Por Henry Boisrolin, Resumen Latinoamericano 31 de mayo de 2020
Una vez más, el lunes 25 de mayo último pasado, unas imágenes extremadamente dolorosas y patéticas provenientes de los EE.UU. han revelado el comportamiento criminal y profundamente racista, que caracteriza a buena parte de los miembros de los aparatos represivos de dicho país. En este caso, fueron las de 4 miembros de la policía de la ciudad de Minneapolis en el Estado de Minnesota.
Gracias a las redes sociales, recorrieron el planeta las imágenes de un policía blanco (Derek Chauvin) apretando con su rodilla y el peso de casi todo su cuerpo el cuello de un ciudadano negro de 46 años, George Floyd, ya detenido y esposado en el suelo, hasta provocarle poco después la muerte. Y durante varios segundos, Floyd decía en repetidas ocasiones que no podía respirar. También mostraron la actitud cómplice, desafiante y criminal de los otros tres policías blancos que acompañaban a Chauvin pretendiendo intimidar a los transeúntes que protestaban y filmaban la espantosa escena. Fueron escenas terribles en todo sentido.
Afortunadamente, y de manera instantánea, se desataron: bronca, indignación, estupor, repudio e ira, entre todos los seres humanos que todavía poseen la capacidad de rebelarse en contra de toda forma de injusticia en cualquier lugar donde se produzca. En este sentido, el estallido de la violencia en varias ciudades de los EE.UU. adquiriendo carácter de rebelión popular en contra de la policía exigiendo justicia y castigo a los responsables, revela que en este país existen también esos seres humanos con dignidad.
Reacción comprensible, no sólo por el crimen, sino también porque solamente fueron despedidos esos 4 asesinos y el único detenido hasta ahora es Chauvin debido a la presión popular. Y éste fue acusado por el fiscal Mike Freeman de homicidio en tercer grado, es decir, para él, Chauvin no tenía intención de provocar la muerte de Floyd. También estalló como una bomba cuando, a pesar de la difusión de imágenes tan evidentes y escandalosas de ese nuevo crimen racista, el fiscal general, William Barr, declaró: “El Departamento de Justicia y el FBI llevan adelante una investigación independiente para determinar si se violaron derechos civiles”.
Tampoco se puede olvidar que este crimen ocurrió en un momento muy delicado, explosivo y crucial, donde la pandemia provocada por el COVID-19 está demostrando a diario la existencia de profundas desigualdades en la sociedad norteamericana, como así también de diferencias raciales. El enorme empobrecimiento de una buena parte de la población afronorteamericana resultó mayor de lo que se pensaba.
Situación, entonces, determinante a la hora de responder a la siguiente pregunta: ¿por qué la mayoría de las víctimas de dicha pandemia pertenecen a este grupo étnico? Inclusive, su importancia es indudable al tratar de comprender este gigantesco movimiento popular muy violento de rechazo a la brutalidad policial y a la idea de la “supremacía blanca”.
Ahora bien, al igual que tantos otros a lo largo de la historia de los EE.UU., no fue casual, como tampoco producto del comportamiento demencial de 4 energúmenos de la policía de Minneapolis. En este sentido, hace falta precisar algunos datos o aspectos de esa larga historia que ayudan a aprehender toda la complejidad de esos hechos.
En primer lugar, es importante recordar que se trata de un país cuyos varios dirigentes de los que llaman “Padres Fundadores” de la Nación poseían esclavos. Entre ellos figuran los nombres de Washington, Jefferson y Madison. Luego, no se puede ignorar que el sistema esclavista no fue abolido con la proclamación de la independencia en 1776, sino después de la cruenta guerra civil entre el norte y el sur, conocida como “Guerra de Secesión” (1861−1865).
Entre 1870 y 1950, se calcula que más de 4.000 afronorteamericanos fueron linchados durante esa época conocida como la “era de los linchamientos”. De hecho, se trata de un país construido a partir de la idea no científica de la existencia de razas humanas para dividir la humanidad.
Una división que determina una supuesta supremacía de la llamada “raza blanca” donde la denominada “raza negra” se encuentra en el último escalón de esa jerarquización racial. Así, prácticamente, todo el funcionamiento de las instituciones en el país, se hace a partir de la idea hegemónica de esta supuesta supremacía de la “raza blanca”.
Esto sigue vigente hasta ahora, más allá de algunos cambios producidos, sobre todo como consecuencia de la ardua lucha de los afronorteamericanos durante la década de los ´60 por sus derechos civiles en contra del racismo y toda forma de discriminación.
Así, en algunos informes de organismos de defensa de los Derechos Humanos estadounidenses, se consigna que las disparidades “raciales” impregnan todos las partes del sistema de justicia penal de este país. En efecto, si bien los/as afronorteamericanos/as representan el 13% de la población, pero son cerca del 40% en las cárceles. De hecho, su tasa de encarcelamiento es casi 5 veces mayor que la de los “blancos”. El propio diario norteamericano el Washington Post, al informar acerca de la violencia policial, publicó que desde enero hasta principios de octubre de 2018, la policía norteamericana había disparado y matado a 876 personas. Entre éstas, 22% eran afronorteamericanos.
Sin duda alguna, una de las instituciones más marcadas por esa idea “supremacista blanca” es la policía. Sus miembros, ‑salvo algunas excepciones- cualquiera sea su color de piel están imbuidos y marcados por esa estupidez humana. Inclusive, varios integrantes de esta fuerza represiva que se reconocen como afronorteamericanos se comportan como lo hacían aquellos que castigaban a sus propios hermanos durante la época de la esclavitud siguiendo las órdenes del amo.
En la actualidad, la mayoría de la población afronorteamericana apoya de manera abrumadora a los demócratas en cada contienda electoral. Los candidatos republicanos obtienen como máximo un 10% de su adhesión. Donald Trump en 2016 sólo logró un 8%. Varios analistas piensan que Trump es uno de los presidentes que más generó división racial en su país en las últimas décadas.
Cabe recordar, por ejemplo, sus fuertes críticas y comentarios racistas a 4 legisladoras, afronorteamericanas y de diversos orígenes: Alexandria Ocaso-Cortez (Nueva York), Ilhan Omar (Minnesota), Ayanna Pressley (Massachusetts) y Rashida Tlaib (Michigan). En aquella ocasión, Trump les dijo: “Deberían volver a sus países de origen, totalmente quebrados e infestados de delitos”. También atacó a deportistas afronorteamericanos tanto de la NFL (Liga Nacional de Fútbol Americano) como de la NBA (Liga Nacional de Básquet Americano), luego de que algunos de ellos en 2017 se arrodillaron cuando se entonaba el himno de los EE.UU. Ese gesto fue interpretado como una forma de protesta por el maltrato que la policía les da a las personas de origen afro. Inmediatamente después, en una reunión en Alabama, el mandatario dijo textualmente: “¿No les encantaría a ustedes ver (actuar) a uno de estos propietarios de la NFL, cuando alguien le falta el respeto a nuestra bandera? Uno diría: Saquen a ese hijo de p… fuera del campo de inmediato. ¡Fuera! Está despedido”».
En 2018, al referirse a los haitianos viviendo en los EE.UU, Trump declaró que provenían de un país que es un “shit hole” (una letrina, un agujero de mierda). De ahí es comprensible que 8 de cada 10 afronorteamericanos consideran a Trump como racista y 9 de cada 10 desaprueban su desempeño en la Casa Blanca.
Sin embargo, también es menester señalar que hay reconocidos líderes afronorteamericanos tales como el ex “lobbyist” (lobista) Herman Cain de Georgia y candidato para las primarias presidenciales del Partido Republicano de 2012; Candace Owens, comentarista y activista conservadora afronorteamericana; Alveda King, activista y nada más y nada menos que sobrina del líder de los derechos civiles Martín Luther King asesinado el 4 de abril de 1968 en Memphis (Tenessee); la escritora Carol M. Swain; y Bruce LeVell, el director del Consejo de Diversidad creado por Trump, que piensan y actúan a favor de las tesis racistas. Todos ellos apoyaron la campaña presidencial de Trump, y lo consideran como un líder que “permitió recuperar el país”.
Es que el colonialismo mental no desaparece por arte de magia. Y, de alguna manera, se puede considerar que el racismo en los EE.UU. sigue siendo institucionalizado y hasta normalizado.
Por otra parte, hay otro aspecto de esta realidad compleja y cruel que también ha de merecer la atención de todos. Es el hecho de que en los EE.UU. hay enemigos de la población “negra” que son fácilmente identificables. Por ejemplo, los miembros de la organización terrorista y “supremacista blanca” Ku Klux Klan (KKK), creada desde el siglo XIX después de la “Guerra de Secesión”, como así también dirigentes políticos tal como el actual presidente Donald Trump. Pues ellos con sus discursos y comportamientos no esconden su posición racista y xenófoba. Sin embargo, hay otros que se declaran en contra de los actos racistas y que claman no ser racistas, pero son también enemigos. Así, se rodean de algunos funcionarios afronorteamericanos. Eso ocurrió, por ejemplo, con los Bush o con el mismo matrimonio Clinton.
La hipocresía de esa gente es tan monumental y calculada que engaña a más de uno. Es en este marco, que adquiere importancia esta reflexión de la filósofa y militante afronorteamericana Angela Davis: “En una sociedad racista no basta no ser racista, es necesario ser antirracista”. Tambien es de lectura obligatoria: Los condenados de la tierra, de Franz Fanon.
Henry Boisrolin
Coordinador del Comité Democrático Haitiano en Argentina