Dentro del movimiento de izquierdas existen diversas posiciones al definir las clases sociales e identificar la naturaleza de su composición. Hoy en día, sin embargo, hay dos corrientes políticas que predominan de entre dichas concepciones: el obrerismo, que se aferra a las formas obreras tradicionales y la nueva izquierda, que responde a las múltiples formas de subordinación desde la identidad y el pluralismo. Aunque ambas visiones o propuestas políticas difieren en apariencia, parten de la misma definición de la clase trabajadora. Equiparan la subjetividad política de la clase trabajadora con los modelos de identidad, organización y movilización que reproducen el imaginario tradicional del obrero industrial. Esta definición distorsiona la compleja composición de la clase trabajadora, y junto con ello plantea una comprensión limitada de la economía. Reducen la economía a datos cuantitativos y la entienden por medio de análisis empresariales, en lugar de exponer su dimensión social, es decir, el carácter del poder burgués. Sin embargo, tener una concepción economicista de la economía causa consecuencias tanto teóricas como políticas perjudiciales; entre ellas ignorar las características actuales del proletariado.
Como se ha mencionado previamente, identificamos a dos corrientes políticas como principales de entre las que tratan la problemática de la clase trabajadora. La primera, el obrerismo, tendría como objetivo reivindicar el protagonismo político de los estratos que se han solido identificar como “clase obrera tradicional”. Sin embargo, el modo de hacer política de los obreristas no se diferencia del de otros partidos de izquierda: actúan dentro de los aparatos del estado, se encargan de la protección y de hacer apología de dicha concepción de la clase obrera en los discursos y dirigen su práctica política tanto a la gestión administrativa como a ejercer en los sindicatos tradicionales.
Hemos denominado a la segunda corriente política como la nueva izquierda. Defienden la existencia de diversas subjetividades, es decir, parten de la teoría de las múltiples opresiones y su propuesta política tiene como objetivo integrar todos esos diversos puntos de vista. En una entrevista realizada por la revista Erria a Jule Goikoetxea y a Iñaki Soto, Goikoetxea (2019:29) afirma que se va a empezar a entender poco a poco que todos estos males están estructurados en diferentes sistemas de subordinación. Esta corriente política hace hincapié en la diversidad de relaciones y prácticas sociales, siendo la opresión económica, la falta de igualdad económica, sólo una parte de esa diversidad.
Al negar la raíz común de todas las formas de opresión, niegan la necesidad de una estrategia conjunta para hacer frente a todas ellas (Wood 2000). Es decir, si se limita el ámbito de influencia de la economía burguesa al trabajo asalariado, y si equiparamos la opresión de clase con todas las demás formas de subordinación, negamos desde el principio la estrategia para la construcción de la sociedad sin clases. Así, en lugar de la universalidad socialista y de la política integral de la lucha contra la explotación de clase, el programa político de la nueva izquierda propone luchas particulares sin conexión entre sí (Wood 2000). Por tanto, si en vez de caracterizar el sistema capitalista como una estructura de poder y una lógica de funcionamiento concreta, lo caracterizamos como una estructura diversa e indefinida, se da a entender que todas las opresiones tienen una base o raíz diferente, y eso conlleva un sujeto oprimido diferente, una estrategia de lucha diferente, un sujeto dominante diferente, etc. respecto a cada opresión.
La nueva izquierda apuesta por la diversidad en un sentido fragmentario-entendida como incapacidad estructural para la unidad‑, a lo que Goikoetxea (2019:37) llama unidad en la diversidad. Para entender esto son necesarios tres conceptos: identidad, diferencia y pluralidad. Por un lado, según las políticas identitarias, el individuo desarrollará su punto de vista político según sus vivencias personales. En vez de dejar los personalismos a un lado, debatir conforme a razones de peso y responder a un interés histórico y colectivo-luchar por quien tiene las peores condiciones de vida‑, la práctica política del individuo responderá a una elección individual y espontánea. Por otro lado, la cuestión del pluralismo se caracteriza por: la creciente fragmentación, la diversificación de relaciones sociales y experiencias, la diversidad de estilos de vida, el aumento de identidades personales. Por lo tanto, a través del pluralismo, la nueva izquierda niega la unidad sistemática del capitalismo; según Wood (2000), han negado la función social del capitalismo y la han convertido en una pluralidad sin estructura y fragmentada en diferentes identidades.
Los movimientos políticos que operan mediante políticas identitarias insertan la propuesta estratégica dentro de la democracia burguesa, entendiendo la propia democracia de este modo: la estructura política que deja a un lado la perspectiva de clase, es decir, niega el antagonismo de clase como premisa, y por tanto analiza todas las opresiones de la misma manera. El enfoque democrático que propone la nueva izquierda se adhiere a la democracia parlamentaria-burguesa, dado que pretende aplicar una estrategia que englobe a los movimientos sociales dentro del marco de las democracias liberales. Pero defender la igualdad y la convivencia para todas las identidades personales a través de la democracia se hace imposible si analizamos el antagonismo de clase. Porque el carácter de clase no está determinado por una u otra identidad, sino por la función sistemática que cada una cumple. Poner a las dos principales clases del orden burgués al mismo nivel será, por tanto, imposible, ya que cumplen una función estructural que es desde el inicio contrario e incompatible.
Frente a ese programa político podemos distinguir dos tipos de vías de acción. La primera, la que se realiza fuera de las instituciones (aunque sea formalmente), sería la práctica que llevan a cabo los movimientos sociales en la calle, los barrios, las escuelas, las fábricas u otros espacios. En este caso, plantean reivindicaciones orientadas a la igualdad formal (manteniendo la estructura actual, que diferentes subjetividades tengan las mismas condiciones de vida) y realizan propuestas comunicativas y activistas para socializarlas– radicales en apariencia, activistas y basadas en movilizaciones multitudinarias -. Sin embargo, todas estas acciones no responden a un proceso de lucha real, sino que tienen como objetivo que las instituciones lleven a cabo esas reivindicaciones y se encargan de producir una opinión progresista de izquierdas para garantizarlo.
Todos estos movimientos sociales demuestran la necesidad de partidos políticos que vayan a dar respuestas institucionales a sus reivindicaciones. En cambio, para los partidos institucionales que se lucran de la iniciativa de los movimientos sociales, los movimientos populares mencionados previamente se convierten en importantes medios para poder conseguir más votos. De esta forma, consiguen una mayor adhesión social a su programa político, capitalizando ese apoyo social en las elecciones.
Como hemos mencionado anteriormente, estas corrientes políticas rechazan una premisa básica: que el capitalismo consiste en la explotación de clase. Por tanto, dejan de lado que el poder burgués determina la totalidad de nuestra vida, sin ningún tipo de piedad.
Nosotros, en cambio, insistimos en que, en la medida en que la clase trabajadora es la clase explotada, el beneficio o liberación real para ella sólo vendrá con el fin de dicha explotación. Así pues, nos corresponde a nosotros abordar este deber histórico: materializar, a través de la independencia política del proletariado, un programa político acorde con el eje de clase.
Para ello, primero debemos conocer y analizar las nuevas expresiones del proletariado. Porque no podemos comparar la caracterización del proletariado contemporáneo con la de hace medio siglo (por ejemplo, la época del predominio de la aristocracia obrera, de los trabajadores que trabajaban en la industria). Ahora que las condiciones económicas y sociales están cambiando, también lo hacen la composición, las características y las formas de entender la vida de la clase trabajadora.
Sin embargo, tenemos que analizar el proletariado desde una perspectiva crítica. Los comunistas no podemos ignorar la realidad ni hacer apología de lo novedoso y de cosas espontáneas. Por poner un ejemplo y atendiendo a nuestra práctica habitual, debemos determinar cómo sufre la mujer trabajadora la opresión de género; definir de qué son consecuencia y qué función concreta, dentro de la estructura económica, cumplen las problemáticas concretas que sufre en el puesto de trabajo, en lo que se refiere a las tareas domésticas, las condiciones de ser madres, etc.
¿Que cuáles serán el rumbo y el carácter de la lucha? Debemos centrarnos en los intereses del proletariado, ya que debemos responder a todas las problemáticas concretas que sufre en su propia piel. Esto lo conseguiremos a través de la estrategia socialista, es decir, mediante la estrategia que tiene el proletariado para la toma del poder. Tenemos que luchar para que todo el mundo tenga las mismas condiciones de vida, para que las capacidades que hoy controlan el poder burgués podamos convertirlas mañana en una capacidad universal.
Bibliografía:
Sakonean. (2019). Erria, 14- 37.
Wood, E. M. (2000). Democracia contra capitalismo. México: Siglo veintiuno.