Barry Sheppard /Resumen Latinoamericano /28 de abril de 2020
La pandemia de Covid-19 tuvo un impacto significativo en las campañas electorales de 2020 de los dos partidos capitalistas, el republicano y el demócrata. En cuanto a los demócratas, Bernie Sanders se vio obligado a abandonar su campaña. Su principal fuerza eran los grandes mítines que ya no podían tener lugar. Esperaba ganar unos cuantos delegados más para la convención demócrata en las primarias restantes. Por otra parte, la ventaja decisiva que Biden había obtenido en las primarias de principios de marzo fue posible gracias al apoyo del establishment del partido.
Pero las primarias pendientes fueron pospuestas al mes de junio, debido al virus, por el establishment demócrata de los estados respectivos. Queda por ver si se llevarán a cabo incluso para esa fecha. La Convención Demócrata fue aplazada del mes de julio al de agosto.
Hubo una excepción, en Wisconsin, donde se produjo un hecho extraño. Los demócratas de ese estado querían posponer sus primarias hasta junio también. Pero los republicanos, que tienen la mayoría en la legislatura estatal, decidieron que las primarias debían realizarse según el calendario previsto. Los demócratas apelaron a la Corte Suprema del estado, pero su apelación fue rechazada por la mayoría republicana. Luego apelaron a la Corte Suprema Federal, donde también fue rechazada por la mayoría de trumpista.
Después de cancelar su campaña, Bernie Sanders dio su apoyo a Joe Biden, que ahora es el candidato demócrata que se opondría a Trump en noviembre de 2020.
Joe Biden, sin embargo, parece muy debilitado. La pandemia se ha convertido en el centro de atención, con su grave impacto en la economía, y apenas se ha oído hablar a Joe Biden. Trump, por su parte, produce programas de televisión diarios, que oficialmente son sobre la pandemia, pero que en realidad son simples operaciones de campaña electoral, durante las cuales divaga y miente. Frente a esto, las intervenciones de Joe Biden son escasas.
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Joe Biden acarrea una historia política muy negativa que remonta a los años 70. A mediados de la década de 1970, estalló un gran enfrentamiento en Boston tras una orden judicial que obligaba a transportar en los mismos autobuses a estudiantes negros y blancos, a sus distintas escuelas, para favorecer la integración escolar. Esta decisión enfrentó a la comunidad negra y sus partidarios contra los racistas del gobierno municipal y los barrios blancos de la ciudad segregada. Las escuelas para los alumnos negros estaban muy mal financiadas y eran de calidad inferior a las de los blancos. Esta fue la lucha antirracista más importante del país en ese momento. Los racistas organizaron ataques violentos contra los estudiantes negros que asistían a escuelas “blancas”, así como otros ataques contra los negros. Estos ataques encontraron una resistencia organizada por parte de los negros. También hubo una serie de grandes manifestaciones en defensa de la integración racial en las escuelas. También hubo una serie de grandes manifestaciones en defensa de la desegregación de las escuelas.
En 1975, en medio de esta batalla, el senador Joe Biden apoyó un amplio proyecto de ley anti-bus propuesto por el senador segregacionista Jesse Helms (republicano) de Carolina del Norte y presentó su propia enmienda anti-bus en un proyecto de ley sobre la atribución de préstamos.
En una entrevista de aquel año, Biden dijo: “Me opongo al autobús. Es un concepto disparatado”. Continuó diciendo que tomar el autobús para lograr la integración era… ¡racista!, utilizando un lenguaje racista para justificar su propio racismo. Dijo que la integración en las escuelas significa que “para que tu hijo negro de pelo rizado, ojos marrones y piel oscura aprenda algo, tiene que poder sentarse al lado de mi hijo rubio de ojos azules”. No, Joe Biden! Era un intento de brindar una educación igualitaria, sin importar quién estuviera sentado al lado de tu hijo.
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En uno de sus discursos durante las primarias, recordó con orgullo este incidente, diciendo que el hecho demostraba su capacidad para “trabajar con” los republicanos. Cuando la candidata negra Kamala Harris lo interpeló sobre el tema, trató de esquivarlo sin saber qué contestar.
Biden apoyó la legislación de Clinton que intensificó la “guerra contra las drogas”. Una “guerra” que dio lugar al encarcelamiento masivo de afroamericanos y latinos, cuyas condenas penales les impiden ocupar un sinnúmero de puestos de trabajo después de salir de la cárcel, habiendo además perdido sus derechos civiles. Es un hecho que afecta a sus familias y a toda la comunidad negra, al crear lo que Michelle Alexander ‑autora de The Colour of Justice: Mass Incarceration and New Racial Segregation in the United States (Syllepse, 2017), título en inglés The New Jim Crow: Mass Incarceration in the Age of Colorblindness- denomina acertadamente una nueva forma de opresión, “el nuevo Jim Crow” [en referencia a las ordenanzas y reglamentos segregacionistas promulgados en los estados del Sur entre 1876 y 1965].
Joe Biden apoyó la legislación que impide que las personas que acarrean deudas importantes contraídas para financiar la educación utilicen las leyes de bancarrota personal para obtener un descuento, mientras que las empresas utilizan estas leyes de manera habitual para reducir al mínimo sus deudas. Las empresas que son propiedad de Trump han hecho esto por lo menos seis veces.
Biden, a pesar de sus desmentidos, ha apoyado repetidamente – y esto es visible en varios videos – los recortes a la seguridad social, Medicare y Medicaid. Dice que fue a visitar a Nelson Mandela en Sudáfrica y que participó en el movimiento por los derechos civiles, dos rotundas mentiras.
Biden dice que su voto a favor de la guerra en Irak fue un “error”. Otros que también votaron por esa guerra dicen lo mismo, porque le salió mal a los Estados Unidos, no porque fuera un error.
Biden tiene un historial comprometedor en lo que respecta al comportamiento con las mujeres. A principios de los años 90, el presidente Bush nombró a un afroamericano de extrema derecha, Clarence Thomas, para la Corte Suprema. Biden era entonces el presidente de la comisión judicial que realizó las audiencias para confirmar el nombramiento. Una mujer afroamericana, Anita Hill, que anteriormente ocupaba un puesto en el que Clarence Thomas era su jefe, testificó en la audiencia que había sido en esa ocasión acosada sexualmente por Thomas. Las audiencias fueron transmitidas por televisión. El testimonio frío y preciso de Anita Hill contrastaba fuertemente con el de muchos senadores de la comisión que entonces la ridiculizaron y difamaron. Biden encabezaba la lista de los que denigraron a Anita Hill y consiguió la nominación de Thomas. Biden, ahora que es candidato a la presidencia, se disculpó ante Anita Hill tres décadas más tarde.
Nuevas denuncias de mujeres han sido presentadas por casos de acoso sexual por parte de Biden en el pasado e incluso un caso de agresión, en paralelo con cargos similares contra Trump. De esta manera, en el paisaje electoral, vemos a dos hombres mayores compitiendo políticamente y cubiertos por una misma sombra.
Joe Biden apoya las posiciones del ala derecha del Partido Demócrata, es decir, sus círculos dirigentes. Un ejemplo de esto es su oposición al “seguro de salud para todos” incluso ante la pandemia, mientras que millones de trabajadores han perdido el seguro médico pagado por el empleador por haber sido despedidos. Además, casi no tiene propuestas sobre el cambio climático, etc.
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Ese es el tipo de persona que ahora Bernie Sanders dice que hay que votar. Hubo un debate entre ellos sobre el tema. Un artículo en el New York Times del 19 de abril titulaba “El ejército de seguidores de Sanders no está dispuesto a defender a Biden”. El subtítulo decía: “Los votantes que votaron a Sanders en las primarias dicen que Biden no los entusiasma para nada”.
El artículo cita a varios partidarios de Sanders. La mayoría de ellos dicen que van a tener que cerrar los ojos y votar por Biden. Otros va a apoyar a un candidato de un tercer partido (el Partido Verde). Algunos dicen que no piensan ir a votar. En las encuestas, el 15% de los encuestados dicen que votarán por Trump.
Según el artículo, “un obstáculo para Biden en el otoño que viene es que, aunque cuente con el apoyo de los votantes de Sanders, muchos de ellos no irán a votar, algunos podrán solicitar las listas de voto por correspondencia, otros, en el caso de los que son estudiantes, volviendo a sus domicilios familiares [hay restricciones para que los estudiantes voten dependiendo de donde estén ubicadas sus escuelas]”.
“Los electores jóvenes, que apoyaron mayoritariamente a Sanders en las primarias de este año”, también dijeron “que Joe Biden parecía ser un político de otro tipo, con posturas totalmente ambiguas sobre el cambio climático y la salud pública”.
Otro indicador es que desde que Sanders le dio su apoyo a Joe Biden, la oficina nacional del Partido Verde se vio inundada de llamadas telefónicas expresando su interés por los Verdes.
El artículo del New York Times concluía: “En su conjunto, las dudas de los votantes [de Sanders] plantean preguntas sobre cuánta gente se presentará en noviembre para votar por Biden, y si se presentarán como voluntarios para su campaña, un paso importante para suscitar el entusiasmo de los votantes”.
Los demócratas necesitan el entusiasmo de la juventud y la organización del “pueblo de Sanders” para ganar en noviembre, muchos de los medios pro-demócratas tienen dudas al respecto. La pregunta es si los demócratas buscarán o no un candidato más aceptable para el establishment que Biden en la convención del Partido.
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En cuanto a los republicanos, el apoyo a Trump es unánime. Pero su actitud ante la pandemia lo ha debilitado. Al principio no le importaba lo peligroso que fuera el Covid-19. Durante los primeros 70 días después de la llegada del virus a las costas estadounidenses, no hizo nada para prepararse y organizarse para combatirlo, incluso cuando los casos de infección se multiplicaban y las muertes se acumulaban.
Hasta el 21 de abril, no ha sido para nada claro, unas veces con propuestas de cierre y contención, y otras veces abogando para que estas se detengan y se abra la economía. Actualmente, la mayoría de los estados han adoptado medidas de confinamiento, que Trump quiere ver interrumpidas rápidamente.
Algo en lo que ha mostrado cierta continuidad – más allá de sus negaciones, evasivas y mentiras – es su oposición a que el gobierno federal asuma la responsabilidad de proporcionar el equipo necesario para realizar los test masivos, la única manera de empezar a abrir la economía de forma gradual, con la garantía de los expertos médicos de que el virus ha sido contenido y que la apertura no suponga otra epidemia masiva. Por ahora, sólo se han realizado test al 1% de la población.
Hay una conclusión muy clara. Trump no quiere test a gran escala (lo cual es necesario) porque no quiere que se conozca el alcance real de la pandemia. Eso significaría un obstáculo para su deseo de devolver rápidamente la economía a su estado anterior a la pandemia, lo que mantendría unas perspectivas electorales favorables para él. Esta es la locura de un autócrata narcisista que afirma “tener un poder absoluto” y “poder hacer lo que quiera”, incluso lo más desastroso.
Además, no asumió la responsabilidad que le incumbe al gobierno federal de garantizar que el personal médico ‑muchos de los cuales han contraído el virus y algunos de los cuales han muerto a causa de él- cuente con el equipo de protección personal adecuado. La incapacidad deliberada de Trump para enfrentar adecuadamente la pandemia y mejorar sus propias perspectivas electorales ha hecho que baje en las encuestas. Él y los republicanos aducen que la verdadera causa de la situación actual ‑incluida la situación económica- reside en los chinos, los demócratas, los medios de comunicación, etc. Y que Trump lo ha hecho todo “perfectamente”.
Esta retórica tiene su efecto en el núcleo de sus partidarios, alrededor del 30% de la población. Habrá que ver si logra llegar a una mayor proporción. Con un Trump que afirma cosas contradictorias en sus diatribas televisivas y en sus tweets diarios, con los gobernadores de los estados diciendo cada uno lo que quiere, no hay un mensaje coherente dirigido a la población sobre las responsabilidades de cada uno de los gobiernos. Las encuestas muestran que la mayoría de la gente, alrededor del 80%, sigue sabiamente las propuestas de los expertos médicos.
Trump aprovecha el hecho de que la atención esté en este momento centrada en la pandemia, para intensificar sus ataques contra las regulaciones ambientales. En algunos estados, los miembros de esta derecha también han declarado que el aborto no es un procedimiento médico “esencial” y han llegado a prohibirlo mientras dure la pandemia.
En estas decisiones, hay un elemento que forma parte de las iniciativas tomadas también por los autócratas de otros países, que están utilizando la “emergencia nacional”, declarada a raíz de la pandemia, para consolidar su poder.
Traducción de Rubén Navarro
Correspondencia de Prensa*