Por Mariano Pacheco, Resumen Latinoamericano, 28 de mayo de 2020. Aspectos políticos, sociales y culturales de una irrupción histórica. Revisiones libres de morbo.
I-
Conjurar el morbo y restituir los efectos a las causas
El
6 de septiembre de 1974, en la víspera de conmemorarse el cuarto
aniversario del “Día del Montonero” (en homenaje a Fernando Abal
Medina y Gustavo Ramus, caídos el 7 de septiembre de 1970 en la
localidad bonaerense de Willian Morris), Norma
Arrostito y Mario Eduardo Firmenich brindan en
la revista Causa
Peronista la
que hasta el día de hoy será la versión oficial del “Operativo
Pindapoy” del Comando Juan José Valle que ambos integraron junto a
otros ocho hombres para secuestrar a Pedro Eugenio Aramburu,
someterlo a “juicio revolucionario” y dictaminar a través de un
“Tribunal Revolucionario” –en un acto denominado de “Justicia
popular”– que el dictador de 1955 era condenado a muerte. En el
Comunicado Nº 3, del domingo 31 de mayo de 1970, Montoneros informa
que Aramburu se “reconoce responsable” de cuatro cuestiones: 1)
haber “legalizado”, el 9 de junio de 1956, la matanza de 27
argentinos sin juicio previo ni causa justificada; 2) haber condenado
a muerte a 8 militares considerados inocentes por un Consejo da
Guerra; 3) haber encabezado la represión del movimiento político
mayoritario representativo del pueblo argentino; y, 4) haber
profanado y desaparecido el cadáver de Eva Perón.
“Corta
la bocha”, como dice el dicho popular. Más allá de que se
enuncian otras cinco cuestiones que el militar no reconoce, el
general antiperonista es condenado a “ser pasado por las armas”,
hecho que se consuma al día siguiente, según consta en el 4°
comunicado del 1° de junio de 1970.
De
allí en más, durante 46 años, el periodismo canalla ha intentado,
cada vez, volver sobre el tema en búsqueda de quien sabe qué. Esa
es la versión oficial de la organización, aparecida a la luz
pública con ese acontecimiento (que pasó a al historia bajo el
nombre de “Aramburazo”, apenas un año después de “El
Cordobazo”) y no parece tener mucho más sentido que el morbo
ahondar en búsqueda de algún otro detalle.
Tanto
en la posición de Fernando Vaca Narvaja y Roberto Cirilo Perdía en
su entrevista con Bernardo Nestaudt de 1991, como en otras numerosas
entrevistas a Mario Eduardo Firmerich que hoy pueden encontrarse en
youtube, la hipótesis central que restituye el efecto de la
ejecución de Aramburu a sus causas históricas en la voz de la
Conducción Nacional de la organización es la del argumento
catalogado como “guerra civil intermitente”, fechado su inicio en
1955, cuando el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón es
derrocado por un golpe de Estado extremadamente violento, que
bombardea población civil en Plaza de Mayo, y luego instaura una
dictadura que llega no sólo a encarcelar, perseguir y obligar al
exilio a peronistas, sino también a torturar y fusilar, en una
dinámica que con sus idas y venidas, su intercalar gobiernos
dictatoriales y gobiernos elegidos por el voto pero con el peronismo
proscripto y con su líder en el exilio, perdurará hasta 1973,
cuando Héctor Cámpora triunfe en las elecciones del 11 de marzo. El
obrero metalúrgico Felipe Vallese (desaparecido) y los “Héroes de
Trelew” (fusilados), son los nombres más conocidos de ese proceso
permanente de violencia política ejercido desde lo más alto del
poder del Estado para reprimir a la clase trabajadora y los sectores
populares, mayoritariamente identificados con el peronismo.
Algo
de todo esto queda plasmado, asimismo, en la introducción a las
“Bases para la Alianza Constituyentede una Nueva Argentina”,
texto firmado por el Consejo
Superior del Movimiento Peronista Montonero, fechado en enero 1982,
que sostiene incluso una temporalidad más larga: “La historia
nacional argentina está signada por una intermitente guerra civil a
veces encubierta y a veces violentamente desembozada. Este
enfrentamiento aún inconcluso se inició en los albores mismos de la
independencia en 1810; su persistencia a lo largo de ya más de 170
años a pesar de las profundas transformaciones económicas, sociales
y políticas acaecidas en el país, más aún, la continuidad de los
mismos apellidos, como los Mitre, los Paz y los Martínez de Hoz,
contra los mismos enemigos, como los montoneros; la reiteración de
las mismas falsas opciones como civilización o barbarie, solo puede
explicarse por la esencia misma de esta lucha ya casi bicentenaria.
Se trata del enfrentamiento entre las fuerzas que pretenden el pseudo
progreso del país a partir del capital imperialista venido desde el
exterior, y las fuerzas que pretenden el desarrollo de las fuerzas
productivas nacionales expandiendo el mercado interno. Por eso es que
con las abismales diferencias que separan a la formación social de
hoy, de aquella de hace 170 años, los dos polos de este
enfrentamiento aun inconcluso mantienen sus mismos nombres: pueblo y
oligarquía”.
En
otro lenguaje y temporalidad –por supuesto– pero en el mismo afán
de conectar los efectos con sus causas estructurales podemos situar
las más recientes reflexiones del crítico cultural británico Mark
Fisher, quien en su libro “Realismo capitalista” sostiene que,
sobre “la sospecha pomodernista que se vierte sobre los grandes
relatos”, en el siglo XXI suele soslayarse la causa determinante
del capitalismo de los diferentes problemas y malestares que se nos
presentan por separado.
Tomar
al “Aramburazo” como hecho aislado conlleva a un análisis
unilateral, que no es otro modo de negar la historicidad en la que
dicho acontecimiento se inscribe. Así, y sólo así, nuestra bellas
almas progresistas –junto con las reaccionarias– pueden
escandalizarse ante un uso popular de la violencia política.
II-
Gestar la propia Máquina de Guerra (Popular y Prolongada)
Lejos
del morbo entonces, lo que nos interesa rescatar aquí son una serie
de enseñanzas que la “ejecución” del dictador (ya haremos
referencia a la importancia de disputar también en el lenguaje los
sentidos de la historia) han dejado para las generaciones militantes.
Por lo menos, quisiera rescatar cuatro:
1)
La importancia de condensar en una figura emblemática, como fue
Aramburu, al enemigo del proyecto popular (si bien podría haber sido
Rojas, aún más odiado en el peronismo por su acérrimo gorilismo,
Aramburu lograba combinar en sí la figura del enemigo histórico
–uno de los responsables del derrocamiento del peronismo– y del
enemigo inmediato –posible figura de recambio del régimen – ).
2)
La elección de un nombre claro de cara a las masas, fácil de
recordar, de pronunciar, de gritar en cánticos, a diferencia de esas
sopas de letras (FAR, ERP, PRT, FAP, PCML, OCPO, FAL) que confunden
más de lo que aclaran (resulta emblemático, y ácidamente gracioso
el poema “Siglas”, de Néstor Perlongher).
3)
La capacidad de leer en clave “nacional” una tendencia
Latinoamericana, e incluso mundial: carácter urbano de la guerrilla,
identidad popular local del proyecto emancipatorio (resulta
emblemático aquí el aporte en torno a izquierda y peronismo que
realiza en 1971 Carlos Olmedo, de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, en su debate con el Partido Revolucionario de los
Trabajadores,).
4)
Necesidad de dinamizar la propia justicia, institucionalidad y
sistema de defensa popular, la “máquina de guerra”, dirían los
filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, para referirse a esa
otra justicia, ese otro movimiento, ese otro espacio-tiempo, con un
origen y naturaleza radicalmente diferente al del Aparato de Estado
(aparato que es necesario tomar en el camino de su disolución –en
términos más estrictamente de la teoría crítica del Estado– para
dejar lugar a esas otras formas de institucionalidad popular, más
democráticas y participativas).
III-
El ciclo montonero y los lugares comunes
La
revisión histórica de la experiencia montonera, tal como el
periodismo argentino la ha encarado en estas décadas, tiene el
problema de volver una y otra vez sobre los mismos temas. En cada
oportunidad en que se ha entrevistado a alguno de los miembros que
han quedado vivos de la Conducción Nacional (se comienza por omitir,
desde el vamos, la enorme cantidad de cuadros de conducción que han
sido asesinados por la represión, o han caído en combate
enfrentándola), se les ha preguntado, una y otra vez, acerca de lo
mismo. A saber: algún nuevo detalle que pueda “revelarse” del
Caso Aramburu (1970); si los sucesos trágicos de Ezeiza fueron
realmente una masacre o si Montoneros participó de (o “propició”)
un enfrentamiento (1973); si mataron o no a José Ignacio Rucci y el
sacerdote Carlos Mujica; por qué se enfrentaron con Perón aquél
emblemático 1° de mayo o más bien, qué entienden del hecho de que
Perón “los haya expulsado de la Plaza”; qué pasó con el dinero
del secuestro de los hermanos Born y qué autocrítica se hace por
haber pasado a la clandestinidad durante un gobierno constitucional
(todos episodios de ese intenso 1974); por qué atacaron el cuartel
de Formosa (1975); por qué se exiliaron los miembros de la CN
(1976÷1977); por qué “mandaron a los perejiles al muere” durante
la Contraofensiva y qué hay de cierto del “pacto con Massera”
(1979), hasta desembocar –ya en posdictadura– en la banalización
de la experiencia de la organización guerrillera más poderosa de
América Latina reduciéndola a sus exponente más problemáticos:
Patricia Bullrich y Rodolfo Galimberti.
Lo
peor de todo es que ya casi todos estos temas fueron contestados,
incluso tempranamente, al poco tiempo de producido cada uno de los
hechos enumerados.
Salirse
de estos lugares comunes, entonces, resulta fundamental para poder
hacer “decirle algo” a esta experiencia.
IV-
El “trabajo” sobre el “archivo”
Tal
vez sea la hora de asumir el desafío de promover un interrogante que
pueda conducirnos a un debate profundo sobre los modos de revisitar
la historia argentina de la segunda mitad del siglo XX: ¿no
padecemos de un exceso de periodismo literario?
El
abordaje de las décadas del sesenta y del setenta se torna un nudo
fundamental para indagar el conjunto del pasado nacional, porque allí
se concentran los núcleos centrales del enfrentamiento de los
diferentes (antagónicos) proyectos de país. “Trabajar” el
archivo, entonces, puede ser una tarea estratégica. El abordaje de
los testimonios de quienes protagonizaron esos procesos es aún
posible, aunque no por mucho tiempo más (y de hecho ya han partido
de este mundo figuras fundamentales de esta historia). También es
notable la cantidad de documentos a disposición de quien quiera
estudiar, interiorizarse sobre el tema.
Así
y todo, resulta sugestivo que sobre la experiencia global de
Montoneros siga siendo “Soldados de Perón”, de Richard
Gillespie, el libro sobre Montoneros de mayor referencia, publicado
en 1982. También que sea de fines de los noventa el último (a su
vez, quizás el único) intento por escribir una historia global de
las militancias de los sesenta/setenta (los tres voluminosos tomos
“La voluntad”, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós). Incluso
en el plano cinematográfico, es de 1996 lo que entiendo es el único
film sobre Montoneros (“Cazadores de utopías, de Eduardo
Blaustein), extenso documental que aborda el fenómeno de la
organización en el contexto del peronismo, de Perón a Menem (pero
incluso esta película, poblada de numerosos e importantes
testimonios, no cuenta con la palabra de los miembros de la
Conducción Nacional).
Obviamente,
se han publicado trabajos específicos, entre los que podríamos
mencionar los relatos en primera persona de los propios Perdía, “El
peronismo combatiente en primera persona”, y Vaca Narvaja, “Con
igual ánimo”, así como “Final de cuentas”, de Juan Gasparini;
“Perejiles”, de Adriana Robles; “Recuerdo de la muerte”, de
Miguel Bonasso; “Memorial de guerra larga”, de Jorge Falcone;
“Los del 73: memoria montonera”, de Jorge Lewinger y Gonzalo
Leónidas Chaves (y éste último, también, “Rebelde acontecer”);
“Lo que mata de las balas es la velocidad”, de Eduardo Astiz; “La
buena historia”, de José Amorín; “La guardería montonera: la
vida en Cuba de los hijos de la Contraofensiva” y otros de
investigación de personas ajenas a la experiencia, como “El mito
de los doce fundadores”, de Lucas Lanusse; “El tren de la
victoria”, de Cristina Zuker; “La montonera. Biografía de Norma
Arrostito”, de Gabriela Saidón; “Un fusil y una canción. La
historia secreta de Huerque mapu, la banda que grabó el disco
oficial de Montoneros”, de Ariel Zak y Tamara Smerling; Montoneros
y Palestina. De la revolución a la dictadura”, de Pablo Robledo
“Noticias. De los Montoneros”, de Gabriela Esquivada; “Ideología
y política en El Descamisado”, de Yamilé Nadra y “Fuimos
soldados”, de Marcelo Larraquy (incluyo humildemente, en esta
enumeración, mi libro “Montoneros silvestres. Historias de
resistencia a al dictadura en el sur del conurbano: 1976−1983”, y
el listado seguramente podría ser ampliado, sumando otras
publicaciones). Muchos trabajos, como puede verse, algunos muy bueno,
unos cuántos pésimos. Todo ésto sin contar las numerosos poesías,
obras de teatro, cuentos y novelas que, desde la literatura, también
abordan la historia montonera (han sido omitidos los libros que
abordan biografían de militantes montoneros, y también, aquellos de
la industria cultural elaborados directamente con el fin, no de
pensar la experiencia, sino de demonizarla, defenestrarla).
Finalmente,
no puede dejar de mencionarse el inmenso trabajo de archivo elaborado
por Roberto Baschetti, con su monumental obra de compilación de
“Documentos del peronismo revolucionario”, que en siete volúmenes
aborda el período 1955 – 1983.
IV-
Las batallas de la memoria
El
proceso abierto con la movilización del 24 de marzo de 1996 ha
resituado la discusión sobre
los
años setenta, en general, y sobre la experiencia de Montoneros, en
particular. Así y todo, los años macristas han sido un duro golpe a
todo ese imaginario que durante dos décadas pujó por despenalizar
la discusión política respecto del pasado y despejar del debate la
“Teoría de los dos demonios”. Se sabe: la derrota electoral de
un proyecto de gobierno conservador no implica necesariamente el
retroceso social de los microfascismos que puedan circular por la
sociedad.
De
allí que la memoria siga siendo un campo de batalla, presente en
tanto que abordar el pasado nacional implica una posición actual, y
un proyecto de país por el que se lucha (soberanía política,
justicia social, emancipación) o que se pretende abortar.
Los
años progresistas de la larga década kirchnerista implicaron
avances en muchos aspectos de la política de derechos humanos, pero
también un memorialismo (por momentos moralistas), que en su combate
a las más retrógradas miradas sobre el pasado no logró “hincar
el diente”, “hundir el cuchillo” como quizás aún haga falta
hacerlo para profundizar la discusión en torno a las identidades
militantes, las estrategias, los proyectos políticos en pugna antes
de la última dictadura, y el rol estructural que el terrorismo del
“Proceso de Reorganización Nacional” vino a jugar en la
metamorfosis de la Argentina, que en sus trazos gruesos aún
padecemos.
El
filósofo Walter Benjamin insistió, en sus “Tesis sobre la
historia”, respecto de la necesidad de poner a salvo a los muertos
cuando el enemigo vence, y también, la importancia que la memoria de
los pasados esclavizados tiene para no interrumpir ese secreto
compromiso de encuentro que es susceptible de establecerse entre las
generaciones del pasado, y cada actualidad. Por su parte, otro
filósofo maldito, como lo fue Nietzsche, supo destacar que la
historia, en su modo “monumental”, podía empequeñecer la
capacidad de creación en un presente determinado, pero también,
podía funcionar como imagen inspiradora cuando, en momentos de
desánimo, el caminante puede detener la marcha, caminar hacia atrás
y decirse: algo así de grande ha existido alguna vez; algo así de
grande podrá llegar a existir de nuevo alguna vez, con otros modos,
bajo otras condiciones.
Qué duda cabe que con sus aciertos y errores, la de Montoneros es una de aquellas grandes gestas que nuestro pueblo, o al menos franjas de ese peronismo, supieron protagonizar. Si en toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que se propone subyugarla –como insiste Benjamin– se torna fundamental asumir aniversarios tan emblemáticos como el medio siglo transcurrido desde la aparición de Montoneros, como un desafío para encontrar en ese pasado la chispa que pueda encender toda la esperanza para la gran obra de transformación económica, política y cultural que los condenados de la tierra de este mundo aún se merecen protagonizar.
*Nota publicada en revista Zoom