bolsonaro los expulsara
violentamente, sometiéndolos a humillaciones y persecución como
criminales; en los y las que viajan a Madrid, a Lombardía, y a otros
destinos donde la amenaza se multiplica. ¿No estarían más “seguros”, no
se sentirían más “cuidadas”, resguardándose en la isla y cerrando sus
fronteras?
Acá se pone a prueba el internacionalismo profundo de quienes sienten
/viven el mundo todo como territorio, frente a los nacionalismos y
localismos estrechos que levantan muros, como si los virus no lograran
saltarlos.
Pienso que las huellas del Che, sus gestos, están en los muchos
médicos y médicas, enfermeras/os, trabajadoras/es de la salud, que se
exponen a los riesgos del cuerpo a cuerpo, pero que exigen, más que los
aplausos, que se destine un presupuesto adecuado para salud, para una
alimentación saludable, para garantizar la higiene en todas las casas,
para resguardar las condiciones mínimas de cuidado en hospitales, salas,
y en las barriadas a donde no llegan las ambulancias.
¿No alcanza el presupuesto, dicen? Hagamos el regalo colectivo que
nos pidió para su cumpleaños nuestra madre de plaza de mayo, Norita
Cortiñas, y decidamos de una vez no pagar la deuda externa. ¿Que es una
locura? Sí, puede ser. Las Madres siempre fueron locas. Su locura es
nuestra salud mental como pueblo, es memoria contra la impunidad.
Grandes crisis. Nuevas respuestas necesarias. Algo así como exigir al
estado que cesen las patrullas policiales de perseguirnos cuando
salimos a atender una necesidad básica, y que destinen los medios y
recursos para que lleguen la salud y la alimentación hasta los lugares
distantes. Agua para los wichi. Libertad para lxs presos y presas
políticxs. Cuidado a quienes sobreviven en lugares de detención.
Exigir al estado y al mismo tiempo, construir autonomía. Pienso que
las huellas del Che están multiplicándose en las y los activistas de los
movimientos populares que hoy organizan la llegada de comida, de
elementos de higiene, de atención y cuidado para quienes están en
necesario aislamiento. Guerrilleras y guerrilleros de la salud ‑también
de la salud mental- dando la mano a los leprosos, a las leprosas, a
quienes están infectados/as de miedo, de vergüenza, de hambre, de
desesperanza. Guerrillas populares del abrazo, del cuidado, de la
rebelión intransigente frente a la militarización estatal de todas las
dimensiones de la vida.
Hablo de las feministas comunitarias, populares, de las socorristas,
haciendo puentes de soledad a soledad. Hablo de las mujeres que cuidan
los merenderos y comedores populares, buscando los modos de seguir
llegando con el alimento a quienes sobreviven cada día. Hablo de la
multiplicación de la memoria de resistencia, inundando y desbordando las
redes sociales, para que lxs 30000 sepan que aquí estamos, como
siempre, construyendo plazas en las casas si es necesario, guevariando
la historia para que las revoluciones no desmayen. Para que sepan que ni
ayer ni hoy, los dejaremos a la intemperie. Que repetiremos los gestos,
hasta que ningún virus tenga coronita. Hasta la victoria colectiva,
contra la soledad.