Chi­le. Astrid Gon­zá­lez, acti­vis­ta afro­co­lom­bia­na y migran­te: “Hablar de racis­mo era imposible”

Por Airam Fer­nán­dez, 05 de julio de 2020

Astrid Gon­zá­lez es una joven afro­co­lom­bia­na que vive en Chi­le des­de hace cua­tro años. Empa­pa­da de las diver­si­da­des ances­tra­les y el femi­nis­mo negro deco­lo­nial, se ale­ja del femi­nis­mo “blan­co de aca­de­mia”. Es maes­tra en Artes Plás­ti­cas y tra­ba­ja en este país como artis­ta y docen­te en pro­yec­tos edu­ca­ti­vos y crea­ti­vos. Lo suyo es la calle y la nece­si­dad de conec­tar su expe­rien­cia con la de otras muje­res como ella y tam­bién con las afro­chi­le­nas o las de pue­blos ori­gi­na­rios

En 2019 publi­có Ombli­go Cima­rrón, un libro de inves­ti­ga­ción en artes con el que reco­rre la his­to­ria de los terri­to­rios y pue­blos afro­des­cen­dien­tes en Colom­bia des­de sus pro­pias viven­cias. Ella nació y cre­ció en Mede­llín, una ciu­dad con pro­fun­das bases colo­nia­les, pero que sien­te más cone­xión con el pací­fi­co colom­biano, don­de nacie­ron sus padres y abuelos.

Es par­te de la Red de Muje­res Afro­dias­pó­ri­cas, una comu­ni­dad crea­da para visi­bi­li­zar, difun­dir y reco­no­cer las expe­rien­cias de muje­res negras des­cen­dien­tes de la diás­po­ra afri­ca­na en Chi­le. Acá, la mayo­ría de sus habi­tan­tes se con­si­de­ra “más blan­co que otras per­so­nas de paí­ses lati­no­ame­ri­ca­nos” y muchxs creen que las per­so­nas migran­tes son “más sucias”, según un estu­dio rea­li­za­do en 2017 por el Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Dere­chos Humanos.

Astrid tie­ne 25 años pero no le sor­pren­den los ase­si­na­tos de Geor­ge Floyd y Breon­na Tay­lor a manos de la poli­cía esta­dou­ni­den­se, por­que sabe que res­pon­den a una vio­len­cia sus­ten­ta­da por déca­das de racis­mo, dis­cri­mi­na­ción y segre­ga­ción. Lo que le pare­ce valio­so es que con estos hechos y con la cru­za­da trans­ver­sal del “Black Lives Mat­ter”, al menos en Chi­le se empie­za a hablar de racis­mo con todas sus letras.

-¿Cómo te pilla la revuel­ta mun­dial y el levan­ta­mien­to de tan­tas voces en el mun­do en con­tra del racismo?

-Lo que está pasan­do es algo que hace años muchas per­so­nas vie­nen escri­bien­do, denun­cian­do, acti­van­do y estu­dian­do. Las mani­fes­ta­cio­nes en la calle por actos de racis­mo poli­cial no son nove­dad, mucho menos en Esta­dos Uni­dos. Lo que me pare­ce intere­san­te, ade­más de la mag­ni­tud en que se ha espar­ci­do el men­sa­je de pro­tes­ta, es que ya no haya tan­to temor en nom­brar al racis­mo. En Chi­le, por ejem­plo, hablar de esto era prác­ti­ca­men­te impo­si­ble has­ta hace poco, ni siquie­ra por­que a las comu­ni­da­des mapu­che se les vie­ne some­tien­do des­de hace años. Eso está bien docu­men­ta­do des­de sus colec­ti­vos, orga­ni­za­cio­nes y des­de su pro­pia cons­truc­ción his­tó­ri­ca. Nadie que no fue­ra racia­li­za­do lla­ma­ba a eso racis­mo. Por eso me pare­ce impor­tan­te que en este momen­to la gen­te deje de tener­le tan­to esco­zor al con­cep­to y ya no lo camu­flen bajo la dis­cri­mi­na­ción o xeno­fo­bia, que son con­cep­tos com­ple­ta­men­te dife­ren­tes pero que coexis­ten con el racismo.

-¿Cuá­les fue­ron tus pri­me­ras impre­sio­nes al lle­gar a Chi­le? ¿Te sen­tis­te bienvenida?

-Ape­nas lle­gué, el pri­mer cho­que fue enten­der que pasé a estar den­tro del cen­so de la pobla­ción migran­te y por ende tenía que enfren­tar­me a un pro­ce­so infi­ni­ta­men­te buro­crá­ti­co para poder andar en la calle con regu­la­ri­dad y tran­qui­li­dad. Es un pro­ce­so muy lar­go del que toda­vía estoy apren­dien­do. Sobre todo por­que den­tro del ima­gi­na­rio social soy par­te de un gru­po que des­de hace algu­nos años es vis­to como un fenó­meno que vie­ne a ‘per­tur­bar’, a ‘moles­tar’: una migra­ción racia­li­za­da, empo­bre­ci­da, don­de la gran mayo­ría de las per­so­nas no lle­ga por deci­sión pro­pia, sino a raíz de pro­ble­mas en sus paí­ses de ori­gen, tam­bién deno­mi­na­da como migra­ción forzada.

-¿Cómo te posi­cio­nas polí­ti­ca­men­te y como una mujer negra fren­te a esa realidad?

-En Colom­bia ya me rela­cio­na­ba con un gru­po de jóve­nes afro­des­cen­dien­tes y des­de una apues­ta polí­ti­ca, cul­tu­ral, esté­ti­ca y des­de la bio­gra­fía. Cuan­do lle­gué a Chi­le, una de mis pri­me­ras inten­cio­nes fue cons­truir o acer­car­me a redes de muje­res migran­tes, espe­cí­fi­ca­men­te muje­res negras o afro­chi­le­nas que estu­vie­ran en un pro­ce­so simi­lar al mío, así que bus­qué posi­cio­nar­me como suje­ta polí­ti­ca des­de esa esqui­na y des­de el reco­no­ci­mien­to de la exis­ten­cia de otras expe­rien­cias afro en el país. Esto es bási­ca­men­te por­que yo ven­go de Mede­llín, un terri­to­rio don­de lo negro es ajeno y se aso­cia sólo al pací­fi­co y la cos­ta de Colom­bia, que es don­de nacie­ron mis ances­tros más recien­tes, aun­que actual­men­te un gran núme­ro de afro­des­cen­dien­tes se ha ido asen­tan­do en las prin­ci­pa­les ciu­da­des del país y hemos apor­ta­do en la cons­truc­ción de su historia.

-¿Qué cosas des­cu­bris­te como migran­te y como inves­ti­ga­do­ra des­de las artes?

-Como migran­te enten­dí que exis­ten otras expe­rien­cias negras y otras for­mas de pen­sar la migra­ción, debi­do a que las ins­ti­tu­cio­nes expo­nen buro­crá­ti­ca­men­te de mane­ra dife­ren­cia­da a los gru­pos migran­tes, lo que es una mues­tra del racis­mo ins­ti­tu­cio­nal. Y como artis­ta, debo decir que en Colom­bia me movía en espa­cios de arte no hege­mó­ni­co ni eli­tis­tas, que se pien­san muy al mar­gen de lo ins­ti­tu­cio­nal. Cuan­do lle­gué a Chi­le me di cuen­ta que tam­bién exis­ten estos espa­cios pero yo no los cono­cía. Enton­ces me acer­qué a un gru­po de artis­tas mapu­che, que a par­tir de su ser en las peri­fe­rias de San­tia­go y des­de su heren­cia de pue­blos ori­gi­na­rios, cons­tru­yen arte no sola­men­te des­de lo plás­ti­co y lo visual sino tam­bién des­de la poe­sía y el per­for­man­ce. Me empie­zo a inte­re­sar en el tra­ba­jo de estas per­so­nas por­que apun­tan pre­ci­sa­men­te hacia don­de van mis intere­ses inves­ti­ga­ti­vos y formales.

-¿Te toca de cer­ca ese racis­mo que describes?

-Cons­tan­te­men­te, den­tro de mi casa y fue­ra de ella. Por ejem­plo, una vez en el aero­puer­to de Ari­ca, regre­san­do de un foro al que fui invi­ta­da a expo­ner, la Poli­cía de Inves­ti­ga­cio­nes deci­dió sacar de la fila a dos muje­res negras que está­ba­mos allí. Nos lle­va­ron a una habi­ta­ción a revi­sar nues­tros pasa­por­tes, sólo a noso­tras y no a las demás per­so­nas. Pasó hace varios años pero es una de las expe­rien­cias más fuer­tes que me ha toca­do vivir acá. Y como esa, muchas otras. En este país la migra­ción se pien­sa y se asu­me como un agen­te pató­geno, como algo que lle­ga a con­ta­mi­nar. Tam­bién hay una dife­ren­cia de cuá­les son esos cuer­pos que vie­nen a con­ta­mi­nar, por­que no son todos: son los cuer­pos negros y de Abya Yala (pue­blos indí­ge­nas en Amé­ri­ca). Los cuer­pos euro­peos, por ejem­plo, sí son bien vis­tos. Todo esto está basa­do en la cons­truc­ción his­tó­ri­ca de la pure­za euro­cen­tris­ta y la noción de desa­rro­llo colo­nial y de modernidad.

-A pro­pó­si­to de eso, ¿qué opi­nión tie­nes del tra­to que han reci­bi­do los migran­tes en medio de la pan­de­mia? Muchí­si­mos ecua­to­ria­nos, vene­zo­la­nos, colom­bia­nos y hai­tia­nos que­da­ron sin tra­ba­jo y sin casa en San­tia­go y has­ta prin­ci­pios de junio seguían en cam­pa­men­tos afue­ra de los con­su­la­dos de sus paí­ses espe­ran­do algu­na ayuda.

-Con esa situa­ción me hace mucho sen­ti­do lo que plan­tea el teó­ri­co came­ru­nés Achi­lle Mbem­be. Él habla de la necro­po­lí­ti­ca como con­cep­to, enten­di­da como la for­ma en que los Esta­dos y los gobier­nos están dise­ña­dos para deci­dir quié­nes viven y quié­nes no. Esos que viven son per­so­nas que están en el poder o que per­te­ne­cen a éli­tes y deci­den cómo mue­ren las per­so­nas que ni con­su­men ni pro­du­cen, que en este caso serían los migran­tes duran­te la pan­de­mia y los gru­pos racia­li­za­dos. Creo que esta­mos a mer­ced de la necro­po­lí­ti­ca y de un racis­mo estruc­tu­ral cimen­ta­do des­de la épo­ca de la colo­nia, que se ha natu­ra­li­za­do y sofis­ti­ca­do. Es muy preocupante.

-Y sobre el femi­nis­mo chi­leno, ¿qué tie­nes que decir?

–La ver­dad es que soy muy par­ti­da­ria de pen­sar­se des­de lo deco­lo­nial o des­de otro femi­nis­mo que no sea el blan­co. La escri­to­ra Bell Hooks habla de cómo la pre­sen­cia de las muje­res negras den­tro de la exis­ten­cia del mun­do no pue­de homo­ge­nei­zar­se como igual a las otras. Yo com­par­to eso ple­na­men­te. Sien­to que muchas de las ideas del femi­nis­mo blan­co están basa­das en que todas las muje­res somos igua­les y pade­ce­mos de igual mane­ra, sin inter­cep­tar la per­te­nen­cia étni­ca y la cul­tu­ra jun­to con la cla­se y el géne­ro. Enton­ces obvia­men­te muchas de las con­sig­nas e ideas de ese femi­nis­mo blan­co, muchas veces aca­dé­mi­co que anu­la la agen­cia his­tó­ri­ca de los pue­blos afro y ori­gi­na­rios, no me hacen sen­ti­do por­que no res­pon­den a mis deman­das, ni a mi reali­dad, ni a mi lugar de enunciación.

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