Uru­guay. La otra cara del coronavirus

Por Hoe­nir Sarthou*, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 22 mar­zo 2020.-

El fenó­meno “coro­na­vi­rus” tie­ne al menos dos caras. Una de ellas es la enfer­me­dad en sí. La otra, las polí­ti­cas apli­ca­das para pre­ve­nir­la o combatirla.

La enfer­me­dad en sí mis­ma es cau­sa­da por un virus al pare­cer muy con­ta­gio­so que, sin embar­go, tie­ne una tasa de mor­ta­li­dad muy baja, sen­si­ble­men­te infe­rior a la de otras enfer­me­da­des que, sin gran­des alar­mas, nos acom­pa­ñan des­de siem­pre, como la gri­pe o la tubercu­losis.
Cuan­do se inte­rro­ga a los exper­tos (he vis­to o leí­do varias entre­vis­tas de ese tipo) ter­mi­nan reco­no­cien­do que el ries­go mayor deri­va del colap­so de los ser­vi­cios de salud, más que de la enfer­me­dad en sí mis­ma. De hecho, según los mis­mos exper­tos, el con­ta­gio pone en ries­go la vida sobre todo de per­so­nas ancia­nas o de las que sufren otras afec­cio­nes (inmu­no­de­pre­sión, enfer­me­da­des car­dio­res­pi­ra­to­rias, etc.), en tan­to sue­le ser supe­ra­da sin mayo­res difi­cul­ta­des, con tra­ta­mien­to domi­ci­lia­rio, por las per­so­nas sanas y rela­ti­va­men­te jóve­nes, que son la gran mayo­ría de la pobla­ción. ¿Por qué, enton­ces, tan­ta alar­ma y medi­das tan drás­ti­cas como las que acon­se­ja la Orga­ni­za­ción Mun­dial de la Salud y están apli­can­do casi todos los gobiernos?

Cabe pre­gun­tar­se, tam­bién, por qué colap­san los ser­vi­cios de salud y si las polí­ti­cas de pre­ven­ción jue­gan algún papel en ello. ¿Es con­ve­nien­te dete­ner la vida eco­nó­mi­ca y labo­ral de los paí­ses y man­dar a la gen­te a sus casas, a ver por tele­vi­sión el avan­ce de la epi­de­mia y del páni­co en otras regio­nes del mun­do? ¿Cómo inci­den esos fac­to­res en la ansie­dad, en el aca­pa­ra­mien­to de comes­ti­bles y de sumi­nis­tros sani­ta­rios (alcohol, mas­ca­ri­llas, guan­tes) y en el ase­dio a los ser­vi­cios de salud ante cual­quier sín­to­ma simi­lar a los de la enfer­me­dad pandémica?

Des­de siem­pre, las cala­mi­da­des colec­ti­vas, epi­de­mias, terre­mo­tos, gue­rras, ham­bru­nas, requie­ren de los res­pon­sa­bles del bien­es­tar común que tra­ten de espar­cir la cal­ma. Nadie ima­gi­na que, duran­te un nau­fra­gio, el capi­tán de un bar­co de pasa­je­ros tome un megá­fono para anun­ciar que el bar­co se hun­di­rá, que el mar está tor­men­to­so y hela­do, que los botes sal­va­vi­das no alcan­za­rán para todos y que un tan­to por cien­to de los pasa­je­ros se aho­ga­rá sin reme­dio. Nadie lo ima­gi­na por­que el resul­ta­do sería el páni­co, el asal­to de los botes sal­va­vi­das y esce­nas de vio­len­cia tan o más cruen­tas que el naufragio.

Sin embar­go, en este caso, las más altas auto­ri­da­des sani­ta­rias inter­na­cio­na­les, repro­du­ci­das y ampli­fi­ca­das por los gobier­nos y la pren­sa de cada país, insis­ten en adver­tir sobre el carác­ter gra­ví­si­mo de la epi­de­mia, el gran ries­go de con­ta­gio, la fal­ta de vacu­nas y de medi­ca­men­tos efi­ca­ces, el núme­ro de infec­ta­dos y de muer­tos en el mun­do, y las medi­das cada vez más drás­ti­cas con las que los gobier­nos pare­cen que­rer com­pe­tir.
Uno podría espe­rar un tra­ta­mien­to más con­ven­cio­nal para el pro­ble­ma. Algo así como infor­ma­ción más sobria, el rápi­do refor­za­mien­to de los ser­vi­cios de salud, medi­das espe­cí­fi­cas de pre­ven­ción para la pobla­ción de mayor ries­go y un esfuer­zo por man­te­ner la mayor nor­ma­li­dad posi­ble para la pobla­ción que, en gene­ral, no corre ries­go de vida.

Ingla­te­rra ha inten­ta­do ese camino, apos­tan­do a no dete­ner su eco­no­mía, pero rápi­da­men­te le han llo­vi­do adver­ten­cias y pre­sio­nes para que se plie­gue a las polí­ti­cas inter­na­cio­nal­men­te dominantes.

A nivel glo­bal, se ha logra­do algo nun­ca vis­to has­ta aho­ra. La casi para­li­za­ción eco­nó­mi­ca, labo­ral, comer­cial y social del mun­do. En varios paí­ses de Euro­pa con­ti­nen­tal se han cerra­do las fron­te­ras y se vive bajo un vir­tual toque de que­da, se han prohi­bi­do todas las acti­vi­da­des no indis­pen­sa­bles, la poli­cía detie­ne a las per­so­nas para inte­rro­gar­las sobre por qué andan por la calle y, en tono ame­na­zan­te, las envían a ence­rrar­se en sus casas. Ade­más se han habi­li­ta­do pro­ce­di­mien­tos de inter­na­ción com­pul­si­va para los posi­bles infectados.

En nues­tro país se inte­rrum­pie­ron las cla­ses en todos los cen­tros de ense­ñan­za, se prohi­bie­ron los espec­tácu­los y actos públi­cos, las ofi­ci­nas públi­cas licen­cia­ron a su per­so­nal y fun­cio­nan con guar­dias míni­mas, la poli­cía que­dó habi­li­ta­da para disol­ver cual­quier con­cen­tra­ción de per­so­nas, el Poder Judi­cial se decla­ró en “feria judi­cial sani­ta­ria” y se insis­te en la nece­si­dad de no aban­do­nar el hogar, lo que deter­mi­na calles y comer­cios vacíos, pará­li­sis eco­nó­mi­ca y una incer­ti­dum­bre labo­ral que sería crí­ti­ca si la gen­te no estu­vie­ra obse­sio­na­da con el virus.

Las polí­ti­cas del mie­do tie­nen efec­tos per­ver­sos. Cuan­do se asus­ta a la pobla­ción, los víncu­los inter­per­so­na­les se enfer­man. El ais­la­mien­to, la des­con­fian­za, la ira con­tra cual­quier posi­ble trans­gre­sor o agen­te de con­ta­gio, la denun­cia, la inso­li­da­ri­dad, el ansia de segu­ri­dad y el deseo de ampa­ro por par­te de una auto­ri­dad fuer­te, minan las bases de la liber­tad y de la con­vi­ven­cia. Como se sabe, la liber­tad entra­ña ries­gos. Y el ansia de segu­ri­dad sue­le sacar lo peor de las per­so­nas, inclui­dos la renun­cia a la liber­tad pro­pia y el aten­ta­do con­tra la aje­na. Por eso el mie­do es el sen­ti­mien­to base de todo autoritarismo.

¿Por qué ese alar­mis­mo glo­bal con bom­bos y pla­ti­llos, por qué ese apar­ta­mien­to de lo que siem­pre se ha enten­di­do como pru­den­te en casos de cala­mi­da­des o catás­tro­fes colectivas?

La pre­gun­ta nos lle­va a la otra cara del coro­na­vi­rus: los efec­tos polí­ti­cos, eco­nó­mi­cos y socia­les de las polí­ti­cas de prevención.

La pan­de­mia nos ha per­mi­ti­do ver en acción, con ple­nos pode­res, a una nue­va for­ma de auto­ri­dad mun­dial. Una auto­ri­dad fun­da­da en razo­nes cien­tí­fi­co-téc­ni­cas, no polí­ti­cas, que impar­te sus órde­nes median­te pro­to­co­los de actua­ción y no median­te leyes o nor­mas. Pue­de ser difí­cil saber qué volun­ta­des ins­pi­ran a los pro­to­co­los de la OMS, pero algo es segu­ro: no es la volun­tad demo­crá­ti­ca de los pue­blos, que no han sido con­sul­ta­dos, ni siquie­ra a tra­vés de sus par­la­men­tos. No obs­tan­te, la mez­cla de mie­do, res­pe­to a la auto­ri­dad cien­tí­fi­ca, y la pré­di­ca cons­tan­te de los medios de comu­ni­ca­ción, legi­ti­man y con­vier­ten a esos pro­to­co­los y reco­men­da­cio­nes médi­cas en man­da­mien­tos sagrados.

¿Cuál es el cos­to eco­nó­mi­co y social de para­li­zar al mun­do duran­te sema­nas o meses? ¿Cuán­tas empre­sas cerra­rán, cuán­tos empleos se per­de­rán, cuán­tos impues­tos deja­rán de recau­dar­se, cuán­tas per­so­nas se endeu­da­rán para sobre­vi­vir? ¿Qué harán las que no pue­dan acce­der a cré­di­tos? ¿Cómo harán los Esta­dos para cubrir sus pre­su­pues­tos y para aten­der las polí­ti­cas socia­les de las que depen­den millo­nes de per­so­nas? ¿En cuán­to y con quién se endeu­da­rán? ¿Cuán­to aumen­ta­rán su valor las mone­das fuer­tes en las que debe­rán pedir­se esos cré­di­tos? En suma: ¿cuán­tos niños y adul­tos, ade­más de los que mue­ren cada año, mori­rán de ham­bre este año y el que vie­ne a con­se­cuen­cia de este iné­di­to man­da­to de deten­ción “sani­ta­ria” del mun­do? ¿Alguien habrá hecho el cálcu­lo? ¿Habrá com­pa­ra­do esos núme­ros con los de poten­cia­les muer­tes por el virus?

Curio­sa­men­te, nadie nos habla de eso. Ni la OMS, ni la ONU, ni el Ban­co Mun­dial, ni el BID, ni los gobier­nos nos hablan del daño eco­nó­mi­co- social, no nos dicen cuán­tas per­so­nas mori­rán des­pués para que los Esta­dos paguen las deu­das que con­trae­rán pre­vi­nien­do al coro­na­vi­rus con mie­do y parálisis.

Dicho así, pue­de pare­cer que vivi­mos una catás­tro­fe uni­ver­sal. Pero no es tan uni­ver­sal. No todos en el mun­do per­de­rán con esta pecu­liar cam­pa­ña sani­ta­ria. Cuan­do las bol­sas y el valor de las accio­nes caen a cau­sa de la cri­sis, alguien com­pra las accio­nes a pre­cio de risa. Cuan­do cie­rran las empre­sas chi­cas, alguien se que­da con el mer­ca­do vacan­te y a menu­do tam­bién con las empre­sas chi­cas. Las gran­des cri­sis se cie­rran con pér­di­das para muchos y enor­mes ganan­cias para pocos: los espe­cu­la­do­res bur­sá­ti­les y finan­cie­ros, y los gigan­tes de los dis­tin­tos mer­ca­dos mundiales.

Esta cri­sis, que empe­zó como sani­ta­ria, se con­ver­ti­rá muy pron­to –ya se está con­vir­tien­do- en eco­nó­mi­ca y social, y se cerra­rá con una enor­me con­cen­tra­ción de la rique­za y del poder mun­dial en menos manos.
Es muy difí­cil decir cómo empe­zó la epi­de­mia, pero es bas­tan­te fácil pre­de­cir cómo ter­mi­na­rá. Un día, repen­ti­na­men­te, no se habla­rá más de coro­na­vi­rus, como no se habla hoy de gri­pe aviar ni de gri­pe porcina.

Cuan­do lle­gue ese día, habrán muer­to en el mun­do por coro­na­vi­rus algu­nos miles de per­so­nas. Muchas más habrán muer­to o mori­rán des­pués de ham­bre o de otras enfer­me­da­des cura­bles. Los Esta­dos y las per­so­nas comu­nes serán más pobres y esta­rán más endeu­da­dos. Todos nos habre­mos acos­tum­bra­do a obe­de­cer a un difu­so y orwe­liano poder sani­ta­rio-admi­nis­tra­ti­vo mun­dial. Y gran­des for­tu­nas, en accio­nes y en por­cio­nes de mer­ca­do, se habrán con­cen­tra­do en menos manos.

Fun­da­do o no, el mie­do pue­de ser un buen nego­cio y un for­mi­da­ble ins­tru­men­to polí­ti­co. Bien­ve­ni­dos al nue­vo mundo.

*Polí­ti­co de la izquier­da uru­gua­ya que no baja las ban­de­ras.

Itu­rria /​Fuen­te

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