¡Que crezca la luz en densidad humana capaz de desmoronar la penumbra y el silencio sobre sus vidas!!
Por Maité Campillo, Resumen Latinoamericano, 6 de julio de 2020.
La violencia, sello de origen, de las dictaduras fascistas
(Con tales referencias la mujer que quiera parecerse al “hombre” por el simple hecho de serlo es poco ambiciosa. De nuestra Historia Internacional Revolucionaria como homenaje). Soledad y Anita fueron dos mujeres revolucionarias entusiastas y combativas, que vivieron sin ambages como vanguardia antifascista, militantes viscerales en intensidad atrapadas en espacios donde todo está prohibido, menos el crimen de Estado, delincuencia gubernamental y más etc. en leyes de corrupción. Prohibido reír mirando el futuro, mucho menos interpretarlo; acoso, persecución, redadas, detenciones, secuestros, violaciones, tortura, asesinato. Militancia en clandestinidad absoluta, ventanas cerradas a cal y canto como supervivencia donde la oscuridad reina sobre la luz del día entre el silencio y mínimo movimiento, como una danza cautiva contra la muerte macabra. Burlaron la represión enfrentándose a sus garras desenvolviéndose en un espacio en que apenas existe la más mínima libertad de movimiento, y menos para mostrar la dignidad prohibida. Soledad fue asesinada en enero del 1973 en Brasil, coincide el mismo mes ‑que al igual que en el Estado español ha sido uno de los más siniestros en los años críticos de lucha- con Ana María, asesinada en una emboscada en Argentina cuatro años más tarde (1977) ¡Que crezca la luz en densidad humana, capaz de desmoronar la penumbra y el silencio sobre sus vidas!! Que brille la magia de su pasado revolucionario, sobre el misterio de los sencillos pegadito a nuestra sombra andante, como mujeres que caminan, poder evidenciarlo al mirar la vista atrás, asentando la senda al frente que en trinchera la lucha espera porque de supervivencia se sabe demasiado. Se trata de vivir junto a ellas por todo lo que un día transmitieron burlando lo prohibido, de dar la cara al frente mirada y pensamiento, no bajar la mirada y muchos menos la cabeza, nuestro saludo es el puño no el codo, con y sin pandemia, apostando por un futuro rojo en don de dignidad, la que el fascismo y sus democracias desconocen.
Si te dijera, amor mío,
Que temo a la madrugada,
No sé qué estrellas son estas
Que hieren como amenazas,
Ni sé qué sangra la luna
Al filo de su guadaña.
Soledad y Anita, dos mujeres contra el glacial del mes de enero combatiendo el insomnio contra amaneceres sobre tinieblas tenebrosas, dos rubís de cinco estrellas. Parte de la familia de Soledad, y ella misma eran de Paraguay, saltando de una dictadura a otra, pues ya por esos años los hijos descendientes de la gran chingada tenían buen ganado atrapado entre manos por todo el sur de América sembrando el despotismo a forma de crimen y colonialismo. Gringos, amos del mundo y las guerras, juntó títeres como Videla en Argentina, Alfredo Stroessner en Paraguay, Bordaberry en Uruguay, Castelo Blanco en Brasil… Soledad desde la adolescencia entró a engrosar el campo comunista, hereda una fuerte conciencia social del abuelo Rafael Barrett, anarquista catalán, periodista y escritor; conocido por su militancia y por sus libros donde retrataba el dolor de los oprimidos, en particular de los trabajadores de los yerbatales paraguayos; emigró, y exilió, en diferentes ocasiones asentando familia en Paraguay. Uno de sus hijos, Alejandro, padre de Soledad, otro activo militante que participó en los movimientos contra las dictaduras de Iginio Morinigo y Alfredo Stroessner, lo que le llevó a la cárcel y exilio. Soledad era pequeña cuando su familia dada la persecución policial se refugia en Argentina. Marcada desde la infancia por el abuelo Rafael Barrett, empapada de él tanto como de su cariño e historias narradas, se convierte el mentado en el héroe de sus sueños, el que plasmara con indignación, maestría, sensibilidad y admiración ‘El dolor paraguayo’. De vuelta a la raíz en la adolescencia, al llegar al país donde había nacido, Soledad entra de lleno a militar en el grupo los “gorriones” vinculados al Frente Juvenil-Estudiantil de Asunción y al Frente Unido de Liberación Nacional (Fulna), organización orientada por el Partido Comunista Paraguayo. Años después vuelve a huir con la familia esta vez a Montevideo ‑Uruguay- donde se vinculó a la Juventud Comunista.
Presiento que tras la noche
Vendrá la noche más larga,
Quiero que no me abandones
Amor mío, al alba.
En Uruguay, vivió años de formación ideológica y militancia política juvenil inquieta y rebelde, además de una profunda conciencia de clase. Al parecer, además de, Soledad poseía la magia del canto y la danza que mostró ante familiares y amigos. Pero a Soledad por encima de sus propios encantos y talento le hervía la sangre de ver tanta injusticia y explotación, al igual que le pasó al abuelo cuando llegó en 1902 a Paraguay. Su adelantado padre la educó en cuanto a ideología y las artes, y sobre todo, en ser mujer libre y fuerte para que pudiera enfrentarse altiva a los acontecimientos sociales y políticos que se daban en aquellos años en Paraguay y países vecinos. Ocurrió un día de 1962. Soledad tenía 17 años, el país se encontraba a las vísperas de la toma del poder por los militares, cuando unos esbirros nazis secuestran a la destacada estudiante hija de un gran revolucionario, y abuelo, maestro de maestros en educación y conciencia de clase, escritor y periodista que destaca ya en Catalunya echando raíz en Paraguay. Tras los golpes recibidos en derroche de tortura y violación la conminaron a que gritara viva Hitler, y muera Fidel, ella gritó sin titubeos dando vuelta la tortilla intercambiando los nombres; la reacción de los nazis no se hizo esperar, rajan sus muslos y graban –como Fuerza Nueva y Cristo Rey en el Estado español, a navaja, dos enormes cruces gamadas.
Los hijos que no tuvimos
Se esconden en las cloacas,
Comen las últimas flores,
Parece que adivinaran
Que el día que se avecina
Viene con hambre atrasada.
Se había conocido la noticia de la ejecución de Adolf Eichmann en Israel, y los fascistas neo-nazis uruguayos toman las calles saliendo como buitres en máscara humana, atacaron librerías y sedes de los partidos políticos de ideología de izquierda, absolutamente todo lo que les sonaba a rojo y estaba bajo sospecha. Soledad tuvo la mala suerte de caer en sus garras ‘la mala suerte de tantos miles de guerrilleros por el mundo’, no sería la única vez. Tras el mentado atentado. Soledad viajó a la Unión Soviética para realizar cursos en la escuela del Komsomol, y de ahí, pasa a Cuba, donde siguió preparándose como militante comunista. País donde conocería a quien sería su compañero, el brasilero José María Ferreira de Araujo. Con él tendría una hija, Ñasaindy (inconsciente de las losas ya abiertas, en ese momento comienza uno de los momentos más trágicos de su vida). En 1970 su compañero regresó desde Cuba junto a otros militantes a Brasil, para integrarse a la lucha contra la dictadura militar, fue capturado y asesinado. Según la historia escrita, muy poca desgraciadamente, ante la falta de noticias de su compañero decide a la desesperada viajar a dicho país. Por lo que ha de dejar momentáneamente a su querida hija a manos de una estimada camarada en el país caribeño. Al llegar a Brasil se une a la lucha armada en el (VPR) Vanguardia Popular Revolucionaria, organización guerrillera liderada por el capitán Carlos Lamarca. Se instala en Recife, donde consigue encontrar trabajo en la boutique ‘Chica Boa’, lugar donde conoce a quien la llevaría a una muerte segura puramente macabra de tragedia griega.
Se presenta ante ella el que debería ser su “contacto”, un tal llamado ‘José Anselmo dos Santos’ (doble agente dedicado a “marcar” a los militantes opositores). Soledad, tan confiada como inconsciente de aquél enlace, informada de la tragedia del compañero, llega durante los meses de contacto a enamorarse del “cabo Anselmo” ‑el que se presentara a nivel orgánico como camarada de militancia del asesinado José María Ferreira de Araujo compañero de Soledad y padre de su hija. Contacto decididamente encaminado a herir y ganar su sensibilidad, y confianza, a demoler su nostalgia con la familiaridad de haber sido “veterano” camarada de su compañero, el que había sido su primer gran amor.
Miles de buitres callados
Van extendiendo sus alas,
No te destroza, amor mío,
Esta silenciosa danza,
Maldito baile de muertos,
Pólvora de la mañana.
Soledad se encuentra (pienso) en una compleja y arriesgada misión que la supera en unos momentos difíciles, asumir el asesinato del compañero dentro de un país de alguna manera “extraño”, que desconocía, además del aislamiento de la clandestinidad impuesta. La soledad, o dureza de los acontecimientos, le hizo bajar la guardia “agarrándose al enlace contra el aislamiento”. Enlace que resultó ser el cabo Anselmo, un militar criminal más que siniestro, que había participado en la denominada revuelta de los marineros en 1964, en la que consigue (como obra de Birlibirloque, en acción mediática de esas que proliferan en democracia) cierta popularidad entre la militancia revolucionaria (¿?). Tras una detención en la que participa ‑de tantas que se han dado en el Estado español desde los últimos años de la dictadura moldeando el horno de la Transición, a la Democracia, Constitución, Monarquía, y mismos cuerpos represivos, leyes y jueces, ministros y ex-ministros rehabilitados panza arriba como gatos en su feudo, con el beneplácito del PCE y la iglesia unidos, en aluvión de santos, de base y jerarquías falangistas- reposando satisfecho su macabra villanía en condición de cabo del crimen, a sus anchas; desde el trono carcelario entra en contacto con los servicios de inteligencia como doble espía y para no despertar sospechas, el mentado “cabo Anselmo”, necesita según sus superiores acercarse a alguien, lo suficientemente respetable, con un historial de militancia, conciencia, e ideología impecable, y ese contacto es precisamente Soledad Barrett Viedma, víctima incondicional elegida.
Había vuelto a quedar embarazada, cuando se cumplía el cuarto mes de ello, fue detenida por cinco hombres de civil “sorpresivamente”, uno de ellos era el hombre del que se había enamorado “amigo y camarada de su anterior compañero, y padre, del que hubiera sido su segundo hijx”. Era el 8 de enero de 1973, fue la última vez que la vieron con vida. Su cuerpo nunca fue entregado. Junto a ella fueron secuestrados Pauline Reichstul, Eudaldo Gómez da Silva, Jarbas Pereira Márquez, José Manoel da Silva y Evaldo Luiz Ferreira. Todos los cuerpos presentaban enormes torturas, el de Soledad, se encontraba desnudo lleno de sangre y con el feto entre las piernas. Sonja María Cavalcanti, testificó ante la Comisión que «Soledad y Pauline estaban en la boutique trabajando, cuando cinco hombres entran golpeando salvajemente diciendo ser policías e invadiendo el local trasladando a Soledad y Pauline en diferentes autos <Cuando fueron mostradas las fotos la testigo identificó al cabo Anselmo como uno de los cinco hombres>. El mismo que se encargó personalmente de asesinar a su “viejo amigo de militancia”, José María Ferreira de Araujo. Como una tragedia griega, siegan la vida de Soledad Barrett, nieta de un destacado anarquista catalán, que llegó a ser artista de la narrativa contra la explotación de los pueblos. Soledad pudiendo por igual llegar a artista se inclina a corta edad por la guerrilla, segándole la vida el cabo Anselmo, en su proceso camino a la cima en bandera de revolución.
No somos nada, como mirándonos sin entendernos, y lo somos todo, arriba de la bola sobre las lunas enormes donde la vida alcanza, hoy siglo veintiuno, cristales rotos. Ana María tenía 20 años cuando “levantó” de la cama al General Cardozo estampándolo contra el techo, recién nombrado tras el golpe militar de Videla, jefe de la Policía Federal de Argentina. Fue un 18 de junio de 1976. Anita pertenecía al movimiento guerrillero Montoneros [tuve un gran amigo montonero con el que compartí vida de supervivencia a mi llegada a la “normalidad” se llamaba “Miguel” (Oswaldo), exiliado en el Estado español con tres hijos pequeños “los tres pingüinos» cuyo pequeño rincón entre bebida y encuentro le pusimos el mismo nombre, cooperé en su apertura y “Edu”, o Ángel Campillo, le dio forma al local entre herramientas y carpintería, pues siempre fue lo que popularmente se llama además de un militante intelectual de dirección “un manitas”. “Miguel”, o su nombre de pila Oswaldo, se se había unido a una nueva compañera argentina tras su separación al llegar al exilio; logramos en clan en familia política, una auténtica célula de supervivencia, lucha y liberación anti-represiva-antifascista. Salió del país con la que fue madre de los tres “pingüinos”, tras el atentado al General. La represión se ceba, uno de los que cayó directamente, fue su hermano, conocido militante además de gran intelectual. Ana María estaba estudiando magisterio cuando descubre que entre el profesorado de nivel inicial tiene por compañera a Chela, hija de Cesáreo Cardozo, aquel General con cara de ogro como Carrero Blanco. Asesorada por sus compañeros de la Columna Norte, en la estructura montonera, se lanza de lleno a la acción que traería serias consecuencias, entre ellas su propia muerte. Es consciente de los riesgos que corre en la misión, decidida, consigue hacerse “amiga de Chela” para poder entrar a la casa donde vive con su familia. Tras dos meses de meticulosa planificación logra ejecutar con éxito el atentado (días antes había sido detenida junto a su compañero, al ver que la situación se complica, se salvan de ser torturados gracias a la audacia de Anita, que dijo al oficial que era amiga de la hija del General Cardozo). Una tarde queda en casa de la supuesta “amiga”, para estudiar; le cuenta más o menos que tiene problemas con su novio, que no sabe cómo resolver… cuando Anita le pide por favor, si puede hacer una llamada a su novio para hacer las paces “el único teléfono que había en la casa estaba en el dormitorio de los padres (cosa que ya sabía) aprovecha para sacar del bolso el artefacto, lo prepara en el baño para que explote tras la media noche, después se dirige al dormitorio para colocarlo debajo de la cama… y ¡¡Bunm!! De pronto, la estudiante de magisterio, “amiga de la hija del General”, es la persona más buscada. Autora del ajusticiamiento del jefe de la Policía Federal de la Argentina de Videla. Pasa a la más estricta clandestinidad como enemiga número uno del régimen golpista militar; se llama Ana María González. Seis meses después del atentado, aislada, y acorralada, como tantos de sus compañeros militantes por la cacería en que se había convertido la dictadura, Anita y su compañero Roberto Beto Santi se enfrentan a tiros en una emboscada contra un retén policial en San Justo. Anita quedó gravemente herida en el enfrentamiento; sabiendo el destino que le tocaba si caía en manos de los militares, y dada su gravedad, según algunos escritos, se niega a que la lleven a un hospital. Anita muere a consecuencia de las heridas el 5 de enero de 1977, en una casa clandestina. Dos mujeres desgarrando el vacío del silencio, como un fantasma estrafalario interpuesto entre ellas y nosotros se rompe, hay hechos inmutables. Dos mujeres en este mismo espacio y tiempo entre nosotros recorriendo los mismos campos de lucha, las mismas pesadillas al acecho de calles sin salida sufriendo en sus propias carnes los riesgos que implica el avance de nuestro futuro en la vida. Dos mujeres, dos compañeras viviendo en diferentes países los años de plomo de las dictaduras del imperio más sangrientas impuestas en América del Sur. A ellas mi recuerdo. A tantas otras que fueron por igual asesinadas y desaparecidas hasta de la propia historia escrita. Vivas para siempre, a ellas, sobre las que vuelco todo mi amor.
Lento pero viene
el futuro se acerca
despacio
pero viene.
Maité Campillo (actriz y directora d“ Teatro Indoamericano Hatuey)
Fuente: Kaosenlared.