Argen­ti­na. 26/​J #Maxi­Da­ríoE­jem­plo­De­Lu­cha: Los nuestros

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 24 junio 2020

Zur /​Ilus­tra­ción: Flo­ren­cia Vespignani.

Hace 14 años en la esta­ción Puey­rre­dón la poli­cía argen­ti­na mató a Darío San­ti­llán y Maxi­mi­liano Kos­te­ki, su ejem­plo de lucha los con­vir­tió en refe­ren­cia y emble­ma del movi­mien­to pique­te­ro. Para recor­dar­los los ami­gos de la gar­gan­ta pode­ro­sa soli­ci­ta­ron a la her­ma­na de Maxi y al her­mano de Darío, jun­to a Osval­do Bayer y Nora Cor­ti­ñas que recor­da­ran a sus her­ma­nos y com­pa­ñe­ros. Lo que sigue son los tes­ti­mo­nios que cada uno y una reali­zó, des­de el dolor, la admi­ra­ción y el cariño. 

¿Quién fue Maxi? Vani­na Kosteki.

Mi her­mano era un artis­ta, ése sí que era un
artis­ta, dibu­jan­te y escri­tor, un lucha­dor con por­ta­ción de poesía.
Tiran­do tra­zos, dis­pa­ran­do ver­sos, cur­só en dos escue­las con orientación
artís­ti­ca, don­de pasó infi­ni­tas horas pin­tan­do, gui­ta­rrean­do y cantando
fol­clo­re. Todos los días, a cada rato, entre sus tareas habituales,
Maxi iba libran­do sus pro­pios com­ba­tes cul­tu­ra­les. Y escri­bía, escribía
mucho, por­que sen­tía que la vic­to­ria venía por ahí: “La mejor pelea se
gana con pala­bras”. Tran­qui­lo, con la paz de los hones­tos, tra­ta­ba de
evi­tar los con­flic­tos inne­ce­sa­rios y jamás me deja­ba sola, nun­ca, porque
éra­mos muy uni­dos. De hecho, nos man­da­ban jun­tos a todos lados y
com­par­tía­mos gru­po tan­to en el club como en la igle­sia, entre tantas
otras cosas, como aque­lla últi­ma vez, en aquel cum­ple de mamá. Mi hijo
de 14 años tenía ape­nas 8 meses y vola­ba en los bra­zos de mi hermano,
que solía levan­tar­lo para agi­tar­lo con esa ener­gía de los tíos que
zama­rrean a sus sobri­nos, mien­tras las madres nos pone­mos ner­vio­sas. Me
pare­ce estar vién­do­lo aho­ra, ayer, maña­na. Cómo no, lo estoy vien­do ahí,
ese últi­mo día, tan joven, tan vital, tan feliz, ahí, jugan­do con sus
sie­te sobri­nos, dis­fru­tán­do­los a pleno. Bien podría decir que aquella
ima­gen con­tie­ne mi últi­mo recuer­do, pero se tra­ta de un recuer­do vivo,
acti­vo, vigen­te, por­que nues­tro gran sue­ño era com­par­ti­do: que­ría­mos ser
gran­des artis­tas y reco­rrer todo el mun­do a la par, publi­can­do cuentos
para chi­cos, escri­tos a dos manos e ilus­tra­dos con sus dibu­jos… ¿Qué
sien­to? Que lo extra­ño, que lo sien­to, que lo sien­to mucho. Y sí, me
resul­ta impo­si­ble dejar de pen­sar cuán­tas cosas podría­mos haber
com­par­ti­do, si no me lo hubie­ran arre­ba­ta­do, pero de algún modo las
segui­mos com­par­tien­do y, de algún otro modo, no es cier­to que hayan
podi­do arre­ba­tár­nos­lo. Pues si uste­des me pre­gun­tan quién fue Maxi, yo
les diría muchas cosas, pero hay una que les diría pri­me­ro: Maxi fue un
gran compañero.

¿Quién fue Darío? Leo San­ti­llán.

A 14 años de su par­ti­da, no ten­go pala­bras para
des­cri­bir a mi her­mano, de ver­dad, no las ten­go. Y si las tuvie­ra, no
alcan­za­rían, por­que día a día, año a año, apa­re­cen nue­vos recuer­dos en
mi men­te. Tenía un carác­ter muy fuer­te Darío, una impron­ta mar­ca­da que
le per­mi­tió ser gigan­te con tan solo 21 años, 21 años men­ti­ro­sos, que se
per­dían en la inmen­si­dad del res­pe­to que gene­ra­ba entre sus compañeros.
Mar­ca­do por dis­tin­tas cir­cuns­tan­cias de la vida, hubo una que lo
trans­for­mó y defi­nió para siem­pre: las nece­si­da­des que pade­cían los
veci­nos del barrio. Soli­da­rio, pro­fun­da­men­te soli­da­rio, enten­día también
que debía poner lími­tes, y sabía cómo hacer­lo. Jun­tos, pasamos
muchí­si­mas adver­si­da­des a lo lar­go de nues­tra vida, pero él siem­pre las
enfren­ta­ba, asu­mien­do las con­se­cuen­cias. Y miren si no habrá sido así
que aque­lla noche, el día antes de su ase­si­na­to, cuan­do está­ba­mos todos
reu­ni­dos en el local de Lanús, pre­pa­ran­do la mar­cha del día siguiente,
nos miró con toda su sere­ni­dad y nos dijo: “Maña­na van a matar
com­pa­ñe­ros”. Toda­vía nos sigue miran­do. Y sí, es muy fuer­te recordarlo
así, pero es nece­sa­rio para poder com­pren­der su lucha, para no
aban­do­nar­la. Nun­ca más. Por­que eso lo tenía cla­ro mi her­mano, tan claro
que algu­na vez me sen­tó para decir­me: “Mirá, Leo, yo no voy a ver la
revo­lu­ción; pero los hijos de mis hijos sí. Y los chi­qui­tos de nuestros
com­pa­ñe­ros pique­te­ros, van a diri­gir esa lucha”. En 2002, el pueblo
recién esta­ba des­per­tan­do de la cri­sis, pero él tenía fe, tenía mucha
fe, en los seres huma­nos. Enton­ces, si uste­des me pre­gun­tan quién fue
Darío, yo les res­pon­de­ría que Darío no fue una per­so­na: Darío fue miles
de per­so­nas, esos miles de chi­cos a los que dedi­có su vida con todo el
cora­zón, esos miles de chi­cos que hoy levan­ta­rán su ban­de­ra, en el
Puen­te Pueyrredón.

«Maxi y Darío somos todos» Osval­do Bayer.

Una bes­tia­li­dad. Aquel día todos fui­mos víc­ti­mas de
una bes­tia­li­dad, otra expo­si­ción más de la bru­ta­li­dad policial,
fusi­lan­do per­so­nas como si no for­ma­ran par­te de una demo­cra­cia. Y por
eso hoy, ven­go a sumar mi gri­to al gri­to de todos uste­des, como lo hago
todos los 26 de junio, hace ya 14 años. ¿Por qué? Por­que mataron
cobar­de­men­te a dos jóve­nes, a dos lucha­do­res, a dos com­pa­ñe­ros nuestros.
Y por­que sólo así, sólo siguien­do las hue­llas de quie­nes mar­ca­ron el
camino del pue­blo, podre­mos alcan­zar una mejor cali­dad de vida, una
demo­cra­cia capaz de erra­di­car la mise­ria, por­que pre­ci­sa­men­te de eso se
tra­ta la demo­cra­cia. Des­de siem­pre, como a tan­tos, me tocó resis­tir a la
repre­sión con­tra los movi­mien­tos popu­la­res que bus­can la igual­dad, pero
los gobier­nos no han apren­di­do nada. Siguen apre­tan­do, humi­llan­do y
piso­tean­do a la gen­te, ali­men­tan­do la des­igual­dad, mien­tras concentran
la rique­za, a las som­bras de las nece­si­da­des bási­cas insa­tis­fe­chas. Y de
las balas. Pero enton­ces, ¿quié­nes fue­ron Maxi y Darío? Dos militantes
de aba­jo, dos ami­gos de las cau­sas popu­la­res, dos enemi­gos del hambre,
dos seres huma­nos capa­ces de impo­ner su dig­ni­dad, con­tra la impu­ni­dad de
otros. Dos pupi­las que arden, en los ojos de todos nosotros.

¿Quié­nes fue­ron Maxi y Darío? Nori­ta Cortiñas.

Hoy, en esta fecha tan sig­ni­fi­ca­ti­va para todos los
lucha­do­res de la vida, se hace difí­cil no pen­sar­los, no recor­dar­los, no
extra­ñar­los. Se hace impo­si­ble. Mili­tan­tes popu­la­res, ambos, fueron
mucho más que “dos víc­ti­mas de la cri­sis”. Fue­ron nues­tros hijos, fueron
nues­tras hijas, fue­ron 30 mil com­pa­ñe­ros dete­ni­dos desaparecidos,
fue­ron gar­gan­tas pode­ro­sas. Algu­nos, dis­traí­dos, podrán pen­sar que ya no
están acá, pero noso­tros sabe­mos que sí, que nos acom­pa­ñan aho­ra y
siem­pre, por­que ellos han sido tan impor­tan­tes como lo siguen siendo,
para que todos poda­mos alcan­zar por fin una vida ver­da­de­ra­men­te digna.
Son ellos, los jóve­nes que luchan día a día, quie­nes dan el presente
cuan­do el Esta­do está ausen­te. Y somos noso­tros, quie­nes debemos
valo­rar­los, recor­dar­los y hon­rar­los, a toda hora. Por­que no sólo le
die­ron un ejem­plo a las nue­vas gene­ra­cio­nes: le die­ron su vida a la
mili­tan­cia, defen­dien­do la Patria para incu­bar jus­ti­cia social, esa
mis­ma jus­ti­cia social que exi­gía mi hijo Gus­ta­vo jun­to a tantos
com­pa­ñe­ros. Y enton­ces no, no me pidan que les res­pon­da quié­nes fueron
Maxi y Darío, por­que Maxi y Darío no fue­ron: Maxi y Darío son… Maxi y
Darío somos todos nosotros.

Los tes­ti­mo­nios fue­ron publi­ca­dos ori­gi­nal­men­te en la gar­gan­ta pode­ro­sa 

Itu­rria /​Fuen­te

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