Resumen Latinoamericano, 17 de junio de 2020—
El profesor Richard Falk ex Relator Especial de Naciones Unidas sobre los derechos humanos expone sobre el nuevo orden mundial de Trump basado en la fuerza y la prepotencia militar donde el derecho y la legalidad son pisoteados par los mas fuertes.
Por Richard Falk *
El plan israelí de anexionar partes de Cisjordania ocupada, hace gala de un escandaloso desprecio por el derecho internacional
Esta es una época de lo más extraña; casi todo el mundo estará de acuerdo en eso. La COVID-19 está destrozando vidas en todo el planeta por la pandemia o como resultado de sus devastadoras dislocaciones sociales y económicas. No sorprende que en un momento así emerja lo mejor y lo peor de la humanidad. Y sin embargo, aún peor que todos los pronósticos es la persistencia de la geopolítica de los gánsteress en sus diversas manifestaciones.
La intensificación de las sanciones estadounidenses en medio de la crisis sanitaria en países ya profundamente afectados como Irán y Venezuela es un ejemplo llamativo. Esta demostración de la primacía de la geopolítica se pone manifiesto en cómo EEUU ha rechazado los numerosos llamamientos humanitarios que se han hecho desde altas instancias para que suspenda las sanciones al menos mientras dure la pandemia. En lugar de suspensión y empatía encontramos a un Washington sordo que incrementa casi con regodeo su política de “máxima presión” aprovechando perversamente la oportunidad para aumentar el grado de sufrimiento.
Otro cuento tenebroso es el de la macabra danza israelí en torno a la inquietante ilegalidad de la anexión de partes de Cisjordania ocupada que ha prometido el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu.
Insistir en que toda anexión de territorio palestino ocupado viola expresamente las normas fundamentales del derecho internacional ya no se toma en serio. Tal vez por ello, Israel está a punto de anexionarse territorios sin ni siquiera intentar ofrecer justificaciones jurídicas que invaliden una norma ampliamente respaldada y estrictamente interpretada: que a un Estado soberano no se le permite anexionarse territorio extranjero adquirido por la fuerza.
Este caso de anexión implica además un repudio extremo del derecho internacional humanitario tal como lo consagra la Cuarta Convención de Ginebra. Equivale a una medida unilateral de Israel que modifica el estatuto del territorio de Cisjordania como territorio ocupado desde 1967 para situarlo bajo la soberanía de la autoridad territorial de Israel. Asimismo la anexión prevista pone en jaque directamente la autoridad de Naciones Unidas, que con un consenso contundente y mantenido en el tiempo, avala que la presencia de Israel en Cisjordania, Jerusalén Oriental y Gaza se sustenta únicamente en la fuerza y en la ocupación, haciendo depender cualquier modificación de una previa expresión autorizada de consentimiento palestino, lo que cuesta imaginar que se produzca alguna vez.
El “debate” de seguridad israelí
Por todas estas razones no sorprende que incluso pesos pesados israelíes, entre ellos ex jefes del Mossad y del Shin Bet, así como oficiales retirados del ejército estén dando la alarma. Por supuesto, en este debate interno israelí nadie se opone a la anexión porque viole el derecho internacional, o porque rechace la autoridad de Naciones Unidas o de la Unión Europea, o porque ignore los derechos inalienables de los y las palestinas.
Todas las objeciones a la anexión que se están planteando en el interior de Israel se refieren exclusivamente a preocupaciones varias relacionadas con los supuestos efectos negativos que tendría para la seguridad israelí. En particular, a estos críticos que forman parte del stablishment de la seguridad nacional de Israel les preocupa que los vecinos árabes se alarmen y se aleje aún más a la opinión pública internacional, especialmente a la europea; y en cierta medida a los críticos les preocupa que se debilite la solidaridad de los judíos estadounidenses y europeos con Israel.
El lado favorable a la anexión en el debate de la política israelí también menciona consideraciones de seguridad –especialmente con respecto al Valle del Jordán y los asentamientos– aunque en menor medida. A diferencia de los críticos, los más ardientes defensores de la anexión reclaman territorio.
Invocan un derecho bíblico judío a Judea y Samaria (conocida internacionalmente como Cisjordania). Argumentan este derecho remitiéndose a profundas tradiciones culturales judías y a los siglos de conexiones históricas entre una pequeña presencia judía y esta tierra considerada sagrada.
Al igual que los críticos israelíes de la anexión, sus partidarios no sienten la necesidad de explicar ni considerar su desprecio a las reclamaciones y derechos de los palestinos. Obviamente, los anexionistas no se atreven a argumentar que las reivindicaciones judías son más merecedoras de reconocimiento que las reivindicaciones nacionales palestinas habida cuenta de la inconsistencia de sus reclamaciones en términos de la moderna doctrina del derecho y de la ética de la justicia.
Como es habitual en la narrativa sionista, las reivindicaciones y aspiraciones palestinas, e incluso la existencia de un pueblo palestino, no forman parte del imaginario sionista salvo como obstáculos políticos e impedimentos demográficos.
Al mismo tiempo, el sionismo siempre ha sido tácticamente oportunista en lo que se refiere a proclamar el alcance final de su proyecto; antes bien, se ha centrado en lo que puede obtener puntualmente bajo determinadas circunstancias como si no aspirara a más.
Si se examina la deriva del principal objetivo del sionismo desde su creación se aprecia que nunca ha abandonado la aspiración de marginar a los y las palestinas en un único Estado judío dominante que abarcara toda la “tierra prometida” de Israel. En este sentido, el Plan de Partición de Naciones Unidas, aunque se aceptara como una solución en su momento, se entiende mejor como un paso para recuperar la mayor parte posible de la tierra prometida. En el curso de los últimos cien años y desde una perspectiva sionista, la utopía se ha hecho realidad mientras que para los palestinos la realidad se ha convertido en distopía.
Geopolítica de los gánsteres
El modo en que Israel y Estados Unidos abordan el preludio de la anexión es tan desalentador como la erradicación de los palestinos que comporta: los desecharán por ser una población obstinada a la que mantendrán fragmentada y tan desunida como sea posible para poder silenciar con eficacia su resistencia y su oposición.
Netanyahu se las arregló para asegurarse la aprobación de su plan de anexión en el acuerdo de gobierno de unidad con su rival convertido en socio de coalición, Benny Gantz. La única condición previa para la propuesta que va a presentar después del 1 de julio fue que se fijara el trazado de la anexión a las asignaciones territoriales que establece la propuesta notoriamente unilateral de “Paz para la prosperidad” presentada por la administración Trump.
Incluso antes de haberse divulgado el plan de paz de Trump, la aprobación tácita de la anexión por parte de Estados Unidos casi nunca se puso en duda. Así se desprende del respaldo de Trump a la anexión israelí del territorio sirio ocupado de los Altos del Golán en marzo de 2019.
Como era de esperar, la América de Donald Trump no plantea discrepancias, ni le susurra a Netanyahu que ofrezca al menos alguna justificación legal, ni siquiera brinda una excusa sobre los efectos negativos de la anexión para las perspectivas de paz de Palestina. Por el contrario, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, dio luz verde a la anexión de Cisjordania incluso antes de que Israel formalizara su pretensión, y declaró de manera provocativa que se trata de una cuestión que compete determinar a los israelíes (como si ni los palestinos ni el derecho internacional tuvieran relevancia alguna). Añadió que EEUU transmitirá sus opiniones en privado al gobierno de Israel.
En el trasfondo no revelado, la barbaridad de la iniciativa de anexión parece destinada a neutralizar a Naciones Unidas y a atenuar las críticas internacionales contra Israel. Cuentan con que la anexión recibirá una enérgica denuncia retórica de algunos dirigentes europeos y posiblemente del hipotético candidato presidencial demócrata Joe Biden, pero sin que se sume ningún impulso serio para una campaña internacional que revierta la apropiación de tierras palestinas.
Como ha pasado otras veces, después de algunos días de cobertura mediática las preocupaciones probablemente disminuyan y el mundo siga adelante. Hasta los palestinos, desalentados por años de espera infructuosa, parecen estar padeciendo, aunque sea puntualmente, una mezcla de fatiga de la resistencia y de iniciativas de solidaridad ineficaces.
Tal valoración es una señal más de que las relaciones entre Israel y Estados Unidos se están manejando según la “geopolítica de los gánsteres” y sin prestar atención al derecho internacional ni a la autoridad de Naciones Unidas. Es un acto despreciable que se lleva por delante el derecho y la ética para despejar el espacio político y robar tierras por la fuerza.
Tanto EEUU como Israel están siguiendo un patrón de comportamiento oficial inadmisible: en primer lugar, por la naturaleza arrogante de la exigencia de la anexión israelí. En segundo lugar, porque antes de seguir adelante con la anexión, la única certificación de sello geopolítico que Israel debe obtener es la aprobación del gobierno de EEUU. En tercer lugar, por la jugada del gobierno de Estados Unidos de devolver la pelota a Israel diciendo que la decisión de la anexión es de Israel aunque le dará el beneficio de su opinión sobre el asunto en privado, presumiblemente sobre las tácticas de la elección del momento y de presentación, sin ninguna consideración de cuestiones de principio.
Hay una fantasmal melodía que acompaña a esta danza macabra. Israel contiene su unilateralismo con un gesto de deferencia geopolítica y, con esta apariencia, actúa como si la aprobación de EEUU importara, como si fuera algo más que una muestra de apoyo político. EEUU no cuestiona la lógica israelí pero no quiere aceptar la responsabilidad de mostrar públicamente su aprobación. Declara públicamente que Israel es libre de actuar como desee aunque evitando, al menos por el momento, cualquier expresión pública de aprobación o desaprobación con respecto a la anexión.
Es poco probable que esto cause problemas a medida que se aproxima la fecha de julio, especialmente porque Israel presentará la anexión como una aplicación parcial de las propuestas de Trump.
Sospecho que el mensaje privado de EEUU será de aprobación discreta, lo que sin duda Netanyahu considerará que satisface el acuerdo con Gantz.
Lo que sobresale aquí es la arrogancia de la política de anexión. No sólo se dejan de lado las reglas y procedimientos del ordenamiento público internacional sino que el discurso interno sobre la transferencia de derechos se plantea como si las personas a las que afecta fueran irrelevantes, una especie de “orientalismo interno”. Tal es la realidad de la geopolítica de los gánsteres.
*Richard Falk es Profesor Emérito de Derecho Internacional de la Universidad de Princeton e investigador del Centro de Estudios Mundiales Orfalea. También ha sido Relator Especial de Naciones Unidas sobre los derechos humanos palestinos.
Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós
Fuente en Español: Rebelion.org ////PALESTINALIBRE.org