Perú. Una dolo­ro­sa espe­ra: pacien­tes de cán­cer luchan por sus tra­ta­mien­tos duran­te la pandemia

Rosa Chá­vez Yaci­la /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 1 de julio de 2020

En tiem­pos de Covid-19, tra­tar el cán­cer en el Perú, don­de esta enfer­me­dad es la prin­ci­pal cau­sa de muer­te des­de 2015, se ha con­ver­ti­do en un desa­fío para cien­tos de médi­cos y pacien­tes. Por eso el Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Enfer­me­da­des Neo­plá­si­cas (INEN), el hos­pi­tal onco­ló­gi­co más gran­de del país, vie­ne hacien­do lo posi­ble por tra­tar a la mayor can­ti­dad de sus enfer­mos. Aun así, los cam­bios se sien­ten: si antes se hacían 180 qui­mio­te­ra­pias al día, hoy se hacen 80, de 360 radio­te­ra­pias se pasó a 160, de 40 inter­ven­cio­nes, a 10. Estas son algu­nas his­to­rias de los pacien­tes del INEN en su pelea dia­ria por sanar y sobrevivir.

Ape­sar de todo Cruz* se con­si­de­ra una per­so­na con suer­te. Nadie detu­vo el taxi en el que via­jó por más de 15 horas des­de Piu­ra a Lima, a mitad de mayo y en ple­na cua­ren­te­na. Si la para­ba un mili­tar o un poli­cía, hubie­ra sido una deba­cle fami­liar: el cho­fer cobró 600 soles por lle­var­la a ella y a su sobri­na has­ta la capi­tal. Los seis hijos de Cruz habían orga­ni­za­do una polla­da para poder pagar los pasa­jes. El via­je clan­des­tino no podía fracasar. 

De haber fra­ca­sa­do, tam­bién hubie­ra sido un desas­tre para la res­que­bra­ja­da salud de la mujer de 52 años. Hacía más de dos meses que no reci­bía tra­ta­mien­to con­tra el cán­cer al úte­ro en ter­cer gra­do que pade­ce. Lo de menos era “esa bola dura”, que sobre­sa­le por el cos­ta­do dere­cho de su vien­tre. Lo inso­por­ta­ble era el dolor, un dolor calien­te como una fie­bre feroz que la deja­ba exhaus­ta y llo­ro­sa. “Hijos, ya no ten­go fuer­zas”, recuer­da que les dijo un día, “ten­go que vol­ver­me a Lima como sea”.

Tenía que regre­sar por­que su tra­ta­mien­to lo reci­be en el Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Enfer­me­da­des Neo­plá­si­cas (INEN), el hos­pi­tal onco­ló­gi­co más gran­de del Perú: atien­de a más de 13.500 nue­vos pacien­tes de cán­cer por año, los que se suman a los 50.000 con­ti­nua­do­res. Cruz, una pacien­te nue­va del hos­pi­tal, esta­ba en Piu­ra espe­ran­do a que lle­gue el fin de mar­zo para ini­ciar sus sesio­nes de radio­te­ra­pia en el INEN, cuan­do el Gobierno decla­ró el Esta­do de Emer­gen­cia por la Covid-19. Al ini­cio, como otros tan­tos perua­nos, cre­yó que todo vol­ve­ría a la nor­ma­li­dad en unos días. Pero con el trans­cur­so de las sema­nas y el aumen­to de sus males­ta­res, su retorno a Lima se con­vir­tió en una misión. 

Quimioterapia Inen
AFORTUNADA. Una de las pacien­tes que ha logra­do ser aten­di­da reci­be su tra­ta­mien­to de qui­mio­te­ra­pia intra­ve­no­sa en el INEN. 
Foto: Les­lie Searles

Sen­ta­da en el área de Cui­da­dos Palia­ti­vos del hos­pi­tal, cuen­ta su odi­sea como una Uli­ses en tiem­pos pan­dé­mi­cos. No pare­ce arre­pen­ti­da de haber toma­do cier­tos ries­gos. El dolor del cuer­po, un dolor tan vio­len­to como el suyo, no se ali­via con pacien­cia y des­de casa. Tras la ten­sión por lo menos aho­ra está reci­bien­do el ansia­do tra­ta­mien­to. “Ya voy por mi segun­da sesión de radio­te­ra­pia”, dice y a tra­vés de la mas­ca­ri­lla su voz se oye como un susu­rro ron­co y lejano, “no sé si vaya a sanar­me, pero al menos lo intento”. 

No uno sino muchos hospitales 

Así como Cruz, debi­do al nue­vo coro­na­vi­rus miles de pacien­tes del INEN han sufri­do algu­na alte­ra­ción o, en el peor de los casos, la inte­rrup­ción de sus tra­ta­mien­tos onco­ló­gi­cos. “Esto es debi­do a que entre el 55% y el 60% de ellos vie­nen de otras regio­nes”, expli­ca a Ojo­Pú­bli­co el doc­tor Eduar­do Payet, jefe ins­ti­tu­cio­nal, en su ofi­ci­na en el hos­pi­tal. Más de la mitad de los pacien­tes lle­gan al lugar solo para una con­sul­ta o pro­ce­di­mien­to pun­tual –qui­mio­te­ra­pia, radio­te­ra­pia, inter­ven­ción qui­rúr­gi­ca– y lue­go regre­san a sus casas, en otra ciu­dad, has­ta la pró­xi­ma cita. Lue­go del 15 de mar­zo, cuan­do comen­zó el Esta­do de Emer­gen­cia, los via­jes para el ali­vio o la cura del cán­cer se han vuel­to –casi– imposibles.

EN EL CASO DEL CÁNCER SE HA PRODUCIDO UN 42% DE INTERRUPCIÓN PARCIAL A TOTAL DE SUS TRATAMIENTOS, SEGÚN LA OMS.

Este no es, por supues­to, el úni­co moti­vo de los cam­bios. Des­de la mis­ma ofi­ci­na, otro de los prin­ci­pa­les doc­to­res del INEN, Gus­ta­vo Sarria, sub­je­fe ins­ti­tu­cio­nal, men­cio­na la “ralen­ti­za­ción de la aten­ción” debi­do a los pro­ce­di­mien­tos de bio­se­gu­ri­dad que aho­ra se prac­ti­can den­tro del hos­pi­tal: toma de tem­pe­ra­tu­ra, lava­do de manos al ingre­so, desin­fec­ción cons­tan­te de los espacios. 

Distanciamiento social Inen
A DOMICILIO. Algu­nos pacien­tes que no pue­den lle­gar al hos­pi­tal hacen qui­mio­te­ra­pia oral, las pas­ti­llas las reci­ben en sus casas de Lima y provincias. 
Foto: Les­lie Searles

Tam­bién está el dis­tan­cia­mien­to social por el cual ya no es posi­ble reci­bir en los dis­tin­tos ambien­tes al mis­mo núme­ro de pacien­tes. Antes de la cua­ren­te­na, al día se rea­li­za­ban 180 qui­mio­te­ra­pias y aho­ra se hacen 80, de 360 radio­te­ra­pias han pasa­do a 160, de 40 inter­ven­cio­nes aho­ra se prac­ti­can unas 10. La ausen­cia de varios oncó­lo­gos es otro fac­tor: muchos de ellos están en sus casas por­que per­te­ne­cen a la pobla­ción en ries­go de con­ta­gio. “Nues­tra pro­duc­ción no está al 100%, obvia­men­te”, dice el doc­tor Sarria, “pero es enten­di­ble por­que no pode­mos poner en ries­go a la gente”. 

Este fenó­meno no es exclu­si­vo del INEN y mucho menos de Perú. La mis­ma revo­lu­ción e incer­ti­dum­bre se vive en muchos hos­pi­ta­les y ciu­da­des. Según una encues­ta que la Orga­ni­za­ción Mun­dial de la Salud publi­có a ini­cios de junio, y que com­pren­de a 155 paí­ses, los ser­vi­cios de pre­ven­ción y tra­ta­mien­to de las enfer­me­da­des no trans­mi­si­bles han resul­ta­do gra­ve­men­te afec­ta­dos por la Covid-19. En el caso del cán­cer se ha pro­du­ci­do un 42% de inte­rrup­ción par­cial a total de sus tratamientos.

Limpieza Inen
PROTECCIÓN. El per­so­nal admi­nis­tra­ti­vo y los médi­cos reci­ben equi­pos de pro­tec­ción per­so­nal de acuer­do a su nivel de expo­si­ción al virus. 
Foto: Les­lie Searles

Los enfer­mos y las familias 

Es poco más del medio­día y Segun­dino ha sali­do de Emer­gen­cias del INEN con malas noti­cias. El doc­tor que fue a bus­car ya se había ido. “Lle­gué muy tar­de, me han dicho que el sába­do me pue­den vol­ver a aten­der”, dice sin mos­trar eno­jo o moles­tia, qui­zá solo algo de can­san­cio. Este risue­ño aya­cu­chano, se demo­ró en lle­gar al hos­pi­tal por­que pasó toda la maña­na reco­rrien­do varias far­ma­cias y clí­ni­cas en bús­que­da de “un tubi­to” para que al fin pue­dan ope­rar a su her­mano menor, enfer­mo de cán­cer de colon. 

El famo­so tubi­to, que en reali­dad es un “caté­ter pig­tail” o en for­ma de J, aho­ra es inubi­ca­ble. “Me han dicho que por la pan­de­mia los pro­vee­do­res que lo ven­den no están tra­ba­jan­do” cuen­ta Segun­dino. Su her­mano, de tan solo vein­ti­nue­ve años, está en la casa de un fami­liar, en San Juan de Luri­gan­cho, a la espe­ra del mila­gro. “Él se está resis­tien­do, no se quie­re morir”, dice y lan­za una risi­ta ner­vio­sa, “pien­sa en sanar­se el mucha­cho, a veces me da una pena”.

LOS ESTRAGOS FÍSICOS Y EMOCIONALES DEL CÁNCER LOS SUFREN TANTO LOS ENFERMOS COMO SUS FAMILIARES, QUIENES SON ACOMPAÑANTES.

Mucho menos estoi­cos, más bien todo lo con­tra­rio, pare­cen una pare­ja de espo­sos, Nina y Juan, padres de una joven de 21 años con cán­cer cere­bral. Ellos lle­ga­ron a Emer­gen­cias del hos­pi­tal muy tem­prano, por­que ape­nas ama­ne­ció su hija, “la más lin­da y valien­te de la fami­lia”, sufrió una con­vul­sión en su cuar­to. Nun­ca antes había ocu­rri­do, a pesar de tener un tumor inope­ra­ble, la joven tenía una vida casi nor­mal. Inclu­so había logra­do estu­diar inglés y un cur­so de teatro. 

Nina, que es la más con­mo­cio­na­da, dice con una voz tem­blo­ro­sa que qui­zá todo se pudo evi­tar con una reso­nan­cia mag­né­ti­ca. Se supo­ne que le harían una a su hija los pri­me­ros días de abril –era una RM de con­trol – , pero por el Esta­do de Emer­gen­cia recién se la pudie­ron hacer el sába­do pasa­do, casi dos meses des­pués de lo indi­ca­do. “Y eso, se la hicie­ron por­que prác­ti­ca­men­te les supli­ca­mos”, dice Juan alte­ra­do, “ya no atien­den como antes, todo ha cambiado”. 

Paciente Inen
IMPORTANTE. Alre­de­dor de 33.000 per­so­nas mue­ren de cán­cer en el Perú al año y unos 150.000 viven con la enfermedad. 
Foto: Les­lie Searles

Los estra­gos físi­cos y emo­cio­na­les del cán­cer los sufren tan­to los enfer­mos como sus fami­lia­res, quie­nes son acom­pa­ñan­tes. A veces es un pro­ce­so espe­cial­men­te arduo, muy frus­tran­te y tris­te, por­que el Perú es un país en don­de en la mayo­ría de casos se detec­ta tar­de, cuan­do ya no es posi­ble la cura­ción. Más de 33.000 per­so­nas mue­ren al año debi­do por esta enfer­me­dad. Des­de el 2015 el cán­cer es la prin­ci­pal cau­sa de muer­te en el país

Estos núme­ros, sin embar­go, no son una con­de­na o un des­tino inevi­ta­ble. Por eso siguen en pie, en Emer­gen­cias del INEN, Segun­dino, Nina y Juan. Tam­bién la joven San­dra y su madre, Ida, bus­can­do con insis­ten­cia una cita para una biop­sia. A ver si se ente­ran de una vez por qué a la seño­ra le due­le y le arde tan­to esa hin­cha­zón deba­jo de la axi­la. Y sigue allí Martha, la ven­de­do­ra de pos­tres que rue­ga para que su madre supere ese cán­cer a la vesí­cu­la. Aun­que aho­ra mis­mo la ancia­na está inter­na­da, incons­cien­te, con la piel y los ojos de un inquie­tan­te color ver­de-ama­ri­llo. No olvi­de­mos a Jonathan, un niño de diez años con un tumor a la altu­ra de la cani­lla dere­cha. El peque­ño espe­ra con ansias el día en el que le qui­ten por fin “esa cosa” de enci­ma. Cuan­do pase, dice, deja­rá de cojear y vol­ve­rá a jugar fút­bol con sus ami­gos del barrio. 

Una capi­lla por el coronavirus 

La Covid-19 no solo ha afec­ta­do la ruti­na de aten­cio­nes del INEN, tam­bién ha ata­ca­do direc­ta­men­te a varios de sus enfer­mos de cán­cer. “Nues­tra inten­ción era que este no sea un hos­pi­tal Covid, por­que tra­ba­ja­mos con pacien­tes inmu­no­de­pri­mi­dos”, dice el jefe ins­ti­tu­cio­nal Eduar­do Payet, aco­mo­dan­do su mas­ca­ri­lla. Quie­re decir que los enfer­mos onco­ló­gi­cos tie­nen el sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co, aquel que defien­de nues­tro orga­nis­mo de los virus y las bac­te­rias, en un esta­do muy vul­ne­ra­ble. Un con­ta­gio en estas con­di­cio­nes podría ser fatal. Según un estu­dio rea­li­za­do en Esta­dos Uni­dos, un enfer­mo de cán­cer afec­ta­do por coro­na­vi­rus tie­ne el doble de pro­ba­bi­li­da­des de falle­cer a com­pa­ra­ción de quien solo tie­ne el virus. “No que­ría­mos”, aña­de el doc­tor Payet, “pero nos vimos en la obli­ga­ción de vol­ver­nos espe­cia­lis­tas en esta enfermedad”. 

De pron­to al hos­pi­tal empe­za­ron a lle­gar enfer­mos de cán­cer con sos­pe­chas de tener coro­na­vi­rus. Algu­nos de ellos, muy gra­ves, no podían res­pi­rar y nece­si­ta­ban aten­ción inme­dia­ta. Había de todo: pacien­tes anti­guos, pero tam­bién pacien­tes onco­ló­gi­cos de otros luga­res, que habían sido recha­za­dos en los hos­pi­ta­les Covid-19. “En los hos­pi­ta­les gene­ra­les el cán­cer era un cri­te­rio de exclu­sión”, dice el doc­tor Payet, “cuan­do venían aquí noso­tros no podía­mos cerrar­les las puer­tas”. Para la cabe­za del INEN inclu­si­ve aque­llos que esta­ban con­de­na­dos a no sobre­vi­vir, tenían dere­cho a una muer­te digna. 

Eduardo Payet Jefe Inen
AUTORIDAD. «No lo vamos a negar, esta­mos gol­pea­dos», dice Eduar­do Payet, jefe ins­ti­tu­cio­nal del INEN, que lle­va alre­de­dor de 35 años tra­ba­jan­do para el hospital. 
Foto: Les­lie Searles

No pasó mucho para que tam­bién apa­re­cie­ran los pro­pios tra­ba­ja­do­res del hos­pi­tal con­ta­gia­dos, en bús­que­da de auxi­lio. Es difí­cil pre­ci­sar dón­de se han infec­ta­do, “des­de hace sema­nas lle­va­mos un con­trol con­ti­nuo de la pre­sen­cia del virus”, ase­gu­ra el doc­tor Payet. Has­ta fines de mayo, cuan­do visi­ta­mos el hos­pi­tal, se habían rea­li­za­do casi 5.000 prue­bas rápi­das a pacien­tes y emplea­dos. El 97% de estos tests esta­ban des­ti­na­dos a los tra­ba­ja­do­res. Un triun­fo agri­dul­ce, al menos en estas épo­cas en las que Perú es el segun­do país con mayor núme­ro de con­ta­gios de Lati­noa­mé­ri­ca, es man­te­ner una tasa de con­ta­gios esta­ble. Y en el INEN alcan­za alre­de­dor del 11% des­de el comien­zo de los testeos. 

“NUESTRA INTENCIÓN ERA QUE ESTE NO SEA UN HOSPITAL COVID, PORQUE TRABAJAMOS CON PACIENTES INMUNODEPRIMIDOS”, DICE EL JEFE INSTITUCIONAL EDUARDO PAYET

La doc­to­ra Joa­na Fran­co, jefa de la Uni­dad de Ges­tión de Ries­gos y Uni­dad del Pacien­te, es quien mejor lle­va la cuen­ta de la situa­ción Covid-19 den­tro del hos­pi­tal. Al momen­to de nues­tra visi­ta al INEN, la doc­to­ra Fran­co, nos dijo que había 36 hos­pi­ta­li­za­dos con coro­na­vi­rus, seis de ellos en UCI. Has­ta ese enton­ces habían pasa­do por el hos­pi­tal alre­de­dor de 80 pacien­tes con el virus, y 28 de ellos ya habían sali­do total­men­te recu­pe­ra­dos. “Al prin­ci­pio los enfer­mos de cán­cer que se con­ta­gian sien­ten un temor abso­lu­to por­que pien­san que tie­nen pro­ba­bi­li­da­des altí­si­mas de morir”, dice la doc­to­ra Fran­co. Pero con el pasar de los días, y al ver que hay quie­nes salen vic­to­rio­sos y recu­pe­ra­dos, los aba­ti­dos recu­pe­ran fuer­zas e inclu­so poco de tranquilidad. 

Capilla Inen
DÉFICIT. En Perú los oncó­lo­gos no lle­gan ni a 1000. Se cal­cu­la que hay un pro­me­dio de 2 de estos médi­cos por cada 100 mil habitantes.
Foto: Les­lie Searles

Las cua­tro áreas Covid-19 del hos­pi­tal están ais­la­das del res­to: los con­ta­gia­dos no se mez­clan con quie­nes no lo están. Uno de esos ambien­tes fue habi­li­ta­do en medio de la cri­sis, por­que la nece­si­dad impo­ne deci­sio­nes ines­pe­ra­das. La que antes era la capi­lla del hos­pi­tal aho­ra es la sala de hos­pi­ta­li­za­ción para los enfer­mos de cán­cer sos­pe­cho­sos de tener el virus. Al lado del área de Emer­gen­cias, esa cons­truc­ción coro­na­da por una cruz mul­ti­co­lor ya no aco­ge sota­nas y rosa­rios, sino tra­jes de bio­se­gu­ri­dad y este­tos­co­pios. Don­de hubo ban­cas, aho­ra hay cami­llas. Don­de se ofi­cia­ban misas y se ento­na­ban cán­ti­cos reli­gio­sos, aho­ra se apli­can medi­ca­men­tos, reci­tan diag­nós­ti­cos y se oye una que otra tos aho­ga­da. Los doc­to­res dicen que ya le pidie­ron per­mi­so al sacer­do­te, “y de paso a Dios y a todos san­tos del Evan­ge­lio”, para trans­for­mar el tem­plo. Des­pués de todo, si antes se daba con­sue­lo a las almas, aho­ra allí se están curan­do cuerpos. 

Estra­te­gias para la resistencia

“Qué boni­ta fue esa noche, me trae recuer­dos la noche, pen­san­do en tu boqui­ta de gra­na, bella nocheee…”. La famo­sa can­ción de Joe Arro­yo se escu­cha por toda la sala de qui­mio­te­ra­pia. Bien ale­ja­dos los unos de los otros, los pacien­tes están sen­ta­dos o acos­ta­dos sobre unos sillo­nes gran­des que pare­cen como de cue­ro. Todos son adul­tos, los hay muje­res y hom­bres. Varios miran absor­tos a la nada o cabe­cean. Algu­nos, qui­zá los más resis­ten­tes a los efec­tos noci­vos de la dro­ga, per­ma­ne­cen incó­lu­mes, aten­tos a todo lo que pasa alrededor.

“Para evi­tar más alar­ma por las noti­cias que salen todos los días aquí pre­fe­ri­mos encen­der la radio, no los tele­vi­so­res”, dice Raquel Calle, Jefa del Ser­vi­cio de Qui­mio­te­ra­pia Ambu­la­to­ria de Adul­tos, des­de su ofi­ci­na a unos metros del salón prin­ci­pal. Aho­ra sue­na una can­ción del Gru­po Niche “¡Y fies­ta!, ¡Y rum­ba! Y rum­ba que es la feria de la caña…”. Nadie bai­la, ni fes­te­ja en la sala, pero la inten­ción es noble: hoy más que nun­ca muchos allí nece­si­tan ser recon­for­ta­dos, aun­que sea con peque­ños deta­lles. Por ejem­plo, sin­to­ni­zan­do, en un momen­to pesa­do, una emi­so­ra de radio de músi­ca salsa. 

Videoconsultas oncológicas Inen
TELESALUD. En con­di­cio­nes nor­ma­les el INEN atien­de al mes a más de 1.200 nue­vos pacien­tes con cán­cer, que se suman a los casi 4.000 pacien­tes antiguos.
Foto: Les­lie Searles

A unos metros de esa sala, el depar­ta­men­to del Ban­co de San­gre tam­bién idea sus pro­pias estra­te­gias para resis­tir los reve­ses de la épo­ca. Antes solían reci­bir 150 donan­tes al día, aho­ra con suer­te lle­gan a los 50. La dona­ción de san­gre es cru­cial para el hos­pi­tal, sobre todo para tra­tar a los enfer­mos hema­to onco­ló­gi­cos (aque­llos con leu­ce­mia, cán­cer a los gan­glios lin­fá­ti­cos, cán­cer a la médu­la ósea). Aho­ra mis­mo las salas del ban­co están vacías, todas sus cami­llas, libres. “Hoy recién vamos por el octa­vo donan­te”, dice Heidy Espi­no­za, tec­nó­lo­ga médi­ca del Área de Cali­dad del ban­co. Son casi las tres de la tarde. 

Como los donan­tes no van al hos­pi­tal, el hos­pi­tal va a los donan­tes. El INEN ha mon­ta­do su “Hemo­bus”, un ómni­bus del tipo inter­pro­vin­cial que visi­tas dis­tin­tos pun­tos de Lima (ins­ti­tu­cio­nes, empre­sas, con­do­mi­nios) para cap­tar las dona­cio­nes. El Hemo­bus ya ha ido a Sur­co, San Bor­ja, Mira­flo­res, Cho­rri­llos en bús­que­da de uno de los bie­nes más pre­cia­dos por estos días: gló­bu­los rojos, gló­bu­los blan­cos, pla­que­tas para sus enfermos. 

EL PROBLEMA MAYOR, SIN EMBARGO, SERÁ EL “TSUNAMI DE PACIENTES” QUE LLEGARÁ TRAS EL LEVANTAMIENTO DE LAS FRONTERAS.

Hay otras áreas del hos­pi­tal, en cam­bio, que han ace­le­ra­do su rit­mo de tra­ba­jo. Dos de ellas son la Cen­tral Tele­fó­ni­ca y Tele­sa­lud. A tra­vés de las once líneas de la cen­tral, los pacien­tes repro­gra­man sus citas y absuel­ven sus dudas. A pesar de que muchos se han que­ja­do de tim­bra­das sin con­tes­tar y mala aten­ción, las auto­ri­da­des del hos­pi­tal dicen que la cen­tral está fun­cio­nan­do. En cuan­to al ser­vi­cio de Tele­sa­lud, este hace que los pacien­tes que viven en otras regio­nes o cuyos cán­ce­res pue­den ser aten­di­dos a dis­tan­cia (por­que están en un esta­dio ini­cial o son de pro­gre­so len­to) ten­gan citas por videollamadas. 

Pero esta posi­bi­li­dad se com­pli­ca cuan­do no cuen­tan con acce­so a Inter­net tie­nen o una mala señal tele­fó­ni­ca. “De las 50 tele­con­sul­tas que hay al día habrá un 10% de gen­te que que­dan dis­con­for­me”, dice Nena espi­nal, coor­di­na­do­ra del área des­de la peque­ña ofi­ci­na por don­de moni­to­rea todas las comu­ni­ca­cio­nes. Aún así, las citas no paran des­de las ocho de la maña­na has­ta las cua­tro de la tarde.

El pro­ble­ma mayor, sin embar­go, será el “tsu­na­mi de pacien­tes” que lle­ga­rá tras el levan­ta­mien­to de las fron­te­ras. Enfer­mos de cán­cer con esta­dios de la enfer­me­dad más avan­za­dos, gen­te que no sabe que tie­ne cán­cer pero lo sos­pe­cha, pacien­tes anti­guos que que­rrán poner­se al día en sus con­tro­les. Ancia­nos, adul­tos, jóve­nes, niños de todo el Perú, lle­gan­do en olea­das has­ta el hos­pi­tal. Los doc­to­res del INEN saben que enton­ces ten­drán que tra­ba­jar duro, qui­zá mucho más que aho­ra, tal vez como nunca. 

Quimioterapia Inen
DISCIPLINADOS. A pesar de que hay pacien­tes onco­ló­gi­cos con Covid, los médi­cos del hos­pi­tal creen que los enfer­mos de cán­cer son, por lo gene­ral, muy dis­ci­pli­na­dos con la higie­ne y el distanciamiento. 
Foto: Les­lie Searles 

La odi­sea continúa

Ha pasa­do más de una sema­na des­de el pri­mer encuen­tro con Cruz. Des­de hace unos días, la seño­ra piu­ra­na se está que­dan­do en una casa en Villa El Sal­va­dor, con la her­ma­na de uno de sus yer­nos. La sobri­na con la que vino des­de Piu­ra, ya se regre­só para allá. “No sabía ayu­dar­me mucho, a veces ni me alcan­za­ba mis medi­ci­nas”, dice Cruz al otro lado del telé­fono. Su voz aho­ra se oye más len­ta y apagada. 

Ya son como cua­tro noches que no pue­de dor­mir bien. Casi no tie­ne ape­ti­to, en su lugar hay náu­seas y vómi­tos y dolor. El doc­tor le ha dicho que son los estra­gos de las radio­te­ra­pias. Que espe­re un poco, que pron­to se pon­drá mejor, que lo impor­tan­te es que el tumor en el úte­ro se reduz­ca. Pero la mujer saca la cuen­ta: toda­vía le fal­tan seis radio­te­ra­pias, lue­go ven­drán las qui­mio­te­ra­pias y pue­de que una ope­ra­ción. ¿Cuán­do se sen­ti­rá bien?

“Enci­ma hace días estu­ve con una tos horri­ble, tam­bién me dio fie­bre”, dice Cruz. Sus hijos le man­da­ron medi­ci­nas has­ta Lima y le pidie­ron que no diga nada, que no se haga la prue­ba de la Covid. Tenían mie­do de que si su madre salía posi­ti­va, la ais­la­ran en el hos­pi­tal jun­to con los con­ta­gia­dos. Enton­ces, todo habría sido mucho peor, pen­sa­ron: cán­cer y coro­na­vi­rus, com­bi­na­ción letal. “Pero menos mal ya casi no sien­to nada”, aña­de Cruz y se que­da en silen­cio por unos segun­dos, “por suer­te yo creo que ya me sané”. 

*Algu­nos de los pacien­tes que apa­re­cen en este repor­ta­je pre­fi­rie­ron no reve­lar sus nom­bres reales. Otros opta­ron por solo dar sus nom­bres, mas no sus apellidos.

FUENTE: Ojo Público

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