por Mara Espasande*, Resumen Latinoamericano, 11 septiembre 2020.
Demasiado nacional para los socialistas y demasiado socialista para el ala conservadora de la política argentina. Una exhumación histórica de Manuel Ugarte, un pensador maldito de y por la Patria Grande.
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Predicador de la unidad latinoamericana, precursor del socialismo nacional, deudo de Jean Jaurès, antiguo compañero del Partido de Alfredo Palacios y Juan B. Justo; hombre de la bohemia –aunque al decir de su biógrafo Norberto Galasso una bohemia particular, sin hambre ni tuberculosis- Manuel Ugarte fue sin dudas, una de las figuras más destacada de la llamada Generación del 900.
En pleno auge del semicolonialismo y la presencia del imperialismo británico en América del Sur y de Estados Unidos en América Central y el Caribe, se gestó una generación que reflexionó sobre las raíces de “lo nacional” en cuanto latinoamericano. Nacidos entre 1874 y 1882 comenzaron a estudiar la historia regional y a rescatar los fundamentos que permitían ver a América Latina como una unidad: la herencia hispánica, el idioma en común, la cultura compartida y el sometimiento semicolonial a la cual había sido sentenciada constituían las bases de dicha unión.
Manuel Ugarte en la Revolución Mexicana, año 1910
En 1911 Ugarte sostuvo: “Nadie puede poner en duda que la frontera de México es un límite entre dos civilizaciones. Al Norte resplandece el espíritu anglosajón, al Sur persiste la concepción latina. (…) El problema de saber si los anglosajones de América deben reinar sobre el Continente entero o si los latinos, más mezclados con las razas aborígenes y más viejos en la ocupación, conseguirán defender de Norte a Sur su lengua, sus costumbres (…) No somos un pueblo independiente, porque tenemos aquí y allá una bandera en una asta y una demarcación en el mapamundi, sino porque dentro de nosotros existe una diferenciación, un alma fundamentalmente propia, y porque aún bajo el despojo, después de borrada la entidad nacional, conservaríamos los rasgos inalterables que nos personalizan”.
Ugarte fue pionero en sostener la hipótesis de que la fragmentación regional era clave para comprender la dependencia latinoamericana. Para él, el desmembramiento estaba estrechamente relacionado con las otras tareas inconclusas de la etapa de la emancipación pues al crearse veinte países donde debía fundarse una nación, se habían constituido en semicolonias subordinadas al imperialismo. “Todo nuestro esfuerzo tiene que tender a suscitar una nacionalidad completa (…) respetando todas las autonomías” proponía. La reconstrucción de la Patria Grande –tal como denominaba a la región- era requisito para el ejercicio de la soberanía.
Pero esta unidad, para él, debía desarrollarse de la mano del socialismo. Por ello, desde joven militó en las filas del Partido Socialista en la Argentina pero su postura nacional y antiimperialista lo llevó a enfrentarse –en numerosas oportunidades- con la conducción. ¿Qué le criticaba a Juan B. Justo y sus seguidores? Advertía que es necesario “…evitar las absorciones económicas y mentales…”. Desde esta idea cuestionó la antirreligiosidad, el internacionalismo abstracto y la defensa del librecambismo realizadas por el Partido.
Los “doctores” del Partido Socialista argentino
El carácter situado y atento a la realidad nacional del pensamiento de Ugarte –producto de combatir el colonialismo ideológico en el que reconocía haber sido formado- se contraponía al carácter universalista y el internacionalismo abstracto del PS. Dicho partido estaba profundamente compenetrado con la concepción filosófica positivista (también racista y evolucionista), donde la fórmula civilización o barbarie estructuraba la forma de analizar la realidad latinoamericana en general y la argentina en particular. Afirmó Juan B. Justo en La realización del Socialismo: “los gauchos constituían una clase bárbara y débil, el paisanaje tenía que sucumbir”. Las consignas electorales para enfrentar al radicalismo mostraban también esta concepción: “Si usted es enemigo de la alpargata y amigo de la civilización, vote por el Partido Socialista”. Cuando, en 1913, en ocasión del regreso de Ugarte a Buenos Aires luego de la realización de su Campaña Hispanoamericana el periódico La Vanguardia sostuvo: “…Ugarte viene empapado de barbarie, viene de atravesar zonas insalubres, regiones miserables, pueblos de escasa cultura, países de rudimentaria civilización… Y Ugarte no viene a pedirnos que llevemos nuestra cultura litoral al norte atrasado para extenderla después, si se quiere, a más (sic) al norte. No. Viene a pedirnos una solidaridad negativa”.
Desde una concepción diametralmente opuesta, Ugarte cuestionó esta dicotomía fundante del pensamiento antinacional y estimó positivamente el carácter de los pueblos latinoamericanos. Advirtió como el sofismo positivista de “civilizar a los pueblos atrasados” era una falacia al servicio de justificar la dominación colonial: “nada sería más funesto que admitir, aunque sea transitoriamente, la superstición semicientífica de las razas inferiores”. Por otro lado, identificó que el modelo agro-minero-exportador era la causa estructural de la dependencia y que se debía avanzar hacia el proteccionismo económico para obtener el desarrollo industrial. En este esquema, el libre comercio estaba al servicio de la dominación colonial.
Mitin en Plaza Congreso de la Unión Democrática, la coalición que enfrentó al peronismo en 1946
Frente a las diferencias insalvables con el Partido al cual supo adherir, Ugarte sostuvo que era necesaria la conformación de una nueva fuerza política que llegara al poder y que impulsara el desarrollo de las fuerzas productivas, en el marco del avance en la resolución de la cuestión nacional. Propuso entonces un nacionalismo popular anticapitalista; “porque, así como el nacionalismo, que significa la preservación de la colectividad, no puede realizarse plenamente sin aceptar las tendencias populares, el gobierno en su amplio desarrollo, no logra sostenerse por ahora sin ayuda del nacionalismo”.
Este posicionamiento lo llevó a adherir al peronismo por considerar que constituía un proyecto que defendía el sentir y pensar en nacional. Con 71 años se encontró por primera vez con Juan Domingo Perón. Fue Ernesto Palacios quien, el 31 de mayo de aquel año, lo acompañó a la Casa Rosada. Luego del 17 de octubre de 1945, Ugarte había expresado en diversos medios periodísticos su entusiasmo por la nueva fuerza política que emergía en el país semicolonial. En declaraciones al periódico Democracia afirmó: “…creo que ha empezado para nuestro país un gran despertar (…) Más democracia que la que ha traído Perón, nunca vimos en nuestra tierra. Con él estamos los demócratas que no tenemos tendencia a preservar a los grandes capitalistas y a los restos de la oligarquía…”.
Luego de su muerte, en 1951, la vasta obra del adalid de la unidad fue sumergida en el olvido. Demasiado “nacional” para los socialistas, demasiado “socialista” para el ala conservadora de la política argentina. Pero la fuerza y profundidad de su obra ‑anclada y construida desde y para la realidad latinoamericana– siguen tendiendo hoy más vigencia que nunca para aquellos que pensamos que el único camino hacia el ejercicio pleno de la soberanía sigue siendo la unidad regional.
* Lic. en Historia, directora del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” de la Universidad Nacional de Lanús, Buenos Aires, Argentina.