Uruguay. Recordando a un revolucionario cuyas ideas tienen total vigencia: Raúl Sendic Antonaccio

Uru­guay. Recor­dan­do a un revo­lu­cio­na­rio cuyas ideas tie­nen total vigen­cia: Raúl Sen­dic Antonaccio

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Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 2 mayo 2020

Solo mue­ro si uste­des van aflojando

»> Sobre la muer­te de Raúl Sendic 

Xenia Itté, la viu­da del fun­da­dor del MLN, recuer­da el últi­mo enfren­ta­mien­to en el que cayó heri­do La Arma­da no mató a Sen­dic por­que no que­rían otro «Che» en Amé­ri­ca Lati­na «Hay que matar­lo, es Raúl Sen­dic, hay que matar­lo», gri­ta­ba una y otra vez el ins­pec­tor Hugo Cam­pos Her­mi­da aque­lla madru­ga­da del 1º de setiem­bre de 1972, mien­tras el líder tupa­ma­ro esta­ba tira­do en la vere­da en medio de un impre­sio­nan­te char­co de san­gre, heri­do por una bala que le des­tro­zó el maxi­lar, los dien­tes y la len­gua. «Yo tenía el pre­sen­ti­mien­to de que esa noche caía­mos en manos de las Fuer­zas Con­jun­tas, pero está­ba­mos deci­di­dos a resis­tir y Raúl ya había dicho que no se iba a entre­gar vivo», recuer­da Xenia Itté, que en aquel momen­to era la com­pa­ñe­ra del líder gue­rri­lle­ro, y par­ti­ci­pó en el tiro­teo en el que Sen­dic cayó gra­ve­men­te heri­do. A casi trein­ta años de aque­llos hechos, Xenia dijo a LA REPUBLICA que «pudie­ron haber­lo mata­do, pero un coman­dan­te del Fus­na me reve­ló que no que­rían tener otro Che en Amé­ri­ca Latina». 

ALVARO RODRIGUEZ

Tres déca­das des­pués de aquel enfren­ta­mien­to, Xenia Itté recor­dó el tiro­teo con los mili­ta­res, la deten­ción, la cár­cel y los via­jes al exte­rior para aten­der la gra­ve enfer­me­dad que pade­cía Sendic. 

Hoy tie­ne 60 años y vive en una cha­cra ubi­ca­da cer­ca de San Jacin­to, en la zona rural del depar­ta­men­to de Cane­lo­nes. Jun­to con su actual com­pa­ñe­ro se dedi­ca a la api­cul­tu­ra y tareas de gran­ja. Estu­vo sie­te años dete­ni­da en el Fus­na (1972 a 1979) y des­pués pasó a la Cár­cel de Pun­ta de Rieles. 

«Un mal presentimiento»

Había cono­ci­do a Sen­dic en su ciu­dad natal, Bella Unión, don­de era maes­tra y tam­bién admi­nis­tra­do­ra y locu­to­ra de una radio local. Muchos años des­pués for­mó pare­ja con el líder guerrillero. 

Así recuer­da hoy el ope­ra­ti­vo lle­va­do a cabo por la Bri­ga­da Nº 2 de los Fusi­le­ros Nava­les (Fus­na), minu­tos des­pués de la media­no­che del 1º de setiem­bre de 1972. 

«Noso­tros está­ba­mos vivien­do tem­po­ra­ria­men­te en un local de la calle Saran­dí 225 entre Pérez Cas­te­llano y Maciel. En reali­dad vivía­mos en Pan­do, pero con Raúl venía­mos espo­rá­di­ca­men­te a Mon­te­vi­deo y nos que­dá­ba­mos allí. 

Yo ya tenía el pre­sen­ti­mien­to de que esa noche caía­mos. El círcu­lo se venía cerran­do y me daba la impre­sión de que en cual­quier momen­to nos iban a dete­ner. Las Fuer­zas Con­jun­tas habían apre­sa­do a muchos com­pa­ñe­ros y ya casi no había loca­les don­de refu­giar­se. Raúl había plan­tea­do una recu­la­da hacia el Inte­rior, hacia el mon­te, don­de él se sen­tía más segu­ro. Inclu­so, lo más pro­ba­ble era que esa fue­se la últi­ma noche en ese lugar, por­que pen­sá­ba­mos irnos hacia el cen­tro y el nor­te del país». 

«Gra­ba­do a fuego»

«Habían pasa­do unos minu­tos de la media­no­che, cuan­do sen­ti­mos que gol­pea­ban la puer­ta. Aden­tro está­ba­mos Raúl Sen­dic, Jor­ge Rama­da y yo. Des­de afue­ra gri­ta­ban que eran las Fuer­zas Con­jun­tas. Noso­tros tenía­mos pen­sa­do resis­tir y Raúl ya había dicho que no se iba a entre­gar vivo. 

Si hay algo que me que­dó gra­ba­do a fue­go fue el momen­to de la deten­ción. Está­ba­mos en total infe­rio­ri­dad numé­ri­ca y no tenía­mos visión algu­na. El local tenía una per­sia­na metá­li­ca, por­que anti­gua­men­te fun­cio­na­ba una pelu­que­ría, y des­pués venía un corre­dor lar­go y angos­to. Allí empe­zó el tiroteo. 

Raúl empe­zó a dis­pa­rar con una pis­to­la. Los tres está­ba­mos arma­dos. Nos dio la orden de enfren­tar­los y de inme­dia­to noso­tros tam­bién empe­za­mos a dis­pa­rar. Des­de afue­ra gri­ta­ban por un megá­fono que nos entre­gá­ra­mos. En deter­mi­na­do momen­to, se nos ter­mi­na­ron las balas y Raúl nos dio la orden, a Rama­da y a mí, de que tenía­mos que salir. 

Se hizo un silen­cio y por el megá­fono insis­tían en que nos entre­gá­ra­mos. Raúl les dijo que iban a salir dos com­pa­ñe­ros y pidió que les res­pe­ta­ran la vida. Ellos pidie­ron que empe­za­ran a salir y se com­pro­me­tie­ron a res­pe­tar­nos la vida. 

En reali­dad, noso­tros no sabía­mos quié­nes esta­ban afue­ra. Si tene­mos en cuen­ta lo que eran las Fuer­zas Con­jun­tas en aque­lla épo­ca y la for­ma en que sona­ban los dis­pa­ros afue­ra, nun­ca hubié­ra­mos ima­gi­na­do que pudié­ra­mos con­tar el cuento». 

«El túnel del tiempo»

«Raúl le dio la orden a Rama­da para que salie­ra pri­me­ro. Des­de afue­ra pidie­ron que lo hicie­ra con las manos en alto. Rama­da salió y Raúl vol­vió a gri­tar­les que le res­pe­ta­ran la vida. Se hizo un silen­cio total. Des­de aden­tro no sabía­mos qué esta­ba pasan­do afuera. 

Al rato vol­vie­ron a hablar por megá­fono, pidien­do que salie­ra el siguien­te. Raúl, gri­tan­do, les dijo que era una com­pa­ñe­ra y vol­vió a pedir res­pe­to por la vida.
Salí con las manos en alto. Recuer­do que cami­nar por aquel corre­dor era como reco­rrer el túnel del tiem­po. Los minu­tos pare­cían inter­mi­na­bles.
Cuan­do lle­gué a la puer­ta, encan­di­la­da por una poten­te luz, me toma­ron del pelo y me die­ron varias trom­pa­das. Me gri­ta­ban que me pusie­ra con­tra la pared y me pre­gun­ta­ban quién era, cuál era mi nom­bre. Lo vi a Rama­da que esta­ba más lejos, tira­do en el sue­lo. Y siguió el tiro­teo, mien­tras le pedían al que esta­ba aden­tro que se entre­ga­ra. Creo que ya sabían que se tra­ta­ba de Raúl Sendic». 

«Hay que matarlo»

«El con­tes­tó que tenía más balas y que iba a seguir pelean­do. Des­pués se hizo un silen­cio y entra­ron a la casa. Minu­tos des­pués saca­ron a Raúl, arras­trán­do­lo, total­men­te ensan­gren­ta­do. Vi que le salía san­gre por la boca.

Lo deja­ron un rato tira­do en la vere­da, jun­to a la puer­ta del local. Se oían sire­nas. De repen­te, lle­gó una per­so­na que dijo que era el ins­pec­tor Cam­pos Her­mi­da, y gri­ta­ba: ‘Hay que matar­lo, es Raúl Sen­dic, hay que matarlo’.

Pero alguien de la Mari­na dijo que el ope­ra­ti­vo esta­ba a car­go de ellos, que era su dete­ni­do. Des­pués se acer­có una ambu­lan­cia y se lle­va­ron a Raúl. El hecho de que que­da­ra boca aba­jo le sal­vó la vida, de lo con­tra­rio se hubie­ra aho­ga­do con su pro­pia sangre.

El con­ta­ba des­pués que lo tra­ta­ron muy bien. Lo lle­va­ron al Hos­pi­tal Mili­tar y le hicie­ron una tra­queo­to­mía para que pudie­ra respirar».

«No que­re­mos otro Che»

«A mí me lle­va­ron al Fus­na. Unos días des­pués el coman­dan­te de esa repar­ti­ción, Julio César Mar­tí­nez, fue a mi cel­da y me dijo que Sen­dic esta­ba fue­ra de peli­gro. Yo no le creí y le dije que todos eran unos ase­si­nos, que habían mata­do a Raúl. El me res­pon­dió: ‘No lo mata­mos por­que no que­re­mos tener otro Che en Amé­ri­ca Latina’.

Un mes des­pués lo tra­je­ron a la cár­cel del Fus­na. Una madru­ga­da de octu­bre, me saca­ron de mi cel­da, con los ojos ven­da­dos como siem­pre, y me lle­va­ron has­ta su cel­da.
Cuan­do me qui­ta­ron la ven­da, lo pude ver. Los dos nos sor­pren­di­mos. Tenía toda la cabe­za ven­da­da y no podía hablar, le habían pega­do un tiro que le atra­ve­só la man­dí­bu­la y le des­tro­zó el maxi­lar.
En ese momen­to le dije que yo había sido una cobar­de por­que me había entre­ga­do, deján­do­lo solo. El des­pués me escri­bió una car­ta don­de me decía que mi acti­tud había sido muy valiente.

En febre­ro de 1973 lo vol­vie­ron a inter­nar en el Hos­pi­tal Mili­tar, por­que tenían que hacer­le una nue­va ope­ra­ción. Aque­lla bala actuó como una gra­na­da de frag­men­ta­ción y le voló el maxi­lar, el labio infe­rior y par­te de la len­gua. Raúl nun­ca pudo vol­ver a hablar bien.
Des­pués que sali­mos en liber­tad, la pri­me­ra ope­ra­ción impor­tan­te se la rea­li­za­ron en Cuba, a fines de 1985. Le hicie­ron una ciru­gía, por­que tenía la len­gua pega­da a la meji­lla. Des­pués tuvo que hacer can­ti­dad de ejer­ci­cios para poder recu­pe­rar el habla. Mejo­ró mucho, tuvo cier­ta recu­pe­ra­ción, pero nun­ca vol­vió a hablar bien y se can­sa­ba bastante».

El via­je a Francia

«En febre­ro de 1989 nos fui­mos a Fran­cia, pen­san­do que podía tener algu­na mejo­ría. Raúl esta­ba muy enfer­mo. La ver­dad es que reci­bía­mos ofre­ci­mien­tos des­de todas par­tes del mun­do, intere­sa­dos en brin­dar­le tra­ta­mien­to médi­co especializado.

Pero el her­mano, Alber­to, y la cuña­da Anne Marie, qui­sie­ron que nos fué­ra­mos a París, bus­can­do mejo­res posi­bi­li­da­des de atención.

Estu­vo inter­na­do en dis­tin­tas clí­ni­cas. Lo aten­día un médi­co espe­cia­li­za­do en el mal de Char­cot, que fue lo que lo afec­tó al final de su vida. Es una enfer­me­dad que ata­ca las neu­ro­nas motri­ces. El médi­co decía que era un caso extra­ño, por la rapi­dez con que avan­za­ba la pér­di­da de motri­ci­dad. Todos los días le apa­re­cía algo nue­vo, afec­tan­do par­tes fundamentales.

Lo últi­mo fue la res­pi­ra­ción y la deglu­ción. Antes de falle­cer, Raúl prác­ti­ca­men­te no podía comer. Para poder res­pi­rar le habían colo­ca­do un apa­ra­to que sus­ti­tuía el dia­frag­ma. Fue una eta­pa muy dura, prác­ti­ca­men­te todos los días le sus­ti­tuían algu­na fun­ción colo­cán­do­le un nue­vo apa­ra­to. La enfer­me­dad fue pro­vo­ca­da no sola­men­te por la heri­da de bala, sino por todo el sufri­mien­to que pade­ció en las cár­ce­les». Sen­dic falle­ció en París el 28 de abril de 1989, a los 64 años de edad. Fue tras­la­da­do a Mon­te­vi­deo el 5 de mayo y, al día siguien­te, una ver­da­de­ra mul­ti­tud acom­pa­ñó el cor­te­jo fúne­bre has­ta el Cemen­te­rio de La Teja. 

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