Por Karina Micheletto, 31 mayo 2020
Imagen: Bernardino Avila
Tras el brote y el cierre de Azul, la más grande y vecina Itatí pasó a ser el centro de preocupación, con el drama de la falta de agua. Allí detectaron 43 casos de covid-19.P
Villa
Itatí tiene centro y periferia. Construcciones sólidas en una parte del
barrio, incluso fachadas de lo que han sido chalecitos en décadas
pasadas, calles de asfalto. Tiene también zonas que se dividen en
pasillos y más pasillos, pasajes de barro y cloacas a la vista. Y, ya
hacia el borde con la autopista, casillas levantadas con chapa,
cartones, plásticos, lo que hubo. Tiene rejas, muchas. Tiene, comparada
con las villas de emergencia de la ciudad de Buenos Aires, un bien no
menor: el sol llega a la mayoría de sus calles. Acá todavía las
construcciones no han crecido más de un piso para arriba, aun cuando los
vecinos siguen trabajando a ritmo firme con las mezcladoras en muchas
casas, tal vez aprovechando el tiempo libre que dejan las changas que se
cortaron.
Aquí el jueves pasado se inició el Operativo Detectar,
con un camión sanitario en la plaza Papa Francisco, y un equipo médico
que hace hisopados a los vecinos que tienen síntomas compatibles con
covid-19. Luego les piden aislamiento en sus casas, a la espera del
resultado. Mientras tanto, otro equipo dividido en 17 grupos de unos 6
integrantes cada uno, “peina” las manzanas por cuadrículas. Toman la
fiebre con la pistolita y preguntan casa por casa si han tenido tos,
pérdida de gusto y olfato, contacto con contagiados. El trabajo
involucra al municipio de Quilmes, la provincia de Buenos Aires y
también a la Nación; a comedores, organizaciones sociales y religiosas.
Así se detectaron 7 casos positivos en el primer día del operativo, 20
más el viernes, otros 16 al cierre de esta edición.
La situación se tensó en los últimos días. Los vecinos de la cercana Villa Azul están aislados. Allí surgió lo que epidemiológicamente se denomina “brote”:
varios contagios juntos, en el mismo momento. Hasta el viernes se
informaron allí 211 casos de coronavirus confirmados, y 85 personas en
aislamiento.
Derecho al agua
A Villa Itatí le contaron poco más de 40 mil habitantes en el censo de 2018, aunque desde el municipio de Quilmes hablan hoy de entre 25 y 30 mil.
En su nombre este lugar lleva cifrado su origen: cuando empezó a
formarse, allá por los 60, los primeros vecinos fueron, en su mayoría,
inmigrantes de las provincias del norte del país y de países limítrofes
que llegaban a buscar mejor suerte, muchos de ellos del litoral y
Paraguay.
Como el correntino Juan Alberto Escobar, pensionado de
65 años, que cuenta que vive aquí desde hace más de 40. En Itatí crió a
sus hijos, con su esposa ya fallecida; hoy ellos viven en casas que se
fueron desprendiendo de la suya: al lado, arriba. El vio crecer al
barrio desde que era “todo campo”, cuando llegó, luego “todo chapa”,
hasta que de a poco todos fueron construyendo, “bien o mal”.
Escobar invita a pasar a su pequeño patio por un pasillo que sale de otro pasillo, porque quiere mostrar algo: el chorrito mínimo que cae de una fina manguera de goma negra que
se arrastra por el piso. Es toda el agua que llega a su casa, y a las
de sus hijos. El la está juntando en una palangana “desde las 6 de la
mañana”, y la va pasando después a tachos y botellas, y así, todo el
día. De lo que junte todos tienen que tomar, lavarse las manos, la ropa,
lo demás.
Don Escobar no se queja, pero dice que algo hay que
hacer, no por él, por los chicos. El tiene en la cocina la pequeña bomba
de agua que compró, como muchos, pero ya no le sirve, lo que llega “es
un gotear”. No es de ahora, dice, lleva así ya un par de años, con mayor
o menor suerte según las horas y los días, dependiendo de la presión
que sube o baja según se sumen más o menos bombas y mangueras de otros
vecinos, en una zona que no deja de poblarse y cuyo tendido de agua
funciona a válvulas.
Caño maestro
Más decidido, un grupo de vecinos va a buscar a los que están haciendo el Detectar y los llevan hasta ese pasillo sin agua. Acá somos doce familias sin agua, señalan. La situación se agrava porque la manguera que los abastece pasa por los mismos zanjones cloacales,
que corren abiertos por el pasillo. Las juntas no son seguras y hasta
los chicos las separan para tomar directamente cuando hace calor. De ahí
a la contaminación, es un paso dado.
Los vecinos tienen un plan.
Piden un caño maestro, no pueden pagar los materiales, pero sí hacer el
trabajo que haya que hacer. Muestran el pasillo que quieren picar y la
obra que imaginan. Justo dan con un funcionario municipal a cargo de
Aguas, uno de los tantos que se ha sumado al Detectar, junto a
militantes de distintas organizaciones sociales. El les explica que eso
no se puede hacer, que el Estado debe intervenir con un plan integral,
que no puede resolver cada uno como quiere. “Mire, nosotros no tenemos agua. No podemos esperar al Estado”, razonan los vecinos.
Pablo
Inzúa es subsecretario de Aguas y Saneamiento Hídrico de Quilmes.
Mientras recorre el barrio con el chaleco distintivo del operativo,
muestra las cien canillas comunitarias que el municipio instaló a
principio de año en el barrio, sobre pilones de hormigón. Conviven con
los recursos caseros: bombas eléctricas que los vecinos fueron poniendo
en las esquinas, mangueras que se cruzan de calle a calle y de reja a
reja, sistemas precarios y peligrosos pero los únicos disponibles para
tener derecho al agua.
Discriminados
Ya sobre el mediodía, la fila frente al camión de hisopado crece,
hasta allí se acercan los vecinos espontáneamente, o los que son
enviados tras la detección de síntomas casa por casa. Si no pueden
movilizarse, el equipo médico se traslada hasta el hogar. Manuel se
acerca a pedir un hisopado aunque no tiene síntomas, le explican que en
ese caso no corresponde hacerlo, se va enojado.
“Los testeos masivos complicarían el trabajo desde lo sanitario,
lo que sirve es hisopar sobre los síntomas”, explican desde el equipo
de emergencias. Entonces otra vecina revela lo que le pasa a Manuel:
Cuando Itatí empezó a salir en los medios, en la fábrica en que trabaja
le dijeron que hasta que no tuviera un papel que dijera que no tiene
coronavirus, no podía volver. Y no es el único al que le pasó, agrega la
vecina.
Lo van a buscar a Manuel y le ofrecen lo único posible:
tomarle la fiebre, hacerle las preguntas de rigor, y extenderle un
certificado que diga que al momento no presenta síntomas. ¿Servirá?
Manuel no sabe. ¿Cobrará algo de estos días que está sin trabajar, desde
el martes que le dijeron que se fuera? Tampoco. ¿La fábrica podría
hacerse cargo de ese control que exige? Eso seguro que no. Solo entonces
Manuel pone en palabras lo que sabe de hace rato: “Nos discriminan porque somos de Itatí. Si nos pueden tener lejos, mejor”.
La Itatí
Una de las que va y viene acompañando a los equipos del Detectar es Itatí Tedeschi,
militante y vecina que se presenta como “hija de un secuestrado”, y
cuenta la historia de su padre José, Pepe para todo el barrio, un cura
tercermundista que militó en el Movimiento Villero Peronista y en el
PRT, y que fue asesinado por la Triple A en febrero de 1976 . El llamó a
su hija como el barrio donde vivió y se formó, que hoy le rinde
homenaje en murales de paredes, o en la baldosa por la memoria de la
escuela de Don Bosco, la iglesia donde se formó. O aquí mismo, donde con
solo levantar la vista se descubre que el centro educativo que está
frente al camión de hisopado se llama José Tedeschi.
“Al
principio de la cuarentena esto era una peatonal. Los vecinos fueron
entendiendo de a poco, cambiando las costumbres. Después de lo de Azul
se asustaron. Y está bien que así sea”, cuenta mientras recorre las
calles en las que, efectivamente, se ve poca actividad. “Hoy la fila
para los bolsones de comida está ordenada pero ayer se descompaginó todo
cuando dieron lavandina. Se juntó un montón de gente, se amontonó mal.
La tienen que pensar mejor”, observa otra vecina sobre la intervención
municipal en el barrio.
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Itatí es una de las representantes de las 17 organizaciones
sociales que el sábado se reunieron con la intendenta Mayra Mendoza y
que el domingo tendrán otra reunión, esta vez sumando al ministro de
Desarrollo Daniel Arroyo, para conformar un «comité operativo» del
barrio. Está contenta porque les anunciaron que la ambulancia que donó
la fábrica Toyota irá para el barrio. Y preocupada, claro, por los
contagios. Ella fue una de las encargadas de ir a avisar a los vecinos que dieron positivo.
Los que puedan, cuenta, se quedarán aislados en sus casas. Otros serán
trasladados al hospital Iriarte, al Sindicato del Plástico y al
Policlínico del Vidrio.
El barrio cerrado
La bajada del Acceso Sudeste
tiene medio carril interrumpido por un cordón policial. Hay patrulleros
en cada posible salida de Villa Azul, caminitos de tierra que surgen
entre las casas hacia la banquina del acceso. Hay siete móviles del lado
de Avellaneda, varios más en el perímetro que completa Quilmes. ¿Cómo
va todo, según los agentes policiales que están allí apostados? “Los
primeros días tuvimos problemas, la gente no estaba acostumbrada, nunca
había cumplido la cuarentena. Ahora van entendiendo que están en
peligro. Pero muchos siguen pidiendo salir, tienen fiado en los negocios
de Itatí y piden ir a comprar”, describen el panorama desde el borde.
Aun dividido entre Avellaneda y Quilmes, el de Azul es un barrio mucho más posible de aislar, con sus cerca de 5000 habitantes. 3128 tienen contados del lado de Quilmes,
donde las construcciones en general son más precarias aún que en Itatí,
y el cirujeo como una de las principales fuentes de ingreso deja su
marca alrededor de las casas y casillas. Del lado de Avellaneda aparece
la foto contrastante del sector urbanizado del barrio, con
tendido de servicios, casas de material, calles de asfalto. Desde allí
surgieron quejas de los vecinos en los últimos días por haber sido
aislados “como los del otro lado”.
“Acá el tema son las canchitas,
juegan a la pelota, el contacto, la transpiración. En todos estos días
no hubo conciencia, ni en Azul ni en Itatí”, denuncia un vecino de este
último barrio, que tiene familia en Azul. En Itatí tienen la cancha de
césped sintético que dejó en el barrio, por toda obra, la administración
de Martiniano Molina. En Azul está la cancha de La Toma, hacia donde
apuntan todas las acusaciones por el brote. “Ahí jugaban campeonatos de madrugada, por plata,
un montón de pibas y pibes. De un primer contagio ahí apareció la
madre, la tía, el abuelo, el sobrino”, lamenta un responsable del centro
de aislamiento sanitario de la Universidad Nacional de Quilmes, en la
vecina Bernal. No aquí, pero en otros barrios del Conurbano, los municipios han llegado a bloquear las canchitas con camiones de tierra, es un problema que se replica en todo el territorio, cuenta un funcionario.
Hasta
el sábado habían ingresado al centro de aislamiento de la Unqui 85
personas, dos de las cuales ya habían recibido el alta tras confirmarse
tests negativos. Tras hacerse los hisopados, se quedan en aislamiento 48
horas hasta confirmar un doble resultado, en aulas transformadas con 3 o
4 camas cada una, en pabellones divididos para hombres y mujeres. El
viernes varios vecinos se juntaron a apaudir a los equipos de
emergencia, como puede verse en videos que circulan en las redes, al
grito de ¡Aguante la villa!, ¡Fuerza, barrio!