Puer­to Rico. Auto­cons­truc­ción y cons­truc­ción informal

Por Gian­car­lo Váz­quez López/​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 22 de julio de 2020

Des­pués del hura­cán María y los terre­mo­tos, se acu­sa­ba a la gen­te pobre de cons­truir sin per­mi­sos, pero no se cues­tio­na­ba cómo lle­ga­ron a esa situa­ción. Aho­ra esta­mos en medio de una pan­de­mia y la Tie­rra sigue tem­blan­do. La tem­po­ra­da de hura­ca­nes se apro­xi­ma y, mien­tras tan­to, toda­vía hay per­so­nas sin hogar.

El seña­la­mien­to del arqui­tec­to y urba­nis­ta Edwin Qui­les se hace cada vez más per­ti­nen­te. Esta­mos en un momen­to en que pro­fe­sio­nes como la arqui­tec­tu­ra tie­nen que revi­sar su alcan­ce, rele­van­cia y disciplina.

Ante la reali­dad que plan­tean fenó­me­nos como los men­cio­na­dos sur­gen pro­yec­tos que dan seña­les de por dón­de van esos cam­bios a los que alu­de Qui­les cuan­do habla de pen­sar en espa­cios nue­vos para pro­yec­tos nue­vos. Un gru­po de arqui­tec­tos agru­pa­dos bajo el Comi­té de Acer­ca­mien­to Comu­ni­ta­rio ha ayu­da­do a lle­var el men­sa­je fue­ra del Cole­gio de Arqui­tec­tos y Arqui­tec­tos Pai­sa­jis­tas de Puer­to Rico (CAAPPR).

Pero este plan­tea­mien­to no ha sido bien vis­to por el Gobierno, cuya visión sigue sien­do la de poner la cons­truc­ción de vivien­das en manos de desa­rro­lla­do­res que impo­nen un mode­lo pre­de­ter­mi­na­do sin la par­ti­ci­pa­ción de sus futu­ros habi­tan­tes. Sin embar­go, el Gobierno “demo­ni­za” la auto­cons­truc­ción, cuan­do “esa es la mane­ra en que los pobres resuel­ven”. Qui­les cues­tio­na el por­qué de prohi­bir­le a la gen­te que haga sus pro­pias cons­truc­cio­nes. A cam­bio, pro­po­ne la arti­cu­la­ción de un sitio (en las alcal­días o en las escue­las voca­cio­na­les, por ejem­plo), don­de la gen­te lle­ve su idea, se le ayu­de a hacer un plano o reci­ba orien­ta­ción de cómo usar mejor el espa­cio; un ser­vi­cio a la comu­ni­dad cobran­do una can­ti­dad mínima.

Qui­les con­tras­tó los argu­men­tos en con­tra de la auto­cons­truc­ción con el hecho de que una par­te sig­ni­fi­ca­ti­va de los edi­fi­cios que sufrie­ron daños gra­ves fue­ron aque­llos dise­ña­dos y cons­trui­dos bajo el regla­men­to de Puer­to Rico. “Lo que decían de que las casas que se caye­ron fue por­que no cum­plían con los códi­gos, vemos que tam­bién los edi­fi­cios con­ven­cio­na­les, como fábri­cas o escue­las, fue­ron los que más sufrie­ron”, añadió.

Se acu­sa de que la cons­truc­ción infor­mal es el pro­ble­ma, pero esta se da en dife­ren­tes esca­las. El pla­ni­fi­ca­dor David Carras­qui­llo expli­có que la infor­ma­li­dad no son sola­men­te cons­truc­cio­nes mal hechas, sino cons­truc­cio­nes que se hicie­ron cuan­do o en don­de no se debían hacer. “El pro­ble­ma es cómo se per­ci­ben ambos tipos de pro­ble­mas, por­que sin lugar a dudas ambos son pro­ble­má­ti­cos; pero no se per­ci­ben como pro­ble­má­ti­cos aque­llos que pue­den defen­der­se con dine­ro o gene­ran­do la pre­sión sufi­cien­te al Esta­do para que les haga pro­yec­tos de miti­ga­ción, como son las bom­bas que extraen agua de Ocean Park”, sostuvo.

En el caso de las comu­ni­da­des pobres que no tie­nen esas herra­mien­tas para cabil­dear y mover recur­sos que les sean de bene­fi­cio, se ve como un pro­ble­ma que tie­nen ellos por ser pobres. Aun­que se tra­te de una inter­ven­ción igual o más sen­ci­lla que un sis­te­ma de bom­bas para extraer agua, ya sea un muro de con­ten­ción o drenajes.

“La reali­dad es que estos mis­mos pro­ble­mas los han teni­do muchas otras comu­ni­da­des. Sim­ple­men­te, es que hay una reti­cen­cia de par­te del Esta­do, del Gobierno, de reco­no­cer que estas comu­ni­da­des son tan mere­ce­do­ras de pro­yec­tos de miti­ga­ción como otras”, señaló.

Así como Ocean Park, a otras comu­ni­da­des se les ha dado per­mi­so para cons­truir en luga­res don­de no se debe­ría. Pero a los pri­me­ros no se les acu­sa de ser una comu­ni­dad infor­mal por­que tie­nen per­mi­sos, aun­que incu­rran en vio­la­cio­nes como el res­pe­to a la zona marí­ti­mo terres­tre o cons­truir en zonas inun­da­bles, entre otras consideraciones.

Carras­qui­llo cri­ti­có que la polí­ti­ca de vivien­da ha sido malí­si­ma en reco­no­cer cuá­les son las nece­si­da­des en los asen­ta­mien­tos infor­ma­les que hay alre­de­dor de la isla para aten­der­las de for­ma direc­ta. En Puer­to Rico los tra­ba­jos están en la Zona Metro­po­li­ta­na; sin embar­go, la mayo­ría de estos asen­ta­mien­tos se dan fue­ra de esta zona por­que son per­so­nas que no tie­nen acce­so a un empleo o al sufi­cien­te capi­tal para siquie­ra tomar en con­si­de­ra­ción hacer una casa por medios formales.

Seña­ló que el sec­tor de la cons­truc­ción y el finan­cie­ro han aban­do­na­do la misión de ofre­cer una vivien­da ase­qui­ble. Por un lado, el sec­tor de la cons­truc­ción no reco­no­ce lo ante­rior. Tam­po­co de que pue­da haber regla­men­ta­ción y legis­la­ción que pon­ga un tope de lo que debe cos­tar hacer una casa. Por otra par­te, los ban­cos pre­fie­ren ven­der sus pro­pie­da­des vacan­tes a espe­cu­la­do­res y a gru­pos que com­pran casas por dece­nas antes que ven­der­las median­te una hipo­te­ca a una per­so­na de car­ne y hueso.

“El mer­ca­do de bie­nes raí­ces no res­pon­de en lo abso­lu­to a lo que gana la pobla­ción pro­me­dio per cápi­ta. Una casa que cues­ta ya casi cer­ca de los $200 mil es total­men­te inal­can­za­ble para una per­so­na que tra­ba­ja, yo diría, por el míni­mo; pero en ver­dad, per­so­nas que ganan 3 y 4 veces el míni­mo tam­po­co pue­den acce­der a un prés­ta­mo de ese cali­bre para com­prar una casa”. “No es una cues­tión de que estas per­so­nas que se ven afec­ta­das son res­pon­sa­bles de su situa­ción, por­que no es así. Cier­ta­men­te, hace rato tie­ne que haber una enmien­da para hacer algún tipo de refor­ma en tér­mi­nos de vivien­da, de cómo se admi­nis­tran dife­ren­tes pro­gra­mas fede­ra­les como el CRA (Com­mu­nity Rein­vest­ment Act) y otras polí­ti­cas que se supo­ne que estén impac­tan­do direc­ta­men­te a las per­so­nas, espe­cial­men­te para acce­der a una vivien­da ase­qui­ble; los fon­dos que vinie­ron des­pués del hura­cán, que muchas veces la for­ma en que han dise­ña­do los pro­gra­mas no cum­plen en satis­fa­cer las nece­si­da­des que tie­nen estas pobla­cio­nes”, añadió.

Si una per­so­na desea rea­li­zar cual­quier mejo­ra que sobre­pa­se los $6 mil tie­ne que sacar per­mi­sos, pagar arbi­trios al Esta­do, más un ges­tor, más un con­tra­tis­ta, lo que infla los cos­tos del arre­glo de for­ma exor­bi­tan­te. Ante esto, Carras­qui­llo men­cio­nó que debe haber unos cos­tos que se deben sufra­gar tem­po­re­ra­men­te en lo que el pro­ce­so de recu­pe­ra­ción se da. Que debe haber tam­bién una una exen­ción en los cos­tos de los pro­fe­sio­na­les. Con el dine­ro se podría tener un ejér­ci­to de pro­fe­sio­na­les que ten­gan su suel­do y no ten­gan que cobrar­le direc­ta­men­te a la per­so­na afec­ta­da; un pro­gra­ma públi­co en don­de se finan­cie y se le comi­sio­ne a dife­ren­tes enti­da­des pro­fe­sio­na­les como el Cole­gio de Arqui­tec­tos y Arqui­tec­tos Pai­sa­jis­tas de Puer­to Rico, el Cole­gio de Inge­nie­ros y Agri­men­so­res, la Socie­dad Puer­to­rri­que­ña de Pla­ni­fi­ca­ción. Que hagan tra­ba­jo pro bono o por algún tipo de cos­to nominal.

“Par­te de las res­pon­sa­bi­li­da­des de estos gru­pos pro­fe­sio­na­les es ren­dir ser­vi­cio pro bono; sin embar­go, si no se via­bi­li­za median­te el gobierno lo que estás hacien­do es cana­li­zan­do al sec­tor pri­va­do que como inter­me­dia­rio se está lle­van­do todo el dine­ro que se supo­ne esté lle­gan­do a las comu­ni­da­des”, dijo Carras­qui­llo, quien con­clu­yó que el pro­ce­so no nece­sa­ria­men­te se resuel­ve aña­dien­do buro­cra­cia, pero sí se pue­de enmen­dar aña­dien­do pro­ce­sos de participación.

Hay asun­tos para los que no bas­ta una eva­lua­ción de escri­to­rio para ser enten­di­dos. Si como par­te del pro­ce­so de las cons­truc­cio­nes el Gobierno toma­ra en serio el que la gen­te que vive en estas comu­ni­da­des opi­na­ra, se podría hacer un tra­ba­jo más res­pon­sa­ble y más jus­to. Se podría tam­bién evi­tar futu­ras catás­tro­fes socia­les y ambientales.

FUENTE: Cla­ri­dad 60

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