Por Martha Ortega. Resumen Latinoamericano, 4 de junio de 2020.
La
historia colombiana reciente debemos entenderla a partir del auge de la
mega industria mundial del narcotráfico que cabalga sobre el conflicto
armado más largo de la historia contemporánea, y que con frecuencia es
puesto en segundo plano. Esto ocurre, entre otras cosas, para evitar
explicar sus causas y evidenciar las debilidades estructurales de la
institucionalidad del estado colombiano en su conjunto.
Es
una realidad inobjetable: el narcotráfico es el motor que mueve la
política colombiana y su estrecha relación con Estados Unidos ha sido
determinada por la importancia que este factor de primer orden tiene en
la agenda política.
Ha
dado origen al Plan Colombia con ingentes recursos a fuerzas militares y
policiales para “el combate contra el narcotráfico y la lucha
contrainsurgente” que en gran medida se transforma en compra de equipos y
armas.
Tras bastidores, la cocaína es su principal producto de exportación cuyo destino es Estados Unidos.
Estados Unidos delega en Colombia el trabajo sucio
Desde
la llegada de Iván Duque al poder el 7 de agosto de 2018, la élite
colombiana ha intentado por todas las vías lavarse la cara
criminalizando al gobierno legítimo del presidente Nicolás Maduro.
Resalta
que durante la toma de posesión del jefe de Nariño, el discurso de
Ernesto Macías, presidente del Congreso para ese entonces, se planteara
la supuesta preocupación por el aumento del narcotráfico y se ratificara
la importancia de contar con el apoyo de EEUU para combatirlo.
“Hoy
recibe usted un país que tiene el deshonroso récord de ser el primer
productor de cocaína del mundo, más de 210 mil hectáreas sembradas, 921
mil toneladas métricas de cocaína (…) Colombia no puede quedarse con la
disculpa que recientemente planteó el ex presidente Santos a un medio de
comunicación, culpando a los EEUU del aumento de los cultivos ilícitos
porque los nuevos consumidores de cocaína se incrementaron en ese país.
Por el contrario, debemos asumir con decisión la erradicación y
sustitución de cultivos ilícitos, eso sí con el apoyo de ese gran aliado
de Colombia, Estados Unidos”.
Un mes después de la toma de posesión, The Inter-American Dialogue (tanque de pensamiento norteamericano dirigido a posicionar las percepciones estadounidenses sobre temas en América Latina) organizó un evento con el canciller designado por Iván Duque, Carlos Holmes Trujillo, donde tambiénparticiparon Francisco Carrión, embajador de Ecuador en Estados Unidos; Andrew Selee, presidente del Instituto de Políticas Migratorias; y Pedro Burelli, ex director externo de PDVSA.
El
evento estuvo centrado en la consolidación del relato de cómo “la
crisis de Venezuela afecta a la región” y las acciones políticas que
debían emprenderse en conjunto.
Más
allá de la conocida repetición de la narrativa antivenezolana, este
conversatorio resultó ser una especie de oficialización de la entrada en
escena del gobierno de Iván Duque en su rol de armador político de
Estados Unidos y su plan de intervención contra Venezuela.
Durante
el conversatorio, el moderador Michael Schifter (quien también fue
director del programa latinoamericano de la National Endowment for
Democracy) señaló que el recién electo presidente Duque tomaba su
mandato con preocupación por la “renarcotización” de las relaciones
colombo-estadounidenses, y preguntó a Holmes Trujillo sobre la
“preocupante” posibilidad de que, nuevamente, el tema de la droga fuese
la prioridad de las relaciones bilaterales, en desmedro del abordaje de
otros asuntos, en clara referencia al conflicto venezolano.
Por
otra parte, el embajador ecuatoriano Francisco Carrión afirmó que su
país ha sido generoso con Colombia al acoger a 300 mil colombianos
víctimas de la violencia, y que debido a esta situación a Ecuador le
resultaba casi imposible recibir a los migrantes venezolanos.
La
respuesta del canciller Holmes Trujillo fue que estaban dispuestos a
discutir con Ecuador las mejores salidas a estas inquietudes, pero dio
por concluida la discusión señalando que “este tipo de desacuerdos
podría afectar la cohesión política necesaria entre sus países para
coordinar ataques de distinta índole contra Venezuela”.
Claramente
el canciller colombiano dejaba saber que la finalidad de dicho evento
era pensar una coalición de países contra Venezuela. Los “otros asuntos”
a los que se refería Schifter.
El
infaltable momento “sorpresa” del evento ocurrió cuando un participante
anónimo que se identificó como “habitante colombiano del Chocó” se
comunicó vía telefónica para denunciar que su región “sirve de corredor
para el paso de cubanos y venezolanos que lo usan como puente para el
narcotráfico hacia Centroamérica y EEUU, lo cual ha generado en esta
zona un foco de violencia”.
Un conveniente testimonio a la medida de las intenciones antivenezolanas de Holmes Trujillo y el Inter-American Dialogue.
Control de daños pensado desde Washington
El
fracaso de la Operación Gedeón llevada a cabo a principios de mayo dejó
en clara evidencia el rol de Colombia y su papel de vanguardia de la
“coalición multilateral” contra Venezuela.
Iván
Duque y su mentor Álvaro Uribe han aceptado su rol como armadores de la
estrategia de Estados Unidos, dejando al desnudo la debilidad
institucional de todo el estado colombiano cuando su gobierno, por un
lado, asegura no tener nada que ver con la fallida operación mercenaria,
y por otro, denuncia públicamente la fuga de información desde sus
aparatos de seguridad que terminaron confirmando su participación
directa en la incursión fallida por las costas venezolanas.
Pero
la baja más importante de esta operación es la legitimidad del
interinato imaginario de Juan Guaidó. ¿Cómo negar sus vínculos con el
narcotráfico?
No obstante, los intentos por resucitar la estrategia Guaidó continúan desde el think tank The Inter-American Dialogue.
El 18 de mayo dicha institución nuevamente organizó un evento de corte antivenezolano denominado “Conversaciones con Juan Guaidó”,en el cual de nuevo Michael Schifter trazó la línea discursiva al afirmar que “buscar la manera de poner fin a la pesadilla que están viviendo los venezolanos ha sido y sigue siendo la más urgente prioridad de diálogo interamericano”.
El
foro organizado por Schifter tuvo la participación especial de la ex
presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, cuyas primeras palabras
expresaron “el gran honor que muy pocos jefes de estado han podido
tener”en referencia al recibimiento que le hiciera Donald Trump a Juan Guaidó en la Casa Blanca a principios de febrero.
Imposibilitada
para evadir el tema de la fallida Operación Gedeón, Chinchilla se
refirió a lo sucedido el 3 de mayo como “una situación a la que el
régimen ha logrado sacar provecho”, sugiriendo a Juan Guaidó que este
incidente lo llevaba “necesariamente a replantear o
reconsiderar el uso de la fuerza como uno de los escenarios para
resolver la situación en Venezuela”.
Chinchilla no tuvo reparos en repetir el desgastado mantra de “la
culpa es de Maduro” al referirse a la situación nacional, participando
como una pieza menor en el andamiaje de control de daños llevado
adelante por la mal llamada “comunidad internacional” después del
fracaso de la operación.
El último capítulo de la ya mencionada maniobra de control de daños para tapar la contundencia del fracaso de la Operación Gedeón tuvo lugar con la organización de la llamada “Conferencia de Donantes”, que se realizó con el supuesto objetivo de recabar 2 mil 800 millones de dólares para los migrantes venezolanos en países latinoamericanos.
En
el evento, en ningún momento se consideró a los miles de venezolanos
que están regresando al país, huyendo del colapso provocado por el
Covid-19 en estos países, así como de la marginación, la xenofobia y la
estigmatización.
El
retorno de los venezolanos a su país desmota un esfuerzo discursivo de
varios años, perfectamente fabricado desde estos tanques de pensamiento
con sede en Washington.
Vale
la pena preguntarnos, después de Gedeón, ¿cómo se articula de nuevo a
la llamada “comunidad internacional”? La respuesta es clara: organizando
una conferencia de donantes donde cada país exige su parte de dicho
dinero para formar parte de la “cohesión multilateral contra el
régimen”.
Sin sorpresa alguna durante la conferencia, Iván Duque señaló que:
“…si
bien esta es una reunión donde estamos hablando esencialmente de la
atención a los refugiados, esta tiene que ser una oportunidad para
manifestar con contundencia que si no termina rápidamente esa dictadura
en Venezuela, esa situación se va agravar”, sentenciando también que
debía “cesar la usurpación, hacer una transición amplia, elecciones
libres y reconstrucción”.
Queda
en evidencia que si algo tienen en común Guaidó y Duque es que rinden
honores a los mismos padres fundadores, los mismos que acaban de mandar
un contingente de más de 800 efectivos militares para la supuesta lucha
antidrogas en el Catatumbo colombiano.
No hace falta aclarar las intenciones reales de este movimiento.
La
migración venezolana de ida o de vuelta, la supuesta crisis humanitaria
y “la dictadura de Maduro” seguirán siendo las excusas perfectas de la
oligarquía colombiana para no verse el ombligo, para que otros no vean
su debilidad institucional, su guerra y su industria del narcotráfico
desplegado por la región.
Después de todo, hasta las lanchas que se desamarran allá terminan aquí en la tierra de Bolívar.
* Fuente: Misión Verdad