Por Eduardo Febbro, 22 abril 2020
Los barrios de los suburbios son escenarios de choques entre jóvenes y la policía
Los sectores populares suministran el mayor volumen de los trabajadores que hacen funcionar el sistema durante la cuarentena. Sin embargo, continúan bajo las mismas condiciones que hace 15 años.
La
trivialidad violenta de un cruce entre policías y jóvenes en los
barrios populares de las afueras de París destapó esa magna durmiente
hecha de discriminación, pauperización y desigualdad. Desde el sábado
18 de marzo varias localidades en Hauts-de-Seine, una de las cinturas
de la capital francesa, entraron en ebullición luego de un accidente
entre el conductor de una moto y un patrullero de la policía en
Villeneuve-la-Garenne. Las versiones divergen: los testigos y el
joven herido en el accidente aseguran que la policía abrió la puerta del
auto cuando pasaba, los policías sostienen que el hombre quiso escapar a
un control de identidad.
Cada noche, desde entonces, los barrios populares de esos suburbios son el escenario de enfrentamientos entre los jóvenes y la policía, tanto más enardecidos cuanto que los videos filmados por los vecinos muestran sin la más mínima ambigüedad la violencia de que es capaz la policía. Este incidente no es una excepción: los
suburbios de Lyon, Estrasburgo, Niza Toulouse (regiones del centro,
norte y sur de Francia) viven desde el confinamiento episodios
similares. Pobreza, racismo, exclusión social y represión policial han sido y son parte de esa mezcla desproporcionada entre país rico y país desigual.
Prueba de ese tratamiento de geometría punitiva es lo que ha ocurrido en
Niza. El presidente de la región Provenza-Alpes-Costa Azul, Christian
Estrosi (derecha) decretó un toque de queda a partir de las 8 de la
noche que se aplica exclusivamente en los barrios populares. La
decisión fue impugnada, la justicia la validó pero ahora la Liga de
Derechos Humanos se apresta a interponer un recurso ante el Consejo de
Estado. La Liga denuncia el carácter “punitivo” de la medida y su claro
alcance discriminatorio. Estrosi justificó el toque de queda por la
cantidad de personas que, de noche, no respetan el confinamiento y el
ruido y las molestias que ocasionan a los vecinos.
La precariedad
que se extiende en esas zonas populares explica en mucho la
indisciplina que puede constatarse en ciertos momentos. El mundo
popular, en Francia, está bajo permanente sospecha. Las escenas que se
ven en París suelen ser alucinantes. Dos matrimonios en la calle con
cuatro hijos blancos jugando arranca una sonrisa tierna. Cincuenta
metros más adelante, tres jóvenes de origen inmigrante recostados sobre
un muro terminan controlados por la policía. Y, sin embargo, es
precisamente de esos barrios de donde provienen quienes fueron llamados
los “invisibles” (término en si mismo de una barbarie social infinita),
es decir, las trabajadoras y trabajadores que cada día hacen funcionar
lo que queda del sistema: las cajas de los supermercados, las
panaderías, los repartidores, los camioneros, etc, etc, etc. Los barrios
populares suministran el mayor volumen de esos soldados sociales, pero
continúan bajo las mismas condiciones que hace 15 años. En 2005, un
incidente entre jóvenes y policías y una frase del ex presidente Nicolas
Sarkozy desató el más impresionante levantamiento de los barrios
populares que haya conocido Francia.
“Aquí, a parte de los
burgueses que ocupan con su guita el barrio y nos van desalojando a
fuerza de euros y de hacer subir el precio del metro cuadrado, no hay
nada nuevo”, cuenta Hamed, un vecino de la zona más popular del distrito
10 de París.
Insalubridad, espacios de tortura donde residen familias
numerosas, agujeros enormes en la presencia del Estado y los servicios
públicos, falta de fuentes de trabajo, desempleo, discriminación y
presencia policial masiva son la identidad explosiva de esas regiones. El confinamiento vino a multiplicar por diez un contexto muy denso donde jóvenes y policías alimentan día día un odio mutuo.
Los primeros se sienten discriminados y perseguidos, objeto de una
injusticia sistemática, los segundos no respetados, ni ellos como
autoridad ni las reglas fijadas para convivir.
La mecánica es
como una mirada hacia el pasado que muestra permanentemente el futuro:
un roce con las fuerzas del orden y los jóvenes, denuncias y videos en
las redes sociales y violencia inmediata con incendio de las paradas de
colectivos, de autos, las escuelas, los basureros, cócteles molotov y
piedras contra los patrulleros y desembarco de más policías. Eso ocurrió
el sábado en Villeneuve-la-Garenne y continuará encarnándose en los
suburbios pobres más allá del confinamiento. Zakaria Sekkafi, mediador
social en Villeneuve-la-Garenne, cuenta que en estas zonas es tal “la
profundidad de la sensación de injusticia y segregación que con apenas
una chispa se puede inflamar toda la soledad social que llevan adentro”