Por Juan Guahán, Resumen Latinoamericano, 22 marzo 2020
¿Llegará… llegaremos? – Otro mundo nos espera
…Y las viejas familias cierran las ventanas,
afianzan las puertas,
y el padre corre a oscuras a los Bancos
y el pulso se le para en la Bolsa
y sueña por las noches con hogueras,
con ganados ardiendo,
que en vez de trigos tiene llamas,
en vez de granos, chispas,
cajas,
cajas de hierro llenas de pavesas.
¿Dónde estás,
dónde estás?
Los campesinos pasan pisando nuestra sangre.
¿Qué es esto?
‑Cerremos,
cerremos pronto las fronteras…
RAFAEL ALBERTI (1933)
“Un fantasma recorre Europa”, con esa frase inicial se imprimió en Londres –en 1848- el Manifiesto Comunista escrito en Alemán. Sus autores, Karl Marx y Friedrich Engels, suponían que el movimiento político que ese texto iluminaba acabaría con el capitalismo, surgido un par de siglos antes. Las Revoluciones que le siguieron en Rusia y Méjico (1917), cuando agonizaba la Primera Guerra Mundial, parecían darles la razón. El fin de la guerra y la desestructuración de 4 grandes imperios: El alemán, el ruso, el austrohúngaro y el otomano, aparentaban ratificar el nacimiento de un nuevo mundo.
Más de un siglo después esa rebelde euforia se ha calmado. La economía de mercado, sustento del capitalismo, impera en casi todo el mundo, aun en países –como China y Viet Nam- dirigidos por el Partido Comunista.
En 1933, cuando España soñaba con su propia Revolución, el poeta español Rafael Alberti –exiliado en la Argentina entre 1940 y 1963- publicó su poema del mismo nombre, al cual pertenecen los versos de estas reflexiones.
Hoy, el capitalismo occidental ‑con la economía de mercado que lo sostiene y que tiene a EEUU, Gran Bretaña e Israel como sus adalides- siente desconfianza. Teme de aquellos modelos que se sustentan desde la China asiática o la Rusia euro-asiática. Tampoco son del agrado de ese Occidente las posiciones de una Europa, cada día más débil y dependiente –sobre todo en materia energética- de su gigante vecino, la Rusia de Vladimir Putin.
En este marco se ha desplegado la actual pandemia del corona virus (COVID-19) que todos reconocen como una “guerra”. Su cara visible apareció en la lejana Wuhan en China y ahora parece haberse asentado en la vieja Europa.
Es difícil no vincular las cuestiones señaladas: El temor occidental a perder su hegemonía y la pandemia que tuvo a China y hoy a Europa como su escenario principal. Nadie en el mundo es ajeno a esta situación. Todos padecemos sus consecuencias.
Por ello nos encontramos ante diferentes situaciones vinculadas entre sí. Una, es polémica y afecta la geopolítica y el orden mundial; la otra tiene que ver con nuestra vida cotidiana y de ella depende el modo que vamos a atravesar esta pandemia; una tercera cuestión es que entre los pliegues de ambas cuestiones se puede intuir, atisbar el futuro que nos espera.
EL CORONAVIRUS EN LA POLÍTICA MUNDIAL
Miembros del gabinete de Donald Trump llaman a este coronavirus con el nombre de “Virus de Wuhan”, “Virus Chino” o “Coronavirus Chino”, procurando de ese modo atribuir a China el origen de esta pandemia.
Desde China un vocero de la Cancillería de ese país denuncia que EEUU desparramó este virus en la ciudad de Wuhan con motivo de unas olimpíadas militares que allí se realizaron hacia el mes de octubre.
En esta misma sección, en variadas oportunidades, se ha señalado que estamos transitando un período de transición de la hegemonía de los EEUU a otra donde el protagonismo se ha desplazado a China y su alianza con Rusia. Lo que es más profundo, esa hegemonía mundial se está corriendo de Occidente a Oriente. También se ha dicho que el tránsito de ese poder imperial puede ser pacífico, como lo fue el de la Gran Bretaña a EEUU, o violento, como lo ha sido en la mayor parte de los casos. Dentro de los EEUU hay sectores que se oponen a esa pérdida de poder mundial y provocan buscando un enfrentamiento abierto. Además intentan corroer las posibles alianzas entre China y Europa. Esto se vincula con los 37 mil soldados norteamericanos enviados a Europa para unas gigantescas maniobras.
Hace varios años, Bill Gates, el creador de Microsoft advirtió que el mundo no estaba preparado para una pandemia y que los países debían alistarse con sistemas de salud fuertes como cuando lo hacen para una guerra con sus ejércitos y armas.
En este marco lo que está sucediendo puede entenderse como una gran provocación que –además- tiene otros objetivos. Entre ellos se pueden citar el pánico que paraliza y disciplina a las sociedades y la pretensión del reemplazo de las relaciones personales y la organización social por la relación individual a través de los medios electrónicos. Ello no descarta otras cuestiones, como el negocio de los laboratorios y el peso que puede tener este fenómeno universal para reducir la población, viejo sueño del poder mundial.
EL CORONAVIRUS Y SUS EFECTOS SOBRE LAS PERSONAS
Más allá de estas polémicas, el mal existe. El origen del mal no lo hace menos contagioso, ni tampoco nos quita la obligación de evitar los daños sobre las personas. En esta cuestión no hay discusiones. Del mismo modo que es prácticamente unánime la perspectiva que el mejor remedio es cortar la circulación del virus. A partir de allí las ideas, las opiniones y formas de combatirlo son diversas.
Sin embargo, dadas las características sociales de nuestros pueblos, hay una cuestión que no se puede obviar. Hay un respetable porcentaje de nuestra población que está atravesando una situación muy grave. Sus pésimas condiciones de sobrevivencia son inimaginables. Podemos decir que entre un 10 y 20% de la población reside en lugares claramente inadecuados. La aplicación de la cuarentena, en dichos sitios, padece de muchas limitaciones. La organización social y la presencia elemental del Estado son una base mínima para sostener la vida en esos lugares, particularmente cuando las “changas” –su forma de sobrevivencia- en muchos casos se vuelve imposible.
Dicho esto es rigurosamente cierta la necesidad de cortar o amortiguar la circulación de las personas para contribuir a que el virus no se multiplique exponencialmente, aumentando el riesgo físico de miles de personas.
Los últimos datos indican algunos cambios respecto a los informes anteriores. La cifra total de personas que han contraído el COVID-19 se acerca a las 275 mil y la cifra de los muertos a se aproxima a los 12 mil. El número de enfermos en China –en franca mejoría- sigue estando a la cabeza con más de 81 mil casos. Pero su mortalidad ha sido detenida cuando no llegaba a las 3.300 personas, bastante por debajo de Italia –que aún no habría llegado al pico- que ronda los 50 mil enfermos con más de 4.300 muertos, lo que –además- evidencia un índice de mortalidad muy superior al chino.
EL FUTURO QUE NOS ESPERA
Aunque resulte obvio que no podemos ‑ni debemos- hacer predicciones sobre un futuro desconocido, resulta más que evidente que estamos ante una crisis que es la manifestación de la que ocurre en lo sanitario, social y económico. Pero algo más, puede constituirse en la evidencia de una crisis civilizatoria que sea el punto de inflexión de una cultura que está muriendo y el arranque un nuevo modelo cultural y social.
A la omnipotencia humana y a su poderío que parecían no tener fronteras le está poniendo límites un virus casi invisible. Sería bueno que esa evidencia hiciera pensar a nuestros contemporáneos sobre la finitud de la vida y los cortos alcances del saber humano, no obstante haber alcanzado alturas inimaginables para tiempos no muy lejanos.
Es saludable que estemos viendo que ‑para estas épocas- el Estado todavía tiene cosas para dar en nombre del interés colectivo y que no son el mercado, el libre comercio y la ganancia los bienes supremos de la humanidad.
Habrá que ver si vamos a tener la misma capacidad para controlar la tecnología y ponerla al servicio del común o si ella terminará por instalar su poder al servicio del mercado, la concentración de riquezas y el poder individual de las personas o corporativo del dinero.
“Un fantasma recorre Europa…” y ya está entre nosotros ahora habrá que ver cómo lo eludimos. No solo cada uno de nosotros sino la sociedad toda y si somos capaces de construir un nuevo tipo de relaciones entre nosotros para producir y vincularnos con la naturaleza con el respeto que le debemos.