Resumen Latinoamericano, 17 abril 2020
El coronavirus es
una calamidad natural potenciada por el capitalismo. Desde hace muchos años se
esperaba un cataclismo semejante como consecuencia del cambio climático, el
calentamiento global, las inundaciones o las sequías. Pero la catástrofe
irrumpió a través de una pandemia, en un sistema económico-social que deteriora
la naturaleza, corroe la salud y desprotege a los vulnerables.
Lo más impactante
de la infección es la velocidad y escala de los contagios. Como aún no ha
concluido la primera oleada de irradiación se desconoce la peligrosidad del
virus. Pero es evidente que supera los efectos de una gripe corriente. Hay más
de mil millones de personas enclaustradas en sus hogares, en un inédito experimento
social de confinamiento. El antiguo antídoto de las cuarentenas ha reaparecido
a pleno.
El estrago
natural en curso no equivale a una guerra. Aunque la intervención que
despliegan los estados presenta muchas semejanzas con escenarios de conflagración,
en el primer caso impera la protección y en el segundo la destrucción de vidas
humanas. En lugar de batallas y bombardeos hay resguardo de víctimas y socorro
de afectados.
La
analogía con la guerra es muy peligrosa. La utiliza Trump para crear un clima
de hostilidad contra el “virus de China” y la fomentan los derechistas para
resucitar los viejos estigmas del colonialismo. Con diatribas racistas contra
el “cólera asiático” se acusaba en el siglo XIX a los países orientales de
expandir la infección.
Los mensajes de
batalla contra un “enemigo invisible” facilitan la militarización. Incluyen
peligrosas analogías con la “guerra al terrorismo”, que muchos gobiernos
occidentales instalaron para propagar el miedo frente a un agresor omnipresente
e indetectable. La pandemia no es una conspiración, un castigo divino o un
acontecimiento azaroso. Constituye un avatar de la naturaleza que asume
dimensiones gigantescas por los desequilibrios que genera el capitalismo
contemporáneo.
DETERMINANTES
ECONÓMICOS
El demoledor
impacto económico de la pandemia está a la vista, pero el coronavirus no generó
esa eclosión. Sólo detonó tensiones previas de las finanzas y la producción.
Desencadenó en
primer término otro estallido de la financiarización. El gran divorcio entre el
bajo crecimiento mundial y la continuada euforia de las Bolsas anticipaba un
convulsivo desarme de otra burbuja. Era inminente la devaluación de los
capitales inflados durante la última década, mediante recompras de acciones y
especulaciones con bonos. Pero esa previsible conmoción financiera asumió una
envergadura descomunal.
Esta vez el
desplome de los mercados obedece más a los pasivos acumulados por las empresas
(deuda corporativa) y los estados (deuda soberana), que a los desbalances bancarios
o al endeudamiento de las familias. A diferencia del 2008, la crisis empieza en
las compañías y se proyecta a los bancos, invirtiendo la secuencia de la década
pasada. Las empresas no pueden afrontar el pago de intereses con sus ganancias
corrientes[3].
La
sobreproducción es el segundo desequilibrio que irrumpió junto a la pandemia,
con un gran desplome del precio del petróleo. En los últimos dos años el
excedente de mercancías fue determinante del enfrentamiento comercial entre
Estados Unidos y China.
El estallido actual
ha interrumpido los suministros y quebrantado las cadenas globales de valor. Se
ha transparentado la gran dependencia mundial de los insumos fabricados en
Oriente y la enorme incidencia de los sobrantes que acumula China.
El coronavirus
ha detonado, por lo tanto, las tensiones generadas por la financiarizacion y la
sobreproducción. Pero la magnitud de la crisis obedece a otros desequilibrios
gestados en las últimas cuatros décadas.
Es evidente que la globalización
aceleró la tradicional transmisión de enfermedades a través de las rutas
comerciales. La expansión de la aviación incrementó en forma exponencial el
número de viajeros y la consiguiente multiplicación de los contagios. La
pandemia se traslada siguiendo los circuitos del capital. Hay 51.000 empresas
de todo el mundo con proveedores en Wuhan y la infección ha transitado por un
mapa de concentraciones fabriles y centros de almacenamiento.
En el Medioevo la
peste negra tardó una década en propagarse y en 1918 – 19 la gripe española se
difundió al cabo de varios meses. En cambio en la era del just in time, el coronavirus contaminó a 72 países en muy pocos
días[4].
También la urbanización
ha potenciado la diseminación de infecciones, a través de aglomeraciones y
hacinamientos de la fuerza de trabajo, que deprimen las respuestas
inmunitarias.
Pero
los especialistas atribuyen mayor incidencia en la generación de la pandemia
actual, a la creciente destrucción del hábitat de las especies silvestres. Esa
demolición es un resultado de la enceguecida industrialización de actividades agropecuarias[5].
Ese proceso multiplica la irradiación de bacterias y la expansión de
enfermedades derivadas del quebranto de la biodiversidad. La deforestación ha
incrementado en forma exponencial la transmisión de virus por el creciente
contacto de los seres humanos con animales encerrados.
Los dos brotes del Ébola
(2013−2016 en África occidental y 2018 en la República Democrática del Congo),
emergieron cuando la expansión de nuevas industrias de productos primarios
desplazó a las poblaciones originarias de los bosques, perturbando los
ecosistemas locales.
El exótico hallazgo
de un murciélago infectando comidas en los mercados asiáticos, induce a olvidar
la frecuente transmisión de bacterias en los centros corrientes de producción.
Allí se efectiviza el ingreso habitual de los patógenos a la cadena alimentaria[6].
Los estudiosos enfatizan la estrecha relación
de los distintos virus, con un modelo de industrialización ganadera que
enriquece a las empresas multinacionales. Esas compañías impusieron la
reducción de las inspecciones sanitarias y transfieren a la población, los
costos de su mortífero modelo de diseminación de enfermedades. Toda la sociedad
termina solventado con graves padecimientos, las altísimas ganancias obtenidas
por la agro-industria[7].
Esa actividad ha
exacerbado una dinámica histórica del capitalismo, que siempre forzó lucrativas
modalidades de ganadería, para abaratar alimentación y el costo de la fuerza de
trabajo. Esos procedimientos originaron epidemias en Inglaterra en el debut del
capitalismo y en África a fines del siglo XIX. Pero los últimos cuarenta años
de extractivismo neoliberal han desatado una venganza mayúscula de la
naturaleza, que ahora convulsiona a todo el planeta[8].
GLOBALIZACIÓN SIN CORRELATO
SANITARIO
El cataclismo
actual tiene determinantes inmediatos (financiarización y sobreproducción) y
estructurales (globalización, urbanización y agro-negocio). Pero su causa
subyacente es la ausencia de correlato sanitario, al avance registrado en la globalización
de la producción y el consumo. Se fabrica y consume con patrones mundiales, en
un marco de estructuras de salud invariablemente nacionales.
Esa contradicción
salta a la vista en la monumental expansión ‑sin resguardo sanitario- que
tuvieron la aviación, los hoteles o el turismo. Se internacionalizaron
actividades lucrativas, preservando las fronteras en un ámbito como la salud,
que involucra mayores riesgos e inciertas ganancias[9].
Esa desconexión
expresa la principal contradicción del período. Un segmento estratégico de la
economía se ha globalizado en el viejo marco de los estados nacionales. Por esa
razón el capitalismo no pudo anticipar, evitar o manejar el torbellino del
coronavirus. Una gestión preventiva (y efectiva) de la pandemia hubiera
requerido el comando sanitario de la OMS, coordinando todos los test y
cuarentenas a escala global.
Pero ese organismo
no cuenta con un status equivalente a las estructuras que manejan las empresas
o los bancos transnacionales. Nunca fue el epicentro de las conferencias de
Davos, ni despertó la atención del G 20. Tampoco actuó como un verdadero
dispositivo interestatal. Por esa desconexión, todos los estados nacionales
actúan por su cuenta frente a la pandemia.
La
existencia de una economía mundializada gestionada por múltiples estados
nacionales es una disfuncionalidad del capitalismo contemporáneo, que los
neoliberales ignoran por completo. Sus exponentes presentan el coronavirus como
una desgracia de la naturaleza que afectó a un sistema próspero y saludable. A
lo sumo, estiman que hubo “errores”, “falta de previsión” o “irresponsabilidad”
de los “políticos populistas”.
Pero la
credibilidad de esos argumentos es nula. No hay forma de entender lo que está
ocurriendo si se desconecta la crisis de sus basamentos capitalistas. Los
neoliberales igualmente aprovechan una importante diferencia con el 2008,
cuando fue inmediatamente visible la culpabilidad de los banqueros. Ahora
presentan a la economía como otro paciente más afectado por la infección.
Muchos
críticos del neoliberalismo destacan esas inconsistencias y remarcan los
múltiples enlaces de la pandemia con el modelo económico actual. Pero frecuentemente
suponen que esa desventura será resuelta mediante la simple intervención del
estado, como si el capitalismo fuera un ingrediente prescindible del problema.
Por el contrario, el enfoque marxista coloca directamente al capitalismo en el
banquillo de los acusados.
Pero es importante
evitar las miradas simplificadoras que observan a la pandemia, como un mero
desencadenante de turbulencias financieras o productivas. Hay que registrar los
desequilibrios subyacentes y el gran alcance de la contradicción que opone a la
mundialización con los estados nacionales. Esa tensión explica más lo sucedido
que la enunciación de múltiples desajustes.
IMPACTOS EN VARIOS SECTORES
La crisis del
coronavirus ha propinado un duro golpe al neoliberalismo. En pocas semanas se ha
generalizando una drástica intervención de los estados con alcances superiores al
2008. Esa regulación impacta sobre incontables áreas sometidas al proceso de privatización.
Los neoliberales
temen que esos cambios sean perdurables y desemboquen en la reversión de la
gran mercantilización de las últimas décadas. Buscan cualquier argumento para
ocultar cómo el desmantelamiento de la salud pública desguarneció a la
población.
Es cierto que
también la crisis del 2008 alimentó muchos presagios de fin del neoliberalismo.
Esas caracterizaciones estaban centradas en la expectativa de regular los bancos
y ocurrió lo contrario. La financiarización perduró mediante el rescate y
reciclaje del mismo sistema. Pero la convulsión actual difiere de ese
precedente, desborda ampliamente a las finanzas y socava varios pilares del
neoliberalismo[10].
La
crisis acrecienta en lo inmediato la desigualdad. El coronavirus noes un virus democrático que afecta a
todos por igual, con distinciones meramente etarias. Son evidentes las brechas
sociales de cobertura y recursos para enfrentar la desgracia[11].
Esa diferenciación quedó enmascarada al comienzo de la pandemia por la gran
contaminación de viajeros y por su incidencia en la clase media, las elites y
hasta los presidentes y sus ministros.
Pero la desigualdad
salta a la vista en el tratamiento de los afectados. En Estados Unidos se
propaga entre 30 millones de personas que carecen de seguro médico, afectando
duramente a los empobrecidos. Los afroamericanos representan un tercio de la
población, pero cargan con el grueso de los fallecimientos relacionados con la
Covid-19. Es probable que nunca se conozca la verdadera cifra de muertos por el
alto número víctimas indocumentadas. Las fosas comunes en Nueva York son el símbolo
de esa extrema crueldad[12].
La inequidad se
afianza con el programa de rescate dispuesto por el gobierno estadounidense,
que otorga gigantescos subsidios a las empresas y migajas a los trabajadores[13].
Dos tercios del incremento del gasto público están destinados a socorrer a las
empresas y sólo el tercio restante a compensar a los trabajadores.
Otro impacto
de la convulsión es la diferenciación laboral que introduce el nuevo esquema de
teletrabajo, actividades indispensables y precarización. Esa distinción afianza
un corte entre labores domiciliarias, procesos esenciales a la intemperie (salud,
alimentación) y dramático desamparo.
En la casa se
desarrollan los trabajos de cierta calificación, en la calle se desenvuelven
las tareas rutinarias y en los márgenes sobreviven los informales. Esa
diferenciación acentúa una fractura previa, que en muchos países converge con
coberturas sanitarias privadas, sindical-cooperativas o públicas.
Las
clases dominantes intentarán aprovechar este escenario para profundizar la
flexibilización laboral. Buscarán instrumentar la “doctrina del shock”, en el
contexto de alto desempleo que la derecha suele utilizar para forzar el
achatamiento de los salarios.
La corona-crisis ha
puesto de relieve, además, la extraordinaria gravitación del mundo digital. Ese
tejido mantiene conectados a millones de individuos en medio de la parálisis
laboral. Por primera vez en la historia, más de 1000 millones de persona están
confinadas y al mismo tiempo comunicadas.
Ese universo de
redes afianza la incidencia de una revolución digital, que en el curso de la
pandemia incrementó en 40% el tráfico de datos[14].
Las computadoras y teléfonos inteligentes son utilizados no sólo para
reorganizar el trabajo. También viabilizan los test y las cuarentenas, mediante
el seguimiento de los individuos contagiados, hospitalizados y recuperados.
EL ESPECTRO NEGACIONISTA
El coronavirus ha suscitado
reacciones contrapuestas. Los
aislamientos sociales que los sanitaristas propician al unísono
tienen aplicaciones muy disímiles. La afinidad con el neoliberalismo y la
cultura predominante en cada país han sido determinantes de esa implementación.
Entre los
derechistas prevaleció desde el comienzo un frontal negacionismo, que incluyó
descarnadas justificaciones de índole malthusiana. Varios presidentes
propusieron tolerar la expansión del virus para inmunizar a la población,
descartando a los ancianos y a los vulnerables. Con esos presupuestos de darwinismo
social, el distanciamiento social fue demorado u obstruido en Estados Unidos y
Brasil. En el caso inglés, el propio Boris Johnson terminó hospitalizado luego
minimizar el alcance de la infección.
Algunos analistas
aceptan con toda naturalidad que “morirá mucha gente” y priorizan la
continuidad de la actividad económica[15].
Otros cuestionan la cuarentena resaltando la baratura del test y advirtiendo
que el confinamiento conduce al colapso de la producción[16].
Pero omiten que se puede implementar el aislamiento social mediante una
drástica reorganización de la economía, como siempre ha ocurrido en las
situaciones de excepción.
La contraposición
entre economía y salud es totalmente falsa. Frente a los cataclismos naturales
el funcionamiento de la actividad productiva debe adaptarse a la emergencia,
instaurando reglas antitéticas con el libre-mercado.
Los gobiernos
occidentales tuvieron a su disposición la experiencia de China y el tiempo
suficiente para organizar cuarentenas y pruebas con los reactivos. Pospusieron
ambas medidas para no afectar las ganancias de las empresas.
En Italia esa
demora condujo a un crimen social. En el área más devastada de Bérgamo no se
declaró la cuarentena por presiones de los empresarios, que desconsideraban el
peligro forzando la continuidad del trabajo. Esta actitud se mantuvo cuando
setenta camiones militares cruzaron la región transportando cadáveres. Sólo las
protestas de los trabajadores indujeron al cese de las actividades[17].
También en Estados
Unidos la patronal ha presionado por la continuidad del trabajo. Con ese
objetivo impuso que cualquier limitación laboral sea definida por el Departamento
de Seguridad Nacional y no por el Centro de Control de Enfermedades.
La influencia del
negacionismo se ha extendido incluso a ciertos ámbitos de la izquierda, que
comparten los cuestionamientos a la gravedad del coronavirus. Objetan la
implementación de la cuarentena, señalando que la infección se asemeja a una gripe
corriente. Estiman que la enfermedad tiene baja mortalidad y que es un error
convalidar el pánico que desmorona el sistema hospitalario. Sugieren que la
pandemia es un complot de los medios y las empresas farmacéuticas[18].
En una mirada
semejante, la pandemia es presentada como un invento para justificar la
militarización, mediante la transformación de la ciencia en una religión que
esclaviza a la población[19].
Esta óptica converge con algunas presentaciones de la cuarentena como un
desechable método medieval.
Pero la
identificación de la pandemia con una maléfica conspiración ha quedado refutada
por la extensión y peligrosidad del virus. La OMS ya advirtió que tiene una
mortalidad muy superior a la gripe. Al relativizar el daño de la enfermedad se
desvaloriza el esfuerzo que despliega la población para preservar su salud. La
protección de ese activo distingue a la izquierda y al progresismo de Bolsonaro
o Johnson.
DESAPRENSIÓN Y PIRATERIA
También se debate con
intensidad las causas del contraste entre países asiáticos, que logran
controlar la pandemia y naciones occidentales, que no pueden contenerla. La
capacidad exhibida en Oriente para manejar la cuarentena se alimenta del
adiestramiento obtenido durante la experiencia previa del SARS. Además, el
cumplimiento de la cuarentena tiene raíces en tradiciones amoldadas a ese tipo
de disciplina[20].
Numerosos analistas han destacado que las
normas de cuidado (uso de mascarillas, distancia en el saludo, estricta
aceptación de reglas colectivas) fueron rápidamente incorporadas en Oriente y
afrontan mayores resistencias en el universo individualista de Occidente[21].
Quiénes desconocen
esa variedad de condicionamientos suelen postular que China controló el virus
con métodos totalitarios. Omiten que otros países asiáticos recurrieron a las
mismas fórmulas para obtener resultados semejantes. Corea del Sur desplegó, por
ejemplo, una supervisión digital de la población para detectar contagios, con
modalidades más sofisticadas e invasivas que las ensayadas en China.
El uso de las
nuevas tecnologías vulnerando la privacidad de los individuos, incluyó al menos
en estos casos un propósito sanitario. Esa motivación es más justificada que el
simple espionaje practicado con el auxilio de Cambridge Analítica, para manipular elecciones (Trump) o inducir
los resultados de un plebiscito (Brexit).
La variedad de
respuestas nacionales a la pandemia retrata en forma categórica la ausencia de
coordinación mundial. Esta carencia es la principal diferencia con la crisis
del 2008. En la década pasada prevaleció una reacción común de los Bancos
Centrales bajo el comando de la Reserva Federal estadounidense y el decisivo
sostén de China. Esa cooperación ha sido reemplazada por una reacción inversa
de pura regulación nacional y restablecimiento de fronteras, en un clima de
sálvese quien pueda. El G 20 ha quedado convertido en un G 0, que sólo intentó
una reunión virtual para convalidar la inexistencia de medidas conjuntas.
Esa
dislocación es coherente con la total desaprensión que imperó en el debut de la
pandemia. Todos los gobiernos relativizaron el peligro, con la misma
displicencia que desecharon las advertencias de la OMS (2018)[22].
Hubo antecedentes muy contundentes con el SARS (2002−03), la gripe porcina H1N1
(2009), el MERS (2012), el Ébola (2014−16), el zika (2015) y el dengue (2016).
Pero como las grandes
empresas farmacéuticas no engrosan sus fortunas con la prevención, los
principales programas de investigación de virus fueron desfinanciados por los
gobiernos occidentales. El desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales es
poco redituable, para compañías que se especializan en la venta de medicamentos
a los enfermos solventes. De las 18 compañías farmacéuticas más grandes de Estados
Unidos sólo 3 desenvuelven investigaciones de alguna índole[23].
La primacía de la
competencia por negocios lucrativos ‑en desmedro de la salud pública- ha
provocado la indefensión general frente a la pandemia. Esa rivalidad se ha
intensificado ahora para dirimir quién descubre primero la vacuna. Europa,
Estados Unidos y China disputan ese trofeo para ganar puntos en las futuras
patentes. Trump fue más lejos e intentó acaparar las investigaciones sobornando
a varios científicos alemanes.
La misma piratería
impera en la captura de los apreciados insumos médicos. Los emisarios de
distintos países negocian en los aeropuertos la reventa de los productos ya
embarcados. Estados Unidos y Francia adoptaron ese comportamiento de corsarios
frente a cargamentos destinados a España o Italia. La pandemia ha exacerbado la
dinámica brutal e inhumana que rige al capitalismo.
MIRADAS
SOBRE CHINA
La localización inicial de la pandemia en China ha sido coherente con el
protagonismo de ese país en la globalización y su consiguiente capacidad para
exportar alteraciones económicas al resto del mundo. La
expansión de la urbanización, las cadenas globales de valor y las nuevas normas
de alimentación fue vertiginosa en la nueva potencia asiática. El peso del país
en el PBI global trepó más de 30% desde el 2008 y un fuerte pico de
sobre-inversión precedió a la crisis actual. La gran penetración del capitalismo
en China explica la magnitud de la convulsión en curso.
Esa expansión
deterioró también la estructura sanitaria más igualitarista del período previo
y afianzó normas de privatización, que sólo fueron relativamente acotadas en
los últimos años. Enormes sectores de la población ‑especialmente migrante-
tienen seriamente limitado el acceso a la salud[24].
Estos problemas recobraron actualidad en el debut del coronavirus.
Existe una gran
controversia en torno al manejo inicial de China de ese brote. Algunos sectores
remarcan el ocultamiento de la infección en Wuhan y la hostilidad oficial
contra quiénes resaltaban los peligros de la enfermedad[25].
Otros desmienten ese silenciamiento y resaltan la decidida acción del gobierno
para controlar la epidemia. Recuerdan que la secuencia genética del nuevo virus
fue inmediatamente compartida con la OMS y afirman que al cabo de varios
ensayos y errores, China mostró un camino para enfrentar los contagios[26].
La enfática crítica
al control represivo en la cuarentena es también relativizada con ejemplos de acción
del voluntariado, en un marco de creciente conciencia del problema. En
cualquier caso, China comienza a contener la pandemia combinando el cierre
total de ciertas localidades, con severas restricciones a la circulación y un distanciamiento
social efectivo.
Los gobiernos
occidentales observaron con satisfacción y malicia el debut de la pandemia.
Esperaban su exclusiva localización en China y el consiguiente debilitamiento
del rival asiático. Aunque ese escenario
se ha invertido, las campañas contra el “virus chino” persisten con alocados
argumentos[27]. Se afirma incluso que el
coronavirus fue creado adrede para afectar a Estados Unidos y Trump sugiere una
complicidad directa de la OMS con esa operación.
Pero esos disparates
contrastan con la efectividad exhibida por China para lidiar con la infección.
Ese logro es complementado con la simpatía que generan las actitudes
solidarias. Aviones chinos con equipamiento médico han aterrizado en Italia,
España y en muchos países de varios continentes.
Pero esa
cooperación no presenta ‑hasta ahora- la dimensión de una nueva “ruta sanitaria
de la seda”. Además, China es una potencia acreedora de muchas naciones
auxiliadas y afrontará un serio dilema, si la crisis desemboca en un default
general de sus deudores. En esa eventualidad: ¿el gigante asiático aceptará la
cesación de pagos?
ESTADOS UNIDOS Y EUROPA
Estados
Unidos ha quedado ubicado en el casillero opuesto de su principal rival.
Parecía el ganador geopolítico inicial de la corona-crisis y ahora carga con
las consecuencias más duras de la pandemia. Las ventajas del comienzo se
insinuaron en la gran la afluencia de capitales internacionales que sucedió al
temblor de los mercados. Tal como ocurrió en el 2008, el dólar y los bonos del
tesoro se convirtieron en los refugios predilectos de los inversores asustados.
El encierro
fronterizo apuntala, además, la estrategia del sector americanista, frente a
los segmentos globalizados de las clases dominantes estadounidenses. Algunos
analistas estiman que el abrupto repliegue hacia actividades económicas
auto-centradas favorece el proyecto de Trump[28].
Pero esos datos promisorios para el magnate
han quedado neutralizados por la masa de contagiados. En Estados Unidos se
localiza el mayor número de afectados y todos los días Trump improvisa alguna
medida, para afrontar un peligro que desechó en forma explicitica. Desmanteló
el equipo de resguardos frente a las pandemias del Consejo de Seguridad
Nacional y desconoció los resultados de una simulación de ese cataclismo. Ahora
no logra articular un plan mínimo para lidiar con el desastre sanitario.
Por esa razón se agravó
la grieta interna. Los gobernadores desafían la autoridad presidencial y cada
estado reacciona por su cuenta. Mientras California y Washington lograron
prevenirse con la adopción temprana de la cuarentana, Nueva York eludió el
aislamiento y afronta las terroríficas consecuencias de esa omisión.
Toda la estrategia
internacional de Trump ha quedado en suspenso. Nadie sabe cómo seguirá su
mercantilismo bilateral y el intento de recomponer la hegemonía estadounidense
utilizando la supremacía tecnológica, militar y financiera del país. Las
concesiones que el millonario bravucón había logrado de sus competidores
volverán a la mesa de negociación.
Pero lo más impactante
de la crisis actual es el repliegue internacional de un imperio que abandona su
disfraz de auxiliador del mundo. Se ha retirado al autoaislamiento y transmite
una imagen de impotencia interna, que socava su autoridad para actuar en el
exterior[29].
Algunos analistas
estiman que Estados Unidos ha perdido atracción. Ya no es el país que el resto
del mundo quiere emular. Remarcan comparaciones con el declive de otras
potencias y afirman que atraviesa por el “momento Chernobyl” de la Unión
Soviética (1986) o por un equivalente a la crisis de Suez de Inglaterra (1956)[30].
Pero habrá que ver
si esta evaluación de la coyuntura se corrobora en el largo plazo. Un
contundente indicador del declive sería la caída del dólar y la salida de capitales
hacia otros destinos. Este viraje marcaría efectivamente un punto de inflexión.
Por el momento la pandemia no elimina la primacía militar del Pentágono, ni el
lugar de Estados Unidos como principal resguardo imperial del capitalismo.
En
Europa la crisis del coronavirus asume proporciones mayúsculas. La Unión ha
quedado prácticamente licuada por el torbellino. Mientras se cierran las fronteras
dentro de la propia comunidad, los miembros no logran concertar acuerdos
mínimos.
Los líderes
proclaman que el virus no tiene pasaporte, pero lidian con la pandemia por su
propia cuenta. En la disputa por los medicamentos han quedado sepultados todos
los principios de colaboración. Alemania niega hospitales a varios socios y
ninguno vende remedios al otro.
La financiación de
la crisis concentra el principal conflicto. Las reglas neoliberales de ajuste
presupuestario han sido archivadas, pero la forma de solventar la fuerte
expansión del gasto público, opone nuevamente a las potencias del norte europeo
con los afectados del sur.
Italia convoca a emitir
“corona-bonos” compartidos por todos los estados. Pero Holanda y Alemania exigen
conservar la norma actual de créditos sujetos a repago, mediante severos
ajustes internos. Propician para Italia el mismo mecanismo que asfixió a Grecia[31].
Salta a la vista
las gravísimas consecuencias de ese procedimiento, para un país que aún no
controló la tragedia del norte y se prepara para afrontar la expansión del
contagio al sur. Lo mismo vale para España que soporta una catástrofe de
fallecimiento.
En los dos casos se
verifican las terribles consecuencias de los recortes de presupuesto que impuso
la política sanitaria neoliberal. La escasez de reactivos y mascarillas es
consecuencia de un manejo hospitalario basado en principios de rentabilidad y
reducción de costos. Por dónde se lo mire el coronavirus ha reforzado la
erosión de la Unión Europea.
17 – 4‑2020
RESUMEN
El coronavirus es
una calamidad natural potenciada por el capitalismo, que a diferencia de la
guerra exige protección y no destrucción de vidas humanas. Detonó las tensiones
previas de la financiarización y la superproducción y precipitó los
desequilibrios acumulados con la globalización, la urbanización y el
agro-negocio. La crisis irrumpió por ausencia de correlatos sanitarios de la
mundialización.
La contraposición
negacionista entre salud y economía es falsa. La actividad productiva puede
adaptarse a la emergencia, mediante las regulaciones que rechaza el
neoliberalismo. Las advertencias de la pandemia fueron ignoradas por la baja
rentabilidad de su prevención y la competencia actual entre las farmacéuticas
ha derivado en piratería entre los gobiernos.
Mientras China
contiene una infección que estalló por la expansión del capitalismo, Estados
Unidos afronta el contagio en forma caótica. Ya abandonó su disfraz de auxiliador
del mundo. La gestión nacional de la pandemia quebranta a la Unión Europea.
[1]Este texto desarrolla conceptos inicialmente
expuestos en una entrevista (“Espero
que la salud pública pueda triunfar sobre el capitalismo”) Rebelión, 2 – 4‑2020 y un artículo (“Un detonador de la crisis
potenciado por el lucro”), 13 – 3‑2020, www.lahaine.org/katz
[2] Economista, investigador del CONICET,
profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
[3] Un panorama de esta tensión en: Husson, Michel. Neoliberalismo
contaminado, 02/04/2020, https://vientosur.info/spip.php?article15793.
Toussaint, Eric. La pandemia del capitalismo, el coronavirus y la crisis
económica, 20 – 3‑2020, https://www.cadtm.org
[4] Moody. Kim, Cómo el capitalismo del “just-in-time” propagó el
Covid-19, 12 – 4‑2020, https://www.laizquierdadiario.com
[5] Ribeiro, Silvia. Coronavirus, agro-negocios y estado de excepción,
11 – 3‑2020, http://www.redeco.com.ar
[6]VVAA, COVID-19 y los circuitos del capital,15/04/2020, https://vientosur.info/
[7] Wallace, Rob. La agroindustria está dispuesta
a poner en riesgo de muerte a millones de personas, 11/03/20, https://www.soberaniaalimentaria.info
[8] Harvey, David. Política anticapitalista para la cuarentena, 27 – 3‑2020,
https://rebelion.org/
[9]Un
señalamiento semejante en: Badiou, Sobre la situación epidémica, 27 – 3‑2020, http://lobosuelto.com
[10]Ver: Boron, Atilio. La pandemia y el fin de una era, 3 – 4‑2020. https://www.clacso.org,
Saad Filho, Alfredo, 15 – 4‑2020. Coronavirus, Crisis, and the End of Neoliberalism
http://ppesydney.net
[11] Gines, Armando. Distorsiones y mentiras a
propósito del coronavirus, 24 – 3‑2020. https://www.alainet.org/es/articulo/205444,
Bouamama, Said Autopsia de la vulnerabilidad sistémica de la globalización
capitalista 17/04/2020, http://www.lacasademitia,
Hanieh, Adam This is a Global Pandemic 27 – 3‑2020, https://www.versobooks.com/blogs/4623
[12] Goodman, Amy, Moynihan, Denis. Elecciones y movimientos populares en
tiempos de pandemia, 10 – 4‑2020 https://www.democracynow.org/es
[13] Reich, Robert- Moralmente repulsivo cómo las corporaciones están
explotando esta crisis, 26 – 3‑2020 https://rebelion.org
[14]Giménez Paula, Trabucco Emilia. La universalización del encierro: del
aislamiento a la liberación 26/03/2020 https://rebelion.org
[15]Friedman Thomas Es hora de pensar si hay una alternativa mejor que
cerrar todo, 26 – 3‑2020 https://www.lanacion.com.ar
[16] “Un Nobel de Economía propone testeos
masivos para frenar el coronavirus” 29 – 3‑2020 https://www.lanacion.com.ar
[17] Sidera, Alba Bérgamo, la masacre que la patronal no quiso evitar,
10/04/2020. https://contrahegemoniaweb.com.ar,
Turigliatto Franco Italia: hacia la crisis social 02/04/2020 https://vientosur.info/spip.php?article15800
[18] Aymat, Javier. La histeria interminable, 27 – 3‑2020, https://www.infobae.com
[19]Agamben, Giorgio. La invención de una epidemia, 27 – 2‑2020 https://ficciondelarazon.org/2020/02/27,
Agamben, Giorgio. Reflexiones
sobre la peste, 27 – 3‑2020 https://lavoragine.net
[20] Poch de Feliu Rafael. El Imperio y el Capital no cierran en domingo,
21 – 3‑2020, https://rafaelpoch.com
[21] Corradini, Luisa. Coronavirus: respetar las medidas de confinamiento, 22 – 3‑2020
https://www.lanacion.com.ar
[22]Capdevila, Inés, El mundo después de la pandemia: cuatro preguntas que
lo definirán, 22 – 3‑2020. https://www.lanacion.com.ar/ Tanuro, Daniel. Ocho tesis sobre el Covid-19
10/03/2020 https://vientosur.info/spip.php?article15700
[23] Roberts. Michael. Confinados, 28 – 3‑2020 https://www.sinpermiso.info/textos/
[24]Colectivo Chaung, Contagio social: guerra de clases microbiológica en
China Resumen Latinoamericano, 27 – 3‑2020 https://www.resumenlatinoamericano.org/
[25] Lin, Kevin. Cómo China contuvo la Covid-19 y el peligroso mundo que
nos espera, 03/04/2020 https://vientosur.info/spip.php?article15812
[26] Du Xiaojun, Vijay Prashad e Weiyan Zhu. El papel de
China ante el “corona shock”, 3 – 4‑2020, https://www.brasildefato.com.br/
[27]Sorman Guy «El gran perdedor con esta pandemia va a ser
China», 6 – 4‑2020 https://www.lanacion.com.ar
[28] Haass, Richard. The Pandemic Will Accelerate History Rather Than
Reshape, 7 – 4‑2020,
https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2020 – 04-07
[29] Deyoung Karen; Sly Liz;
Birnbaum, Michael. Con su aislacionismo, EE.UU. podría
perder el liderazgo global, 28 – 3‑2020, https://www.lanacion.com.ar/
[30]Cockburn, Patrick. El “momento Chernobyl” de Trump Estados Unidos
podría perder para siempre su posición de superpotencia mundial, 03/04/2020 https://rebelion.org
[31] Coronavirus en Europa, 8−4−202, https://www.clarin.com/mundo
.