Por Catarina Barbosa. Resumen Latinoamericano, 22 de julio de 2020.
En medio de la pandemia, estudiantes enfrentan dificultades y desigualdades en la enseñanza a distancia.
Joaquim Barbosa tiene diez años y es estudiante de escuela primaria en un colegio público en la comunidad de Canarinho, en la periferia de Belém, capital del estado de Pará (región norte de Brasil). Desde la suspensión de las clases presenciales el 17 de marzo, debido a la pandemia del nuevo coronavirus, está sin asistir a clases, literalmente.
Eso porque no cuenta con acceso a banda ancha de internet en su hogar. Su acceso al mundo virtual se realiza solo a través de un móvil que comparte con su madre.
La historia de Joaquim se repite en muchos hogares de Pará y en todo el país. Según los datos de la Investigación Nacional por Muestra de Hogares ((PNAD por su sigla en portugués) de 2018 cerca de mitad de los hogares brasileños no cuenta con una computadora y sus habitantes solo acceden a internet, en su mayoría, desde un teléfono móvil.
Desde la llegada de la pandemia a Pará, el gobierno del estado ofrece clases de dos modos: a través de la televisión o vía internet. La madre de Joaquim, Cidália Barbosa, tiene 44 años y trabaja como cocinera entre las 2 de la tarde y las 10 de la noche.
Como vive lejos de su lugar de trabajo, tiene que salir de casa una hora antes del comienzo de su jornada. Durante ese período, su hijo se queda en el hogar de un familiar. Cidália reconoce que su rutina — que generalmente ya no era fácil — se volvió mucho más compleja en medio de la pandemia.
Ella comenta que la maestra de su hijo le reclamó por su ausencia en las clases. Sin embargo, la familia no logró acompañar las clases virtuales.
“No tenemos internet, apenas un celular. Desde el primer día de las clases [virtuales] no tenemos acceso porque la señal es muy mala. ¡Es muy difícil! No se puede comprender las clases, no podrá aprender nada así. Es muy complicado”, lamenta.
La madre vive sola con su hijo y depende de una red de apoyo autónoma para cuidarlo. Joaquim es la representación del 80% de los niños brasileños cuya principal responsable es una mujer. Así como él, otros 5,5 millones de niños en Brasil tampoco cuentan con el nombre de su padre en su registro de nacimiento.
Cidalia afirma que la educación de su hijo es muy importante para ella, porque sabe que se trata del único camino para garantizar un futuro mejor para los dos. Pero lamenta que 2020 sea un “año perdido” para él.
La estructura que no abarca a todos
Ana Carolina Santos, 32 años, es maestra de enseñanza primaria en un colegio particular en la capital de Pará. Ella cuenta que pese a la estructura garantizada por la institución, el periodo fue muy complicado, sobre todo al comienzo de la pandemia.
“La principal dificultad era traer a los alumnos a las clases y la mayoría de sus familias estaban trabajando desde sus casas. Entonces los padres han dividido las tareas de trabajo y educación de sus hijos, porque el acompañamiento de un adulto en este periodo es extremadamente importante en la educación infantil”, explica.
Pese a las dificultades, la maestra cree que la estructura familiar y la estructura brindada por el colegio permitió a los alumnos un desempeño exitoso, que sorprendió incluso a los maestros.
“Ellos se pusieron nerviosos, era perceptible. A veces las madres me buscaban para solicitar orientación sobre cómo proceder con los niños en este periodo, pero creo que aunque haya sido muy difícil, lo llevaron mejor que los adultos. En relación al aprendizaje, creo que lo que más ha sido perjudicado fue la interacción social porque, en realidad, la interacción social lleva a la evolución de los niños en diversos ámbitos”, analiza.
¿2020 será un año perdido para la educación?
Debido a los problemas, muchos padres y alumnos consideran que 2020 ya es un año perdido. Pero Ivan Rabêlo Júnior, especialista en Enseñanza de Ciencias y Matemáticas por la Universidad Federal de Pará lo cree. En su análisis, aun hay medidas que pueden ser implantadas para disminuir los impactos de la pandemia en la educación.
En cuanto a las pérdidas educacionales, él cree que no se pueden generalizar los daños, pero cree que la pandemia expone también las debilidades socioeconómicas del país.
“La pandemia deja a la vista las desigualdades. Entonces, los niños de familias más vulneradas económicamente van a sufrir mucho más, porque el almuerzo escolar es su principal comida. Para esos niños se trata de una pérdida incalculable”.
Rabelo también señala que los alumnos de los colegios particulares – que atienden a estudiantes de las clases medias y altas – tuvieron algunas pérdidas pero que con la ayuda de la tecnología los impactos fueron mínimos, una situación que se diferencia del “cuadro general de la realidad brasileña”.
Otro punto destacado por el especialista es la atención a niños en situación de vulnerabilidad porque el aislamiento social y las tensiones generadas por la pandemia pueden generar tensiones y violencias y convertir el hogar en un lugar inseguro para esos niños.
* Fuente: Brasil de Fato