Por Roxana Monteros, Resumen Latinoamericano, 28 de junio de 2020
En mi casa vivimos 11 personas: mi madre, mis cinco hijos y mi nietito, mis dos hermanos, mi marido y yo. Desde enero sufrimos el hostigamiento de las fuerzas, pero el miércoles pasado a la noche sufrimos un ataque terrible, un allanamiento sin orden: llegaron muchos efectivos en un operativo gigante, ya estábamos todos acostados y cuando mi esposo estaba por cerrar con llave, un policía abrió la puerta de una patada. Tres oficiales entraron y muchos más se quedaron afuera, además había cinco camionetas estacionadas y varios motorizados. De todos los que ingresaron, sólo uno tenía uniforme, el resto estaba con chaleco y ropa de civil debajo. Pregunté qué estaba pasando, por qué entraban con esa violencia. En ese momento lo agarraron a mi marido sin razón alguna y se lo llevaron a los golpes; a mí me agarraron de los pelos dentro de mi habitación, me tiraron al suelo y comenzaron a patearme entre los tres. Yo lloraba, gritaba, suplicaba que me dejaran ir, que dejaran de pegarme. Mi madre entre llantos empezó a llamar a la Jefatura para pedir que alguien se acercara para frenar la brutalidad que estábamos viviendo. Y yo, por otro lado, también tenía miedo de que alguien abriera la puerta y uno de los policías le disparara. Tenía terror por lo que me estaban haciendo y por lo que podían hacernos. En un momento, entre golpes, el jefe policial de la Regional Este, el efectivo Fabio Ferreyra, comenzó a manosearme: metió su mano por debajo de mi remera, me manoseó los pechos, después metió su mano en mi vagina. Cuando mi madre empezó a gritar más fuerte, me dejaron y se fueron corriendo.
Ahí vino mi hermana para socorrerme y me llevaron al Hospital Policlínico Santa Rita, donde me revisó un médico y me dio calmantes. El mismo doctor que me atendió, me dio un número de la comisaría de la mujer donde podía hacer la denuncia. Cuando mi madre llamó le dijeron que no le podían recibir la denuncia porque “también es una dependencia policial”. Entonces, nos mandaron a la Comisaría de Lastenia. ¿Cómo vamos a ir justo ahí, si de esa dependencia son los policías que abusaron de mí? Me fui directo a la Fiscalía, donde me atendieron los oficiales y me dijeron que no podía ingresar por el coronavirus.
Al día siguiente, la doctora me recomendó que fuera a la Comisaría de La Banda, donde estuve más de una hora esperando hasta que me recibió el jefe principal. Cuando le conté toda la situación, sólo me respondió: «Mire, señora, lo que le puedo ofrecer es que la Policía no la moleste nunca más. Porque si usted empieza a hacer denuncias, le va a tomar tiempo y va a tener que gastar plata». Yo le respondí que ya había soportado demasiado tiempo los abusos de la fuerza, el amedrentamiento constante a mi familia, y que ya no me iba a quedar de brazos cruzados. Me saqué la campera y le mostré todas las marcas que me dejaron. Llegaron a un extremo, se metieron en mi casa como dueños e hicieron lo que quisieron cuando les dio la gana.
Hoy no puedo salir a ningún lado sin sentir miedo, todo el tiempo me tienen que acompañar; mi madre y mi hermano se ofrecen, pero a él no lo dejo salir porque ya lo tienen marcado y lo viven golpeando. Incluso, en uno de todos los operativos que realizaron en mi casa, le sacaron un ojo de un disparo. ¡Se lo reventaron! Y cada vez que lo ven, lo agarran y lo golpean. Tengo mucho miedo y más que nada tengo miedo de que maten a mis hijos por la denuncia que realicé contra ellos. Quieren que nos callemos, que no digamos nada. Pero ya no lo puedo permitir más. Hoy estamos esperando que la Justicia actúe, para que estos delincuentes uniformados paguen por todo lo que nos hicieron.
* golpeada y abusada sexualmente por la Policía de Tucumán. Fuente: Garganta Poderosa