Por Adriana Meyer, 23 de julio de 2020.
Estuvo prófugo en Uruguay porque cuando se movilizó contra la reforma previsional macrista, la ex ministra de Seguridad Patricia Bullrich le inició una causa por intimidación pública. En la charla con PáginaI12 habla de todo: lo que pasó ese día, el famoso «mortero», su detención actual; la militancia y el deseo de conseguir un trabajo.
Desde el 25 de junio, cuando llegó extraditado desde Uruguay donde estuvo «en rebeldía» casi dos años y medio, permanece en la Superintendencia de Investigaciones de la Policía Federal.
Sebastián Romero habla rápido, como si quisiera recuperar el tiempo ¿perdido? Lo primero que dice cuando atiende a PáginaI12 es que «está todo bien», y enseguida se ríe como si pensara todo lo bien que se puede estar privado de su libertad. Desde el 25 de junio, cuando llegó extraditado desde Uruguay donde estuvo «en rebeldía» casi dos años y medio, permanece en la Superintendencia de Investigaciones de la Policía Federal, ubicada en Madariaga y General Paz, a disposición del Ministerio de Seguridad porque el Servicio Penitenciario Federal no acepta nuevos presos a raíz de la pandemia. Identificado por la mayoría de los medios como «Gordo Mortero» –porque en la foto que se difundió luego de aquella intensa jornada de protesta y represión tenía una especie de mortero con pirotecnia atado a una rama– el delegado de General Motors y militante del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) fue detenido el 30 de mayo en el país vecino. Estaba prófugo desde el 18 de diciembre de 2017 en la causa por intimidación pública iniciada por la exministra Patricia Bullrich contra una decena de manifestantes, luego de la masiva protesta contra la reforma del sistema jubilatorio.
Con su familia solo tuvo contacto telefónico, pero se sintió aliviado. «Me fortalece para seguir firme en la lucha», dijo en diálogo desde la alcaidía de Madariaga. Romero nació y creció en Rosario, en el barrio Fonavi con una familia numerosa y trabajadora y estudió en escuelas públicas. «Soy un pibe de barrio, hice lo que la mayoría: estudiar, trabajar, progresar pero con las trabas que nos ponen a la clase trabajadora». Intentó seguir la carrera de Ciencias Veterinarias y luego Psicología, pero tuvo que dejarlas y trabajar. «Pasé mi juventud con mis compañeros de fábrica, en la General Motors me eligieron delegado y entré en el activismo, conocí a mi partido el PSTU (Partido Socialista de Trabajadores Unificado) y empezamos a discutir de política, antes era apolítico, criticaba al sistema pero no veía salida por la política, como la mayoría de los de mi edad». Sebastián Romero tiene 35 años, es de Boca, sus padres viven, tiene 5 hermanos y 10 sobrinos. A veces juega al fútbol en picaditos para pasar el rato con amigos y compañeros de trabajo. «Pasiones por afuera de lo político no tengo, ahora estudiaré psicología social, en los tiempos libres leo e investigo, soy autodidacta».
–¿Cómo fueron esos años?
–Entré a los 20 años al sector carrocería, mi posición en la fábrica siempre fue muy difícil por defender los derechos de mis compañeros y la democracia operaria para que haya asamblea, fui perseguido por la empresa y por el Smata. Me hicieron fraude electoral dos veces. 2017 fue un año muy duro, se venían despidos, la situación económica iba empeorando. En marzo el Smata y la empresa hicieron un acuerdo por suspensiones de 350 trabajadores, yo entre ellos, por seis meses cobrando la mitad de salario, luego venía el despido. Además, en mi barrio por falta de obras se caían las escaleras, dos vecinos se lastimaron gravemente por los derrumbes, como militante socialista estuve organizado en mi barrio y en mi trabajo, en riesgo la vivienda y el laburo. Veía muy de cerca la necesidad entre mi gente, no se podía pagar el arreglo de la escalera. Fue un golpe de conciencia masivo, en todas las fábricas se discutía decir no a la reforma laboral ni previsional. Había bronca, la gente quería organizarse porque las direcciones se quejaban pero no planteaban un plan de lucha concreto. El 17 de diciembre, luego de muchas asambleas decidimos ir a Buenos Aires los suspendidos.
–¿Qué pasó ese día?
–Llegué a Buenos Aires, cerca de las 10 de la mañana en la plaza busqué la columna de mi partido junto a las demás organizaciones, era una movilización gigante, no estaba acostumbrado a tanta gente salvo a las que habíamos ido por Santiago Maldonado. Estábamos cantando, tomando agua y conversando. La gente rechazaba masivamente el plan económico del gobierno de Macri, que hasta hoy seguimos pagando. Ese día hubo mucha represión. Estábamos junto al FIT, siempre movilizamos juntos.
–¿Hubo algún tipo de prevención de las organizaciones por lo que podía pasar?
–No. Lo que dijeron los medios de que fui el organizador no es cierto, nunca ocurrió. Siempre llevamos bombas de estruendo a marchas y asambleas, es muy común. En ningún momento pensamos que se iba a desatar semejante represión. La organización se había juntado para decidir las consignas, las multisectoriales planteaban el repudio a la represión del día 14 a otra manifestación contra la reforma previsional, ese día no sesionó el Congreso, lo pasaron para el 18. El Smata empezó a decir en la fábrica que no tenían que aprobar esa reforma porque sino se venía la laboral, había que parar y movilizar, un sector del sindicato movilizó, pero no estaban en la primera línea. Fue una situación muy tensa, se corrían a mi izquierda, algo estaba pasando. Luego tiraron gases donde estaban nuestras columnas pero no podíamos retroceder por la cantidad de gente que había. La primera línea arrojaba piedras, pero empezó a crecer el número de personas y se generó una batalla campal. Le devolvíamos los gases, y en ese momento tenía un mortero atado a una rama que usamos para tirar al aire, y me sacaron una foto y un video para mostrar que yo era el que estaba agrediendo.
–¿Un mortero?
—Es de venta libre, viene el tres tiros con un cilindro de goma y ahí ponés el cohete para prenderlo. No era nada de fabricación casera, era la rama que agarré en la movilización y la até con cinta, lo improvisé en el momento. En las movilizaciones es muy común usar pirotecnia, yo me estaba defendiendo con un cohete de venta libre, la policía estaba armada con balas de goma, los gases lacrimógenos, las motos, los camiones hidrantes, la relación de fuerzas era muy diferente. No era una cuestión de defenderse sino de frenar la represión porque estábamos acorralados sin poder salir para ningún lado. En la primera línea la rabia era tan grande que se defendían con lo que tenían a mano.
–¿Qué hizo cuando todo terminó?
–Me estaba yendo para volver a Rosario, los medios masivos repetían mi imagen, decían que yo era peligroso, de todo.. me mataron, Bin Laden un poroto al lado mío. Se había pedido mi detención, hablé con mi abogado para que respondiera que yo nada más tiré una bomba de estruendo, no lastimé a nadie, pero en ese momento el gobierno de Macri se ensañó conmigo, los medios masivos reprodujeron mi imagen tantas veces que me querían preso. Empecé a recibir mensajes en mi teléfono y por las redes sociales, y me asusté. Me imaginé que me iban a linchar, eran mensajes de odio, amenazaron a mi familia, ellos nunca se imaginaron semejante cosa, muy angustiante.
–¿Cómo decidió ponerse en rebeldía?
–El juez me negaba la excarcelación. Hubo allanamientos y detenciones, personas se presentaban y las detenían como César Arakaki y Dimas Ponce, del PO, aprobaban leyes con una manifestación masiva en la calle y pensé que podían hacer cualquier cosa.
–¿Qué puede contar de esos casi dos años y medio como prófugo?
–No fue fácil, tuve que dejar de ser yo, no pude ver más a mi familia y amigos. Pero era una manera de demostrar lo que sufrimos los trabajadores con políticas que los gobiernos hacen y matan a muchas personas, yo no acaté ir preso por tirar un cohete en una marcha y hay genocidas que están en sus casas. Nos piden a los ciudadanos que estemos a derecho cuando nuestros derechos son violados. Fue difícil pero necesario.
–¿Tuvo miedo que le pasara algo en la cárcel?
–Vivo en un barrio de la periferia, conozco muy bien cómo son los servicios penitenciarios y como actúa la policía, a eso no temía. La decisión política de ese momento, la política de las fuerzas represivas de amedrentar tanto, de alentar a la rabia sobre un sector, fue un agravante. Tuve miedo por las amenazas, que en la cárcel me iban a pasar un montón de cosas me decían.
–¿Estuvo afuera del país? ¿Tuvo ayuda de quiénes?
–Sí, tuve que irme. La clase obrera es mundial y es solidaria, siempre hay solidaridad.
–¿Cómo lo encontraron?
–Estaba regresando para Argentina, y en la aduana del Chuy cuando presenté la documentación saltó mi pedido de captura y me detuvieron. Tomé la decisión de volver porque no se puede estar toda la vida así. En cierta manera confié al haber un cambio de gobierno, y ver que muchas cosas se están haciendo seriamente en la pandemia. Fui perseguido por el gobierno de Macri, ahora está el gobierno de Fernández y yo estoy preso, por una reforma que hizo morir de hambre a muchos viejitos, y de tristeza. Parece que son números pero no, en mi barrio no podían salir a comprar gas natural.
–¿Pensó que al regresar podría quedar en libertad?
–No soy ingenuo, mi imagen fue acribillada como alguien malo por los medios hegemónicos, con un gobierno diferente ahora esto más que un juicio es una decisión política. Me negaron la excarcelación, el juez Rodolfo Canicoba Corral, y sigo acá preso. Mi compañero Daniel Ruiz estuvo preso más de un año y está en juicio, pero en libertad. Organizaciones tanto barriales como internacionales están pidiendo mi libertad.
–¿Habló con Ruiz?
–Sí, le agradecí por haber bancado toda la situación, sabemos que está primero el camarada que uno mismo. Había un millón de pesos de recompensa por mí, así que lo tiraron a la jaula de los leones para que alguien le hiciera algo a cambio de información, pero sus compañeros presos lo trataron muy bien. Hay dignidad, en el penal de Libertad también me cuidaron, me pasaron frazadas y jabón. Estoy orgulloso de todos mis compañeros y de la militancia argentina, todo la solidaridad del arco político y sindical, las organizaciones de derechos humanos y las Madres de Plaza de Mayo. Hay que unirse para lo que viene después de la pandemia.
–¿Y donde está ahora lo tratan bien?
–Sí, sí. Ningún problema, siempre tuve un buen trato y diálogo. Incluso hablamos de lo que pasó ese día, si ellos estuvieran sindicalizados podrían negarse a reprimir.
–¿Se sintió estigmatizado por el mote ‘gordo del mortero’?
–-No me afectó que me digan gordo, de hecho lo estaba (se ríe). El problema es quiénes usaron eso y para qué. Es una sociedad sexista y discriminadora, ridiculizar a una persona excedida de peso a modo de burla es para disfrazar el hecho de por qué yo estaba ahí. Es ridiculizarme para que se pierda el mensaje político de por qué las personas se movilizaron ese día y estaban tan rabiosas. Al pasar tantas veces mi imagen generó una opinión, pero les salió el tiro por la culata porque lejos de verme como un violento, me vieron como alguien protestando. Las leyes que votaron son mucho más violentas que una piedra o una bomba de estruendo.
–¿Cómo se ve en el futuro?
—Quisiera conseguir trabajo, lo cual se me va a hacer difícil por la exposición que tuve. Salir y sobrevivir como hice siempre, seguir militando y construyendo mi partido y la Liga Internacional de los Trabajadores, hablar con todos los sectores para hacer algo por el país y el mundo. Está todo colapsado, ver por dónde vamos a tener que comenzar la unidad de los trabajadores. Hay que replantearnos todo, el Gobierno también, hambre nunca más. El hambre es violento, el desempleo también.
Festival por la libertad de Sebastián Romero, detenido por las protestas contra la reforma jubilatoria
Se realiza este sábado 25, desde las 17. Participarán Karamelo Santo, Las Manos de Filippi y Cuyoman, entre otros artistas. Romero está preso y procesado por haber participado de la movilización contra la reforma previsional, en diciembre de 2017.
Se podrá ver en https://www.facebook.com/libertadasebastianromero