Resumen Latinoamericano*, 25 de mayo de 2020.
Cada 25 de mayo se celebra el Día de África, destacando la diversidad cultural de este continente, pero ¿por qué se celebra?
África
es un continente conformado por 55 países, más de mil millones de
habitantes y 30 millones de kilómetros cuadrados de superficie, lleno de
multiculturalidad, y heterogeneneidad que celebra este 25 de mayo el
Día de África, fecha en la que surgió la Organización de la Unidad
Africana (OUA).
¿Cuál es el origen del Día de África?
El
origen de esta celebración se remonta al 25 de mayo de del año 1963
cuando 32 líderes de estados africanos se reunieron en Addis Abeba para
formar la Organización de la Unidad Africana (OUA), hoy Unión Africana
(UA).
Guerras en África
La
misión original de la OUA era promover la libertad a aquellos países
del continente africano que estaban todavía bajo el dominio colonial en
los años 60, defender soberanía y los derechos humanos así como la
dignidad de los africanos.
Esta organización se convertiría en el germen de la actual Unión Africana (UA), renombrada en el año 2001.
¿Por qué se celebra?
Aunque
el colonialismo ya no es un enemigo común, la actual Unión Africana
utiliza el Día de África para poner en relieve ciertos temas.
La
celebración es una oportunidad importante para reflexionar sobre los
avances y las trasformaciones que han ocurrido en el continente africano
así como los problemas que obstaculizan el desarrollo de la región,
como la guerra, la desigualdad, la hambruna, la corrupción entre otros.
Asimismo,
este día se ha convertido en ha convertido en fiesta nacional en muchos
Estados africanos, se conmemoran la unión de los pueblos africanos, su
liberación y, la “africanidad”.
Por
otra parte, en el marco de esta celebración, distintas ONG han alertado
sobre difícil situación que viven millones de personas en ese
continente, ante la devastadora crisis alimentaria provocada por una de
las sequías más graves de las últimas décadas, sumado a los conflictos
que azotan la región.
(Granma/Fuente: TelesurTV)
La situación de la mujer en África: entre el activismo y la desigualdad
Por: María José Becerra*
Publicado: 24/05/2020
Entre los muchos tópicos que existen sobre África quizás el más
difundido es el referido a la situación de la mujer. Este trata sobre la
condición de sumisión e inferioridad en la que se encuentran las
mujeres tanto en la vida pública como en la privada, tanto en las zonas
urbanas como en las rurales. En particular, es en el campo donde empeora
esta situación debido a todas las tareas que deben realizar (cuidado de
la casa y de los hijos, recogida de agua y leña, preparación de
alimentos, trabajos agrícolas y atención del ganado doméstico). Este
argumento se refuerza con la idea de que los hombres se dedican a tareas
más de tipo comunitario, dedicados a discutir todo el tiempo que sea
necesario para lograr un acuerdo. En las ciudades, su situación no
mejora mucho, pues además de realizar todas las tareas del hogar (por
las que no reciben salario alguno), si trabajan fuera del ámbito
doméstico reciben una menor remuneración que los hombres por la misma
tarea.
Esta visión que se instaló desde la etapa colonial no solo apunta a
denigrar a las mujeres, sino que también lo hace con los hombres, a
quienes se los ve como poco predispuestos al trabajo, aunque con ciertas
capacidades de mando. En este sentido, la normativa colonial europea
reforzó esto al negarles derechos legales a las mujeres en favor de los
hombres (el derecho a la propiedad privada de la tierra, el derecho a
participar políticamente, a la educación, a casarse libremente,
etcétera), situación que las primeras constituciones y normativas
nacionales de los Estados independientes –que en su mayoría fueron
dictadas por las elites masculinas– continuaron y consolidaron.
Sin embargo, y pese a todo este esfuerzo, la situación de la mujer
africana no dista demasiado de las condiciones de vida de las mujeres de
los otros continentes. Si tenemos en cuenta que las féminas representan
casi la mitad de la población mundial (según datos de Naciones Unidas
del 2015 son el 49,6% del total), las cifras sobre su situación son
alarmantes: representan el 60% de todos los pobres del mundo, dos
tercios de los enfermos de HIV en todo el globo y el mismo porcentaje se
repite en el grado de analfabetismo, una de cada tres mujeres ha
sufrido alguna forma de violencia de género, y solo el 10% de los
gobiernos del mundo están en manos de mujeres. Estas circunstancias
provocan que muchas mujeres se encuentren en situación de desigualdad,
inferioridad y vulnerabilidad, puesto que no pueden desarrollarse como
personas con pleno disfrute de sus derechos.
En África, el segundo continente más poblado del mundo, las mujeres
constituyen el 51% de la población total, es decir, el 11% de la
población femenina mundial. Son un grupo básicamente joven y no
homogéneo, ya que se lo puede diferenciar por regiones, clases sociales,
características culturales y generacionales. Por ejemplo, si analizamos
por regiones, en África Subsahariana predomina la población femenina
excepto en Angola, Mozambique, Eritrea, Somalia y Yibutí, mientras que
en el norte predomina la población masculina, salvo en Marruecos,
Mauritania y Chad. Por otra parte, dentro del ranking de los diez países
en donde la situación de la mujer es la peor del mundo, según los datos
de World Economic Forum de 2015, cuatro de ellos son africanos,
situándose del peor al mejor, primero Marruecos, cuarto Costa de Marfil,
sexto Mali y octavo Chad.
No obstante y pese a estas diferencias, es posible analizar
globalmente su situación con cierto rigor, ya que las sociedades
africanas han pasado por los mismos procesos históricos (esclavización,
colonización, proceso de independencia, crisis del Estado independiente,
neoliberalismo, globalización). Aunque se debe tener cuidado para no
caer en distorsiones al generalizar. Como señala Remei Sipi, lideresa
africana: o todas las mujeres son idealizadas madres fecundas y
generosas, o son pobres mujeres sojuzgadas y entregadas al matrimonio en
su pubertad.
Se las pone así en un lugar de exotismo donde solo son un mero objeto
pasivo de las fuerzas sociales y de los imperativos masculinos,
enmarcados en un contexto “tradicional” dentro del cual se justifican
ciertas prácticas culturales denominadas “folklóricas”, como las
ornamentales o ceremonias rituales –por ejemplo el uso del barracano en
Libia; el uso de máscaras bundu en la sociedad sandé de Sierra Leona; en
Mauritania las niñas y mujeres son engordadas para estar más hermosas–
que son explotadas por el turismo; y en otras ocasiones estas prácticas
son criticadas –como es el caso de la ablación femenina– desde una
posición pasiva en donde priman los “buenos” sentimientos de la sociedad
internacional, en especial de los países desarrollados, pero que no se
concretan en acciones que modifiquen la situación de la mujer africana.
Estas visiones estáticas sobre la situación de la mujer parten de
concebirla fuera de un proceso histórico concreto, discriminándolas al
considerar que no pueden tener un papel destacado en el proceso de
desarrollo de su localidad, de su nación, de su región o
internacionalmente.
La mujer motor del desarrollo
Las mujeres africanas están adquiriendo –a un elevadísimo precio–
autonomía en todos los campos de la vida, ganando cada vez más espacios
de poder. Aunque son piezas clave en todos los aspectos de la realidad
social, económica, política y cultural en cada uno de los países, su
participación en el desarrollo del continente ha permanecido
históricamente invisibilizado.
Las mujeres son agentes de desarrollo en todo el planeta, y en África
no son menos, ya que representan el 40% de la fuerza laboral. Sin
embargo resulta sumamente difícil mensurarlo y conocer su situación
laboral ya que no están incluidas en las pocas estadísticas oficiales.
Esto se debe, en parte, a que no son una variable de interés para la
planificación de futuras políticas públicas.
Si diferenciamos la situación de la mujer en el ámbito rural y en el
urbano, observamos que en el primero está expuesta a un mayor grado de
vulnerabilidad como consecuencia del poco acceso a la salud, a la
educación y a la propiedad de la tierra, aunque en numerosos casos es la
única fuente de ingresos disponible en la estructura familiar –ya sea
por diversas causas como la migración de los varones a la ciudad, o a
otras regiones de África o hacia otros continentes en busca de una mejor
situación económica; por los conflictos bélicos que provocan
desplazamientos internos y externos, o por la merma de la población
masculina, por desastres naturales, entre otros – . En las zonas rurales,
la división del trabajo por sexo y la desproporción con la población
masculina acentúan la desigualdad.
En el ámbito urbano las mujeres se dedican mayoritariamente a la
economía popular, produciendo todo tipo de bienes que luego
comercializan de manera formal o informal. Esto les posibilita obtener
una mayor autonomía económica, que se refleja en un mayor y mejor acceso
a la sanidad, a la educación, a bienes culturales, a un mejor nivel de
vida, más aún si la comparamos con las mujeres que viven en el campo.
Las mujeres, tanto en el ámbito rural como en el urbano, están
logrando avances sustanciales en mejorar su situación gracias a la
obtención de cierto tipo de créditos con menores condiciones para su
otorgamiento, al acceso a empleos de calidad en el sistema formal, y a
la promoción de cambios en la normativa que posibilita el derecho de
propiedad de la tierra para las mujeres. Estos cambios son el resultado
de un proceso de lucha por el reconocimiento y la reivindicación de sus
derechos. Las mujeres africanas, sobre todo las de las áreas urbanas, se
movilizan y tienen una participación activa en diferentes contextos.
Esto se debe a que en África la noción de persona está sustentada en
la pertenencia, en la relación con el colectivo y también en su
vinculación con el tiempo –tanto con los antepasados como con sus
contemporáneos y con sus descendientes – . La realidad es vista como una
interrelación entre todos los elementos que la forman. La persona es
entendida simultáneamente como unidad y como pluralidad. Combinándose
así acciones colectivas y liderazgos individuales.
Activismo y liderazgo
Hace ya tiempo que las mujeres comenzaron a participar activamente en
espacios considerados tradicionalmente como ámbitos de poder de los
hombres. Uno de estos espacios es el financiero, puesto que pueden
acceder a préstamos por fuera del circuito bancario. Este sistema
permite obtener sumas de dinero a una baja tasa de interés y sin
demasiados requisitos previos. Bajo estas condiciones, las que más uso
hacen de estos microcréditos son las mujeres, quienes los utilizan para
realizar emprendimientos que sostengan o complementen la economía
familiar, o para resolver problemas específicos –como la compra de
medicamentos, pagar cesáreas, ampliar sus viviendas, pagar la educación
de los niño.
Estos microcréditos son impulsados desde los gobiernos nacionales,
desde las organizaciones internacionales, y desde las ONG como una
alternativa para solucionar el hambre y la pobreza en África. Sin
embargo, las asociaciones de mujeres critican este sistema porque las
estafan, las endeudan y las arruinan, ya que los intereses que deben
pagar son mucho más de lo que ganan, de manera que deben endeudarse para
devolver el préstamo. Es así que se encadenan un préstamo sobre otro,
“envolviéndose” en un círculo vicioso de endeudamiento. Las mujeres
víctimas de este sistema sufren amenazas constantes –se llega a publicar
radialmente el listado de las deudoras– e incluso la cárcel, si no
pueden pagar, como en Malí; o han perdido a sus familias o han caído en
la prostitución, como en Marruecos; o se han endeudado para no morir por
no poder pagar una cesárea, como en Congo.
Para romper con esta cadena de endeudamiento –cuyas ramificaciones
vinculan a las empresas locales de préstamo con grandes financistas
internacionales, organismos internacionales como el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional y personalidades– se están promocionando
acciones concretas organizadas por asociaciones de mujeres. Por ejemplo,
la Asociación de Mujeres Rurales de Nigeria (COWAN) creó su propio
sistema de créditos en 1982. Comenzó a desarrollarse con 24 mujeres y un
fondo de 45 dólares, y hoy cuenta con 8 millones de dólares y 24 mil
socias. En Benín sucedió algo similar, basándose en un sistema de
colecta tradicional en África, llamado tontina, se creó el Círculo de
Autopromoción para un Desarrollo Duradero que funciona como un banco de
mujeres. Este banco presta dinero a un bajo interés y sus beneficios son
empleados para la capacitación y formación de mujeres.
Además, en las zonas urbanas, las mujeres reclaman por una democracia
de género, con igualdad de derechos ya que en la mayoría de los países
la discriminación legal es habitual, aunque más acentuada en los del
norte del continente. Se han logrado avances en varios países
subsaharianos que han desarrollado una legislación igualitaria como es
el caso de Kenia –la Constitución keniana plantea la protección igual de
derechos y libertades para hombres y mujeres, y posee una normativa de
género que prohíbe la mutilación genital, proporciona derecho a la
herencia, entre otros puntos – ; de la legislación electoral en Burundi,
Sudáfrica y Uganda; de la ley de igualdad del gobierno senegalés; o la
aprobación de la política de Educación para Todos en la mayoría de los
países, por citar solo algunos ejemplos.
La adopción de una legislación favorable a la igualdad de derechos
económicos, sociales y culturales entre hombres y mujeres, en donde se
condena la violencia de género y se garantizan los derechos sexuales y
reproductivos, se debe a un cambio sustancial en la situación jurídica
de la mujer: el reconocimiento de sus derechos políticos. Además de
poder votar –todos los países africanos reconocen el sufragio femenino–
las mujeres participan en distintos ámbitos de poder, como por ejemplo
en los órganos judiciales nacionales e internacionales; en los
parlamentos, asambleas locales y en el poder ejecutivo, como jefas de
Estado y de gobierno, ministras, embajadoras, etcétera.
Esto se plasma en un mayor compromiso por parte de los gobiernos de
los países africanos con la adopción de marcos políticos capaces de
promover la igualdad de género y la defensa de los derechos humanos de
las mujeres. Por ejemplo en el año 2009, durante la Cumbre anual de
Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Africana, se decidió adoptar
al año 2010 como el Año de la Paz, y la década 2010 – 2020 como la Década
de la Mujer. Otros hitos relevantes son que, para la fecha, la mayoría
de los países de este continente han ratificado la Convención sobre la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de
Naciones Unidas, y más de la mitad ya han ratificado el Protocolo sobre
los Derechos de la Mujer en África de la Unión Africana.
La representación femenina en todos los parlamentos de África
significa un 16,8% del total de todos los escaños. Pero hay países donde
este porcentaje es mayor. Por ejemplo, Ruanda tiene el mayor número de
mujeres legisladoras del mundo, con el 48% de sus representantes
parlamentarias femeninas, mientras que en Sudáfrica y Mozambique las
legisladoras ocupan el 30% de los escaños.
Tal presencia femenina baja notablemente en los cargos ejecutivos.
Pero en atención a que solo el 10% de los gobiernos del mundo están en
manos de mujeres, la situación en África no es tan mala. En la
actualidad Liberia cuenta con una mujer como presidenta, Ellen
Johnson-Sirleaf, quien ejerce ese cargo desde el año 2006. También en la
República de Mauricio, una mujer, Ameenah Gurib-Fakim, ejerce el cargo
desde el 5 de junio de 2015. Hasta hace unos pocos meses (entre el 23 de
enero de 2014 y el 30 de marzo de 2016) la presidenta interina de
República Centroafricana era Catherine Samba-Panza. Mientras que en la
República Centroafricana, Samba-Panza fue la primera mujer en alcanzar
ese cargo, en el caso de Liberia y Mauricio no sucedió lo mismo. En
Liberia, entre 1996 y 1997, Ruth Perry ya había alcanzado ese cargo,
mientras que Monique Ohsan Bellepeau fue presidenta interina de Mauricio
en dos ocasiones (31 de marzo de 2012 al 21 de junio del mismo año, y
del 29 de mayo al 5 de junio de 2015). Se puede mencionar a otros países
cuyos presidentes fueron mujeres, como es el caso de Carmen Pereira en
Guinea Bissau (1984), o Sylvie Kinigi en Burundi (entre 1993 y 1994), o
Joyce Banda en Malawi (desde 2012 al 2014) y Rose Francine Rogombé como
presidenta interina de Gabón (en 2009).
Otras lideresas políticas ocuparon el cargo de primera ministra, como
es el caso de Luida Diogo quien entre 2004 y 2010 lo hizo en
Mozambique, al tiempo que en Senegal ejercieron esa responsabilidad Mame
Madior Boye, entre 2001 y 2002, y Aminata Toure, entre 2013 y 2014, y
en Santo Tomé y Príncipe lo hizo María do Carmo Silveira, entre 2005 y
2006. Además, encontramos mujeres en cargos de gobierno como
vicepresidencias, ministerios, embajadas, gobernaciones, municipios,
etc.; y en puestos importantes de negocios o financieros. Como ejemplo,
Phumzile Mlambo-Ngcuka, vicepresidenta de Sudáfrica entre 2005 y 2008 y
actualmente directora ejecutiva de ONU Mujeres; o Isabel dos Santos,
hija del actual presidente angoleño, que es la mujer más rica de África,
dueña de varias empresas telefónicas, entre otros negocios.
A modo de cierre
La mujer en África es vista hoy como un motor privilegiado para
alcanzar el desarrollo económico, promover la igualdad social y
política, y obtener la paz en aquellos lugares donde aún hay conflictos
de algún tipo.
Tres africanas fueron galardonadas con el Premio Nobel, en parte
buscando darle visibilidad a la lucha por sus derechos. En 1991, la
activista política y escritora sudafricana Nadine Gordimer recibió el de
Literatura, mientras que el de la Paz fue otorgado a africanas en dos
oportunidades: en 2004 a la activista política y ecologista keniana
Wangari Maathal, y en 2011 a la actual presidenta de Liberia, Ellen
Johnson Sirleaf. A su vez, otras mujeres han sido reconocidas por
instituciones regionales e internacionales por su activismo y por su
lucha, como la congoleña Rebeca Masika Katsuva, las ghanesas Amma Asante
y Winifred Selby, la etíope Almaz Ayana, las sudafricanas Geraldine
Joslyn Fraser-Moleketi y Nkosazana Dlamini-Zuma, las nigerianas Zuriel
Oduwole, Obiageli Ezekwesili, Olajumoke Adenowo, Mo Abudu y Arunma Oteh,
y la keniana Wanjiru Kamau-Rutenberg.
Sin la presencia de la mujer en general, y de las africanas en
particular, en los más altos puestos de responsabilidad ya sea a nivel
local, nacional y global, no es posible superar los grandes retos de la
humanidad como el empobrecimiento de más de media humanidad, la
violencia, el abuso de derechos humanos, el abuso del poder y la injusta
gestión de los recursos existentes. La participación de la mujer es
imprescindible para “humanizar” y reconciliar la sociedad a todos los
niveles.
En África, la reciente historia de Burkina Faso, Malí, RDC, Nigeria,
Tanzania, nos muestra claramente que las mujeres han sido las
protagonistas y el factor determinante para salvar la democracia, los
derechos humanos, la buena gobernanza y la transformación de conflictos,
a través de una participación activa en la búsqueda de soluciones.
Sin embargo, muchas mujeres siguen hoy marginadas y oprimidas, ya sea
por las “tradiciones” o por las normativas emanadas de los Estados; en
situación de dependencia económicamente de los hombres; siendo víctimas
de la violencia sexual y de género, y los actores más vulnerables en
cualquier tipo de conflicto. Es por ello que en la actualidad la
sociedad civil africana tiene un gran desafío por delante para proteger y
cuidar mejor a sus mujeres. Para ello, la sociedad debe preparar
campañas de sensibilización, promoción de la cultura de la igualdad,
reformas de los libros de texto que perpetúan estereotipos dañinos para
los jóvenes, el asesoramiento y la mediación civil para resolver los
conflictos familiares sin recurrir a la violencia. Alcanzar esos
objetivos es un desafío, tanto para la sociedad civil como para los
Estados africanos que son los encargados de implementarlos y así
garantizar el desarrollo del continente.
Tomado de Voces en el Fénix.com
*Licenciada en Historia y Magister en Relaciones Internacionales por
la Universidad Nacional de Córdoba. Coordinadora de la Carrera de
Especialización en Estudios Afroamericanos, Maestría en Diversidad
Cultural de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
Co-Directora del Programa de Estudios Africanos del Centro de Estudios
Avanzados (UNC). Docente e investigadora de la UNTREF y de la UNC