Por Ángeles Maestro. (Red Roja), Resumen Latinoamericano, 17 mayo 2020.-
Siento la necesidad de escribir sobre la
historia política de Julio Anguita, de los años – desde 1988 al 2000 – en los que ambos vivimos de forma muy intensa y
cercana los hechos que le convirtieron en una figura importante de la historia
del movimiento obrero español, precisamente porque es muy probable que se
oculten o tergiversen. Y quiero hablar sobre aquello por lo que creo que debe
ser recordado.
Su enfrentamiento directo con el pilar básico
de la Transición y garante de la continuidad de los aparatos de Estado de la
Dictadura – el PSOE – estuvo, además, directamente relacionado con los
sucesivos infartos que dejaron maltrecho su corazón, que hoy ha dejado de
latir.
Julio Anguita llegó a la secretaría general
del PCE y posteriormente a la dirección de IU como enterrador del carrillismo, del Pacto de la Transición y del “Juntos podemos” del PCE con el PSOE. Su
enfrentamiento con Santiago Carrillo, cuando era alcalde de Córdoba llegó a tal
punto que estuvo durante 24 horas
expulsado del partido.
El aparato político e institucional que hoy se
ha definido como Régimen del 78 fue caracterizado entonces por la IU de Julio
Anguita mediante el símil de “las dos orillas». Y en la de enfrente estaban el PP y el PSOE.
Los argumentos para identificar al PSOE como representante político de los
intereses del capital eran casi inagotables, y Julio Anguita los denunció todos: la destrucción
de tejido productivo disfrazada de reconversión industrial, las privatizaciones
de empresas públicas, la cultura del “pelotazo”, las corrupciones masivas de la
Expo, Filesa, el AVE, Ibercorp, el caso Guerra, el caso Roldán y tantos otros,
las sucesivas contrarreformas laborales, la entrada en la OTAN y la vulneración
de todas las condiciones del SÍ, cuyo broche fue la secretaría general de la
Alianza para Javier Solana, etc. Y lo más duro, la denuncia implacable de lo
que demostraba palpablemente la pervivencia del franquismo en los aparatos del
Estado, sobre todo en la policía y en la Guardia Civil: el terrorismo de Estado
del GAL organizado y alimentado por el gobierno de Felipe González.
El enfrentamiento fue atroz porque
obligatoriamente apuntaba no sólo al PSOE sino a sus aparatos de poder: el
Grupo Prisa, con el diario El País a la cabeza, y la dirección de
CC.OO.
Para que no faltara nada, de la mano tanto del
PSOE como de CC.OO. se organizó un satélite dentro de
la propia Izquierda Unida. El grupo se llamó Nueva Izquierda e Iniciativa per
Catalunya (IC). Su actividad fue de oposición frontal a las políticas
encabezadas por Anguita y sostenidas por la mayoría de la organización. Sus
dirigentes acabaron todas y todos ocupando puestos en los gobiernos o en los
parlamentos en representación del PSOE.
Las tensiones en el interior de IU eran
brutales y no sólo por la lucha abierta con Nueva Izquierda e IC. Dentro de la
supuesta mayoría se ejercía una permanente labor de zapa, apoyada por la
dirección del PCE, abogando por arrastrar a IU al único lugar posible según
ellos: como satélite del PSOE en gobiernos y parlamentos.
Significativamente, Julio Anguita tuvo su
primer infarto en Barcelona, uno de los focos fundamentales de la oposición
interna encabezada por Rafael Ribó, uno de los liquidadores del PSUC y hoy
Sindic de Greuges (Defensor del Pueblo) de Cataluña.
Se había producido en el Congreso de los
Diputados la trascendental votación sobre la convalidación parlamentaria del
Tratado de Maastricht, en la que los tres diputados de Nueva Izquierda – Nicolás Sartorius, Pablo Castellanos y Cristina Almeida – rompieron el acuerdo de IU y votaron Sí. Tras ello se
les consideró autoexcluidos de la organización.
Puedo asegurar que las enormes tensiones
desencadenadas por estos poderosos grupos de presión que tenían a Julio Anguita
como objetivo central fueron causa directa de su primera y grave crisis
cardiaca.
Él se recuperó, pero la guerra continuaba al
calor de la lucha de clases. Como respuesta al Pacto Social permanente de las
direcciones de los dos sindicatos mayoritarios, precisamente cuando desde el
gobierno se estaban produciendo los ataques más salvajes a la clase obrera, en
CC.OO. se organiza el Sector Crítico. Encabezado por Marcelino Camacho y
Agustín Moreno, en el año 1996 se constituye este importante grupo en
confrontación abierta con la dirección del sindicato, apostando por un
sindicalismo combativo y próximo a las posiciones de IU, sobre todo en su
oposición a la UE.
El cerco a las posiciones de la IU encabezada
por Julio Anguita arreciaba. Las direcciones de las organizaciones
territoriales de IU aparentaban sostener las
políticas aprobadas y paseaban al Coordinador de IU por campañas electorales,
encantados de recibir los votos que él atraía, cuando en la práctica, el
acercamiento de estas federaciones a la
tríada, dirección de CC.OO., el PSOE y El País, era cada vez mayor. Para ilustrar esta situación esquizofrénica valga
el ejemplo de la Federación de Madrid – encabezada por Ángel Pérez – supuestamente
encuadrada en la «mayoría» de IU, mientras gobernaba con el PSOE en
importantes ciudades de la región, vinculada a la especulación inmobiliaria y
con destacados miembros que más tarde aparecerían implicados en el caso de las
tarjetas Black de CajaMadrid.
En el año 1998 desde la dirección de IU,
encabezada por Julio Anguita, se impulsa la creación de la Plataforma por las 35 horas por Ley
sin rebaja salarial, eliminación de las horas extraordinarias, reducción de la
edad de jubilación, etc. , junto al sector
crítico de CC.OO, CGT, el Movimiento contra la Europa de Maastricht y otras
organizaciones sociales y sindicales. Esta Plataforma se organizó con la
vocación de servir de acicate estratégico a la reconstrucción de la
independencia de clase de un movimiento obrero combativo. Se elaboró un
importante aparato argumental que demostró, que los incrementos habidos en la
productividad desde 1976 habían ido a engordar los beneficios empresariales y,
que de haber sido aplicados a la reducción del tiempo de trabajo, hubieran
permitido jornadas laborales de 25 horas semanales.
La recogida de firmas para la presentación de
una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para promulgar las 35 horas por ley en
las condiciones descritas no era el objetivo fundamental. El trabajo de
explicación en tajos, fábricas y lugares de trabajo y las firmas debían servir
de herramienta para constituir consejos obreros unitarios y cambiar la
correlación de fuerzas hacia posiciones de independencia de clase y de combate.
Y en esa tarea, la militancia de IU dentro de las empresas tenía que jugar un
papel fundamental.
El boicot en el interior de IU a la ejecución práctica de los acuerdos
adoptados funcionó desde el primer momento. Julio Anguita y quiénes apoyábamos
el proyecto pudimos comprobar cómo en los territorios
fundamentales (Madrid, Andalucía, Asturias o Cataluña) la movilización de la militancia era directamente
saboteada.
Se recogieron muchas más firmas de las
necesarias en el tiempo establecido, pero el proyecto estaba herido de muerte.
La gran manifestación en Madrid el día de la votación parlamentaria, con
presencia de gentes de todo el Estado, que debía iniciar una nueva fase de
reorganización y de lucha, resultó un gran fracaso. La ILP votada en noviembre de
1999 fue derrotada, como estaba previsto, pero en lugar de abrir un camino de
reconstrucción del movimiento obrero y popular, supuso el triste final de un proceso voluntariamente abortado.
Y era el último intento. En la reunión
inmediatamente posterior del Consejo Político Federal, el cerco se cerró. El
tiempo de las caretas de los principales dirigentes del PCE y de las
Federaciones, quienes aseguraban el
apoyo al Coordinador con la boca pequeña para luego actuar exactamente al
revés, terminó. Ya sólo faltaba bajar el telón de un periodo en el que una
fuerza política institucional se resistía a hincar la rodilla ante los aparatos
de poder.
En esa reunión de principios de diciembre de
1999, Julio Anguita, demacrado y derrotado, aceptó una enmienda de Paco Frutos,
secretario general del PCE, que proponía llevar a cabo lo que toda la política
de IU había negado hasta entonces: pactos pre-electorales con el PSOE en las
próximas elecciones generales del año siguiente.
Pocos días después, el 16 de diciembre de
1999, Julio Anguita ingresaba con una nueva y grave crisis cardiaca y era
operado de urgencia. Pero la celada no terminaba ahí. Cuatro altos dirigentes
de la organización tuvieron la desvergüenza de ir a la UVI, donde se recuperaba
de la intervención, a pedirle su dimisión como
Coordinador General de IU. Las elecciones del año 2000 estaban a la vuelta de
la esquina. Había que ejecutar el pacto con el PSOE, en este caso con Almunia,
y Paco Frutos fue nombrado Coordinador General. El lema electoral era todo un
guiño a la participación en el futuro gobierno: “Somos necesari@s”. El PP logró una inesperada mayoría absoluta,
resultado del descalabro del PSOE y del hundimiento de IU, que perdió la mitad
de su electorado y 13 diputados.
En las elecciones de 2004, con Gaspar
Llamazares como Coordinador General, IU continúa su caída libre perdiendo otra
vez la mitad de los votos que le quedaban. Un editorial de ABC, al analizar la
debacle electoral de IU, se lamentaba de su
derrota argumentando – en un brillante ejercicio de coherencia de clase – el
papel ejercido por el PCE desde la Transición y después por IU como dique de
contención para evitar el surgimiento de una izquierda “anti-sistema”.
Julio Anguita intentó con coraje y arriesgando
su salud, salirse del guión establecido desde la Transición para la izquierda
institucional. Él supo de lo implacable del poder que enfrentó y de hasta qué
punto es gobernado con mano de hierro por el PSOE y sus aparatos. Y lo más
duro, sin duda, fue comprobar cómo desde
dentro mismo de su organización se contribuía decisivamente a cerrar el cerco.
Es más que probable que de esas mismas manos
salgan crónicas alabando su figura. Lo
que es seguro es que Julio Anguita, con sus errores como los de cualquier ser
humano, entre los que querría no haber visto
su aval a la operación Podemos que es en todo semejante a la que él se negó a
llevar a cabo, pasará a la historia como un dirigente digno e íntegro.
Hoy me vienen insistentemente a la memoria
unas palabras de Silvio Rodríguez que le escribí en aquellos años como
dedicatoria de un libro, y que bien podrían quedar escritas en su tumba:
«Fue de planeta en planeta, buscando agua potable, buscando la vida o
buscando la muerte, eso nunca se sabe. Lo más terrible se aprende en seguida y
lo hermoso nos cuesta la vida».
16 de mayo de 2020