Resumen Latinoamericano* /24 de abril de 2020
La coordinadora de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil dialogó con Brecha sobre el escenario político actual en su país y la crisis global del coronavirus. Además, reivindicó la historia de resistencia de su pueblo, una resistencia que pretende llevar a la política institucional.
Cara visible de la lucha de los pueblos originarios a nivel mundial, Sônia Guajajara fue, en 2018, la primera candidata indígena de la historia a la vicepresidencia de Brasil, como parte de la fórmula del Partido Socialismo y Libertad (Psol). En la semana del 19 de abril, Día de Lucha de los Pueblos Indígenas en ese país, habló con este semanario sobre la realidad de los indígenas brasileños en tiempos de pandemia, sus desafíos frente al gobierno de Bolsonaro, su vínculo con la izquierda partidaria y las expectativas de un sector de la población que está en la línea de frente en la lucha contra el extractivismo y el desarrollismo en América Latina.
—¿Cuáles son los riesgos que plantea el covid-19 a los pueblos indígenas?
—El principal riesgo es un nuevo genocidio. Los pueblos indígenas tienen una resistencia inmunológica diferente, no resisten tanto a las enfermedades. Ya tenemos una experiencia histórica desastrosa con otras epidemias, que mataron a mucha gente. Por eso en las comunidades todo el mundo está asustado con esta enfermedad que nadie conoce, que no tiene cura ni conseguimos contener. Ya sabemos los efectos que enfermedades como esta han tenido en nuestros territorios y por eso estamos en alerta. La malaria, el sarampión, la fiebre amarilla han sido enfermedades que diezmaron pueblos enteros, y no hace tanto tiempo de eso. Es algo que sucedió incluso durante la dictadura militar.
—Históricamente la población indígena ha sufrido un genocidio sanitario, con enfermedades traídas por el colonizador. ¿Cómo pueden esas pérdidas ayudarnos a reflexionar sobre la actual crisis del coronavirus?
—Este es un momento muy importante para la autorreflexión y para la reflexión colectiva, para tratar de entender que el mundo en el que estábamos y aún estamos es muy acelerado y deja a todo el mundo corriendo para atender las demandas del capitalismo. Acelera el caos, las formas de consumo, la destrucción en masa y la producción basada en la explotación devastadora del medioambiente.
Quizás esto haya sido una providencia de la madre tierra en un momento en el que no aguantaba más tanta destrucción y tanto dolor. Una forma de que las personas paren y miren alrededor, vean lo que está ocurriendo y comiencen a dar valor a las cosas que parecen pequeñas. La mayor lección de este momento es ese despertar para la solidaridad: todo el mundo necesita del otro y precisa tener empatía. Es momento de mirar a los ancianos y percibir cuán vulnerables son. En nuestro caso es un cuidado redoblado, porque nuestros ancianos son nuestra historia viva, nuestra raíz, es lo que sustenta nuestra identidad.
Este es el momento de pensar en un nuevo modelo de sociedad, en qué futuro queremos ¿Vamos a preocuparnos por los demás o por el consumo y el lucro? Este virus es peligroso, y es una preocupación muy grande, porque ya mató a mucha gente y causó mucho dolor. Alguna lección para el futuro tenemos que sacar de toda esta tragedia.
—¿Qué evidencia esta crisis respecto a cómo es gobernado Brasil?
—El coronavirus vino a confirmar que somos un país enormemente desigual. Un país que no tiene ninguna preparación para lidiar con los más pobres. Este es un momento en el que se revela cuán ausente está el poder público de las periferias, de las aldeas, de los quilombos [comunidades formadas por esclavos forajidos que hasta hoy son espacios de resistencia negra]. Un momento en que se hace evidente que los gobiernos trabajan sólo para las elites, sin ninguna responsabilidad con respecto a la salud pública.
Como ahora todo está muy enfocado en la pandemia, puede que no veamos que al mismo tiempo se acentúan otros problemas graves como el femicidio, que aumentó mucho, el hambre entre las familias, la falta de atención en la salud. Este virus agravó todas las miserias que ya existían y no veíamos, pero estaban ahí y ahora sobresalen. Justo en un momento en el que el país no tiene comando, con un presidente que no tiene responsabilidad con su pueblo y que, en vez de protegerlo, lo expone.
—¿Cómo te sentís como mujer indígena, fuera de tu aldea, recorriendo el mundo con la causa y lidiando al mismo tiempo con la situación actual de Brasil?
—En realidad eso es una necesidad. Estamos en toda esta correría para garantizar que nuestros pueblos no sean diezmados por la avalancha que se nos viene encima y que nos impone todos los días una nueva lucha. Contra el avance del agronegocio, contra la minería, contra la explotación ilegal de madera. Para evitar un nuevo exterminio precisamos salir, construir relaciones y alianzas externas que garanticen la permanencia de los indígenas en sus territorios y de sus modos de vida.
Es muy desafiante, y mi condición de mujer e indígena lo hace más difícil todavía, porque el liderazgo no era un espacio común para la mujer indígena. Eso nos coloca en la mira de varias amenazas, de varias prácticas de racismo y hasta de desconfianza. Pero no es algo que nos intimide, porque con cada nuevo ataque nos renovamos y nos preparamos para enfrentarlos.
—Siempre insistís con que en Brasil hay un gran desconocimiento sobre la realidad indígena. Desde tu punto de vista, ¿cómo son vistos los pueblos originarios en el país?
Lamentablemente, los indígenas en Brasil son totalmente invisibilizados. Por los medios y por el gobierno. No aparecen en ningún plan de gobierno, y si lo hacen, siempre es en un papel secundario. Los planes de desarrollo nacional y de crecimiento económico siempre tuvieron como base sacar del medio lo que molesta. Y lo que molesta somos nosotros. Todos esos planes se dieron a través del exterminio de los pueblos indígenas.
Es impresionante cómo hasta hoy la mayoría de la sociedad brasileña no conoce a los pueblos indígenas, no sabe quiénes ni de dónde son, y a veces ni siquiera sabe que existen indígenas en Brasil. Ese desconocimiento genera un distanciamiento muy grande de la sociedad y la negligencia del gobierno. El país no está preparado para lidiar con la cuestión indígena, para lidiar con la diversidad. Y tampoco quiere prepararse ni aprender. Mucho menos con el gobierno de Bolsonaro. Somos ignorados, porque el gobierno nos ve como animales de caverna. La forma en la que el presidente nos trata es muy racista y eso incita el racismo de la sociedad contra nosotros.
—¿La identidad indígena es también una reafirmación política?
Sin duda. Nuestra propia existencia como indígenas es el marco de nuestra resistencia. Con certeza, todo lo que vivimos y hacemos hoy es conquista de esa lucha política que siempre hemos dado para garantizar y reafirmar nuestras identidades. Una lucha que ya nos mató mucha gente y que ha sido muy violenta.
Precisamente todo lo que el gobierno quiere hacer hoy es acabar con nuestros modos de vida. Con esa intención de acabar con los territorios indígenas se va camino a cometer un gran etnocidio: arrancarnos el derecho a vivir de acuerdo a nuestra cultura, nuestra identidad y nuestras costumbres. Además del genocidio autorizado, hoy vivimos un etnocidio que está siendo legalizado.
—Ponés mucho énfasis en lo injusta que es la lucha en los territorios indígenas. ¿Contra quiénes es esa pelea?
Contra todos los invasores. Tenemos una lucha muy grande contra el poder económico y político, conformado por las grandes empresas y sus cómplices, que llevan a los invasores para dentro de los territorios. Mineras, madereras, garimpeiros [buscadores ilegales de minerales], estancieros, especuladores inmobiliarios. Esos son los principales enemigos, que tienen una alianza muy poderosa con el poder político. Muchos miembros de esos sectores están hoy en el poder.
Por eso la lucha en defensa de los territorios acaba siendo muy peligrosa. Nos coloca siempre en la mira: somos amenazados, criminalizados y asesinados porque lo que hacemos incomoda a esa estructura de Estado e incomoda a las estructuras que colocan a la tierra como principal objeto de disputa. A pesar de que nos respaldan los derechos constitucionales, acabamos siendo vistos como un estorbo. Es una lucha muy injusta también: ellos tienen dinero y poder. Nosotros sólo tenemos la fuerza de nuestra ancestralidad y nuestra resistencia secular para defender a la madre tierra.
—Con Bolsonaro se ha registrado un grave aumento de la deforestación y un cambio radical del discurso oficial hacia los indígenas. ¿Cuáles han sido los impactos de su política?
—Con Bolsonaro toda la situación que ya venía de antes empeora. Ningún gobierno tuvo nunca a los indígenas como prioridad, pero Bolsonaro sí nos tiene en sus planes. El problema es para qué, porque de las autorizaciones para explotación de nuestras tierras pasó directamente a institucionalizar el genocidio y la destrucción ambiental. Y eso sí diferencia a este gobierno del resto: es un enemigo declarado. Desde su primer día en el cargo vimos cómo su discurso antiindígena se materializaba en ataques e invasiones incentivadas por él mismo. Además de connivencia hay incitación a la invasión y a la explotación.
Bolsonaro, en lugar de ser un representante del pueblo, es portavoz directo del agronegocio y la minería, de todos los enemigos de los pueblos indígenas. Esto tiene como resultado el aumento de la deforestación, de las queimadas [quemas de vegetación para preparar terrenos de cultivo y pastoreo], de los asesinatos de defensores de los territorios. Con Bolsonaro, todas esas llagas vienen en aumento de forma gigantesca. El desmonte y las queimadas nunca fueron tantos en los últimos diez años. Durante la pandemia del covid-19 en Brasil, solamente en un mes, la deforestación en la Amazonia aumentó 29,9 por ciento.
—El antropólogo Eduardo Viveiros de Castro dijo a la revista Piauí que “el PT y la izquierda en general tienen una incapacidad congénita para entender a las poblaciones que se niegan a entrar en el juego capitalista”. Para vos, ¿qué cambios hubo en relación con los indígenas durante los gobiernos progresistas?
—No hubo grandes cambios con respecto a la situación histórica, porque todos los gobiernos tienen un plan desarrollista que contrasta crecimiento con preservación y sustentabilidad. Ningún gobierno, ninguno, tuvo a los pueblos indígenas y tradicionales como pauta principal de su gobierno. Los trataron como un problema porque su objetivo es explotar los territorios para la producción en gran escala. Las áreas indígenas, que están preservadas, son vistas como improductivas.
—Los partidos políticos brasileños siempre han tenido poca representación indígena. ¿Eso responde a su incapacidad para incorporar a los indígenas o es que los indígenas no ven a los partidos como una herramienta de lucha?
—Es un poco de las dos cosas. Los indígenas nunca se apropiaron de la herramienta partidaria para trabar una lucha sistematizada y orgánica. Pero, al mismo tiempo, nosotros no conseguimos tener muchos espacios en los partidos. Y muchas veces cuando llegamos ahí nos absorben para contemplar o ayudar a otras personas. La verdad es que los partidos no contienen, no abarcan nuestra lucha. Ni siquiera el Psol, que es un partido de izquierda y combativo. Todavía falta una profundización muy grande de esta pelea y que los partidos tomen la causa indígena como suya.
—En 2018 fuiste la primera candidata indígena de la historia de Brasil a la vicepresidencia de la república ¿Qué esperás de la institucionalidad?
—Nunca tuve dudas de aceptar esa candidatura, porque es un lugar importante para ocupar. Se trataba de tener la posibilidad de llevar el debate indígena y ambiental al centro de la discusión política, donde siempre fueron temas secundarios. Llegar a ese lugar después de cinco siglos es muy significativo. Por mucho tiempo, el movimiento indígena no quiso participar de la política partidaria, siempre nos colocamos como movimiento de resistencia. Pero cuando empezamos a acompañar las discusiones en el Congreso Nacional entendimos que ahí es donde se toman todas las decisiones, donde se aprueban o se rechazan todas las políticas. Por eso consideramos que es un espacio importante para ocupar como una voz legítima, electa.
En las elecciones de 2018 organizamos 130 candidaturas indígenas y como resultado tuvimos la elección de Joênia Wapichana (del partido Rede Sustentabilidade, de Marina Silva) que fue la primera mujer indígena en convertirse en diputada federal. Tenerla a ella en el Parlamento es una victoria, porque es una representación legítima de los pueblos. Es importante que seamos nosotros mismos los que estemos allí, porque por más que tengamos aliados –que son pocos– cada uno tiene sus prioridades, y cuando las prioridades de ellos son mayores, acaban dejando de lado las nuestras. Continuaremos articulando para que los indígenas puedan llegar al Senado y, por qué no, a la Presidencia. Ahora estamos articulando para las elecciones municipales, porque son espacios donde se necesita esa representación.
—¿Cómo serán construidas esas candidaturas? ¿Serán a través del Psol?
—No necesariamente. Cada una se va organizando de acuerdo a sus articulaciones locales. Nuestra orientación es que lo importante es estar cerca de partidos que recojan nuestros temas y se aproximen a nuestras banderas. No solamente el Psol, sino también otros partidos que puedan estar en esa ala más progresista de la política. Pero ni siquiera eso es siempre posible en las regiones.
—El domingo 22 de abril se cumplen 520 años del “descubrimiento” de Brasil. ¿Dónde está la esperanza?
—La esperanza está en la historia de resistencia que adquirimos y acumulamos durante estos más de quinientos años. Está en los niños, en los jóvenes y en nuestra lucha. La esperanza está en nosotros mismos y en las articulaciones que venimos construyendo con otros movimientos, entendiendo que ninguna lucha se puede dar aislada. Es momento de unificar las luchas marginalizadas. Esa es la lucha colectiva que tendrán que dar las nuevas generaciones.
Correspondencia de Prensa*