Argen­ti­na. Cómo se edi­fi­ca una deci­sión: Crí­ti­ca de “Cane­la”, de Ceci­lia del Valle

Lea Ross, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 18 de mayo de 2020

La incer­ti­dum­bre sobre la rela­ción entre cuer­po y alma se remon­tan des­de los con­fi­nes de la civi­li­za­ción. Y tam­bién, se sub­ya­ce en gran par­te de los rela­tos narra­dos, que pasan de los pri­me­ros ora­les has­ta los últi­mos audio­vi­sua­les. Pue­de pre­sen­tar­se como una inquie­tud retó­ri­ca o docu­men­tan­do un tes­ti­mo­nio que lo car­ga con una fuer­za des­de lo más íntimo.

Cane­la, diri­gi­da por Ceci­lia del Valle, es la his­to­ria de una arqui­tec­ta rosa­ri­na, trans, docen­te uni­ver­si­ta­ria, con risi­ta gra­ve y due­ña de una cha­ta de resal­ta­do naran­ja-ama­ri­llen­to. Su deci­sión de cam­bio de géne­ro ha sido rela­ti­va­men­te recien­te. El ini­cio del fil­me es uno de sus luga­res de tra­ba­jo, en ple­na cons­truc­ción de una obra; a pesar que la figu­ra del obre­ro se lo ha refe­ren­cia­do como alguien que des­car­ga ver­bo­rra­gia misó­gi­na a todo cuer­po femi­ni­za­do al pasar, aquí no habrá nada eso. Pasan tam­bién mecá­ni­cos, médi­cos y de otros rubros, don­de se encuen­tran, se salu­dan y char­lan con Cane­la. Para aque­llas per­so­nas que espe­ran encon­trar­se una pelí­cu­la típi­ca sobre dis­cri­mi­na­ción se equi­vo­can de pro­yec­ción. Aquí, el con­flic­to pasa por un cos­ta­do más interno del per­so­na­je, pero no por eso externo al mismo.

A pesar de haber logra­do cam­biar­se el docu­men­to, Cane­la no per­ma­ne­ce con­for­me con su cuer­po laten­te, cuya pará­me­tro sexual le impi­de con­cre­tar ese ser que bus­ca. Some­ter­se o no a una ope­ra­ción de inser­ción vagi­nal es un dile­ma que lle­va por aris­tas de posi­bles pro­ble­mas bio­ló­gi­cos (la car­ga de tener un sexo del cual unx no nació), de salud (daños cola­te­ra­les), eco­nó­mi­cos (cómo afec­ta en los ingre­sos), de com­pa­ñe­ris­mo (los cam­bios de rela­ción con el res­to) y de com­pro­mi­so (por par­te de ese res­to). Es así que jue­ga un rol cla­ve la inter­ac­ción y diá­lo­go con el res­to del elen­co: ¿es la iden­ti­dad una con­ten­ción mis­ma que mar­ca una con­for­ma­ción com­ple­ta de un suje­to indi­vi­dua­li­za­do? ¿O es una per­ma­nen­te cons­truc­ción, don­de el alre­de­dor es una exten­sión de noso­tros mismas?

El ries­go se expli­ci­ta en los encuen­tros con sus pares. Y ahí es don­de Del Valle nos pone a prue­ba en cuan­to ya no a dis­cu­tir de géne­ros, tan­to en el sen­ti­do iden­ti­dad como narra­ti­vo. Las pala­bras inter­cam­bia­das son difí­ci­les de tra­du­cir si se guían por el res­pe­to a raja­ta­bla de un guión o todo pasa por una char­la domés­ti­ca de “lo real”. No gene­ra con­fu­sión, por­que la cineas­ta nos per­mi­te meter­nos en esa flui­dez, don­de igno­ra­mos si es fic­ción o docu­men­tal, don­de el géne­ro narra­ti­vo enjau­la y orde­na nor­mas a respetar.

Eso no sig­ni­fi­ca que el flui­do se cor­te, a par­tir de la apa­ri­ción de tomas cla­ra­men­te pau­ta­das. Por ejem­plo, en el inte­rior de una clí­ni­ca, en la sala de espe­ra, Cami­la tie­ne un inter­cam­bio con otra trans, de edad más peque­ña pero que cuen­ta con esa expe­rien­cia trans­for­mis­ta cor­po­ral. La sin­ta­xis se cor­ta con un plano ente­ro del médi­co salien­do de su ofi­ci­na para pedir­le a Cami­la que entre, al ser cla­ra­men­te una pues­ta en esce­na “fic­cio­na­li­za­da”.

Y es que la pelí­cu­la tie­ne pre­sen­te opor­tu­nas tomas, don­de cier­tos ele­men­tos, como los cuer­pos, los auto­mó­vi­les u otros obje­tos, se posi­cio­nan bajo un cier­to cri­te­rio de equi­li­brio visual-geo­mé­tri­co. Como si estu­vié­se­mos bajo la ópti­ca de una dise­ña­do­ra urba­nís­ti­ca. Y es que la ciu­dad en sí no es aje­na ante ello. Los edi­fi­cios, ya sea de fon­do o enfo­ca­dos en un plano gene­ral, mero­dean a Cane­la y ella, des­de la pro­fe­sión que ha ele­gi­do, no podría igno­rar por más que no vea­mos un momen­to de con­tem­pla­ción por par­te de ella. En el inte­rior de un aula, como docen­te, dice sin pru­ri­to que la espe­cu­la­ción inmo­bi­lia­ria y la aca­de­mia solo podrían unir­se bajo el encan­to del dine­ro sucio. ¿Es Cane­la la repre­sen­ta­ción de una Rosa­rio madu­ra en cuan­to a su diver­si­dad antro­po­ló­gi­ca? ¿O es Cane­la el rever­so de Rosario?

Apa­ci­ble, encan­ta­do­ra y cáli­da, Cane­la es una pelí­cu­la sobre la cons­tan­te meta­mor­fo­sis de lo mate­rial y de cómo los espí­ri­tus lidia­mos con esas trans­for­ma­cio­nes. Es tam­bién un para­te hacia cier­ta cos­mo­vi­sión pos­mo­der­na de redu­cir la pro­ble­má­ti­ca polí­ti­ca de lo per­so­nal como un acto mero de indi­vi­dua­lis­mo. Ante un mun­do don­de obser­va cómo implo­sio­na la figu­ra del indi­vi­duo libe­ral, la con­ten­ción y el acom­pa­ña­mien­to de otrx demues­tran que las deci­sio­nes tras­cen­den­ta­les siem­pre se cor­po­ri­zan de mane­ra colectiva.

*Fuen­te: La Luna con Gatillo

Itu­rria /​Fuen­te

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