Por OLEP, Resumen Latinoamericano, 26 de junio de 2020.
¿CÓMO NO AMAR LA REVOLUCIÓN cubana si surgió de los sueños y la sonrisa más genuina, de personas con convicciones eternas? ¿Cómo no preservar el nombre de Celia Sánchez? Si sus anhelos se concretaban con sus manos que lucharon antes y después del triunfo por un mundo justo. Una mujer que supo ser humilde en cada acción y que desde niña aprendió a ser generosa, pues su padre Manuel Sánchez fue un médico rural solidario, siempre dispuesto a atender a los más pobres; un hombre de ideas claras y un político dispuesto a transformar la realidad dolorosa que veía día con día.
Celia se apegó mucho a su padre, pues su madre Acacia Manduley falleció cuando ella apenas tenía 6 años. Siendo apenas una niña aprendió a apoyar a los más necesitados sin discriminar a nadie, inspirada profundamente por los ideales de José Martí.
Así fue creciendo Celia y al ser la mano derecha de su padre en el consultorio se fue haciendo muy conocida, amada y respetada por toda su gente, pues su compromiso fue incondicional y constante con su pueblo al cual amaba a fondo.
Celia vivió hasta los 20 años con su familia en su lugar natal Media Luna, una ciudad azucarera; después continuó con sus estudios en Manzanillo y posteriormente se mudó con su padre a la Ciudad de Pilón donde ambos se adhirieron al Partido del Pueblo Cubano (ortodoxo), fundado por Eduardo Chibás, quien denunciaba la corrupción del gobierno.
En marzo de 1952 Celia se opuso firmemente al golpe de Estado orquestado por Fulgencio Batista, decidió desde ese momento y para siempre unirse a la lucha popular e insurrecta demostrando en cada acción un gran valor y un deber que la acompañaría hasta el fin de sus días; lucharía día a día con esos hombres y mujeres que despertaban a una nueva realidad.
Por ese compromiso se dirigió a Santiago de Cuba para enterarse de quién era Fidel Castro, ese hombre del que había oído hablar, pues ya estaba preso por el intento del asalto al cuartel Moncada, y que conocerlo comparte con él un mismo sueño.
Al enterarse de los planes revolucionarios que impulsaron desde el exilio Fidel y otros integrantes de lo que sería el Movimiento 26 de Julio, decidió apoyarlos incondicionalmente a través de una labor incansable.
Celia incorporó primero a personas de su familia para ayudar a hacer la revolución. A partir de ese momento Celia se volvió imprescindible para el movimiento, pues era una gran organizadora dispuesta a ser útil a su patria. Celia sabía impregnar una confianza absoluta, lograba formar redes de comunicación muy importantes en toda la costa para apoyar a los expedicionarios del Granma que habían partido desde México hacia Cuba comandados por Fidel Castro para continuar la revolución.
Al arribar estos, continuaron la lucha desde la sierra maestra. Celia y Frank País trabajaron intensamente para apoyar a los guerrilleros en la sierra enviando alimentos, armas y libros.
En febrero de 1957, Celia, Frank y otros dirigentes del Movimiento 26 de Julio se reunieron por fin con Fidel en la sierra para coordinar el desarrollo de la revolución. A Celia no le gustaba ocupar cargos directivos pero sí asumía tareas relevantes con su nombre de batalla: Norma. Ella fue un enlace que se encargó de conseguir información y proveer de víveres, así es como se volvió una colaboradora cercana de Fidel y como él diría años después no sólo su mano derecha sino también la izquierda, desde entonces y hasta su muerte en 1980.
Esto convirtió a Celia en la mujer más perseguida por Batista, pero ella con su ingenio e inteligencia logró sortear todos los peligros huyendo de ciudad en ciudad hasta que le fue imposible y el 19 de marzo subió definitivamente a la sierra maestra y se incorporó a la lucha revolucionaria convirtiéndose en la primer mujer que ocupó la posición de soldado combatiente, además de preocuparse por preservar para la historia documentos y notas.
También fue la principal promotora de la creación del pelotón femenino “Mariana Grajales”, al cual Fidel enseñó personalmente a disparar y nombró su escolta personal. Ya en el triunfo final de la revolución cubana las llamó para incorporarse a la caravana de la libertad hacia La Habana.
Celia apenas descansaba, siempre pendiente de las necesidades de sus compañeras, de los niños y de Fidel pues Celia después del triunfo continuó siendo imparable: traspasó fronteras con su ejemplo y al finalizar la lucha armada se dedicó a reunir a los niños huérfanos para garantizarles estudios y una vida feliz.
En 1962 se le nombró secretaria de la presidencia y del Consejo de Ministros. En 1964 creó la Oficina de Asuntos Históricos y al año siguiente integró el comité central del Partido Comunista de Cuba.
Celia trabajó 21 años por la revolución, ella insustituible ejemplo eterno de humanismo no sólo para Cuba sino para el mundo entero. Mujer siempre responsable e interesada en las necesidades de su pueblo escuchaba sus problemas y participaba activamente por solucionarlos.
Única y alegre, amada por todos, sabía que forjando el socialismo se forja la dignidad de los pueblos. Celia para todos y para siempre Madre de la revolución cubana.
NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección Mujeres construyendo historia del No. 54 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), junio, 2020.
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Fuente: Kaosenlared.