Por Voces en lucha. Resumen Latinoamericano, 12 de junio de 2020
Vivimos tiempos tan extraordinarios como extraños. La crisis sanitaria provocada por el virus SARS-CoV‑2, que causa la enfermedad del Covid-19, ha logrado algo nunca visto. El capitalismo es experto en imponer hábitos de vida y reproducir perversas formas culturales. Sin embargo, el SARS ha transformado los hábitos de la mayoría de la población mundial a una velocidad insólita.
Podríamos pensar que es atrevido vincular esta pandemia con otro tipo de epidemia llamada capitalismo. Más allá de teorías conspirativas que sitúan el origen del virus en laboratorios estadounidenses o chinos según la posición ideológica, cada vez son más las evidencias científicas que lo relacionan con un origen animal. En tal caso, el actual modo de producción agropecuario (agrotóxicos y cría intensiva de animales), es un factor muy probable de transmisión de esta y otras enfermedades de animales a humanos.
Si algo está evidenciando este virus, es la diferente reacción de los países ante la amenaza. El aislamiento temprano priorizando la vida a la economía, demuestra eficacia como medida de contención. Unido a esto, la fortaleza, debilidad o ausencia en las diferentes realidades nacionales de eso que podemos llamar la arquitectura del cuidado colectivo. Es decir, los servicios públicos.
El Estado de Bienestar europeo arrastra hace décadas un proceso de descomposición. España es un buen ejemplo. La creciente privatización de la salud y el fortalecimiento de sistemas privados es proporcional a la precarización del sistema público, penetrado por las empresas mediante el mecanismo de la subcontratación en la gestión de servicios. Las listas de espera aumentan y hay que priorizar casos, desahuciando vidas.
En esa situación llega el Coronavirus a España. Tras una lenta reacción, la infección se dispara. Los centros de salud se desbordan. Los seguros privados se lavan las manos. No atenderán la enfermedad. El desastre sanitario inunda las pantallas del mundo. Los médicos deben elegir a quién salvar. España se convierte en el segundo país del mundo en número de contagios confirmados. Hoy se acerca a los 290.000 casos y los 27.000 fallecidos.
En otras latitudes del planeta, el virus también ha llegado, aunque más tarde y en condiciones diferentes. Bárbara Batista es profesora de un Círculo Infantil en Nuevo Vedado y vive en un barrio popular de Marianao, municipio de La Habana. En Cuba se valora enormemente la experiencia, por eso los mayores de 65 años pueden seguir trabajando y aportando a la comunidad.
Cuando se descubrió el primer caso de Covid en Cuba, en 3 turistas italianos el pasado 10 de marzo, se envió a todos los mayores de 65 años a sus casas para garantizar su seguridad. “Solo los militares y altos cargos del gobierno con puestos de gran responsabilidad, siguieron trabajando”, nos cuenta Bárbara, quien está en ese primer grupo que tuvo que guardar cuarentena.
Dos meses y medio después, con más de 2.000 casos confirmados y 83 fallecidos, toda la población, salvo trabajos esenciales de cuidado, está en sus casas. Bárbara sigue desarrollando su labor docente con trabajo virtual, enviando actividades por teléfono a sus niños en coordinación con los padres.
¿Cómo vive un país bloqueado esta crisis?
“Hay mucha unidad entre la gente”, cuenta Bárbara. “Yo hago frijoles, me falta harina, le pido a María, la vecina, y ella dice: “mañana yo cocino los frijoles´”. La solidaridad en los barrios de Cuba no solo se expresa en ese tejido informal. Las organizaciones comunitarias barriales, como los CDR, asumen el cuidado llevando insumos y alimentos a las casas de la población más vulnerable como personas mayores o embarazadas. “Se están tomando muchas medidas para prevenir. Los muertos hasta ahora son personas con antecedentes muy graves”.
Se han habilitado las universidades para casos que deben guardar aislamiento. Allí, son cuidados y atendidos médicamente por personal de salud que trabaja 14 días y se aísla otros 14 para evitar extender la enfermedad. Los universitarios apoyan, voluntariamente, con la cocina y la limpieza.
Todas
las noches, a las 9:00, Bárbara, como casi toda Cuba, sale al portal
a aplaudir al personal médico. Con el fondo musical del televisor
cantando versos como esos de Buena Fe que dicen “Qué estoy
haciendo aquí /Amando a este país como a mí mismo /No, qué va /
no hay heroísmo/Vine a darle un beso al mundo y nada más”, el
pueblo emocionado aplaude a sus “antihéroes´.
Uno de esos “antihéroes´ es el Doctor Oscar Villa, especialista en Gastroenterología y Responsable de la consulta de Intestino Delgado y Enfermedades Malabsortivas en el Instituto de Gastroenterología de La Habana. Hasta allí se desplaza en vehículos habilitados para trabajadores desde el municipio 10 de octubre, donde vive. “En mi casa solo salgo yo, descanso solo 4 horas al día. Me levanto a trabajar, regreso a buscar los alimentos de mi casa en un punto específico, salgo a ver los pacientes mayores que lo necesitan y regreso a trabajar en la casa en las investigaciones y docencia”.
La
prevención es la base de la medicina cubana. Estudiantes de medicina
se desplazan a los barrios, informan y consultan casa por casa por la
salud. De detectarse casos con síntomas, un médico visita el lugar.
“Cuando hay un positivo, se le realiza el test a todos los
contactos. Si hay un área comprometida, se hace a la población del
área. Cuando una cuadra, manzana, barrio o incluso municipio entero
entra en cuarentena, se les garantiza la alimentación para que no
tengan que salir a nada. Se suma a las brigadas de atención todo el
pueblo que pueda, jóvenes principalmente, ya sean estudiantes o
trabajadores. Se les ha garantizado los medios de protección, pero a
su vez, el mismo pueblo ha empezado a coser nasobucos, crear caretas
protectoras y lo regalan, en especial al sector de la salud”,
relata el doctor. La televisión en Cuba siempre ha jugado un rol
como herramienta de educación popular. Hoy, “está constantemente
dando orientaciones del cuidado, profilaxis y cómo superar los
posibles trastornos psicológicos que provocan las cuarentenas”. De
la misma forma, “se están dando clases de todas las asignaturas
por años de escolaridad, desde primaria hasta pre universitario”.
Madrid es la ciudad del mundo con mayor número de muertes por millón de habitantes. Sin embargo, el Partido Popular, que gobierna Comunidad y Ayuntamiento, pretende entrar en la Fase 1 de la cuarentena. El ministerio de Sanidad rechaza semejante locura. Ante el colapso sanitario, Madrid tuvo que habilitar un hospital de campaña que parecía más un campamento militar. El 1 de mayo pasado, prohibidas las manifestaciones por el día de los trabajadores, la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, clausuró ese hospital improvisado con una especie de fiesta multitudinaria del abrazo por el trabajo realizado, invisibilizando que la sola existencia de ese lugar era la manifestación de un fracaso. La misma presidenta, ante las críticas por su decisión de repartir “comida basura´ a los niños más empobrecidos, respondió que “mejor comida basura que el menú de Venezuela”.
Al otro lado del charco, Venezuela vive la cuarentena con un nuevo sobresalto, un intento de invasión iniciado por mercenarios entrenados en Colombia por una compañía de seguridad privada radicada en La Florida. Semanas atrás, EEUU acusó a Venezuela de suponer un riesgo de contagio para la Región. Cuando se detectan los primeros 5 casos de Covid, sin ningún fallecido, Venezuela toma las primeras medidas. El 17 de marzo se decreta la cuarentena y se prohíben los vuelos desde Europa y Colombia, origen de esos primeros afectados. Hoy es uno de los países de la Región con menos contagios y muertes, con alrededor de 1500 casos confirmados y 14 fallecidos en un país de casi 30 millones de habitantes.
Ángel González vive en Barquisimeto y tiene años de experiencia y acompañamiento en el área de la infancia. Desde la Coordinadora Regional de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores, CORENATs, de la que es fundador, desarrollan trabajo de formación y educación en barrios populares.
Para Ángel, además de la rápida respuesta del gobierno, que desde la llegada del virus a América Latina desplegó una gran campaña informativa, es importante el rol de la población en la contención de la enfermedad, tanto en la actitud de respeto a las medidas decretadas como mediante la existencia de organizaciones populares, creadas “para el desarrollo de políticas públicas en diferentes áreas, a nivel educativo, comunitario, salud,…”. Organizaciones comunitarias como los Consejos Comunales, UBCH y CLAP, “se han coordinado con estructuras institucionales como los CDI y los módulos de atención médica, el Barrio Adentro…
Por ejemplo, los recorridos casa por casa de los médicos comunitarios en compañía de estas organizaciones que conocen la realidad han sido claves para la contención”. De la misma forma, destaca, este tejido comunitario ha permitido el suministro tanto de alimentos como de medicinas. “De no existir estas estructuras organizativas hubiese sido mucho más difícil poder dar respuesta a las comunidades frente al tema de la pandemia, dada la situación económica que tenemos en Venezuela producto de la guerra económica y el bloqueo”.
Estos tiempos extraordinarios tienen la virtud de convertir en extraño lo que debería ser normal y normalizar lo extraordinario. Los países capitalistas roban cual piratas material sanitario para la protección ante la pandemia. ¿Es normal? Trump afirma que el Covid “está bajo control” y recomienda inyectar desinfectante. Bolsonaro afirma que el virus es una pequeña gripe. Ambos países son líderes mundiales en contagios. ¿Es normal? Hoy salir a un parque es extraordinario. Y lo vivimos extrañados. Es lo normal. Sin embargo, ¿Llegaremos a normalizar esta realidad de excepción?
En España el índice de suicidios en personal médico ha aumentado en los últimos años, en especial en mujeres, destacando la profesión médica sobre otras. ¿Es normal o tiene relación con la reducción de plantillas y la mayor carga de trabajo producto del desmantelamiento del sistema público?
La palabra público procede de publicus, que a su vez deriva de populicus, lo que pertenece al populus. La cosa pública, pues, debe contemplar a todo el pueblo. A todo. Bárbara relata cómo se emocionó ante un acto de solidaridad y humanismo. “Hoy me dieron ganas de llorar. Hay una señora que vive cerca de acá que siempre anda sucia… A ella le dan desayuno, almuerzo y comida en un comedor comunitario del Estado. Ahora, con el Covid, le traen la comida a casa. Hoy los muchachos llegaron con un carretón tirado por un caballo que los dueños han puesto a disposición de los estudiantes de la universidad y otros trabajadores para llevar los alimentos”.
“Una cosa que están diciendo es que aquí en Cuba se pasa hambre. Aquí nadie se acuesta sin comer, aunque no trabaje”, continúa Bárbara sin disimular su enfado. “Todos los días hay harina, viandas, ensaladas. El agro siempre está surtido y muy económico. El gobierno está controlando las situaciones de acaparamiento, porque hay gente que quiere sacar provecho de la situación”. Ahora se han habilitado compras virtuales por teléfono con un incremento de 60 centavos por encima del precio por el servicio de llevarlo hasta la casa. “Yo hoy compré detergente y jabón. Intento salir lo mínimo”, cuenta.
La maquinaria cultural es experta en generar demonios. Crea matrices de opinión internacional que convierten procesos vivos como el de Cuba o Venezuela en monstruos represivos, subhumanos. Es la deshumanización del otro, la demonización. Eliminar lo monstruoso siempre estuvo bien visto.
“Han llegado a decir que Cuba y China se han puesto de acuerdo para crear esta enfermedad y vender el Interferón”, comenta Bárbara. El Interferón es un medicamento cubano con grandes resultados en el tratamiento de la enfermedad. Sin embargo, debido al bloqueo contra Cuba, pocos países lo utilizan.
Desde realidades donde el imaginario individualista ha calado, es difícil entender la importancia del cuidado colectivo. El Doctor Oscar relata cómo “en Colombia hay médicos que se han quejado de que les han negado la entrada a los centros comerciales por miedo. Aquí ha sido lo contrario, los médicos llegan y les dan prioridad en las colas para que salgan rápido y descansen. Ahora se empezaron a distribuir módulos de comida y aseo por centros de trabajo para que nadie tenga esa preocupación”.
El médico cubano está hecho de otra pasta. No por generación espontánea, sino por formación. 26 brigadas médicas desplegadas en 24 países del mundo combaten el Covid-19. Bárbara relata: “estamos rezando para que no se enferme ninguno. La Brigada de Lombardía está en el ojo del huracán. Italia ha mostrado su agradecimiento a nuestros médicos”.
El ejemplo médico cubano rompe el cerco internacional. Gran Bretaña pide que se levante el bloqueo a Cuba y expertos de la ONU instan a EEUU a eliminar las sanciones durante la pandemia. EEUU responde obstaculizando la llegada a la isla de respiradores artificiales y medicamentos. “Nosotros estamos orgullosos de nuestros brigadistas. Al fin y al cabo, esa es la bala más dura de nosotros. Ellos ya estuvieron combatiendo el Ébola”. Es el ejército de batas blancas. El contingente Henry Reeve está especializado en situaciones de desastres y graves epidemias. Hoy se está proponiendo para el premio Nobel de la Paz.
“Ustedes son héroes de la clase trabajadora”, le comentamos al Dr. Oscar. “Todos lo somos, el pueblo trabajador es un todo”, afirma. “En España se critica que los médicos en Cuba cobren un salario similar a otros trabajadores”. Se queda pensando y responde: “Yo salvo vidas, pero llego rápido a un hospital en ambulancia para hacerlo, ambulancia que diseñó un ingeniero mecánico, la armó un mecánico con piezas que hizo un tornero, fuimos rápido y sin peligro por un puente que hizo un ingeniero civil y llegamos a un hospital construido por varios ingenieros y albañiles.
Todos somos necesarios, todos salvamos esa vida”. Qué decir ante esto.
En estos tiempos extraños y extraordinarios, se cantan loas al individuo y se aborrece la comunidad. Esta epidemia evidencia las otras pandemias que amenazan al ser humano. El tejido comunitario no solo sirve para combatir al SARS, también previene de otros virus. Lo hemos visto estos días en Chuao, un pueblito de pescadores de la costa venezolana que, junto a la policía regional, logró detener el ataque de un grupo de terroristas con armas de alto calibre y equipo militar, amarrarlos y capturarlos.
En medio del desastre sanitario mundial, la agresión económica contra el pueblo de Venezuela no ha cesado, “muy por el contrario, los poderes mundiales, en especial el gobierno de EEUU, con sus aliados internacionales, han considerado que es una ocasión ideal para aumentar el nivel de presión. Esto ha significado en lo concreto mayor bloqueo en las finanzas, el bloqueo constante en la adquisición de medicamentos…”, relata Ángel Osiel.
Dificultades que hace rato vienen enfrentando organizaciones comunitarias como la CORENATs, que desde hace 17 años organiza a niñas, niños y adolescentes trabajadores (NATs) en el campo y la ciudad. “En el tema de la producción y la soberanía alimentaria, venimos desarrollando propuestas productivas para generar mecanismos de dignificación de la vida de los NATs y sus familias”. De la misma forma, desde la llegada del Covid, los propios niños y colaboradores se incorporaron a la campaña de sensibilización, prevención e información ante la enfermedad.
Es la otra Venezuela. La otra Cuba. Esas que los medios normales invisibilizan y tratan como anormales. Esta realidad pandémica deja muchas lecciones y puede que más transformaciones. La arquitectura del cuidado colectivo atañe a lo comunitario y sin duda al Estado, que hoy evidencia su papel. Los países que ponen en el centro la vida digna son convertidos en anormales por la industria cultural de los países que deciden poner en el centro al capital, que reparten lecciones de normalidad.
En estos tiempos tan extraordinarios como extraños, deseamos regresar a la normalidad. Cuando así nos expresamos, nos referimos a la normalidad de antes de la pandemia, que tiene mucho que ver con la actual anormalidad. Nadie quiere normalizar esta excepción. Sin embargo, ¿deseamos regresar a esos tiempos normales en que la bestialización se normaliza y la vida digna se asume anormal?