Por Carlos Aznárez, Resumen Latinoamericano, 31 de julio de 2020.
Este viernes, todo hacía pensar que a las puertas de la Cancillería se iba a realizar una olla popular. Fue anunciada días antes y promovida como protesta por la UTT (Unión de Trabajadorxs de la Tierra), una organización referente para los pequeñxs productores rurales, ligados a la lucha contra los agronegocios y la soberanía alimentaria.
El motivo de llegar hasta el Palacio San Martín con militantes portando cajones rebosantes de verduras, cultivadas por ellos y ellas mismas, eran más que lógicos ya que la UTT viene cuestionando el acuerdo anunciado por ese Ministerio de Exteriores con la República Popular China para instalar granjas industriales que críen chanchos en grandes jaulas metálicas. De hecho, la organización social había realizado días atrás un twitazo con la consigna central “Fábrica de Chanchos + Monocultivo de soja transgénica = Hambre”, Nuestro objetivo es “no transformar a la Argentina en una fábrica de pandemias con la industrialización de la producción animal”, señalaron en esa ocasión.
Ahora bien, cuando los integrantes de la UTT se aprestaban a bajar una gran olla de una de las camionetas, recibieron el aviso de que funcionarios de la Cancillería los recibirían para dialogar. De esta manera la olla quedó en veremos y raudamente una delegación encabezada por la vocera de la UTT, Rosalía Pellegrini entró al edificio de la calle Esmeralda.
Según informaron después, el diálogo se dio con los funcionarios Guillermo Chávez, Jorge Neme (Secretario de Acuerdos Internacionales del Ministerio) y un equipo técnico, que les reafirmaron que el acuerdo va para adelante sí o sí, y que se firmaría en el término de un mes o dos aproximadamente, aunque otras versiones hablan de noviembre. Mientras los técnicos insistían en que sería muy positivo para Argentina por la cantidad de dólares que entrarían, el funcionario a cargo de dar el toque político del “gran negocio” se prestaba al reclamo hecho por la delegación de la UTT, sobre que era necesario abrir una mesa de diálogo con los sectores involucrados de la sociedad. Para ello proponía que de la misma participaran los ministerios de Agricultura, de Medio Ambiente, la Cancillería y fuerzas organizadas sociales, más sectores ambientalistas. La repetida frase de que “el país en las circunstancias que afronta necesita inversiones como esta que redundará en miles de millones de dólares” se mezclaba con sugerencias para que quienes protestan por este tipo de meganegocios ‑se los decían a los propios voceros de la UTT- busquen alternativas para que lleguen dólares a las arcas del Estado. Suena a broma pero va en serio: tirarle a humildes trabajadorxs rurales semejante compromiso.
En un momento, cuando uno de los técnicos del equipo Solá explicó que lo de la soja “fue algo único de positivo”, reconociendo que “hubo algunos errores por falta de controles”, los militantes de la UTT se dieron cuenta que no había mucho más que hablar.
Al explicar esto a sus compañerxs, que habían esperado algo más positivo, los voceros mostraron una indudable impotencia de darse cuenta que lo máximo logrado fue la promesa de una mesa de díálogo para hablar de algo que de todas maneras ya está resuelto. Que además, ellos y ellas, saben mejor que nadie que lo que se va poner en marcha es de una gravedad superlativa, no solo para el mundo rural sino para el país entero. De allí, que apuntaron que “es evidente que no nos ponemos de acuerdo sobre el modelo de agricultura que puede traer bienestar para el pueblo” y tampoco con estas políticas de traer inversiones caiga quien caiga (esto último no lo dijeron, pero lo piensan). Pellegrini apuntó que “indudablemente hay una dicotomía de querer llegar a la justicia social y protección ambiental, y por otra parte generar estos proyectos que traerán más contaminación y hambre”.
Al ser una organización ligada al gobierno por tener a su máximo dirigente al frente del Mercado Central, la UTT choca también con la contradicción de saber que este tipo de iniciativas, como las granjas industriales o «campos de concentración y exterminio de ganado porcino», no tiene nada de progresista, al igual que la megaminería, el fracking, los agronegocios y temas similares Pero además, estos proyectos han sido moneda corriente en todos los gobiernos neodesarrollistas del continente, que en vez de pensar cuidar la tierra y el medio ambiente se dedicaron a horadarla de sur a norte y de este a oeste. Lo hicieron de la misma manera que los gobiernos de derecha, por no despegarse de las políticas que impone el capitalismo en este sentido. Las consecuencias de todo ello, se están pagando precisamente en estos momentos, más allá de las teorías mentirosas que invente la OMS para explicar lo inexplicable, y la sumisión con que la mayoría ha decidido aceptarlas.
El acuerdo va o va, al margen de lo que piensen los futuros afectados
Para que haya un acuerdo primero hay que enviar un preacuerdo y que ambas partes lo aprueben. Eso es precisamente lo que ha ocurrido hace pocas horas, cuando Cancillería le alcanzó a sus pares chinos la propuesta de aumentar la producción porcina por 2.500 millones de dólares, y para ello se construirían con celeridad 25 granjas industriales. Granjas es un eufemismo, ya que allí apenas nacen, les cortan el rabo y les extraen los colmillos a los cerdos para que en el encierro, desesperados, no se coman entre ellos.
Siguiendo lo planificado, se pasaría de producir 7 millones de cerdos al año a la friolera de 100 millones. Las únicas condiciones de Argentina serían que el “gran negocio” se formule asociado con productores locales y en zonas extrapampeanas. Algo que como suele ocurrir, en virtud de quienes solo piensan en clave dólar, pueden quedar en un cumplimiento parcial.
Lo cierto es que apenas conocida la primera noticia sobre este proyecto contra natura (nunca mejor el término) se levantó un gran movimiento de protesta que agrupa a sectores ambientalistas, diversas organizaciones del mundo rural, gente vinculada a la salud y no pocos referentes de los derechos humanos. Las razones de tales enojos son totalmente lógicas: plantear en medio de la actual guerra bacteriológica global insistir en destruir la tierra y el medio ambiente ya suena a barbarie. Pero si además, de la mano del mismo canciller que hace unos años dio luz verde a la soja transgénica, se decide montar megacriaderos de chanchos, traídos de un país que ha sacrificado a más de 200 millones de esos animales (enterrándolos y quemándolos vivos) para evitar la propagación de la fiebre porcina denominada “africana”, sumamente contagiosa y letal, el repudiado asunto suena por lo menos a una provocación. Felipe Solá es especialista en este tipo de “oportunidades” que siempre terminan favoreciendo a sectores financieros que hacen negocios a costa de que miles de personas (como ocurre hoy con la producción sojera padezcan cáncer y se produzcan nacimientos con malformaciones, todo gracias al glifosato con que se fumigan a diestra y siniestra los campos de soja. Quien dice Solá. dice gobierno argentino, salvo que se crea que el ministro tiene juego propio para hacer y deshacer a su gusto. Y esto último es precisamente lo grave, que sin consultar al pueblo que mayoritariamente lo votó, Alberto Fernández, decida emprender un camino que se mire como se mire va a afectar económicamente y sanitariamente a grandes sectores de la población. Todo por traer “más dólares”. Algo que hizo que uno de los militantes de la UTT, en las puertas de la Cancillería, se preguntara, con desazón: “¿Más dólares para qué, para pagar una deuda externa fraudulenta?
Fotos: Julia Mottura