Por Andrés Bianque Squadracci, Resumen Latinoamericano, 19 agosto 2020.
Habitación Oscura.Tiempos amargos o una tarde cualquiera en detención.
De madrugada, repentinamente la noche se despierta dentro de mí. Ella tiembla sin razón aparente.
Escucho toser los insectos contra la ventana.
La lluvia dibuja las líneas de sus manos sobre los vidrios.
Alguien solloza a lo lejos. Alguien gime en algún lugar. No es el llanto de uno, sino de varios.
Llanto y quejido atraviesan las paredes. Son pájaros sin alas, son abejas de abdómenes rotos.
Son perros con mordidas en el cuello.
Sorbo a sorbo voy sintiendo el colmillo en mi propio cuello.
Alguien ha amordazado los insectos, la lluvia reza en silencio.
El miedo acampa sobre los pechos. La respiración tartamudea los nombres.
Puedo ver, aún con los ojos cerrados. Puedo oír, aún con la almohada como escudo.
Alguien llora debajo de mi cama.
Todos los gritos y lamentos me parecen iguales, no distingo culpables de inocentes, hombres de mujeres.
Me levanto. De rodillas intento contener el tren de mí aliento.
El piso golpea los puños, la pared azota las frentes, el techo abofetea las mejillas.
Los prejuicios susurran que no intervenga, pero el acento del dolor, habla más claro que cualquier dialecto.
Miro debajo de la cama.
Acurrucado como un feto, con la cara vencida, me mira un ser humano marchito.
Se me rompe el dique de los ojos. Tengo pena, pero también tengo miedo.
El dolor sigue aullando. Los gritos son puñales. Los minutos son estacas.
El edificio completo está llorando.
Pienso en mi vecino que es un niño. Me desprecio por no ser mejor, por no ser fuerte como él.
Ni siquiera puedo hacerme cargo de mí mismo.
El pulso de los segundos perfora todo, excepto los barrotes.
Alguien llora debajo de mi cama.
Junto fuerzas que no tengo, pronuncio su nombre con mis ojos, me trago el desconsuelo de su poesía y con lo poco que me queda de amor, le extiendo mis manos rotas.
Sale a duras penas, arrastrándose. Tiene el pelo lleno de polvo, los harapos le cuelgan. Los ojos le gritan, los tiene hinchados de sangre pisoteada.
Lo acomodo en la cama y le sonrío llorando.
La piel desollada de los días, flota en el aire.
Mientras tanto, la habitación se llena de fantasmas, de caras pegadas a las paredes, de nombres de sílabas muertas colgando desde el techo. Y muge el dolor de decenas en un solo mugido que hierve los cuerpos encerrados.
Y él aprieta mi mano y yo pienso en ahorcarlo, en terminar esa tortura que lo devora.
Aquí estás muerto hace rato, pero toma días entenderlo.
No entiendo cómo pesan tanto las cadenas invisibles ó los eslabones químicos de sus recetas.
Pienso en cuánto pesan los gritos, en cómo diablos fotografiar los moretones del pensamiento.
Cómo, después de meses, aún mantengo la quemadura de las esposas.
Soy la derrota, soy los perdedores.
Varado a la orilla del infierno, con el mástil roto, con mi bandera usada como alfombra.
No soy más que otra rata de cloaca. Cortado por las estrías del piso que se adhieren a mi cara.
La trinchera de los conceptos está descuartizada, los sueños embalsamados de horror.
La exposición del sufrimiento no se detiene, está en su apogeo.
Florece una mesa inmensa que rodea la celda. A lo largo y ancho, un bufé gubernamental de dolores y tristezas para elegir. Esto recién comienza.
Alguien llora sobre mí cama.
Me le quedo mirando. Me ahogo en sus ojos. Poco a poco sus facciones van desapareciendo, se van transformando en una pintura de martirios. Su rostro es el rostro de muchos. La cara anónima de un racimo de personas torturadas, en este cementerio de zombies derrotados, en esta lata de mariposas convertidas en gusanos.
Los leprosos del sistema. Los náufragos de caricias. Los huérfanos de besos y abrazos.
Éste es el infierno me digo. Epicentro de una placenta diseñada para arrancar la vida.
Un horno sofisticado, confeccionado para quemar la brisa interna.
Detención, incubadora del dolor.
Fábrica de lunáticos. Archipiélago de temblores.
Purgatorio de tajos. Taller de la desgracia.
Aquí no necesitas morirte, para que te entierren vivo.
Dios hace fila en la entrada y espera como todos los demás.
Tú vieja, tú fría, tú hipócrita justicia.
Ven a disfrutar de tu matadero disimulado.
Tu basurero para putas y pillos. Tu compañía de humillaciones.
Tu fracasado modelo escondido en un sótano de carne derrotada.
Ven a firmar nuevamente, tortura como castigo sobre la frente de alguien.
Ven a colgar tus diplomas sobre la espalda de los perdedores.
Silentes verdugos de los días.
Antología de arrogantes insensibles. Payasos del comportamiento adecuado.
Promotores del suicidio y la locura. Parientes del carnicero. Hermanos del verdugo.
Parásitos del dolor. Funcionarios del escarnio.
Ven, por favor, comparte un tiempo con nosotros.
La idea central es ponerte de rodillas, después ellos te enseñarán a caminar.
La idea es que no hables con nadie, que aprendas a responder con un sí o con un no.
Buscando deshumanizarte, prepararte para las farsas jurídicas que vendrán.
Se olvidan que la humillación constante produce o espantapájaros o monstruos.
Y obviamente la idea central es tener espantapájaros como súbditos.
Los monstruos que sobran, legalizan y justifican el engranaje siniestro de su trabajo.
Alguien llora sobre las camas.
Los gemidos perforan todo.
Las cucarachas hacen sonar sus mandíbulas azules y verdes contra los oídos.
Las pesadillas son buitres que se alimentan del cansancio de sus víctimas.
La humanidad cuelga de un gancho alto o agoniza en un subterráneo, oculta de miradas y cuestionamientos.
La humillación constante produce o espantapájaros o monstruos.
El eco de los gritos puede durar meses. Las campanadas internas durarán años.
¿Qué son estas líneas más que una piedrecilla arrojada contra tu ventana?
Mientras lees estos trazos, hay de quienes lloran en este mismo instante debajo de sus camas.
¿Los oyes?
Me quedo dormido haciéndole cariño en su pelo.
Luego vendrán las pirañas disfrazadas de delfines, con sus sonrisas de maniquíes baratos.
Golpean a mi puerta. Una voz de whisky me despierta.
Estoy en medio de mi celda.
Ahora entiendo que lo de anoche fue el cielo, si lo comparo con lo que se viene.
Bienvenido a nuestra sociedad.
Habitación Clara.
Aislamiento desde la perspectiva de un pájaro.
Escucho la risa de un pájaro detrás de la ventana. Sus ojos brillan de ironía.
Me apunta con sus alas y se va.
El tiempo da vueltas en un carrusel de caballos muertos. No sé qué hora es.
Mi vista empeora, los días se vuelven borrosos. Quizás es lunes, tal vez es viernes.
Las jornadas son prensa de mano anónima que estruja sin ningún remordimiento.
Pierdo la noción del tiempo. No sé si es mayo o agosto.
Escucho carreras, gritos y maldiciones.
Golpes, portazos e insultos.
No quiero comer su comida. No tengo hambre, no quiero hacer nada.
Estoy vacío, soy un muñeco sin facciones. Una máscara acrílica tirada al sol.
La luz me quema la cara, la lluvia me corta las pupilas.
Comienzo a tartamudear. Me duele constantemente la cabeza.
Algo me falta, algo me sobra.
Aparecen arañas en el piso. Sé que son topos en mis pensamientos.
Un perro rasguña constantemente mi puerta. Busca algo.
Miro mis dedos ensangrentados y entiendo que el perro soy yo.
Alguien conversa dentro de mi cabeza. No sé quién es.
La imagen de raíces en mis pies pegándose al suelo, me aterroriza.
Camino una y otra vez. Soy un péndulo que oscila entre el dolor y el dolor.
Soy un estuche en mí mismo. Soy un caparazón vacío.
Cierro los ojos y escucho el mar dentro de mí.
Afonía de epístolas. Ausencia de acordes humanos.
Mi cuerpo parece el de alguien en coma, de alguien con un derrame o temblor cerebral.
Soy un libro de agua sin palabras, sólo reflejos.
Soy un corte que sangra hacia adentro.
Busco dónde ahorcarme, dónde cortarme las venas y teñir el piso de versos.
¿Será posible ahorcarse con las propias manos?
Aquí no existen los epílogos, todo es introducción al dolor.
Un día, una semana, un mes. No sé dónde estoy. No tengo claro quién soy.
El tiempo pierde la noción de mí.
Hago un barco con la sombra de mis manos moreteadas.
Juego, armo y desarmo un verso en forma de puzzle.
Y en un momento, siguiendo vuestro ejemplo, me lleno de rencor. Odio esta sociedad que me odia.
Quisiera asesinarlo todo. Verdugos y mirones. Insípidos e insensibles.
Populacho de ingenuos e imbéciles que salvan cachorros y osos pandas por el mundo, pero aquí, suben el volumen de sus muletas televisivas, para no escuchar el llanto en sus propias casas.
La ventana es el vidrio de mi ataúd. Afuera desfilan gentes de todos los colores.
Les grito, quiero que sepan que vivimos. Los llamo, quiero que sepan que estamos.
Vivo en la cima de una atalaya, no nos ven. Vivo en un sótano, no nos oyen.
Me tenso como la cuerda de un violín, que no es capaz de pronunciar el grito en su propio pecho.
Me hundo en mí mismo. La habitación es un remolino que gira en su propio eje que soy yo.
Con mi silencio de coral, con mis ojos a media asta, lloro como no sabía, se podía llorar.
Con mi trasparencia de anémona empiezo a dudar de mi propia existencia.
¿Y si yo fuera un espectro encadenado a esta ergástula infinita?
Les grito a mis piernas que se calmen. No me obedecen, no me entienden.
Les hago cariño, les pido que no lloren, pero insisten. Nada funciona. Las dejo tiritar.
Les sigue mi mano derecha golpeando un tambor inexistente.
El tic en mis párpados es un telégrafo de temblores.
Me duele el invierno que llevo dentro.
Me duele la respiración constante del silencio.
Me duele la siesta de la sangre, el letargo de la carne.
Me duele estar solo y no poder hablar con nadie.
Me duele estar escuchando gritos y alaridos a cada instante.
Acidez de sombras se repite en mi pecho.
Las arterias de mis brazos son enredaderas que tapizan este cielo.
Se va descascarando la pared, se deshoja. Van cayendo hojas que se tiñen del color de mi té.
Sé que son irreales, pero puedo sentir su peso muerto en la palma muerta de mi mano.
Mis lágrimas son cortejo de pétalos funerarios, porque me doy cuenta que mi cerebro, en su impotencia, intenta hacerme cariño con una ilusión óptica compasiva.
Todo me hace llorar.
Sigo escuchando gritos y los gritos son invisibles. No dejan marcas externas, he ahí la valentía y descaro de estos servidores públicos.
Las celdas son espejos.
Somos lirios que arden ininterrumpidamente hasta el anochecer.
De día, candelabro de huesos tirados bajo la luz artificial de una lámpara que sólo invoca espinas.
Somos tajada de luz tirada sobre el piso, rebanadas de autoestima salpicando las paredes.
Migajas de alabastro hasta convertirnos en lápidas vivientes, en losas andantes.
Tú vieja, tú fría, tú hipócrita, tú silente.
Fabricantes de esquizofrénicos. Representantes de la úlcera.
Jardineros de canas y arrugas en este invernadero de cruces rotas.
Se me viene una impotencia de versos, se me atraganta la pluma, me tiemblan las frases pensando que no son lo suficientemente claras y me duele mi mediocridad narrativa, de no ser capaz de mostrarte todo el horror del encierro.
Tampoco puedo decir lo que siento, porque me pondrán en un lugar peor que este.
Soy cobarde porque no digo nada contra ellos. No reclamo para que no me quiten la media hora de paseo en una jaula más ancha de la que habito. Me avergüenzo de mí mismo.
Estoy destruido y vivo asustado. Esperando qué nuevo daño me echarán encima. Soy cobardemente egoísta. No soy el héroe que imaginé.
Eres el verso que me falta, el poema abandonado en un tacho de basura.
Aquí existe la inmortalidad, principalmente porque se muere todos los días.
Te matan, pero sólo un poco.
El infierno soy yo, éste es mi reino.
El decorado y el título me fueron impuestos.
La idea principal es romperte. Cuando intentan armarte de vuelta, siempre sobran o faltan piezas.
La idea central es que tienen que machacar primero la carne. Envenenarte para que ciertos juristas puedan relucir sus cuatro corridas de dientes. Su educación les impide litigar en igualdad de condiciones.
Si un sujeto te encierra en su sótano, le llamamos psicópata. Aquí le llaman fiscal.
Psicopatología jurídica al alcance de todos.
El abusador intenta conseguir a través de brutalidad y crueldad, lo que sólo el amor alcanza a través del respeto.
Una persona sana, no tortura a otra persona.
Una sociedad sana, no tortura.
La sombra del atardecer viene devorando edificios y también mi cuarto en llamas.
Una angustia indescriptible me patea el estómago.
Atardecer, prólogo de penurias.
Uno de mis vecinos falleció de un ataque al corazón. Una muerte natural.
No hay culpables, ni responsables.
Habitación Gris.
Obvio que duele cuando abren la puerta. Duele escuchar la fractura de las costillas, remeciendo toda la celda que llevamos dentro.
Aquí terminan las calles y comienza el ronquido de los martillos.
Aquí no existen las cartas, ni las llamadas, ni los lápices. Nadie te habla, nadie te mira a los ojos.
Se abren y cierran accesos. Es un laberinto para ratas, que concluye en epílogo de puertas abiertas que te esperan, para luego cerrarse.
Es el mismo dolor, sólo que en otra parte.
Los muros son gigantes. Una claraboya pequeña, sonríe por entremedio de los ladrillos.
Un ventanal a tu espalda, desde donde te observan los centinelas.
Una cámara en la esquina, espía tus gestos.
La brújula de la incertidumbre, jamás cambia de norte.
Las paredes y el piso son hojas de un libro de desgracias. Exudan tristeza, huelen a desconsuelo.
Están llenas de escupitajos, de fluidos diversos de apariencia asquerosa.
Es una cartografía de cicatrices, un mantel de maldiciones, de súplicas, de fechas antiguas arrugadas de tiempo.
En medio del habitáculo, una alcantarilla vomita olores nauseabundos.
Escenario de colillas y almohadas de nicotina como palco, te observan.
Aquí no hay relojes, nada que indique dónde estás.
Después de un momento, el tiempo te absorbe y comienza a rumiar tu existencia.
Desde las alturas, un carcelero sonríe, mientras disfruta de su café.
Debe ser todo un espectáculo, contemplar este acuario de ratas marinas, en esta vasija de cemento, sin agua.
Las manchas en el suelo son números cianóticos.
Esta jaula está prescrita de acuerdo a la jerarquía social que pertenezcas.
Porque aquí en este país, existen distintos tipos de justicia.
Una justicia para ricos, otra para pobres.
Una justicia para mujeres, otra para hombres.
Una justicia para extranjeros, otra para los dueños de casa.
El color gris domina todo. Esto es un cenicero humano, una urna. Sobras de un incendio de sombras líquidas.
Un pantano de concreto que se traga personas, que se nutre de nombres.
Aquí es donde el humo toma forma humana, donde la niebla se esconde.
Somos el bicho dentro de la caja, el grillo de piernas cortadas.
Resulta irónico, tanto adelanto tecnológico para terminar encerrado igual que siglos atrás.
Definitivamente, en la intimidad, algunos se han convertido en lo que odian.
Son muy distintos al amor público de sus discursos.
El torturador contemporáneo no se mancha de sangre, nada que le arruine el smoking en sus galas.
La mutilación psicológica, la amputación emocional; ¿busca que seamos una copia de su bitácora interna?
¿Un calco de sus traumas?
Sin que uno se de cuenta, los pies comienzas a dibujar rectángulos en la jaula.
Te tratan como a un animal, terminas comportándote como un animal.
Esto es un iglú en medio del averno, una cava buscando que el veneno fermente.
Jaula, sucursal de la Inquisición, auspiciada por el erario público.
En términos de evolución social, éste es el resultado histórico de la nación.
Tú vieja, ven a escuchar esta ópera de fantasmas de lenguas cortadas.
Tú fría, ven a sonreír con este circo de payasos sin ojos.
Tú silente, ven a marcarnos el número de tus zapatos en las frentes.
Tú hipócrita, ven a entibiar tu pan con el suspiro agónico de estas ramas secas.
Aquí estás solo. Tu amo, dueño y señor, son los carceleros.
Quienes deberían visitar esta mazmorra, están ocupados cazando suscripciones o votos en las calles.
Aquí se vive entre paréntesis. Aquí las autopsias son diarias.
Aquí se promueve la lobotomía del silencio. La trepanación de la autoestima.
Somos estalactitas invertidas, sangrando hacia el cielo. Somos la sobra de la nieve evaporada.
Somos lo que se esconde debajo de las alfombras. Somos un puñado de arena en la boca del viento.
Y zumba un ladrido constante, en este páramo de perros envenenados.
Y me duele todo y me siento solo, derrotado. Ni siquiera el aullido de otras jaulas me acompaña.
Y me pregunto con rabia, ¿dónde están los filósofos? ¿Dónde están los escritores? ¿Dónde están los justos? ¿Dónde están? ¿Dónde están?
Que alguien me regale una palabra, que me hable. Una sonrisa, una limosna de amor.
Se me cae el mundo sobre los hombros y la caída es brutal, ahí entiendo cabalmente lo insignificante que soy en contra de ellos.
Las cuchilladas de plomo desnudan la fragilidad de este andamio de carne, flores y huesos.
Caigo de rodillas, una vez más, como una gárgola petrificada de dolor.
Soy nenúfar en medio de un charco de sangre trasparente.
Soy un ancla oxidada, en medio de un arrecife de restos humanos.
Me han hecho un insulto. Me han hecho una blasfemia. Mira lo que han hecho de mí.
Las lágrimas me queman los ojos, me tiemblan las manos, el vendaje de los nombres se va cayendo.
Me veo partir y no puedo detenerme.
Voy descendiendo peldaño a peldaño, decreto a decreto, en las vísceras de esta caverna burocrática y macabra.
Porque aquí en esta escuela del odio, se aprende a odiar. Aquí se cultiva el rencor, la humillación, las arcadas. Porque el odio es su alimento. La amargura engrasa las bisagras de sus grilletes, no el amor.
Aquí la idea es destruir por destruir, simplemente porque algunos se han convertido en lo que odian.
Porque sus salarios están hechos de hipocresía y abusos.
Pero me rebelo en contra de sus enseñanzas. No seré discípulo de sus bajezas, alumno de sus desprecios.
Arrodillado, renuncio a mi orgullo, me inclino y beso el suelo por donde pasaron mis hermanos y hermanas.
Me trago el vómito que ofrecen y levanto este racimo de versos pobres, pero limpios, pero honestos. Diametralmente distintos a la doctrina de causas judiciales turbias y sus torturas escondidas.
Aquí en estas líneas van nuestros ojos. Míranos.
Aquí en estas frases van nuestras voces censuradas. Escúchanos.
Me levanto y se levantan dentro de mí, todos los que por aquí pasaron, todos los que pasarán.
Las cenizas también queman. Estos recortes del horror son imágenes de una muerte transitoria.
La poesía es perenne, indestructible. El látigo y el castigo momentáneos.
Pesa más un verso que un garrote. Brilla más un beso que las medallas.
Tiene más filo una pluma que la espada.
Tú hipócrita, mírate en el espejo de tus propias palabras.
La ideología del viento comienza a talar un bosque de nubes, las astillas me lavan los cortes.
Flotan corcheas en la jaula, lo único dulce, en este manicomio de adoquines pisoteados.
Aparecen insectos que son bemoles azules en este réquiem de perdedores.
La dinastía de los árboles desempaca su equipaje de multitudes, contra estos cien días de polvo.
Otra vez, sin palabras o avisos, se abre un abanico de puertas.
Ha terminado la pausa necesaria para poder continuar la otra tortura.
Te están esperando, te llevan a otra colmena de tormentos. Esto es un deja vu permanente.
Me detengo en el umbral de mi celda y me veo recostado sobre la cama, mirando hacia la pared.
Ahora entiendo que nunca pude salir.
Obvio que duele cuando cierran la puerta. Todo vuelve a comenzar.
(Fragmento-adaptación)
Andrés Bianque Squadracci.
PD: Gracias por haber llegado hasta aquí, muchas gracias.
fuente: Opal Prensa