Por Gerardo Fernández Casanova, Resumen Latinoamericano, 3 mayo 2020.-
El modelo neoliberal se finca en la libertad del mercado, incluso la equipara con la libertad política. Esta es una de sus más graves falacias: no existe la libertad del mercado mas que para quienes lo dominan; los que no cuentan con los medios para decidir o competir son simplemente esclavos del mercado. El consumidor está sometido a un sistema integrado de control que inicia con la publicidad comercial, sigue con el esquema de las grandes tiendas de venta al menudeo y se redondea en la captura del salario del trabajador; todo ello conforma un paquete cultural homogéneo global que favorece a los grandes consorcios internacionales y que desparrama la pobreza en la mayoría de la población, atenta contra la salud física y mental, y destruye la naturaleza. Todo lo anterior está dicho y recontradicho, es sabido y recontrasabido, el pequeño detalle faltante es el cómo demonios lo vamos a corregir. El acta de defunción está firmada pero todavía no hay el difunto que, por cierto, goza de cabal salud.
El régimen de la 4T está inmerso en singular debate (o combate) para dotar al estado de la soberanía que la constitución le confiere para conducir la economía nacional, contra la terca oposición de los grupos de poder privado empeñados en mantener sus privilegios. Uno de los campos de esta batalla es precisamente el relacionado con el consumo popular, apenas con un ligero rasguño: el etiquetado de los alimentos procesados. Se enfrentan la libertad de mercado con el derecho a la información del consumidor. El que produce y vende es el que ejerce la libertad y al consumidor le toca la esclavitud de comprar a ciegas. La pandemia ha puesto de manifiesto la gravedad de los efectos de la pésima alimentación: obesidad, diabetes e hipertensión arterial. La desgracia social empacada en lindas bolsas o cajas con hermosos diseños para todos los gustos, especialmente el infantil. Esto es sólo una expresión de la profunda crisis de la civilización neoliberal y criminal, de mayor letalidad que el covid 19.
La 4T enfrenta una difícil contradicción al plantear su proyecto de economía para el bienestar mediante la derrama de insólitos montos de recursos entre la población de menores ingresos, sin acompañarla de algún mecanismo que garantice que tales recursos no se pierdan en el caño del consumo chatarra y entren al embudo de los grandes consorcios de los alimentos procesados y otros gastos superfluos. Hace falta una mayor y más eficaz intervención del estado para regular un mercado apoyado por la publicidad mendaz.
La fórmula a la que ha apostado el Presidente López Obrador es la del convencimiento y la libre decisión del consumidor debidamente informado. Es el estilo personal de gobernar para y con el pueblo descrito en su libro Hacia una Economía Moral, en la cual quiero creer pero que me pesan demasiadas dudas respecto de su viabilidad real. El peso de la publicidad consumista y del individualismo aberrante es aún dominante y creo que hace falta más que la intensa prédica presidencial cotidiana.
López Obrador asevera que el mexicano es mucho pueblo, capaz de grandes hazañas; que es el más politizado del mundo y que se distingue por ser solidario. Desde luego que es un discurso diferente al acostumbrado, con un contenido político muy poderoso y también muy seguido y sabido por el pueblo, pero que no puede aterrizar en el detalle del comportamiento social dominado por la televisión y sus pautas de cultura consumista, discriminatoria y egoísta.
Los días en que he venido escribiendo este artículo, debo decirlo, me han sorprendido en lo que toca al tratamiento de la pandemia del coronavirus. En libertad el pueblo ha asumido mayoritariamente el aislamiento voluntario de manera inaudita. Pareciera que Hamelin tocó su flauta y todos seguimos su convocatoria, respaldada por las indicaciones de los científicos. Si, como parece sucederá, los mexicanos libramos la crisis sanitaria con éxito, entonces tendré que creer en la taumaturgia del discurso presidencial.
No obstante habrá que contribuir solidariamente a convertir en realidad los postulados del humanismo y la solidaridad; que el consumo sea instrumento eficaz del bienestar de la población.