Resumen Latinoamericano*, 13 julio 2020.-
Cada día crece el número de instituciones, agrupaciones sociales, comités internacionales, que piden que el Nobel de la Paz de este año sea entregado a un auténtico modelo de desprendimiento, de humanidad y de solidaridad: a la Brigada Médica Internacional cubana Henry Reeve.
Imagen: De regreso a la patria miembros de la brigada médica cubana Henry Reeve.
Alfred Nobel fue un exitoso industrial sueco del siglo XIX, quien entre sus varios hallazgos tiene uno discutible: inventó la dinamita. Útil para excavaciones, preparación de terrenos, minería y, lógicamente, para la guerra y la muerte.
Por alguna razón Nobel, en su testamento, dejó solamente 100 mil coronas suecas a sus descendientes, y 33 millones a la fundación que instituyó los mundialmente conocidos Premios Nobel.
Cada año todos nos enteramos de quienes han obtenido los premios de Literatura, Fisiología o Medicina, Física, Química y el de la Paz. El Premio de Economía fue añadido posteriormente en memoria de Alfred Nobel.
Los premios cada año son también motivo de polémica, sobre todo cuando se anuncian los receptores del premio Nobel de la Paz. A diferencia de los otros, que se entregan en Suecia, este se otorga en Oslo, Noruega.
Es que sin duda, es el más político de los premios Nobel.
Si bien muchos son indiscutibles, como Martin Luther King, Teresa de Calcuta, Adolfo Pérez Esquivel, Rigoberta Menchú o Nelson Mandela, otros han sido muy polémicos.
Lo obtuvo Henry Kissinger en 1973, en el mismo año en que se convirtió en el arquitecto del golpe de estado contra Salvador Allende y abrió las puertas a la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet. O Barack Obama, a solo un año de recibir la presidencia de Estados Unidos, cuando no había casi comenzado a gobernar
Ahora vendrá una prueba decisiva de la real capacidad del Comité Noruego del Nobel para decidir más allá de cualquier presión política.
Una propuesta merecida
Cada día crece el número de instituciones, agrupaciones sociales, comités internacionales, que piden que el Nobel de la Paz de este año sea entregado a un auténtico modelo de desprendimiento, de humanidad y de solidaridad: a la Brigada Médica Internacional cubana Henry Reeve.
Henry Reeve fue un jovencito norteamericano que en los años 60 del siglo XIX se sumó a los patriotas que combatían por la independencia de Cuba frente a las tropas españolas. Gravemente limitado por una herida en una pierna, combatía a caballo con un complejo aparato ortopédico. Alcanzó el grado de general y el prestigio de luchador internacionalista.
En su recuerdo, cuando en septiembre del 2005 Cuba ofreció al gobierno de Estados Unidos ayuda médica para las víctimas humildes del huracán Katrina – en medio de la creciente hostilidad del presidente George W. Bush contra la isla –, se creó un contingente médico al efecto y se le puso el nombre del general independentista.
Recuerdo la reunión de los 1 518 integrantes del recién creado contingente con Fidel Castro, con sus mochilas preparadas. Pero la ayuda fue rechazada.
Poco tiempo después, ocurrió un devastador terremoto que destrozó amplias zonas de Pakistán. Allí estrenó el contingente la especialización adquirida para situaciones de desastres y epidemias.
Después vino la campaña contra el ébola en África. Allí estuvo el contingente. Ahora ha sido la pandemia. Grupos de médicos cubanos, integrantes del Henry Reeve, se han movido a lugares inesperados, como Lombardía, Turín o Andorra, en la Europa desarrollada. Y a decenas de otros países.
Hoy son el símbolo más reconocido de la ayuda médica que brinda Cuba en estos dificilísimos momentos para la población mundial.
Pero son solo un componente de esta ayuda.
El primer hecho que dejó sentada la voluntad solidaria de la Revolución cubana en el campo de la salud tiene su antecedente en los primeros médicos enviados a Chile en 1960, donde había ocurrido un destructor terremoto.
En el más del medio siglo siguiente, se calcula que unos 400 mil profesionales de la salud – médicos, personal de enfermería, técnicos, muchos de ellos con varias misiones en varios países – han acudido a salvar vidas y a elevar los niveles de salud de 164 países del mundo.
Las estadísticas que exhiben con orgullo los responsables de la salud cubanos son impresionantes: 1 923 712 550 consultas y 13 992 749 intervenciones quirúrgicas.
Pero otro aporte ha sido la formación en Cuba de decenas de estudiantes de un centenar de países, incluidos los Estados Unidos, como médicos y en otras especialidades de salud. Es bien conocida la Escuela Latinoamericana de Medicina, que ya cuenta con 30 mil graduados. Y desde mucho antes, miles de jóvenes de países del mundo subdesarrollado estudiaron y se recibieron en las Facultades de Medicina cubanas.
Esto, en un país que al triunfo de la Revolución tenía 6 mil médicos, la gran mayoría en instalaciones y consultas privadas. La mitad de ellos emigró en cuanto la política sanitaria cubana se orientó hacia el servicio público e igualitario, gratuito en todos los casos, para toda la población. Había entonces 6 millones de habitantes y un médico por cada mil habitantes.
Fáciles conclusiones
Saquen ustedes las cuentas. Hoy, al cabo de casi seis décadas de trabajo y de multiplicación de las instituciones de enseñanza, de investigación, de atención médica, desde hospitales e institutos especializados, hasta médicos en los niveles de barrio, los indicadores de salud cubanos son propios de país desarrollado. Hoy hay en Cuba un médico por cada 157 habitantes, uno de los mejores índices del mundo.
¿Alguien piensa que estos hechos iban a quedar fuera del alcance de la agresividad de Estados Unidos contra Cuba?
Evencio Hernández es mi vecino. Como quiera que es médico, es a quien llamamos de inmediato hasta para un dolor de cabeza. Es un hombre sencillo, de origen campesino. Ha estado dos veces, dos años cada vez, en Brasil, como parte del convenio entre el gobierno cubano y el de Dilma Rousseff, abolido por Jair Bolsonaro. Evencio no me habla de las hermosas y grandes ciudades brasileñas. Casi no las conoció. Lo interesante de su relato es el lugar recóndito dentro de la selva amazónica, donde prestaba servicios.
Me parecía que estaba en un escenario precolombino. Canoas, arcos, flechas, selva a derecha e izquierda. No sé a cuántas personas, que llegaban por el río, atendí. El agradecimiento de aquellas personas, algunos de los cuales no hablaban portugués, era enorme. ¿Esclavo yo? ¿Qué quiere decir eso? Todos fuimos voluntarios. Nos pagaban y sabíamos que al estado cubano le pagaban otra cifra que se destinaba a mantener el sistema de salud cubano. Al cual pertenezco.
Estados Unidos ha librado desde hace años una campaña inhumana, sin cansancio, contra la colaboración medica internacional de Cuba. Han tenido ayuda de algunos sectores médicos locales, incapaces de ir a los recónditos lugares donde sirven los médicos cubanos, temerosos de que se afecten los pingües beneficios del ejercicio privado de la medicina.
Estados Unidos ha estimulado la deserción de los médicos cubanos, ofreciéndoles las facilidades migratorias que niega a otros emigrantes. Es una combinación de robo de cerebros con intentos por asfixiar a la economía cubana. Ha acusado a Cuba de trata de personas. De esclavitud.
Y recientemente, dado el envío de contingentes del Henry Reeve a decenas de países a luchar contra la covid19, ha amenazado a estas naciones, necesitadas de la ayuda cubana, y agradecidas públicamente por ello, con sanciones económicas.
La comparación es sencilla. De una parte, la inhumanidad del epicentro de la pandemia en el mundo, en gran medida por la irresponsabilidad del liderazgo de Donald Trump, y de otra los sentimientos de solidaridad, expresados históricamente por Cuba, hacia países más cercanos y más lejanos.
¿Recibirá el politizado Nobel de la Paz el contingente Henry Reeve? Por supuesto que lo merece, y cada día más fuerzas se suman a la propuesta. Esperemos.
*Fuente: Al Mayadeen