Por Gerardo Fernández Casanova, Resumen Latinoamericano, 9 julio 2020.-
El Presidente López Obrador agregó un nuevo éxito en su tarea de transformar la realidad mexicana. La reciente visita de trabajo a Washington para celebrar la entrada en vigor del Tratado de Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) logró recuperar la respetabilidad de la soberanía de nuestro país, tan deteriorada en los últimos años. Destaco este resultado por ser piedra angular de una sana relación con un vecino que tradicionalmente nos ha sido muy incómodo. Carente de tal principio la relación deviene en vasallaje colonial, condición que cancelaría el anhelo legítimo de asumir el futuro como producto de nuestros afanes de justicia, libertad y bienestar, en los términos de la promoción y defensa del interés nacional. Enhorabuena, por fin los mexicanos tenemos un representante digno e inteligente estadista.
La inteligencia del estadista le llevó a ser él quien tomase la decisión de cuándo acudir a Washington. Lo tradicional era hacerlo inmediatamente después de la elección o de la toma de posesión sin mayor cuidado a la relación de fuerzas, más como una cortesía al poderoso que como una ocasión de negociación de intereses. López Obrador escogió el momento preciso, la oportunidad única, en la plenitud de su poder político interno y en la mermada autoridad moral del visitado. El TMEC sirvió de excelente pretexto, pero lo importante consistió en contar con la seguridad de que Trump estaría atado de manos para cometer uno más de sus usuales desplantes de prepotencia, con lo que el Presidente López Obrador dispondría de un mayor grado de libertad para expresarse con el rigor y la dignidad buscados, sin abandonar por ello un lenguaje pertinentemente diplomático. Entre otras cosas importantes, AMLO no desmintió lo por él escrito en 2017, en su libro Oye, Trump; tampoco hacía falta reiterarlo, quedó como prolegómeno de la relación. En ese documento impreso, el autor dejó en claro su exigencia de respeto a la soberanía nacional, a la dignidad de los migrantes mexicanos y al reclamo de una respetuosa colaboración para el desarrollo en igualdad. No fue diferente el discurso oficial del Presidente en la visita comentada, sólo adoptó la forma diplomática del estadista. En otro momento de la historia tal discurso hubiese sido motivo de la cólera del huésped. El pragmatismo no implica indignidad.
La circunstancia obligó al blondo troglodita a reconocer la calidad y el valor de la inmigración mexicana a los Estados Unidos, tan vilipendiada en su acostumbrado discurso. Por sí sola, esta declaración es suficiente para justificar la visita y para calificarla de exitosa.
En otro aspecto, el de la política interior mexicana, el trato respetuoso al presidente mexicano conlleva un mentís a los clamores de la escuálida derecha pro yanqui que siempre buscó, y sigue buscando, el apoyo imperial para sus afanes de recuperar los privilegios perdidos ante un gobierno de corte popular y nacionalista. Se quedaron con las ganas y, carentes de vergüenza, reclamaron por no haber sido invitados a la reunión. Vaya cinismo.
Un ingrediente significativo fue la manifestación de la simpatía de los mexicanos radicados en USA, festejando y saludando con la consigna de ser un honor estar con Obrador y la de no estás solo. Para un político del tamaño de AMLO, tales manifestaciones aportan a la firmeza de su definición pública; pero para la circunstancia electoral norteamericana, significa la confirmación del peso político del electorado mexicano y latino, con el cual tendrán que negociar los partidos y los candidatos en contienda. López Obrador sólo los valorizó pero se cuidó mucho de ofrecerlo a algún candidato.
Ignoro si el tema del intervencionismo del embajador haya sido materia en las conversaciones. Pero estoy seguro de que en adelante el funcionario tendrá que moderar su actuación y respetar la soberanía del país.
Para terminar tengo que admitir, con absoluta honestidad, que mi postura era contraria a la visita. Ni Trump, ni los Estados Unidos ni el TMEC, son santos de mi devoción. Veía con escepticismo la tan comentada visita. Pero, con la misma honestidad, confieso que nuevamente me veo obligado a reconocer la talla de estadista del Presidente López Obrador y su condición de servidor del pueblo de México.