La difícil y compleja situación por la que atraviesa actualmente Colombia, generada por la pandemia global «Covid-19, no se puede desligar del análisis concreto de la historia y del desarrollo de la salud pública en el país. Historia que remite necesariamente al desarrollo del capitalismo dependiente del imperialismo en el país durante la mayor parte del siglo XX, y se puede remontar a la terminación de la llamada guerra civil de los mi días entre liberales y conservadores en 1902, la amputación del departamento de Panamá por el gobierno de Estados Unidos, el ascenso al poder del general (conservador) Rafael Reyes con su dictadura desarrollista bipartidista que fue denominada por los historiadores el «quinquenio Reyes», inicio de la denominada hegemonía conservadora, con todas sus continuaciones bipartidistas.
Es a comienzos del siglo XX, cuando Estados Unidos empieza a dominar y hegemonizar abiertamente las relaciones internacionales en el continente americano que se organiza una institución de alcance internacional que le permitiera controlar férreamente la salubridad en todo el continente, la Oficina Sanitaria Panamericana, la que después de varios rebautizos finalmente será conocida como OPS. Es pues la OPS institución ya secular de intervención estadounidense en los sucesivos gobiernos de Colombia, la encargada de «asesorar, supervisar y controlar» a lo largo del siglo XX y parte del actual, de la ejecución de todos y cada uno de los momentos por los que ha pasado el desarrollo de la salud publica oficial en el país hasta el colapso actual. Vemos:
Saneamiento de los puertos fluviales y marítimos para el embarque del café, banano y petróleo. Presencia la tan reconocida Fundación Rockefeller para el desarrollo de campañas directas contra las endemias más comunes (denominadas en Europa enfermedades coloniales y en Estados Unidos tropicales) como la lepra, la anemia tropical de los cafetales o uncinariasis, el paludismo, la fiebre amarilla y demás enfermedades parasitarias, la tuberculosis, la viruela, la parálisis infantil y otras virosis, así como las enfermedades de los burdeles que agobiaban a los cosecheros y trabajadores del café como la gonorrea refractaria, la sífilis y demás enfermedades infectocontagiosas y venéreas. La intromisión del llamado «higienismo» en los servicios públicos básicos (agua, alcantarillado, basuras) y en el control de plagas (zoonosis) que diezmaban especialmente las ganaderías y rebaños que conllevó la creación de la dirección nacional de higiene, base de lo que sería en 1938 el ministerio de trabajo e higiene y previsión social y a las estadísticas oficiales de salud; la reforma «flexenriana» de la educación médica y el abandono del modelo francés imperante.
Para 1946 el modelo «higienista» lleva a la creación del ministerio de higiene y al retiro de la fundación Rockefeller del territorio colombiano en 1948 cuando entrega al ministerio la dirección del programa de fiebre amarilla. Luego a la creación del ministerio de salud pública durante el gobierno dictatorial de Rojas Pinilla en 1953, el cual a partir de la organización del Estado Plebiscitario y del estado de sitio permanente creado en 1957, creado por el pacto bipartidista Lleras Camargo-Laureano Gómez en Sitges/57, adquiere su función plena como institución Estatal de planificación, coordinación e integración así como de control central de toda la política sanitaria, de salubridad pública y de seguridad social del Estado en su conjunto, como de sus implicaciones económicas y sociales más generales, acorde con el avance de las condiciones del mercado nacional y del desarrollo de la lucha de clases y correlación de fuerzas sociales: Inicialmente, durante los primeros gobiernos del Frente Nacional bipartidista considerando la prestación de la salud como un servicio público que demandaba un gasto del Estado y de «subsidios a la oferta de los servicios de salud», para lo cual se realizaron una serie de reformas administrativas que se catalogaron en lo que se llamó el «Sistema Nacional de Salud», criticado y combatido sutilmente durante años por los sectores financieros como «estatista».
Y a partir de 1973, después del derrocamiento de este modelo en Chile y su reemplazo por el fascismo neoliberal de Pinochet, que paulatina y gradualmente se va sustituyendo por un modelo más acorde con el avance irreversible y dominio del capital financiero y narco en la economía colombiana por un modelo de «subsidios a la demanda», para lo cual se diseñaron dos estrategias mercantiles; una, considerar la prestación de los servicios de salud como una mercancía que la mano invisible del dios mercado regula según la demanda habrá oferta, y otra, dejar de llamar «paciente» a la persona (enferma) demandante de atención medica que pasó a convertirse en «cliente», en usuario, como el de cualquier almacén o peluquería.
Este paso se dio cuando en 1990 llega a la presidencia de Colombia Cesar (OEA) Gaviria entrega burocráticamente el ministerio de salud y todos los múltiples institutos que dependían de este ministerio al chapucero (ignorante en materia de salud) señor Antonio Navarro con su grupo de ex guerrilleros del M 19 que acababan de firmar un acuerdo de paz con el gobierno Gaviria, como pago por el soporte que le dieron a la promulgación de la constitución de 1991 y el triunfo definitivo del neoliberalismo constitucional contrainsurgente en todo el territorio colombiano. Con esta derrota de las fuerzas populares, pudo el ascendente «chalán samperista de las sombras» Uribe Vélez, contando con el apoyo de los sectores más agresivos y violentos del capital financieros y del capital subterráneo proveniente de los narcóticos, armar una mayoría parlamentaria en el llamado congreso colombiano y hacer aprobar la fatídica Ley 100 de 1993 junto con la cascada infinita de decretos reglamentarios que siguió a continuación desmantelando todo lo que quedaba del antiguo Sistema Nacional de Salud, mediante la institución de tres figuras financieras privadas básicas:
Las Empresas Prestadoras de Salud (EPS), las Instituciones Prestadoras de Salud (IPS) y, a la red hospitalaria de hospitales públicos que tantos años y sacrificios habían costado y que mal que bien venían funcionando, se les abrió la tronera para que las penetrara el capital financiero trasnacional convirtiéndolas en Empresas Sociales del Estado (ESE). La catástrofe sanitaria para la mayoría del pueblo trabajador que siguió a continuación es más reciente y por lo tanto más conocida, lo confirman los miles y miles de Tutelas que han tenido que presentar los colombianos ante los juzgados para que las EPS autoricen la prestación de salud que necesitan. Catástrofe histórica que forma parte de colapso colectivo de la sanidad que está provocando la pandemia global del corona virus en Colombia.
Hoy por hoy, el Estado colombiano, como la mayoría de los Estados latinoamericanos que siguiendo las pautas neoliberales ordenadas desde el consenso de Washington desmantelaron las instituciones sanitarias que en su momento denominaron «keynesianas», frente al reto Covid-19 global no puede sino ofrecer la «coerción» y ley marcial para imponer una necesaria cuarentena colectiva. Nada más. Porque los otros aspectos tanto económicos como de infraestructura sanitaria no tiene nada que ofrecer, fuera del colapso anunciado.
Y mientras los intoxicadores de opinión internacional van creando, sutilmente, a través de la falsimedia colombiana nuevos eufemismos tan agresivos como volátiles e increíbles aunque acordes con las necesidades guerreras de la geopolítica imperial como por ejemplo, «cartel de los soles», «narco-dictador», «narco-acuerdo-de-la-Habana», «norieguismo venezolano», «narco chavismo», «narco madurismo», etc.; en la esfera ideológica nacional ofrecen un relato compasivo y piadoso lleno de eufemismos y de sentimentalismos inocuos, como arroparse con el tricolor nacional; entregarse en cuerpo y alma a la reina de Colombia la virgen de Chiquinquirá; tomar alborozadamente el cuento chino del presidente francés Macrón sobre la «la guerra al enemigo invisible» para continuar la guerra sucia contra exguerrilleros y lideres sociales encerrados en su casas que si son enemigos visibles y tangibles; eludir directamente las responsabilidades pues estamos haciendo lo que nos dicen los «expertos»; estamos pendientes de una vacuna que talvez no venga, de todas maneras hay que «estar en las trincheras» muy pendientes pues esto puede empeorar; hacemos un llamado a «sacar lo mejor de nosotros», mientras en el diario oficial de El Tiempo se publica una florida fantasía de Ester y sus «polvos caseros» en los tiempos de encerramiento, con el fin de distraer la atención y ocultar la repugnante matanza hecha por la Fuerza Pública de 23 presos políticos y 83 heridos graves ocurrida en la cárcel Modelo de Bogotá en la madrugada del 22 de marzo de 2020.
¿Y, qué me dicen de los botellones de plástico que el magnate empresarial y cacao finaciero Ardila Lulle va a hacer en su fábrica Postobón de limonadas como respiradores artificiales de altísima tecnología para los «pulmones envejecidos de los abuelitos»?
Alberto Pinzón Sánchez
30 de marzo de 2020