Por Jesús Valencia, desde Euskal Herria para Resumen Latinoamericano, 4 mayo 2020
Alguien había pegado el papel junto a la puerta del supermercado y
me acerqué a leerlo mientras esperaba mi turno. Bastó una ojeada rápida para
saber de qué se trataba; si cutre era el formato del escrito, no lo era menos
su contenido: una petición de firmas para que el Gobierno español no compre
material médico a China. No me
entretuve en leer el nombre de los promotores ya que son de sobra conocidos:
los perros del hortelano; gentes mezquinas
que no solucionan nada y zarpean la
mano de quien intenta aportar algo.
La actitud miserable
de estas gentes y sus necedades vienen
de lejos. Hace veinte años, Fidel Castro tuvo información directa de las penurias sanitarias por las que
atravesaba el pueblo mapuche y ofreció ayuda
desinteresada: “Estamos dispuestos a enviar médicos para que vivan en sus
comunidades y les atiendan”. Sanguijuelas farmacéuticas y el gremialismo aburguesado de muchos médicos abortó la iniciativa. Cinco
años más tarde, Cuba ofreció un hospital oftalmológico que sirviera para las
gentes humildes de todo el Cono Sur; la nueva propuesta también fue rechazada
por las mismas gentes y parecidas sinrazones: aferrados a sus
obsesión “anticomunistas”, hicieron prevalecer sus intereses económicos sobre la sanidad universal y gratuita.
Los pobres son los
grandes perdedores de estas campañas criminales y todavía
es fácil escuchar sus lamentos. Cientos de familias llevaron sus niños al centro sanitario de Humauaca para que les atendiesen los oftalmólogos cubanos; los ojos de las
criaturas, raspados por la arena de la
puna, hubieran sanado con la aplicación debidamente controlada de un sencillo colirio. Los angustiados médicos cubanos no
pudieron hacer nada; los perros del hortelano de Jujuy
les habían amenazado con severas sanciones si curaban a aquellos críos
desarrapados. Hoy, los pueblos originarios de la Amazonia
brasileña enfrentan la pandemia en situación de alto riesgo; todavía lamentan
que Bolsonaro expulsara a cientos de médicos internacionalistas que estaban junto a ellos y los atendían. Sobra
decir que a la derechona, el lamento de
los enfermos humildes le tiene sin cuidado.
Los promotores de aquel papel aludido son, además de
inhumanos, serviles. Trump ha lanzado una virulenta campaña para rechazar las
ayudas médicas que puedan ofrecer los países
socialistas. Tras él, sus escuderos: la
Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo de los Estados Unidos
(¡curioso enunciado!), The Washington
Post y, en última instancia, los distribuidores
del citado panfleto que, dicho sea de paso, desde la primera línea rezumaba
colerín. No les falta motivo. El
fascismo local ha invertido millones de horas y dineros en denigrar a los países “rojos” y semejante inversión no
les está produciendo los resultados previstos. El 29 de febrero, cuarenta médicos cubanos aterrizaron en Barajas; se
dirigían hacia Andorra para colaborar
contra la pandemia, a petición del Gobierno del Principado. Sus cuarenta batas
blancas despertaron la curiosidad de los presentes; cuando estos conocieron los
motivos del viaje, tanto el personal del
aeropuerto como los taxista aparcados dedicaron una atronadora bienvenida a los
“peligrosos internacionalistas”.
Los argumentos que utiliza la fachenda son conocidos por reiterados: el personal sanitario carece de titulación; está
contaminado porque viene de países dictatoriales; muchos de los pretendidos
sanitarios son espías, esclavos del
partido único e ideólogos de la revolución; su cacareada
ayuda responde a una estrategia expansionista del comunismo mundial. Silvio Rodríguez replica a todas estas necedades con un
texto cargado de lirismo y de razón:
«Cuando escriban la vida los buenos, al final vencedores, se sabrá que no
usamos veneno sino aroma de flores…»