Por Enrique Ubieta Gómez, desde Italia, Resumen Latinoamericano 24 de abril de 2020
Hoy, por primera vez, el día es soleado. Aún con abrigos ligeros, sentimos el abrazo benéfico del sol, un pariente que nos agobia en la Isla, pero que extrañamos y necesitamos en cuanto pisamos otras tierras. Desde el cuarto observo el patio interior de un edificio de viviendas, en el que aparece, al fin, un niño aburrido, o más bien desesperado, que estira el cuerpo lanzando una pelota contra la pared, mientras el padre lo vigila, a él y al perro, un mastodonte que intenta participar del juego. El trayecto hasta el hospital de campaña se hace de buen humor. Hoy, además, recibimos visita: cerca de la media mañana llega Jorge Alfonso, Ministro Consejero de la Embajada de Cuba, junto a algunos funcionarios consulares de Roma y Milán. En el hospital los recibe el Director y parte de su equipo italiano, y por supuesto, el doctor Julio, con algunos de nuestros compatriotas. Son conducidos por diferentes espacios de la nave –excepto los de la zona roja – , y reciben una minuciosa explicación de sus funciones.
En las computadoras, ven las imágenes en vivo de lo que sucede adentro: la pantalla puede mostrar una sala, incluso un solo paciente, o puede cuadricularse o sextuplicarse, y abarcar cada sala de la zona roja a la vez. Este monitoreo, similar al que se instala como medio de protección en algunos establecimientos públicos, se complementa con otras pantallas que ofrecen de manera permanente los signos vitales de los pacientes, y facilita el control médico desde la zona verde. Sin embargo, nada sustituye la presencia de los médicos y enfermeros cubanos e italianos que se turnan adentro, las 24 horas del día. Al finalizar el recorrido el Ministro Consejero se reúne con todos los colaboradores cubanos en el comedor del hospital y conversa con ellos.
La tarde me reserva una sorpresa. Estoy en mi cuarto, intento terminar la crónica del día, pero un médico me interrumpe. Tiene lágrimas en los ojos. Me arrastra hasta su habitación, al otro lado del pasillo. Desde que traspaso la puerta la veo por los cristales de la ventana, es mi bandera, la bandera cubana: en el edificio de enfrente los estudiantes la han puesto. Se ve grande, hermosa. Nos asomamos. Llegan más médicos y enfermeros. Al vernos, los estudiantes aplauden. No podemos distinguirlos bien. Solo las manos sobresalen por las ventanas. Aplaudimos nosotros también. Esta ya es otra crónica creo, no la que estaba escribiendo, pero ¿qué voy a hacer? Ahora soy yo el que tiene lágrimas en los ojos. Tomo fotos. ¿Cómo engarzo este suceso conmovedor con el calor que nos traen nuestros diplomáticos, con el calor del día, con el sol que ahora resplandece, no en el cielo, sino dentro de cada uno de nosotros? Cantamos la Guantanamera con los versos martianos y nos secundan, ellos, que son la Italia del futuro. Ninguna tecnología de punta podrá reemplazar el calor, la sabiduría, la solidaridad que existe en los seres humanos.