Por Polo Catellanos, Resumen Latinoamericano, 10 de junio de 2020.
Quizás una de las comunidades más complejas, por muchos factores, sea la comunidad artística y cultural. Una comunidad que pese a su enorme generosidad y solidaridad hacia su pueblo padece del estar sometida a las dinámicas del capitalismo, no solo en las rutas del mercado sino también en la conciencia del individualismo y muchas veces de la ignorancia.
Y justo esas dinámicas son las que mantienen una ruta donde algunos artistas carecen, en buena medida, de una conciencia de clase, manteniendo la soberbia y el pensamiento del artista pequeño burgués como un ente privilegiado, con derechos especiales y no la de un ciudadano con derechos colectivos y características específicas.
El artista pequeño burgués adopta su papel también a partir de una sociedad donde la cultura no es prioritaria y el arte no es indispensable, que lo obliga a competir por recursoslimosna del Estado que los sacraliza como especiales cuando tienen acceso a estos. Con ello viene el reconocimiento de la sociedad y no precisamente por sus creaciones sino por entrar a un retorcido establishment, donde se reconoce por lo general, lo artístico política y socialmente correcto, de un pensamiento oficial clasista que divide todavía hoy en día el arte de excelencia, arte popular y artesanía como tres conceptos incuestionables. Esa es la ruta de un gobierno que recibe instrucciones directas del capitalismo.
Y desde todas esas posturas, entre otras que tienen que ver con su identidad, su autobiografía y educación es que los artistas actualmente se debaten a veces por las migajas oficiales, lejos de ampliar la concepción y el espectro, para ver más allá y entender que el papel del estado es la de ser garante de una serie de derechos y no el administrador de una serie de limosnas a las que se accede desde la competencia. Por eso cuando los artistas se organizan y se manifiestan se vuelven un organismo muy fuerte porque ponen en tela de juicio no solo políticas oficiales sino al capitalismo mismo. Solo imaginemos un país sin libros, sin cine, sin arquitectura, sin música, sin museos, sin monumentos, sin pintura, sin artesanías, sin murales, sin poesía. Estaríamos chiflando en la loma y sumidos en la ignorancia, seríamos el andamiaje perfecto del capitalismo al servicio de unos cuantos.
El enemigo está en casa, la batalla que se libra desde la comunidad artística y cultural en México no es nueva, tiene décadas y sigue siendo el cumplimiento de sus derechos políticos, culturales, sociales, económicos, laborales y humanos, y hoy vuelven a tomar fuerza frente a una política de Estado que precariza aún más, excluye y discrimina a la comunidad y que, desde una doble moral henchida de mentiras y traiciones, pretende imponérsele a toda una nación.
Pero cuando el artista se organiza y va por la ruta correcta, en su mismo seno aparece el divisionismo, la soberbia, el individualismo y se muestran personajes como el envidioso, el protagonista, el traidor y el canalla, a veces en una misma persona. Aparecen también agentes pagados para desmovilizar, esquiroles culturales, fanáticos del régimen donde predomina la ignorancia y quieren convertir toda una lucha en los cangrejos de la cubeta.
Es lamentable y triste que artistas se presten a descalificar el esfuerzo de cientos y miles que están luchando por los derechos de todas y todos. Ya de por sí enfrentamos un enemigo que es ignorante en su naturaleza y que desde el poder quiere ejercer su capricho personal y la de sus patrones, queriendo dar lecciones ante la UNESCO sobre políticas culturales, ya enfrentamos a agentes asalariados metidos en toda la estructura cultural, que responden ciegamente a los mandatos de la corte y que utilizan las viejas prácticas dilatorias, burocráticas y megalómanas de las escuelas priistas y panistas y desde el mediocre podercito que se les confió. Ya es suficiente con eso como para todavía tolerar, no a quien difiere porque con ese se construye y se crece, sino al personaje que denosta, suplanta, destruye y violenta defendiendo su verdad como única y escondido, agazapado como hiena para brincar a la menor provocación. Qué triste. Pero afortunadamente son los menos, son esa mediocridad lastre de los movimientos, personas que nunca han hecho nada, nunca harán y seguirán cumpliendo el papel que ignoran: fortalecer la unidad de la comunidad artística y cultural.
Fuente: Rebelión.